I
Cualquier lector de Marcelo Schuster puede experimentar, con anticipada rapidez, que su escritura no sólo es prolífica -y prolifera, a su vez, a la manera de un virus; lo que equivale a decir rítmica y exponencialmente– sino que, además, se puede agrupar en dos o tres registros las escrituras que atraviesan, a menudo ferozmente, sus textos. Este es el caso del díptico filosófico que componen las entregas, en dos tomos bellamente editados por la editorial mexicana El Diván Negro, de su Historia contemporánea de las dolencias, conformadas por Null y Fossilis, primera y segunda parte, respectivamente, de un proyecto completamente singular dentro de la filosofía contemporánea practicada en México y América Latina. Esto es así no sólo porque Schuster pone en suspenso la consabida función de exégeta, que prima en los estilos académicos al uso, sino, principalmente, porque sus ensayos constituyen verdaderos palimpsestos donde la imagen y la escritura articulan y desarticulan significados a placer, con la venia del lector, obligando a transformar la lectura en un acto que participa de un trabajo filosófico que no es reacio a mostrar su vocación poética, su naturaleza textual. Tal vez, por ello, sea mejor describir los libros de Schuster como instalaciones textuales o artefactos,[1] máquinas de guerra -según habrían dicho Deleuze y Guattari- que transitan de la imagen al concepto o, mejor, a la deconstrucción de acontecimientos traumáticos que han marcado la vida pública mexicana. Se trata de un verdadero pensamiento del afuera.
¿En qué consiste, pues, esta Historia de las dolencias? Contrario a lo que el título podría sugerir, no se trata aquí de una genealogía de los malestares del alma ni de una exploración historiográfica de las prácticas clínicas, médicas o psiquiátricas; antes bien, este trabajo en torno a los nuevos malestares en la cultura consiste en el (des)montaje de los dispositivos técnicos, artísticos y sociales con los que se representa -ya sea visual o textualmente- la fenomenología de la violencia. Desde este ángulo, podríamos decir que lo que le interesa a Schuster es desmontar el médium, mostrar las mediaciones que hay entre los eventos y nuestra experiencia. A partir de ese desmontaje, de la deconstrucción de los soportes textuales y representacionales de las dolencias, es que Schuster vincula, con suma audacia, la singularidad de eventos traumáticos como la desaparición de los 43 de Ayotzinapa o los lamentables casos de feminicidio en el desierto de Ciudad Juárez, Chihuahua, con improbables textos filosóficos, que van de Nietzsche a Lévinas. Este des/montaje, esta asociación improbable -¿imposible?- entre los registros mayores de la escritura filosófica y los eventos aleatorios, pero sistemáticos, de la violencia política en México, le permiten al filósofo argentino levantar un tinglado, montar un laboratorio de pensamiento que profundiza, excava y traza una arqueología que hurga tras las huellas de la violencia, pero sobre todo de su archivología. Los libros de Marcelo Schuster constituyen una notable contribución al giro forense que caracteriza cierta reflexión sobre las huellas del trauma en la experiencia latinoamericana.
II
Tanto Null como Fossilis comienzan con una Advertencia: se trata de la descripción precisa, si bien austera, de los eventos y las fechas que marcan, a la manera de una inscripción, el comienzo de las intervenciones filosóficas; marca o huella indecidible que se acompaña del testimonio de una sobreviviente de la violencia o de un deudo de las víctimas de desaparición forzada o del feminicidio. Tal vez pocos ensayos como los de Schuster son tan conscientes de ser prácticas de escritura, de una escritura que busca su extimidad de manera consciente. Contamos con un primer registro, entonces: el informe y la advertencia, casi forenses, de la dolencia; la recolección del testimonio que alcanza la palabra del Otro. A continuación, el registro epigramático y poético de la segunda escritura de Schuster: bien en verso libre, o bien como un epígrafe de cosecha propia, el filósofo marca la pauta que rompe con el detalle objetivo del informe pericial. Se trata, así, de una imagen, insinuación o movimiento de la palabra, que da paso a la estructura del libro.
