Resumen
El tacto y su quiasmo más radical: el contacto, fueron para Jean-Luc Nancy no solamente un tópico central en su pensamiento sino probablemente la guía de lo que entiende por el pensamiento mismo. Por ello, exploramos aquí las nociones que permitieron a Nancy consolidarse como el filósofo del tacto desde un ejercicio filosófico que lo llevó a detenerse en del límite del pensamiento al mismo tiempo que asumía la responsabilidad de pensar los límites. Proponemos aquí entonces una exposición que deconstruye la filosofía de Nancy pensada ella misma como contacto, siguiendo el pensamiento del filósofo francés a través de distintos momentos de su obra.
Palabras clave: filosofía, pensamiento, contacto, tacto, límite, Jean-Luc Nancy.
Abstract
Touch and its most radical chiasmus: the contact, was for Jean-Luc Nancy not only a central theme in his thinking but probably the guide of what he understands by thought itself. For this reason, we explore here the notions that allowed Nancy to establish himself as the philosopher of touch from a philosophical exercise that led him to stop at the border of thought while assuming the responsibility of thinking about limits. We therefore propose here an exhibition that deconstructs Nancy’s philosophy thought of herself as a contact, following the thinking of the French philosopher through different moments of his work.
Keywords: philosophy, thought, contact, touch, limit, Jean-Luc Nancy.
En un sens, mais quel sens, le sens est le toucher.
L’être-ici, côte à côte, de tous les êtres-là
(êtres jetés, envoyés, abandonnés au là).
Sens, matière se formant, forme se faisant ferme :
exactement l’écartement d’un tact.
Avec le sens, il faut avoir le tact de ne pas trop y toucher.
Avoir le sens ou le tact : la même chose.
Jean-Luc Nancy
A dónde vas negando el sol,
qué oscuridades quieres rescatar,
en qué tapete negro probarás fortuna,
si en las esquinas no te dan voces
y en las cantinas no te reconocen”
Joan Manuel Serrat
El tacto toca necesariamente, indefectiblemente, irremisiblemente. El tacto toca. Solamente toca. No puede sino tocar. Pues aunque no podemos propiamente concebir o imaginar al tacto sin un “aquí”, ni el “aquí” ni el “ahí” son el lugar del tacto. Porque no se toca el “ahí” o el “aquí”; el tacto solamente toca. Pero siempre toca. O porque siempre toca, no puede ni más ni menos que tocar. Nunca toca una parte, toca; y toca totalidad. Por eso carece de lugar, de locación: el tacto disloca, saca del lugar, del ipsum, de la ipseidad. El tacto es espaciamiento. El tacto es la ventana o el encuentro con el no-lugar de lo abierto. Principio quizá, pero creación, aún mejor. Por eso el tacto sincopa el lugar para dejar a la existencia desnuda, expuesta. El tacto expone, desnuda la existencia, siempre espaciando. Pues el tacto no puede no tocar cuando al desnudar la existencia desvela el hecho de que, como ha enseñado Jean-Luc Nancy, “No hay desnudez solitaria. Si estoy desnudo y solo, ya soy otro que yo mismo, un otro conmigo mismo. Una desnudez toca por esencia a otra desnudez: quiere tocar, no ver más, entrar en la noche de la desnudez. La toca y la abre abriéndose a ella. Pero, esencialmente oscura y sin fondo, ella no abre más su cierre: da acceso a la noche. Sin embargo, permite el acceso”[1]. Por eso el tacto es espaciamiento, y acaso el principio mismo de la declosión de la que tanto ha hablado y ha hecho hablar el propio Jean-Luc Nancy.
