Un arrebato a la subjetividad (Presentación al libro Silicolonización: la subjetividad arrebatada)

Silicolonización: la subjetividad arrebatada, bien podría ser el título de una novela distópica de Bradbury, Orwell, Huxley o incluso Ende, a quienes recurriré en lo ulterior justamente para reflexionar cómo nuestras actuales sociedades, colonizadas por las empresas tecnológicas de redes sociales dominan el mundo que habitamos, transformando nuestro modo de ser, de actuar, de pensar, de conducirnos en general, una manera de enajenarnos, de alienarnos.

Y sí, de eso trata esta reflexión conjunta. De la transformación voraz y apresurada que hemos vivenciado y que como tal, la cavilación, la meditación, la contemplación, no han tenido mucho espacio en nuestro andar cotidiano. Bauman menciona que al vivir en una sociedad tan acelerada todo está lleno de incertidumbre y tenemos menos capacidad para decidir, “no hay quien tome decisiones sensatas”.

Pero vayamos con cuidado, desde el título del libro, hasta cada uno de los ensayos vertidos en este compendio, suscitan previos y permanentes análisis e investigaciones del lector, que derivan en interesantes encuentros. Así, el texto habla de una colonización y aunque encontré en mis búsquedas conjuntas a la lectura, que colonizar implica un acto de dominación que puede ser violenta o pacífica, me parece una contradicción, casi un oxímoron, que una dominación pueda ser pacífica, en realidad siempre es violenta, pues aunque no haya luchas, guerras, revoluciones o violencia física, con armas que invadan o ataquen lugares o cuerpos físicos, la inmersión en las subjetividades, la enajenación, es brutal. Cuerpos sometidos, consumidores, dóciles en palabras de Foucault.

Ahora, ¿quién hace esa colonización? Las corporaciones tecnológicas que dominan nuestros espacios en las redes sociales que hospedamos, consultamos, comentamos y vivimos cotidianamente. Esas empresas albergadas en la capital de la globalización: Silicon Valley.

Si, como se ha dicho, esta invasión nada pacífica, la han hecho dichas empresas y la han hecho hacia nuestras formas de ser para ser de una sola forma, entonces nos han arrebatado nuestra subjetividad.

Lo menciona Constante en el prólogo, la crueldad con la que el mundo, a partir de la pandemia del 2020 “quedó a merced de los pixeles, de las conexiones” para “comunicarnos”[1].

Ya el cambio, la mutación estaban dados desde el advenimiento del internet en nuestro mundo, pero las resistencias todavía se manifestaban y la transformación, aunque no lenta, permitía la adaptación paulatina a las innovaciones digitales. A partir de la pandemia todo mutó. Según la teoría de la Difusión de innovaciones y su categoría de adoptantes, la adopción de nuevas tecnologías comúnmente muestra un progreso a través del cual los usuarios van teniendo una adaptación a las nuevas ideas, propuestas o modos de interacción, que puede ir desde los más innovadores hasta los más rezagados. Pues bien, la pandemia no nos dejó opción para adaptarnos o elegir qué tipo de adoptantes ser y nos obligó a ser de esa primera categoría de innovadores, es decir, según la teoría de Everett Rogers, adoptantes caracterizados por un entusiasmo inusual hacia lo nuevo (entusiasmo por supuesto no voluntario ni natural, sino impuesto por las condiciones de la cuarentena, del encierro, de la reclusión en los hogares), tuvimos que responder de manera casi inmediata a las novedades tecnológicas para interactuar por los medios digitales, para experimentar y ensayar en casi todos los ámbitos (la docencia, el comercio o negocios, etc…).

La manera en la cual hemos extrapolado todas nuestras relaciones e interacciones a la vida online, nuestra dependencia a las redes, nos muestran la esclavitud a la que parece voluntariamente nos hemos sometido. Esa sujeción ha disminuido nuestra capacidad de análisis y reflexión, de crítica, como en esas sociedades ficticias descritas en 1984 y Un mundo feliz, desnaturalizadas y mermadas en su capacidad de respuesta. Con personas anuladas, desubjetivadas. Sociedades en las que nos creemos libres de actuar, de pensar, de consumir o dejar de hacerlo, pero en las cuales todo nos ha sido impuesto: necesidades innecesarias, deseos indeseados, emancipaciones reprimidas…

Cada vez más nos acercamos a vivir realidades distópicas en nuestros ideales, en nuestros anhelos, el control pasa desapercibido o es ignorado porque proporciona placer. La indefensión aprendida la adquirimos en las redes sociales, en el mundo globalizado, globalizante, de consumo de ideas, de modas, de apariencias, bajo discursos masificados, donde hay procesos formativos, moldeadores para los usuarios.

