Aproximaciones a la lectura del cuerpo en Corpus, de Jean Luc Nancy

El juicio final, Van Eyck

Resumen
En el siguiente ensayo propongo discurrir sobre los temas en torno a la problematización del cuerpo y de la comunidad viviente en las lecturas de Jean Luc Nancy de Corpus y La comunidad Inoperante, donde las reflexiones del filósofo francés, que indagan sobre el ser y su corporalidad, permiten hacer una aproximación al tema del sentido, en una modernidad que parece poner en los límites a la comunidad, el ser se revela como encarnado.

Palabras clave: corporalidad, comunidad, sentido, incandescente, encarnación, esperanza.

 

Abstract
In this essay I propose to discuss the themes about body and community, analyzed in Jean Luc Nancy works: Corpus and the inoperant community, where the french philosopher reflections inquiries about the being and its corporeality, which allows to approach to the concept of meaning in a modernity that seems to has settled down the community in its edge, where the being is revealed as embodied.

Keywords: corporality, community, meaning, incandescent, incarnation, hope.

 

Cuerpo y comunidad

 

Al reflexionar sobre el ser de la comunidad y de la singularidad, estuve de acuerdo con la conclusión de Heidegger de la inautenticidad del dasein. Pero entre las obras de Corpus y La comunidad inoperante, Jean Luc Nancy aborda el tema del ser llegando a la conclusión de la encarnación del mismo.

 

Esta comunidad que sufre, habla en ecos, se encuentra abierta, herida y frente a su propio límite:

 

Aquí, en el mismo punto del no lugar del espíritu, se presenta el cuerpo como una llaga: la otra manera de agotar el cuerpo, de sutilizar su sentido, de agotarlo, de exhalarlo, derramarlo, desbridarlo, abandonarlo, expuesto en carne viva. […] De esta manera se anuncia también la mundialidad de los cuerpos. Los cuerpos asesinados, desgarrados, quemados, arrastrados, deportados, masacrados, torturados, desollados: la carne puesta en depósitos de cadáveres, el ensañamiento con las llagas. [1]

 

Más adelante encontramos como revancha palabras brillantes de Nancy, (por su genio, por su sentido): Es difícil saber hasta qué punto la concentración (iniciales: KZ) habrá sido la marca de nacimiento de nuestro mundo: la concentración del espíritu el asimismo incandescente…[2]

 

Porque a pesar de que estamos en el límite, desde hace años, la primera, la segunda guerra mundial, la pandemia, aquí estamos, parados frente a este límite de la historia, llenos de sentido, porque, aunque muchos buscamos el sentido y no encontramos, este se desborda, nos rebasa. Somos la comunidad que pierde el aliento en trabajos faltos de sentido, tediosos, mal pagados. Lugares llenos de sin sentido y aun así resistimos, por el sentido que aún queda de proveer a nuestras familias, la paciencia ante estas condiciones de cuerpos extenuados y sangrantes es admirable.

 

Estos imperios que nos aprisionan comienzan a erigirse desde los discursos, el arte que se vuelve instrumento de dominación. Y parece como un destino, que frente a los discursos dominantes lo que queda son ecos, y quizás las ganas de invención de nuevos mitos, de nuevos poemas y epopeyas, nuestra vida misma:

 

Cuando la emisión del mito se detiene, la comunidad —que no se acaba, que no fusiona, sino que se propaga y se expone— se deja oír de cierta forma. No habla, sin duda; tampoco produce una música. Lo dije: ella misma es la interrupción, pues el mito se interrumpe sobre esta exposición de los seres singulares. Pero la propia interrupción posee una voz singular, una voz o una música, a la vez retirada, retomada, retenida y expuesta en un eco que no repite… es la voz de la comunidad, y que acaso, a su modo, confiesa lo inconfesable sin decirlo, enuncia sin declararlo el secreto de la comunidad, o más precisamente aún, que presenta, sin enunciarla, la verdad sin mito del estar-en-común sin fin, de este ser en común que no es un «ser común», que la comunidad misma, pues, no limita, y que el mito es incapaz de fundar o de contener. Existe una voz de la comunidad que se articula en la interrupción y por la interrupción misma.