Y es que tal y como lo explora Jean-Luc Nancy, el tacto no es tangencia, ni mediación, ni proximidad, sino antes bien, contacto, mezcla o, mejor aún, intimidad. Porque ahí mismo donde el tacto desnuda la existencia, también la singulariza, y al singularizarla la hace comparecer, la torna comparecencia. Y he aquí el gozne o el contacto de dos temas fundamentales en la obra del pensador francés. Pues si el “filósofo del tacto” es a su vez el ontólogo del “être-en-commun”, es porque no concibe al tocar sin “toque”; y si él mismo puede ser el filósofo de la comparecencia al tiempo que filósofo del espaciamiento es porque no puede pensar a la existencia sin esa peculiar ontología de la singularidad plural. Pues como ha dicho Nancy en La comunidad inoperante:
Los seres singulares comparecen: esta comparecencia hace el ser de ellos, los comunica los unos con los otros. Pero la interrupción de la comunidad, la interrupción de una totalidad que la realizaría, es la ley misma de la comparecencia. El ser singular aparece a otros seres singulares; les es comunicado singular. Es un contacto, es un contagio: un tocar; la transmisión de un temblor al borde del ser, la comunicación de una pasión que nos hace ser semejantes, o de la pasión de ser semejantes, de ser en común.[2]
De esta misma comparecencia ha escrito quizá también el poeta cuando ha dicho que “[…] cada vez que [el hombre] se siente a sí mismo, se siente como carencia de otro, como soledad”.[3] Pues quizá somos precisamente “soledades en convivencia”, como decía no sin poesía también María Zambrano en su libro Persona y democracia.
Lo anterior porque el tacto en tanto que límite o espaciamiento expuesto (pero nunca vacío), nos descubre el evento o el acontecimiento (como dirían quizá Derrida o Miguel-García Baró) del estar, y aunque acaso no haya nada más fácil de constatar, se pregunta Nancy si acaso habrá algo tan ignorado como ello por la misma ontología.[4] Pues pese a que el estar que revela el tacto es cada vez menos comprendido como un trascendental (y más bien como una trascendencia en tanto que se revela siempre singularizado), siempre se comprende en relación a una suerte de reparto nunca depreciado. Por eso el ser es tocado por el tacto como un don que a su vez toca en el reparto. De ahí que el ser sea desde entonces, y desde la irrenunciable singularidad plural del tacto, el don que compartimos al estar: desnudos, expuestos, lo mismo da, pues ser consiste a partir de entonces en estar, ahí donde la estancia del estar es la comunidad. Porque estar es ya comparecer. No otra cosa sino esta ha subrayado Nancy en Être singulier pluriel cuando ha escrito que “el “con” es la pre-posición de la posición en general”[5]. Y eso le ha bastado al autor de Un pensamiento finito para exponernos a una nueva necesidad, la de ver que “[…] se trata de pensar la unidad del ser fuera de sí —como ha dicho en Corpus—, la unidad del volver a sí como un ‘sentirse’, un ‘tocarse’ que necesariamente pasa por el exterior—lo que hace que yo no pueda sentirme sin notar al otro y sin ser notado por el otro”.[6] Pues, en efecto, el tacto desde la visión nancyana es siempre comparecencia, y por comparecencia es siempre sorpresa o acontecimiento irrenunciable también.