Null es un deslumbrante ensayo compuesto por tres secciones tituladas Máscara, Persona y Golem. A partir de ese diagrama, Schuster da rienda suelta a su tercera escritura: la deconstrucción, aquella manera de instalarse en el texto, como sugería Derrida, para leer en él las huellas del Otro, para hurgar sobre el registro, la inscripción y la operación resultante del borramiento de la alteridad, que siempre deja una marca. Este libro, primera parte de la Historia contemporánea de las dolencias comienza con una reflexión sobre el nihilismo en Nietzsche -el más inhóspito de los visitantes- que en realidad tiene como telón de fondo un desollamiento: se trata del brutal asesinato de Julio César Mondragón, estudiante normalista que fue desollado en vida por el crimen organizado, en contubernio con el ejército mexicano, y cuyo rostro fue arrancado para exponer su cuerpo públicamente, a través de imágenes fotográficas que circularon rápidamente tras los sucesos de violencia en Ayotzinapa, dentro del Estado de Guerrero. Con este telón de fondo, Schuster hace un giro interesante e impensado en la cuestión, que va más allá del debate sobre la legitimidad de mostrar las imágenes de la violencia o no, y se centra en la cuestión de la oscura dialéctica entre el rostro y la máscara, el rostro y el desollamiento. La tragedia de Dionisos, y sus dispositivos teatrales sagrados, se ven cara a cara con Xipe Totéc, nuestro señor de los desollados en el panteón mexica de los viajeros de Aztlán. Entre la máscara y el desollamiento hallamos a la tragedia. Como escribe Schuster: “¿Quién tiene derecho a portar una cara?” (Schuster 21) y más adelante: “El rostro llega con la urgencia de su masacre” (Schuster 28). Su atención se dirige entonces a esa oscura pulsión de muerte que late tras el artefacto, el medio mismo del teatro y su dispositivo: la máscara, una suerte de cosa–injerto, a la vez trasplante y objeto de alteridad liminal. Como pocos, Schuster atiende a la continua genealogía que vincula a la violencia, junto a su despliegue soberano, y al medio de la representación, que tramita los signos con los que la brutalización se significa. Del medio al pasaje al acto, de la necropolítica a sus dispositivos mediales y tecnológicos es que se traza el vaivén de Null. Así, Schuster afirma con contundencia:
El contexto se empalma como una rueda laboriosa: mientras los rostros son arrancados en Filipinas, Nigeria, Bangladesh, El Salvador, Botsuana y en un sinnúmero de desapariciones, los tejidos sintéticos, mezcla de material vivo y de incrustación inorgánica, son trasplantados en clínicas prestigiosas de la mundialización, de Nueva York a París, entre Barcelona y Tokio. Es decir, el itinerario de la fuerza no sólo va del pie al ombligo, sino del estrago al implante, de la demostración de poder a la tecnología del simulacro. (Schuster 21)
De este modo, queda claro el itinerario conceptual de Null: un recorrido que va de la reflexión de la desaparición forzada al análisis de sus dispositivos de exhibición. En palabras de Schuster: “Si la ontología ‘desaparece’ lo insustancial, el espectáculo denuncia la semejanza entre la desaparición forzada y la estética de exhibir mutilaciones.” (Schuster 45) El trazo que nos lleva de la máscara al rostro, de la carne al simulacro, nos acerca a las reflexiones sobre la tecnología, a la imagen-clon de la barbarie, pero también, y sobre todo, a la condición tecnológica de los medios de representación, que nos remiten al geminoide (robots que serían los gemelos de sus creadores) o al Gólem (máquinas capaces de autoeditar su inteligencia).
III
Finalmente, Fossilis es una instalación textual conformada por tres secciones: “Rastridad. 21 giros filosóficos, como prolegómenos al desentierro”, “La llamada de Emmanuel Lévinas. 2012” y una peculiar “Autoentrevista heterológica”. Tal vez, hablando de las escrituras de Schuster, esta segunda entrega de su díptico filosófico culmine aquel trabajo deconstructivo que Null comenzaba, pues aquí su propia escritura se desdobla hasta volverse autorreferencial.
Las 21 tesis de Schuster son una densa y riquísima reflexión filosófica sobre ese giro forense del que hablábamos: la obsesión por el fósil, pero también por la fosa, por el entierro y la exhumación de los rastros y restos, de la huella del otro dejada por la violencia. Si Null reflexionaba sobre la tecnología de clonación y el funcionamiento excritural de las máquinas cibernéticas a partir de los 43 de Ayotzinapa, Fossilis monta su laboratorio textual a partir de los casos de feminicidio en la frontera norte de México, trasladando así la geografía de sur a norte, de una violencia de estado a otra (por omisión), pero también llevando sus escrituras del valle fértil al desierto agreste. Hay algo en Fossilis, acaso un giro en las escrituras de Schuster, que lo acercan al devenir-desierto tan característico de Edmond Jabés, lo cual no puede ser arbitrario, en la medida en que nuestro filósofo afronta la cuestión del desentierro de los restos y rostros mirando oblicuamente a los textos de Lévinas, y al texto derridiano de duelo por la pérdida del maestro. “Fossilis -como dice el autor- son muchas cosas: las rastridades de restos, los rastrillajes en busca de vestigios, fusionados en la materia, las excavaciones que expropian el terreno de sus geografías locales.” (Schuster 21) Así que se trata de rastridades, de las huellas y dispositivos del rastro, de la cosa-fósil que surge del desentierro; del “rastro y el resto (que) nunca parecen coincidir en la (dis)locación de la huella.” (Ídem) Y más adelante, el filósofo precisa: “Si la arqueología produce las huellas con el rastrillo del desenterramiento, la archivología las reconvierte en agenciamientos mnémicos, bajo su misma impresionabilidad de contacto. Hablaría de la sinestesia de una rastra que auto-registra su tactilidad por debajo y en derredor de los suelos.” (Ídem) Un acierto notable del ensayo, que también figura en Null, es el acercamiento a lo político que Schuster logra por medio del arte contemporáneo: ahondando en el proyecto forense del escultor Frank Bender, que consiste en reconstruir por medio de algoritmos el rostro de las desaparecidas, Schuster logra vincular y arrostrar hasta aquí la relación entre el rostro y sus prótesis técnicas, el rostro ausente y el simulacro sin original. Estas tesis, estos fragmentos refulgentes, profundizan en la mediología y ecología técnica que acompaña los problemas de la huella y la justicia, del Otro y la desaparición de sus rastros, físicos o mnémicos.