 

La voluntad mitopoética

 

Actitud es destino, dijo Heráclito; en estos tiempos de tribulaciones, no nos queda más que nuestra actitud, las expresiones de nuestros rostros, de nuestro ser irremplazable, la filosofía que hacemos como comunidad asediada, pero que no deja de hablar, de aferrarse a la búsqueda de sentido.

 

Los discursos que se creen servirán para protegernos, para revelarnos, para consolarnos. Aunque sólo queden ecos y llagas, la discursividad y el amor de la comunidad y hacia la comunidad se nos aparece y revela como infinito, al igual que lo es nuestra infinita finitud:

 

La finitud no significa que somos no infinitos —cual seres pequeños o efímeros en el seno de un ser grande, universal y continuo—, sino que significa que somos infinitamente finitos, que estamos infinitamente expuestos a nuestra existencia como no-esencia, infinitamente expuestos a la alteridad de nuestro propio «estar».[3]

 

Parados en el límite de nuestro tiempo e historia, rodeados de un mundo que nos impele a estar entre farsantes, nos quiere robar la eternidad, sin embargo, no lo logra porque aún en el arrancar las vidas de los ciudadanos del mundo somos infinitamente finitos, seres contempladores de su propia finitud.

 

Dentro del margen temporal de los acontecimientos históricos, a la comunidad aún le queda tiempo para crear leyendas, pero sobre todo para decir la verdad. Porque al ver dónde estamos parados, al ver quién hace filosofía y por qué, podemos decir que la búsqueda de sentido nos rebasa, nos desborda. Un espacio pequeñísimo queda para las lágrimas y para la vida, pero queda, en esa resistencia que se vuelve eco, eco que se vuelve leyenda. Qué filósofo se atrevería a responder a Jean Luc Nancy que se equivoca, cuando nos ha traído la imagen de los cuerpos desgarrados, amontonados, ahí donde la muerte no deja tener sentido, aunque los ideológos de todos los tiempos hayan intentado vender a la ciudad y a la comunidad.

 

Pero aquí no se trata de dinero, se trata de tiempo, de cuerpos insertados en una temporalidad, cuerpos ofrecidos, que aman, que sufren, que buscan, que tienen una espacialidad. En el desarrollo de su búsqueda, aún en el límite que se expande, el poder creador que usamos incluso para despegar las realidades cotidianas de la vida. Esto me recuerda a la filosofía de Miguel de Unamuno con la de Jean Luc Nancy: la búsqueda de sentido, de un sentido que construimos, al igual que la realidad, según Unamuno: “Y es porque la filosofía no trabaja sobre la realidad objetiva que tenemos delante de los sentidos, sino sobre el complejo de ideas, imágenes, nociones, percepciones, etc., incorporadas en el lenguaje y que nuestros antepasados nos transmitieron con él. Lo que llamamos el mundo, el mundo objetivo, es una tradición social. Nos lo dan hecho”. [4]

 

Jean Luc Nancy nos permite pensar en los cuerpos en el espacio, los cuerpos sintientes, siendo unos con otros, en comunidad, pero también siendo llaga. ¿Cuál será el eje, la órbita del mundo, para las madres que buscan a sus hijos en las fosas clandestinas en el desierto? El tiempo y las obras que realizan estas personas, esta comunidad de personas, se separan de la corriente del mundo, de la actualidad, dejan de estar inmersas en el flujo normal del mundo, al detenerse, en su dolor y búsqueda de consuelo a su tragedia

 

El mundo es una tradición que nos han dado, acaso ahora no seamos capaces de mirar la narrativa que nos rodea, pero cuando se la empieza a mirar se revelan cosas, como el sentido, eso que buscamos con ahínco, que desesperamos al no encontrar, al igual que pasa con el amor muchas veces.

 

Esta comunidad que se disuelve, que lucha, está llena de amor y de esperanza, la esperanza es la virtud, de aquellos que formamos parte del mundo, que trabajamos hasta extenuarnos, porque hay un sentido que nos llama. Entonces, frente al cansancio y la pena que da contemplar a la comunidad herida, nos quedamos en silencio, el tiempo se detiene en ese amor que se nos va en aquellos que se escaparon, que han sido arrebatados.