Ya que en tanto que el tacto no está dado en la inmanencia, sino que justamente porque “está” y sólo está, y en tanto que está singulariza pluralmente, siempre llega, siempre acontece: “[…] llega, hay sorpresa, y multiplicidad aleatoria de eso que, a partir de ahí, podríamos denominar las llegadas (o los ‘llegar’) del único acontecimiento. En este sentido, sólo hay acontecimientos”[7]—sentencia Nancy. El tacto nos viene siempre de otro lado, o más bien de ningún lado, porque precisamente nos es dado: y del don del tacto se eleva el don del estar, porque ésta es la primera y fundamental disposición de ser: estar en oposición a no estar, en oposición a la ausencia o a dejar de estar en la presencia. El tacto nos hace comparecer así como presencia, o en la presencia, y por ello el tacto es más bien presentación. Escribe Jean-Luc Nancy:
El sentido comienza allí donde la presencia no es pura presencia, sino que se desjunta para ser ella misma en cuanto tal. Este “en cuanto” supone separación, espaciamiento y partición de la presencia. Ya el concepto de “presencia” contiene la necesidad de esta partición. La pura presencia incompartida, presencia a nada, de nada, para nada, no es ni presencia, ni ausencia: simple implosión sin huella de un ser que jamás habrá estado.[8]
Por eso el tacto no pertenece al cuerpo en tanto algo que ocupa un lugar: el tacto es de lo que está (doble genitivo); de lo que puede presentarse, ser en la presencia. Así también entonces el tacto puede serlo o, más bien, es necesariamente del pensamiento. Porque, dice Jean-Luc Nancy:
El pensamiento no es el sujeto que pone frente a sí un objeto que examina y que evalúa. Es eso que no puede encontrarse más que en aquello que piensa. Es también, para Descartes, todo lo que tiene lugar de tal manera que me encuentro o me toco al abordar algo, una representación, una sensación o una afección. Es lo que hace que ego sum se iguale con cogito: lejos de establecer un sujeto intelectual, este pensamiento del sum accede a un ser que se da o que se encuentra en tanto que, infinitamente, se envuelve y se oculta en cada cosa del mundo. Es por eso que, como se sabe, la evidencia de este ego es idéntica a su eclipse, y también él —o también ella, la res cogitans— se retira en su desnudez.[9]
Por eso atinadamente Juan Carlos Moreno Romo ha apuntado en el prólogo que escribe a la edición española de Ego sum, que “[…] el filósofo del ‘yo’ —dice—, del ego cogitans, encuentra justamente antes que Husserl y antes que Jean-Luc Nancy, un ‘mismo’ abierto hacia el ‘otro’ y ‘abriendo’ al otro”.[10] Y así, desde el filósofo de la Turena hasta el filósofo del tacto, si nos despojamos de ese sujeto inmanente, será posible ver esa existencia abierta en la que el pensamiento, o el sentir que son según la Meditación Tercera la misma cosa,[11] el tacto es el espaciamiento de una apertura y un desvío que siempre toca, por lo que el tacto imponiendo la cuestión del sentido, precede por ello a toda relación con lo otro: pues
[…] el sentido depende entonces de una relación para consigo mismo [à soi] en tanto que otro, o [algo] de lo otro —como apunta Nancy en Une pensée finie—. Tener sentido, o hacer sentido, o ser sensato [sensé: dotado de sentido], es ser para sí [à soi] en tanto que [algo] de lo otro afecta esta ipseidad, y que esta afección no se deja reducir ni retener en el ipse en cuanto tal.[12]
Por eso es que en tanto que comparencia, el tacto nos revela al “otro” no como otro” ni como mera “relación” hegeliana, por ejemplo, sino como radical disección de sí que se siente porque se toca, y así el tacto tiene lugar en la existencia que siente y sale de sí en una sensibilidad.[13] La sensibilidad, como relación de sentido, es inapropiable o inaccesible, pues es siempre límite, presentación, y por presentación quizá “llamado”. Así lo plantea el propio Nancy en La declosión, cuando afirma que “[La sensibilidad] no tiende a ninguna otra cosa que a una receptividad, una pasibilidad: lo que tiene sentido, viene hacia mí, me golpea, me desplaza, me provoca —dice—. La verdad es el toque instantáneo –el sentido es el movimiento que va y viene”.[14] Por ello para Nancy, el tacto nos impone la disposición esencial de nuestro estar: tanto sentir como el sentido son invariablemente compartidos: el sentido es repartido con–otro o con-otros. Y si ese otro soy yo mismo entonces descubro el sentido de la otredad como disección, donde se hace el sentido. Por lo que
