Jean Luc Nancy: consideraciones respecto del tocar (Le désir de se sentir touché et touchant)

El cuerpo expone

la fractura de sentido

que la existencia constituye,

sencilla y absolutamente.

Jean-Luc Nancy

 

Sobre la idea del tacto, del tocar y su semántica

 

El deseo de sentirnos tocado y tocante (Le désir de se sentir touché et touchant), nos describe como seres conscientes de nuestra sensibilidad, es decir, conscientes de percibir por los sentidos estímulos externos e internos que dan lugar a una experiencia subjetiva. Experiencia que dura, lo que dura una vida en alcanzar su último hálito, y que, por supuesto, al igual que los sentidos que la fundan (olfato, gusto, oído, vista y tacto) inicia en el útero materno, mucho tiempo antes de que se completen todos los mecanismos de diferenciación y proliferación celular, es decir, mucho antes de que llegue a término el complejo proceso de la vida antes de nacer.[1]

 

Con esta primera referencia, que apenas insinúa la importancia biofisiológica de la experiencia sensible en general, pretendemos referir al primer sentido que desarrolla el ser humano a parir de su “ser embrión”, esto es, desde la séptima semana de gestación, hasta completarse en toda la superficie del cuerpo cinco semanas después y, al que Nancy ha dedicado extensas reflexiones: el tacto, el tocar y ser tocado, “lo que empuja y repele”, lo que “estremece y hace mover”,  eso, donde el pensador vislumbra “lo propio y lo impropio”,  la posibilidad del contacto y la caricia.

 

En tanto pensamiento de lo táctil, del tocar y del deseo de ser tocado, asumimos el despliegue semántico y la distinción que observa Nancy entre el vocablo “toucher” francés y “Rühren, Berühre y Aufruh” de la lengua alemana.

 

Nancy advierte que, en francés, toucher hace referencia al sentido táctil más en lo perceptivo, más en lo estático que en lo móvil, es decir al tacto en su sentido aisthético, aunque es preciso mover para tocar y mover para entrar en contacto. En tanto que, en el idioma alemán, Nancy reconoce en la familia de palabras de rühr (mencionada algunas líneas más arriba) el movimiento, no como desplazamiento ni como transformación, sino como emoción.[2] Esto es: el tacto en su sentido de responder, recibir e impulsar comportamientos y emociones, es decir, en su ser movimiento, involucrado en interacciones con otros seres humanos y con nuestro propio ser, lo que conduce a advertir que, cuando amerite referir al cuerpo y al pensamiento, (será sólo en dos ocasiones casi al final de esta contribución)  siempre en el marco de las reflexiones de Jean Luc Nancy respecto de toucher, no nos referiremos al cuerpo y al pensamiento como dos, un uno y un otro entre los que media una distancia que los separa; porque según afirma Nancy:

 

En el pensamiento del cuerpo, el cuerpo fuerza al pensamiento a ir siempre más lejos, siempre demasiado lejos: para que aún sea pensamiento, pero nunca lo bastante lejos para que sea cuerpo.

De ahí que no tenga sentido hablar de cuerpo y de pensamiento separadamente uno del otro, como si pudiesen ser subsistentes cada uno por sí mismo: dado que, no son otra cosa que su tocarse uno a otro. –—y, agrega— Este toque es el límite, el espaciamiento de la existencia.[3]

 

En los escritos de Nancy, el cuerpo se expone y expone lo que “se toca” y lo que es tocado por el pensamiento. El cuerpo abre al tacto y al contacto, abre al cuerpo que es y a sus sentidos, al cuerpo propio, que en tanto que cuerpo, es también siempre otro, un alter que, sin embargo, remite a un cuerpo siempre expuesto, que no se distingue exclusivamente por sus cualidades propias como peso, volumen o extensión, sino a un cuerpo ceñido a una red de significaciones, propiamente expuesto a otros cuerpos, tocante y tocado, y en tal sentido, abierto. Pero el cuerpo no subsiste sin el pensamiento y el pensamiento no subsiste sin el cuerpo. Pensamiento y cuerpo son su tocarse, límite y espaciamiento.