Somos el reflejo de lo que Heidegger describió como el ser impropio, inauténtico. Repetimos, replicamos, reproducimos todo lo que se nos muestra por las diferentes redes. Por ello, se han vuelto tan efectivas las fake news. La infodemia nos muestra cómo, a diferencia de lo profundo de la reflexión de los enciclopedistas, la falta de información no es el problema, sino el exceso de ella, que nos lleva a un habla sin contenido, creyendo por ese exceso de atisbos que miramos por todos lados, que nuestros discursos, son nuestros, que son profundos, que han sido comprendidos y analizados y con ello la autoridad para discernir y comentar nos invade. Derivado de ello, estamos todo el tiempo, ansiosos por lo nuevo, el encanto de lo novedoso caduca cada vez más rápido, la obsolescencia programada deviene hacia la planificación de un periodo de vida útil de las cosas, cada vez más breve. Todo es fugaz, productos, servicios, ideas, necesidades, sentimientos… La consecuencia: un pensamiento ambiguo, inestable, manipulable.

En internet, en las redes, en la vida online nos pasa lo mencionado en Fahrenheit 451: “nunca hacemos preguntas, o por lo menos, la mayoría no las hace; no hacen más que lanzarte las respuestas izas!, izas!… Nos fatigan tanto que al terminar el día, sólo somos capaces de acostarnos”[2], o (agrego yo), de ser violentos como lo han sido con nosotros, como lo han sido con nuestra subjetividad, que nos han arrebatado.

Se nos administran placebos en dosis suficientes, como baluartes para tolerar una realidad inconmensurable de estímulos que nos demandan estilos de vida inalcanzables, creados para el consumo de productos y de energías que nunca serán suficientes para saciar nuestras necesidades implantadas, nuestros deseos desbordantes.

Nuestra atención es cada vez más dispersa. Nuestro tiempo es acaparado para moldear nuestro comportamiento de consumo. Como Ende menciona en Momo, la prisa, la sensación de perder el tiempo, o de que nos falta tiempo para ser más productivos, nos incapacita para comunicarnos, nos crea rutinas mecánicas que nos hace grises, irreflexivos. “Todas las desgracias del mundo nacen de las muchas mentiras…causadas por la prisa o la imprecisión”[3].  Dejamos de cantar, de leer, de hablar con nuestros seres queridos por proyectarnos en las redes que nos han objetivado, ahí nos sumergimos invadidos por la superficialidad, que junto con nuestras arraigadas costumbres y tradiciones, nos sirven como prótesis, como disfraces, impactando en nuestras relaciones sociales.

Las nuevas formas de relacionarnos a través de redes virtuales nos vuelven estadísticas, números, fórmulas, a través de algoritmos que nos avatarizan[4].

Hay una dependencia cruel, esclavizante hacia la tecnología que produce modelos de identificación, produce una realidad. El correo electrónico, el mensajero, redes sociales, los sitios web, las plataformas académicas para clases virtuales, se vuelven los nuevos panópticos, que al ser virtuales y estar de moda, se nos vuelven tolerables y hasta amigables aun cuando no nos gusta, fuera de este contexto, ser observados por otros.

Con el Internet aparecen nuevas formas de lectura y escritura. El chat se convierte en una pantalla para proyecciones del inconsciente. La persona con quien se mantiene una charla, el sujeto real, es diferente al sujeto imaginado en la pantalla. Se entra disfrazado.

Pero la realidad no es como la ficción de la literatura, aunque parece sumergirnos ciertamente en una mentira. Por ello, esas, nuestras verdades que hemos enarbolado con estas redes de poder por las que todos estamos atravesados nos muestran ilusiones que hemos olvidado que lo son en términos nietzscheanos. Mentiras para estas nuevas subjetividades que no son nuestras, sino que han sido creadas, pues las que teníamos nos las han arrebatado.