El sujeto es, es decir, hace, la experiencia de su estar-afectado en cuanto que la experiencia de lo que disuelve su sustancia —vuelve a anotar Nancy en La declosión—. Pero entonces no es ‘algo’ (el dolor, la muerte, lo otro, o la alegría) que deshace desde el exterior esta sustancia. No es otra subsistencia que la divide, es la sustancia que se divide –que entra en relación, o que se abre a ella, o que se manifiesta. El sujeto es la experiencia del poder de división, de exposición o de abandono de sí.[15]
Aunque precisamente he aquí que se revela una peculiaridad del pensamiento finito pero siempre abierto de Jean-Luc Nancy: se trata de una apertura que desde el tacto se impone no sin cualidad sino que justamente la subraya. De este modo, en El intruso escribe: “[…] en el ‘yo sufro’ uno excede al otro, mientras que en el ‘yo gozo’ uno excede al otro”.[16] Porque el tacto al dividirnos, al entregarnos a la sensación incluso de nosotros mismos, nos deja a su vez abierto el mundo en el que la sublimación también es aspiración, cuando no resulta ser una falta. Pues en resumen: al tacto, a lo sentido o al sentido, no todo le viene igual. Así en el texto que dedica a Hegel, el filósofo del tacto se detiene ante esta perplejidad para decir: “La desdicha insiste al desgarrar el fondo, la alegría se arroja más allá de sí misma. […] En la desdicha, soy precisamente sujeto, sentimiento de mí. No se vea ahí compensación, ni sublimación. […] el dolor no se transforma en alegría. […] en mi desdicha, me reconozco separado y finito, cerrado, reducido o reducible al punto mismo de mi dolor”.[17] Y es inevitable no acordarse aquí de los “dolores sabrosos” que diría Santa Teresa, o de las desdichas de amor que canta la canción ranchera, porque si el tacto nancyano evoca indefectiblemente la presencia, es imposible no ver que nada más triste hay quizá que la presencia del que está ausente.
Y es que incluso el ausente está, se siente, el tacto se abre también a él. Y tan se abre a él que es la ausencia misma la que abre y rompe la inmanencia de la ipseidad, la que muestra que no hay desnudez solitaria. El tocar, pues, toca las extensiones en las que el ego goza o sufre; y ese tocar da lugar a lo que se llama “mundo”. El mundo no es un sitio privado, sino el lugar donde ocurre el espaciamiento en el que nuestra existencia se pone en con-tacto. Pues el tacto y el con-tacto da placeres y dolores, a través de la comparecencia en donde se hace lo sentido (¿o el sentido?). El tacto nos devuelve al estar, y el estar al estar-con, o al contacto: seres singulares-plurales al fin y al cabo, o en el límite, para decirlo en lenguaje nancyano. Por ello el tacto carece entonces de lugar, pues el mundo se genera en torno a la existencia expuesta, y expuesta al con-tacto con otra existencia. Juan Carlos Moreno Romo escribe a propósito del pensamiento de Jean-Luc Nancy: “[…] cada hombre es origen del mundo, y tiene que serlo, y llamado o empujado más allá, o más acá de la desencarnada teoría no le queda más remedio que asumir la gracia o la oportunidad de engendrar el mundo en el que vive o ha de vivir”,[18] aún “si en las esquinas no te dan voces, o en las cantinas no te reconocen” como dice el verso de Serrat. Porque el filósofo francés escribe contundente en Être singulier pluriel: “Tú eres absolutamente extranjero porque el mundo comienza una vez más en ti (o contigo)”. O mejor aún: “Tú eres absolutamente extranjero porque el mundo comienza a su turno (o en torno) a ti”. Por eso el origen del mundo y el mundo mismo son invariablemente “pasaje” y “Del uno al otro, hay repetición sincopada de los orígenes-de-mundo que son, cada vez, el uno o el otro”.[19] Por eso cada hombre está llamado a ser siempre Adán, y esta vez está arrojado a la gracia (¿o a la caída?) no de nombrar del mundo, sino quizá más bien de tocarlo (de conocerlo, así como Adán “conoce a su mujer” y sin embargo no puede retenerla); de ver pasar el mundo, entonces, pero de no poderlo retener jamás, y acaso ni siquiera tener.