 

Las preocupaciones aquí reunidas y apenas esbozadas remiten a un amplio espectro de la obra del pensador francés, no solo a sus textos publicados, sino también, a un extenso programa de conferencias y coloquios en los que dejó gravada su impronta. No obstante, vale señalar que: el nudo conceptual de esta reflexión emerge de dos fuentes principales: del texto que Jean Luc Nancy titula: Corpus y de la conferencia que nuestro autor dicta en Viena, Austria en el año 2010, que lleva por título: Del tacto, conferencia publicada en la obra: Archivida del sintiente y del sentido.

 

El tocar (en tanto gesto y movimiento y, en tanto tacto y contacto)

 

Estas consideraciones respecto del tocar (gesto y movimiento, tacto y contacto) aluden a la posibilidad de abrir “el tocar” a un plexo de sentidos posibles, más allá del significado previo que todos conocemos de los términos enunciados. Por ejemplo, en lo que atañe al gesto, no tan sólo como manifestación del rostro o de las manos que expresan los sentimientos del ánimo, sino como lo que toca, lo que añade sentido y comunica emociones.

 

En L’ arte, oggi, texto de una conferencia pronunciada en Milán, en el 2006, Nancy —se pregunta, “¿Qué es un gesto?” y responde:

 

El gesto es un dinamismo sensible que precede, que acompaña, que seduce al sentido o a la significación, pero este sentido es un sentido sensible, [sens sensible] […] Un gesto no es un movimiento ni el esbozo de una forma. Un gesto, hablando en términos generales, es decir en la vida, es el acompañamiento de una intención, pero un acompañamiento que permanece ajeno a la intención. Cuando hablamos hacemos gestos […] Mientras hablamos hacemos gestos que a veces son expresivos y a veces no, no es posible asociarlos con el significado de las palabras que están acompañando.[4]

 

Según el párrafo anterior, el gesto no es un movimiento, más el tacto sí lo es, no obstante, sin gesto no hay arte, no hay artista y no hay obra. Nancy se esfuerza en la mostración de la dinamicidad que el tacto conlleva, no sólo en la posibilidad de su significación, sino también en el valor móvil que pone en juego el sentido y la naturaleza del tocar, sin perder de vista lo que moviliza y conmueve: el gesto. Es todo el cuerpo expuesto, el cuerpo de cada uno tocado y tocante el que da estructura al tocar al resolverse en sensaciones y siempre sentir-se. Y es el gesto, en orden a la sensibilidad, el que precede el sentido.

 

Así, el filósofo del tacto va dejando huellas que motivan la pregunta respecto de ¿por qué el tocar parece más un estado que un movimiento?  Lo que da cuenta de la bellísima complejidad del tacto en sus interacciones. Podemos decir, sin equivocarnos, que el tocar es un acto consciente, demasiado intenso, demasiado impactante, demasiado ancestral, así, por ejemplo, cuando decimos: “me tocó el alma con sus palabras”, y en tal caso, demasiado involucrado en el desplegarse de la sensibilidad.

 

Pero, también, podemos decir, sin cometer falta, que no siempre los receptores táctiles definen su actividad en el marco de la consciencia. En efecto, fuera de la vigilia, ante la estimulación corporal, presión, peso o variaciones térmicas, los receptores táctiles, reaccionan. La piel, órgano del tacto y el más extenso órgano del cuerpo, está cubierta por terminales nerviosas que captan las sensaciones que son trasmitidas a los nervios y al cerebro. Tal es la importancia del comportamiento del tacto, que en estado de vigilia o de consciencia y, de sueño o de sub-consciencia, a la manera de un radar recepciona, interpreta y emite una respuesta.

 

Todas estas cuestiones que parecen exclusivas de una página de fisiología no están ausentes en las reflexiones del profesor de Estrasburgo que permanece atento desde lo filosófico, a lo propio del   campo de la percepción y de la naturaleza de los estímulos.