La segunda sección del libro, “La llamada de Emmanuel Lévinas” tiene un peculiar deíctico que data el origen del texto en 2012; ya que la publicación original de ese ensayo, revisado para su inclusión en este nuevo volumen, fue precisamente en aquel año, lo que convierte a Fossilis en un verdadero ensamblaje, una instalación que vincula escrituras heterológicas. A partir del recuerdo de Derrida de las llamadas telefónicas de Emmanuel Lévinas, y de sus singulares manierismos, Schuster articula una potente reflexión sobre el desierto como fosa, un tropo que es caro a los primeros textos de Lévinas, donde abordando algunos pasajes bíblicos referentes al éxodo, el filósofo judío plantea lo siguiente: en la cultura patriarcal del mundo semítico, cuando Abraham envía una pequeña embajada en búsqueda de tierras fértiles donde asentarse, recibe un mensaje contundente: el desierto no es matriz, tierra fértil, sino fosa, pues en esas tierras no se da a luz vida, sino que el vivo surge de la tumba, la fosa. El desierto-fosa, que invierte la cronología y la metafísica del nacimiento (la matriz como cuna incubadora de vida), es el tropo desde el que Schuster puede reflexionar sobre los feminicidios en Ciudad Juárez. El desierto-matriz, el desierto-fosa se presenta, así como un espacio letal para las mujeres trabajadoras de las maquilas globales. Sin embargo, una cuestión salta en la lectura: si el desierto bíblico remite a la experiencia de la diáspora de la cultura patriarcal de las tribus semíticas, el desierto mexicano apela al relato del Estado-nación y su difuminación en la frontera norte, ¿cuáles serían las diferencias entre ambos sistemas patriarcales, uno que remonta las genealogías en la incertidumbre del Nombre y el otro que traza la necropolítica feminicida que, por desgracia, se ha vuelto arquetípica en México? Como sea, este palimpsesto, esta yuxtaposición entre el texto levinasiano y la necropolítica mexicana, resulta ser un cruce imprescindible.
Por último, la retadora y lúdica “Autoentrevista heterológica” brinda pistas, a la vez que relata la historia de esta publicación, mientras que, simultáneamente, permite identificar tanto los tópicos centrales de la producción intelectual de Schuster, como las estrategias filosóficas que le permiten vincular el texto levinasiano sobre el hitlerismo con las muertas de Juárez en la frontera norte, como si de una iteración se tratara. A partir de la atención deconstruccionista a la singularidad del acontecimiento, Schuster logra pensar, con una asombrosa relevancia y frescura, las lógicas y dinámicas de la violencia mexicana, atendiendo, siempre de nuevo, a su carácter mediático y tecnológico. Así, escribe el Schuster-entrevistador en un peculiar diálogo heterológico consigo mismo: “Tú, desde el borde de tu historia oculta, traes el reprimido que Lévinas parece guardarse y le respondes sin tener la certeza, ¿cómo salir del muro del gueto?, ¿cómo salir de sus escombros incontenibles? O peor aún, ¿cómo desarmar el juego de cajas que hace del campo un horno, y a la postre, una fosa inhallable? Juárez es su Shoah (no escrita), intuyo.” (Schuster 101) Me pregunto, ¿cuáles son, a pesar de todo, las diferencias que se hayan entre la Shoah y los feminicidios en la frontera norte? Diferencias que nos impedirían caer en la tentación de hacer de Auschwitz una violencia trascendental que se itera indefinidamente en América Latina.
IV
A la par de las tres escrituras de Marcelo Schuster, la imagen visual de grabados, episodios y representaciones visuales del rostro (y sus derivas tecnológicas y cibernéticas), fungen como estrategias paratácticas que trazan una sugerente dialéctica entre el texto y la imagen, donde la imagen no ilustra al texto y el texto no analiza la imagen, sino que coexisten, se diría que retándose, obligándose a forzar la interpretación y a diseminar las escrituras de Schuster, que, tal vez, encuentran en este contrapunteo el móvil, y acaso el método, de interpretación de sus artefactos o instalaciones que, aún, nos vemos obligados a denominar libros. ¿No será la imagen visual, reproducida como un injerto en sus instalaciones textuales, una cuarta forma de excritura de Marcelo Schuster?
Bibliografía
- Schuster, Marcelo. Null. Historia contemporánea de las dolencias 1. México, El diván negro, 2021, pp. 112.
- Schuster, Marcelo, Fossilis. Historia contemporánea de las dolencias 2. México, El diván negro, 2021, pp. 110.
Notas
- El propio Marcelo no es ajeno a las exigencias del ensayo visual, según muestran sus video-instalaciones Ilse (en memoria de Ilse Weber) y Las revoluciones elementales. ↑