Pues quizá no otra cosa sino esta es lo que nos enseña la meditación que Jean-Luc Nancy hace a propósito de la representación que el arte sacro ha hecho del encuentro entre Jesús Resucitado y Santa María Magdalena en la mañana del Tercer día[20], sobre todo cuando los artistas han leído la traducción latina del Evangelio de San Juan, en donde con el Noli me tangere se puede adivinar un “No me toques” que ahí mismo plantea ya un “No quieras tocarme” (viendo en el verbo “nolo” una oposición a “volo”), pero que de regreso al griego “mè mou haptou” nos abre de par en par el misterio singular-plural que tiene el estar cuando éste es desvelado por el tacto: la necesidad del constante paso, la imposibilidad de toda retención. Aquella multirepresentada escena, nos dice Nancy, con el “No me retengas” que detiene el intento de María de Magdala, bien puede querer decir lo siguiente: “No tienes nada, no puedes tener ni retener nada, y ahí tienes aquello que necesitas saber y amar. He ahí lo que se puede saber sobre el amor. Ama aquello que te huye, ama al que se va. Ama el hecho de que se vaya”.[21]
Esta escena nos devuelve a la incesante obertura del tacto. No podemos tener ni retener nada, y sin embargo estamos llamados o arrojados a tocar. Y acaso en ello consista pensar de veras: en alcanzar el límite sin aprehender y optando más bien por acariciar, formulando pensamiento como quien danza retando la gravedad (y antes bien, disfrutando de su embate). Quizá por ello pensar sea como tocar: vivir a flor de piel. Pues como apuntaba Nancy en “La piel esencial”:
A flor de piel es el rozar: el pasaje a lo más cercano, el contacto más ligero posible pero sin quedarse al margen. Tocar pero sin apoyarse. Tocar menos la piel que su olor: su pelusa o bien a ella misma, en tanto se halle volteada hacia afuera, la película íntima de su faz expuesta, despojada de espesura y signo, sin embargo, de una profundidad infinita. Signo o señal, presagio, promesa. La piel promete jamás cesar, ni extenderse, ni ofrecerse, ni profundizarse. Ella afirma que este cuerpo está allí, todo entero en ella, que ella misma es este cuerpo y, en consecuencia, que es su alma.[22]
La piel se ofrece como se ofrenda el misterio para seguir pensando. Tal es la densidad de pensar imitando tibiamente el tacto.
Pues en la irrenunciablidad del tacto de la que habla Jean-Luc Nancy, y en esa incesante tarea de originar el mundo, para esta ontología del “estar-en-común” que tiene su origen justamente en el tacto que nada puede o podría retener, nos queda todavía la esperanza de una caricia, o el paso de la vida a la muerte (¿o de la muerte a la vida?), cuando menos intentando. Este es el júbilo del pensamiento. Jean-Luc Nancy ha tenido el corazón para poder verlo. Un filósofo en Estrasburgo quizá ahora mismo esbozaría una sonrisa. Así que si Novalis se preguntó alguna vez en la estela del romanticismo “¿A quién no le gustaría una filosofía cuyo germen es el primer beso?” (Derrida lo recordó precisamente en Le toucher. Jean Luc Nancy[23]), quizá ahora a nosotros nos toque preguntar entonces, a propósito del pensamiento del autor de Corpus, ¿a quién no le gustaría una filosofía cuyo germen es el primer contacto, o mejor aún, la primera caricia?
Bibliografía
- Derrida, Jacques, Le toucher. Jean-Luc Nancy, Galilée, Paris, 2000.
- Descartes, René, Meditaciones metafísicas, AT, IX, 27 / Al, II, 430.