 

En A la escucha, dejando advertir un fino entramado de entrecruzamientos y distinción de cada uno de los sentidos, Nancy afirma: “Cada orden sensorial comporta así su naturaleza simple y su estado tenso, atento o ansioso: tal como, ver y mirar, sentir y oler u olfatear, gustar y degustar, tocar y tantear o palpar, entender y escuchar”.[5]

 

Y es la piel, el órgano que envuelve todo el organismo, la que cubre y protege, la que distingue y se distingue; ella, una envoltura que se desenvuelve hacia lo abierto, que se expande, que puede ser acariciada pero también herida, tocada, y tocante, abierta a lo abierto, abierta en el sentido de Ins Frei, lo libre (llamada a lo que no tiene límites) desplegada, expuesta, “expiel-sición”, dice Nancy. También un gesto, arrugado, contraído, sonriente, jovial o envejecido que acompaña al acto sensitivo.

 

Así, en tanto tacto y contacto, la piel relaciona todos los sentidos. Tocamos con todo el cuerpo, nuestro sistema sensorial afecta a todo nuestro organismo.  En palabras de Nancy, el cuerpo vale absolutamente como piel[6]. Es decir, como un movimiento permanente de pliegue y repliegue, de tacto y contacto, al modo de lo pensante y lo pensado.

 

Como sabemos —dice Nancy— desde Aristóteles, la identidad de lo sensible y de lo sintiente en el sentir (que es también un sentido), semejante a la identidad de lo pensable y de lo pensante en el acto de pensar, se ve implicada en el punto donde se da la sensación: en la visión, la audición, el olfato, el gusto y el contacto –una manera de compenetración de los dos en el acto y como tal acto.[7]

 

En pocas palabras, sensibilidad sintiente, enérgeia sensitiva, acto, contacto, piel que acoge a otro.

 

En efecto, por la piel, todos los sentidos participan del tocar, que, en cada caso, unifica y diferencia. Unifica en tanto ella misma conforma la identidad del sintiente y diferencia en el sentido que las modulaciones de cada sentido y del tacto en especial, son en cada caso singulares.  Se trata siempre de “toques” (tocar, tocar-se y ser tocado), toques, consistentes en lo propio del tocar, diferentes de un cuerpo a otro, a la manera de un contacto, no a la manera de una representación, sino a la manera del valor móvil que Nancy reconoce en el Toucher del idioma francés cuando afirma: “Sin embargo, el francés conoce muy bien el valor móvil, motriz y dinámico del tocar: el está presente cuando hablamos de una persona o de una obra que “nos toca”, cuando evocamos el tocar de un pianista, el toque de un pintor y también el toque de la gracia divina”.[8]

 

La enérgueia sensitiva: la caricia (A modo de conclusión)

 

Nancy sostiene que la piel de la que él habla:

 

No es primero eso – <Una piel fresca> en el acto de mi mano que la toca. Sino que ella <es> mi gesto, es mi mano y mi mano pasa en ella porque mi mano es su contacto o su caricia (en realidad, ningún contacto con una piel –salvo un contacto médico- está exento de una caricia en potencia). La moción y la emoción –que son ellas mismas una sola cosa- envuelven la caria, el acto, la enérgeia sensitiva. Y esta enérgeia no es nada más que la efectividad del contacto, la que es efectividad de una “venida hacia” y de una ‘acogida de’.[9]

 

Así entonces, al peso de la mano sobre la piel, el contacto, en su modo de ser cariño, reconocimiento, agrado, halago, contacto de piel sobre la piel, en tanto estímulo intencional, gestual y simbólico y lo propio del tocante y del tocado en lo que envuelve el acto del tocar, una moción y una emoción, a esto simplemente, podemos nombrarlo: caricia.

 

El cuerpo, la piel, se ofrecen al tacto, ambos se extienden a la caricia. Se trata de una relación —inter— que expresa sentimiento. El contacto es, en este caso, un fenómeno espiritual que expone al cuerpo.

 

El ruhren[10] del tocar, lo que agita y mueve y, alcanza la posibilidad de una respuesta de parte del tocado-acariciado. La caricia, no anula en tanto tacto (distinto del palpar), la separación en el contacto, por lo contrario, pone en evidencia la “potencia de recibir”, la “[…] capacidad de ser afectado”.[11] Pero hemos expuesto la caricia como enérgeia sensitiva, y es necesario decir más, porque Nancy la señala como un punto de venida y de acogida, deseo y sentimiento que abre a la relación.