 

Así, nos damos cuenta de que somos algo más desde que hacemos consciencia de nuestro cuerpo con sus características tan particulares, estas venas, esta piel, etc, y la filosofía va más allá, hacia la poesía: Cúmplenos decir, ante todo, que la filosofía se acuesta más a la poesía que no a la ciencia. En Nancy, la prosa filosófica se acerca a la poesía, a la epopeya, los hechos dejan huellas en la memoria:

 

Extraños cuerpo extraños, dotados de Ying y de Yang, de un Tercer Ojo, de Campos de Cinabrio y del Océano de Soplos, cuerpos con incisiones, cincelados, marcados, tallados a modo de microcosmos o de constelaciones: ignorantes del desastre. Extraños cuerpos extraños, eximidos del peso de la desnudez y abocados a concretarse en sí mismos, bajo sus pieles saturadas de signos.[5]

 

Somos signos del amor, seres de cuyo misterio emergen toda clase de relatos, de obras, de sueños y esperanzas. Somos también una angustia muy grande, desde Kierkegaard, pasando por Unamuno y cada uno de nosotros, en nuestra experiencia personal, que compartimos con la comunidad:

 

Que el sentido del ser = estar, significa que la estancia del estar (y de su ontología) es la comunidad. Estar consigo mismo es ya estar con otro, no porque yo sea otro que el que está, no. Que «estoy» es mi evidencia porque estoy con otro, o porque comparto mi evidencia —bien que ese otro puede ser a veces yo mismo. La comparecencia es condición de la aparición singular, y la co-presencia lo es de la presencia.[6]

 

Vivimos la experiencia de nuestro tiempo, al límite, esfera giratoria de sentidos y sin sentido, de guerra y amor, es donde el silencio es también una forma de revolución, donde estamos en la búsqueda y construcción de realidades; si la filosofía se acerca más a la poesía que a la ciencia, esta nos podrá enseñar a construir, a crear, la paz, la protección de lo sagrado, que son nuestras vidas, nuestros cuerpos, nuestra tragedia de la conciencia de nuestra finitud. En sus reflexiones al respecto Unamuno puntualiza: Quererse, ¿no es quererse eterno, es decir, no querer morirse?, y nos recuerda el conato del que hablaba Spinoza de perseverar en nuestro ser.

 

Acaso sea en el momento de la muerte, la revelación de nuestro carácter de seres infinitos, acaso sea algo así a lo que se refiere Nancy al decir: “La muerte, ahí donde una existencia llega a su fin, una apertura. Ahí donde llega a su fin por su propio movimiento, un retorno a sí mismo de lo abierto. Lo que llamamos amor está exactamente al bordo de este retorno”.

 

En esta apertura de regreso a sí mismo, valoramos nuestra vida y nuestra muerte; a este respecto Unamuno se daba cuenta de un exceso de valorización de la vida: Y sucede que a medida que se cree menos en el alma, es decir, en su inmortalidad consciente, personal y concreta, se exagerará más el valor de la pobre vida pasajera.

 

Acertadamente advierte sobre estos signos de los tiempos modernos, que nos han dejado a veces sin habla, frente a hechos de injusticia de un mundo que hace del sufrimiento un espectáculo; ante esto, poner un silencio de por medio, distancia hacia los males de nuestro tiempo que parecen dejarnos en jaque, pero, ahí donde el hombre existe y se contempla, donde trabaja con esfuerzo en la búsqueda constante del sentido queda la esperanza de escribir nuevas epopeyas y quizás se necesite para eso reinventar y reivindicar la escritura.

 

Bibliografía

  1. Nancy, Jean Luc, La comunidad inoperante, Escuela de filosofía ARCIS, Santiago de Chile, 2000
  2. _____________, Corpus, Arena libros, Madrid, España, 2003
  3. Unamuno, Miguel de, El sentimiento trágico de la vida, disponible en https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Miguel%20de%20Unamuno%20Del%20sentimiento.pdf

Notas
[1] Nancy, Jean Luc, Corpus, Arena libros, Madrid, España, 2003.
[2] Idem.
[3] Nancy, Jean Luc, La comunidad inoperante, Escuela de filosofía ARCIS, Santiago de Chile, 2000.
[4] Unamuno, Miguel de, El sentimiento trágico de la vida, disponible en https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Miguel%20de%20Unamuno%20Del%20sentimiento.pdf
[5] Nancy, Jean Luc, Corpus, Arena libros, Madrid, España, 2003.
[6] Nancy, Jean Luc, La comunidad inoperante, Escuela de filosofía ARCIS, Santiago de Chile, 2000.

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