- Moreno Romo, Juan Carlos, “Descartes, el mismo y el otro”, prólogo a: Jean-Luc Nancy, Ego sum, Trad. y prólogo de Juan Carlos Moreno Romo), Anthropos, Barcelona, 2007.
- ______________________, “El horizonte a lo lejos. (Con, a propósito y a través de la obra de Jean-Luc Nancy)”, en: Revista Anthropos, Num.205, 2004.
- Nancy, Jean Luc, “La piel esencial” en: Cuerpos y corporalidades, Cristina Burneo Salazar y Angélica Ordoñez Charpentier (edits.), Universidad de Quito, Quito, 2015.
- ______________, “Overtura. (Desnudez)” en URL: http://www.filosofiaytragedia.com/curso/nancy.pdf (Consultado el 10 de febrero de 2022).
- ______________, Corpus, Trad. Patricio Bulnes, Arena Libros, Madrid, 2003.
- ______________, El intruso, Amorrortu, Buenos Aires 2007.
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- ______________, La inquietud de lo negativo, Arena Libros, Madrid 2005.
- ______________, La comunidad inoperante, Trad. Juan Manuel Garrido Wainer, Ediciones LOM /Universidad Arcis, Santiago de Chile, 2000.
- ______________, La declosión (Deconstrucción del cristianismo, 1), Guadalupe Lucero, La Cebra, Buenos Aires, 2008.
- ______________, La pensée dérobée, Galilée, Paris, 2001.
- ______________, Noli me tangere, Trad. María Tabuyo y Agustín López, Trotta, Madrid, 2006.
- ______________, Un pensamiento finito, Presentación y traducción de Juan Carlos Moreno Romo, Anthropos, Barcelona, 2002.
- Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, Edición de Enrico Mario Santí, 11ª ed.Madrid: Cátedra, 2003,
Notas
[1] Nancy, Jean Luc, La pensée dérobée, ed. cit., p.36.
[2] Nancy, Jean Luc, La comunidad inoperante ed. cit., pp.74-75.
[3] Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, ed. cit., p.341.
[4] Cfr. Ibidem, p. 97.
[5] Nancy, Jean Luc, Être singulier pluriel, ed. cit., p. 61.
[6] Nancy, Jean Luc, Corpus, ed. cit., p.108.
[7] Nancy, Jean Luc, Être singulier pluriel, ed. cit., p. 201.
[8] Ibidem, p. 20.
[9] Nancy, Jean Luc, “Overtura. (Desnudez)” en URL: http://www.filosofiaytragedia.com/curso/nancy.pdf (Consultado el 10 de febrero de 2022).
[10] Moreno Romo, Juan Carlos, “Descartes, el mismo y el otro”, prólogo a: Jean-Luc Nancy, Ego sum, ed. cit., p.VIII.
[11] Cfr. Descartes, René, Meditaciones metafísicas, AT, IX, 27 / Al, II, 430.
[12] Nancy, Jean Luc, Un pensamiento finito, ed. cit., p. 6.
[13] Cfr. Idem, p.7 y ss.
[14] Nancy, Jean Luc, La declosión (Deconstrucción del cristianismo, 1), ed. cit., pp. 212-213.
[15] Ibidem, p. 49.
[16] Nancy, Jean Luc, El intruso, ed. cit., p. 40.
[17] Nancy, Jean Luc, Hegel. La inquietud de lo negativo, ed. cit., p. 47.
[18] Moreno Romo, Juan Carlos, “El horizonte a lo lejos, en ed. cit., p. 118.
[19] Nancy, Jean Luc, Être singulier pluriel, ed. cit., p. 24.
[20] Cfr. Nancy, Jean Luc, Noli me tangere, ed. cit., p. 53 y ss.
[21] Ibidem, p. 59.
[22] Nancy, Jean Luc, “La piel esencial” en: Cuerpos y corporalidades, ed. cit., p. 18.
[23] Cfr. Derrida, Jacques, Le toucher. Jean-Luc Nancy, ed. cit., p. 81.
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