 

En tanto el tocar es caricia, el tacto es más que un sentido, es ontológicamente “un colmado de significados”, es lo intacto de la vida misma, el movimiento hacia la plenitud de ser, en su descubrir-se y descubrir lo distinto de sí. La caricia como toque, el toque como alma.

 

Cito a Jean Luc Nancy:

 

San Juan de la Cruz habla de los <<toques de unión que sirven para unir pasivamente el alma a Dios>> y él aclara que <<nada es más pronto para disipar esos delicados conocimientos que la intervención del espíritu natural. Como se trata de una sabrosa inteligencia sobrenatural, es inútil buscar entenderla activamente; es imposible. El entendimiento no tiene más que aceptarla.>> No <entender activamente> es entender pasivamente, es gustar un sabor, es sentir un toque.[12]

 

No obstante, Nancy aclara que tal como en la Mística, todo lo que fuera de ella sea alcanzado por esta realidad, el toque, la caricia,

 

[…] comparte su misma cualidad, a la vez puntual y vibratoria”, y sin perder de vista, que no se trata de una metáfora, dice del alma como de un despertar y un acoger, (como caricia) como moción y emoción, para expresar casi al concluir su conferencia, que “el alma es el cuerpo tocado […] cuya respuesta (del cuerpo) es, el compartir el toque, su levantamiento hacia ella.[13]

 

La caricia conmueve, toca profundo y sutilmente.  La caricia es un siempre tocar con el cuerpo más allá del cuerpo. Es el contacto en su doble función de confirmar y deshacer los límites.

 

En el tocarse de los cuerpos, aún sin tocarse, es lo le escuche decir a Jean Luc Nancy: “Un toucher au coeur”, un tocar con el corazón, un afectar y un sentirse afectado, y en tal sentido, reconocer que las palabras tocan y acarician, y en última instancia también el recuerdo es tocado y tocante, piel del alma, caricia que conmueve.

 

Bibliografía

  1. Nancy, Jean Luc, Corpus, Arena libros, Madrid, 2003
  2. _____________, L’ arte, oggi, Conferencia dictada en Milán, 2006
  3. _____________, J.L., Archivida del sintiente y del sentido, Quadrata de incunable, Argentina, 2013
  4. _____________, A la escucha, primera reimpresión traducida por Horacio Pons, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 2015.

 

Notas
[1] Durante los primeros meses de gestación comienzan a desarrollarse los órganos sensoriales, paralelamente, también se forma el sistema nervioso central (cerebro y médula), por lo que podemos afirmar que, en el proceso de gestación, antes del nacimiento, casi en su totalidad, el tejido neuronal que soporta las funciones del pensar y del sentir, ya está formado.
[2] Jean Luc Nancy, Archivida del sintiente y del sentido, ed. cit., p. 11.
[3] Jean Luc Nancy, Corpus, ed. cit., p. 30
[4] Texto de Jean-Luc Nancy, transcripto de la grabación de la charla que dio en la Academia de Brera en Milán, el 22 de marzo de 2006. No fue publicado en francés. Esta conferencia apareció en italiano bajo el nombre “L’arte, oggi” en Del Contemporáneo /2007), editada por Federico Ferrari, traducción de Cecilia Pavón. ed., Bruno Mondadori, Milán. Cfr., Jean Luc Nancy, Op. cit., p. 9.
[5] Jean Luc Nancy, Archivida del sintiente y del sentido, ed. cit., p.17
[6] La piel es límite, pero sobre todo contacto, permanente exposición, mucho más que un sostén, que una densidad, más que un mecanismo de captar y trasmitir información es percepción, reconocimiento, puente y tránsito a todo el universo que nos rodea.
[7] Ibidem, p. 17.
[8] Ibidem, p. 12.
[9] Ibidem, p. 19.
[10] Rühren (agitar – mover)
[11] Respecto de la capacidad de ser afectado, el autor refiere: “La afección es antes que nada pasión y movimiento de la pasión, de una pasión cuya naturaleza misma es “tocar”: ser tocada, tocar a su vez, tocarse por el toque venido de afuera, de aquel que me toca y de aquel por el que yo toco. (p. 15)
[12] Jean Luc Nancy, Archivida del sintiente y del sentido, ed. cit., p. 22.
[13] Ibidem, p. 23

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