Este libro, esta reflexión conjunta nos muestra todo lo anterior, la violencia de los algoritmos ejecutados desde las redes sociales, desde el mundo sociodigital. Nos habla de la creación de aplicaciones para generar citas, encuentros amorosos, sexuales, que exponen nuestra subjetividad objetivada, cosificada; aplicaciones  para aparentar, para aparecer como no somos. Nos pone de manifiesto cómo los algoritmos ejercen un asalto a nuestra autonomía. Estamos conectados a nuestros dispositivos, en nuestras redes más de 8 horas al día y ello nos deja ver lo alejados que estamos de nosotros mismos, así no es posible la autognosis, la reflexión, el autodominio. Nos dominan, haciéndonos creer que nosotros dominamos, a los otros, al mundo, mediante likes, a través de la cantidad de visitas en una página, o reproducciones de un video… las redes nos dan seguridad, pero impiden el conflicto fundamental para el pensamiento crítico. No generan contradicción. Todo está resuelto. Una falsa felicidad. No se duda, no se cuestiona. El algoritmo nos construye ficciones verosímiles sin miedos ni amenazas bajo una vigilancia ininterrumpida por un enemigo invisible. Y creyendo que lo controlamos todo, hemos perdido el control de nosotros mismos. Nos han desnaturalizado, nos han vuelto un rebaño que obedece órdenes.

El libro que hoy presentamos, evidencia nuestra libertad e independencia anuladas. No somos artífices sino artefactos manipulados por nuestra propia creación. Hoy consideramos reales e imprescindibles todas las ilusiones que nos ofrece el mundo digital: desde la Inteligencia Artificial (IA) hasta las ideas, productos y memes, y todo con el fin de encajar en un mundo creado para el consumo, el sometimiento y la superficialidad.

Nuestros espacios privados han quedado invadidos. Vivimos en una sociedad como la descrita por Guy Debord en la cual hemos prestado nuestra vida para convertirla en un espectáculo. Vivimos en una especie de pantalla global donde todos queremos ser visibles sin importar el precio o las consecuencias que se tengan que pagar por ello. “Te muestras, luego existes”. Subimos imágenes que aparentan lo que anhelamos. Publicamos para gustarles a los demás. Mostramos en imágenes lo que otrora fue privado: fotografías personales, con nuestras familias y amigos, los lugares a los que vamos, nuestra comida, nuestras tristezas, nos mostramos en pijama o con poca ropa, etc. Nos identificamos con youtubers e influencers, a quienes deseamos parecernos y quienes también hacen pública su vida. Personajes como las Kardashian se han vuelto objeto de anhelos, de admiración, de aspiraciones. Hemos confundido lo real con lo virtual, como ocurre en la serie Black Mirror, que nos muestra nuestras prácticas cotidianas con la tecnología y las consecuencias de la dependencia que de ella surgen.

Nuestros dispositivos móviles y todo lo que deviene de su uso, han transformado nuestros valores. Estamos vertidos en nuestros smartphones y consumimos a través de ellos todo lo que sea consumible.

La vida online nos muestra las verdades que adecuamos, que nos resultan convenientes, que nos significan, sí, justamente esas que distorsionan la realidad, pero con las cuales tomamos decisiones. Como menciona Nietzche “la verdad es esa gran ficción que posibilita la vida”.

El exceso de respuestas ante diversas búsquedas en internet genera infoxicación, sesgos cognitivos, que limitan nuestro procesamiento de la información, y la distorsión, el caos, se hacen presentes. Como menciona Saramago: “Creo que nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”. Yo agregaría, ciegos que hemos pasado inadvertida nuestra ceguera y tomamos decisiones con los ojos cerrados.

Parece tremendo, pero no podemos volver atrás, son irreversibles las consecuencias. No obstante, no se trata de revelarnos todos ahora y emprender un abandono masivo de nuestros smartphones, no, el texto no lo propone así.  Es un análisis, una crítica, un desenmascaramiento que debe sacudirnos no para sorprendernos y compartirlo en nuestras redes, sino para hacer algo, es una lectura que invita a la acción transformadora del pensamiento, de nuestros modos de interactuar con estas nuevas herramientas, recuperando nuestra subjetividad…

 

Notas
[1] Constante, Alberto, Silicolonización: la subjetividad arrebatada, Viceversa, México, 2021, p. 1.
[2] Bradbury, Ray, Fahrenheit 451, Biblioteca de Ciencia Ficción Orbis No. 8, México, 1985, p. 33
[3] Ende, Michael, Momo, Alfaguara, México, 1996, p.p. 69 y 38.
[4] Válgame el neologismo para expresar la acción de disfraz que representa el uso de un avatar para contactarnos con los otros.