Comentario libro Lou Salomé

Comentario libro Lou Salomé

Un gusto encontrar un libro dedicado a reflexionar a Lou Andreas-Salomé, y que en medio de su decir, abandona al personaje, para encontrarse exclusivamente con Lou.

Linda esta iniciativa, de generar tertulias de discusión que dan siempre para mucho; se agradece que las autoras tengan a bien, compartirnos las reflexiones personales que dejan aquellas tertulias, y que nos deja conocer la riqueza que claramente las ha constituido.

Un interesante prólogo de la apreciada Zenia Yébenes, que nos invita a leer a otro personaje, y no a Andreas Salomé. Aunque es Raquel Aguilar, quien nos hará el favor de introducirnos en el texto, y en la exposición de cada autora, para inmediatamente cederles la palabra.

Encuentro un texto lleno de experiencia, y ello se nota en sus tres apartados “Vivencia”. A últimas fechas pienso mucho cómo puede ser pensada la vivencia a nivel metodológico, o metódico en las ciencias sociales; desde estas mis disertaciones e inquietudes personales, es que las reflexiones del libro me otorgan un doble aporte.

No me detendré en las secciones del texto, a pesar de recuperar “las vivencias”. Los aportes que brinda cada autora, no poseen propiamente una homogeneidad, pero tampoco nunca dejan de dialogar. La hebra inicial está dada por la reflexión de Lou: “De las consecuencias de que no fuera la mujer quien matara al padre”, y que sirvió a las autoras para gestar discusión.

Menciono mi vivencia conforme la voy encontrando con los textos. Quizá la vivencia histórica traída por Stefanía Acevedo, conmueve por su forma de irrupción. Si alguien no lee la introducción de Raquel, se llevará una sorpresa al leer esa epístola. He de decir, que sentí que me arrebataba una de las herramientas que he utilizado (y sobre todo fantaseado) mucho, escribirle directamente a la que sí nos parece la oyente Lou (o cualquier otr_), no solo es una carta post-escriptum, está en verdad dirigía a ella; el Otro de Lou sí está aquí con toda su otredad (sin redundancia). El de Stefanía, es un ensayo, claro, pero finalmente una completa misiva; esa escritura que hoy en día es tan recuperada por la vía subjetiva del(a) pensador(a) y/o del(a) investigador(a).

Las autoras ya traen a una Lou, no-cartesiana, que abre un amplio campo al propio decir, donde se brinda oportunidad incluso para la vía artística, y ello facilita una posibilidad para otro conocimiento (como nos recuerda Raquel). La bella carta de Acevedo, invita a ser degustada; con todo y su forma directa de hablarle a Lou, y de interrogarle, ahí donde la actual Stefanía se sacude desde su propio tiempo-espacio, que por cierto, no deja de explicarle a la pensadora rusa, para darle a conocer su misma posibilidad de ubicación.

Elena Bravo Ceniceros, en otra parte, nos brinda una Lou inesperada, muy humana, pero muy psicoanalista; o bien, una psicoanalista muy humana. En general, todas las autoras evitan la deificación de Salomé, por ello nos queda mejor hablar de Lou, después de leer su texto. Elena nos regala a la Lou clínica; esa que, sin haber vivido un análisis, no deja de pasar quizá por preguntas de autoanálisis (quizá esa es una duda subtendida que nos deja Bravo Ceniceros); si bien, se puede pensar si Freud gestó un autoanálisis escrito al dialogar con Fliess; aquí aparece la duda en particular con el caso de Lou, quien gestaba una clínica, sin-con autoanálisis, una mujer fuerte, pero dispuesta a aprender del considerado descubridor del psicoanálisis.

Los diálogos que recupera Elena, me parecen muy responsables y documentados, siguiendo el rastro epistolar entre Lou, Sigmund y Anna (y muchos más); al tiempo que complementa la lectura histórica, con la teórica. Por ello su lectura es muy justa, porque incluso nos hace leer a un Freud (no solo a una Lou) diferente; un hombre que se deja interrogar, que se forja dudas con el pensamiento de otra (una mujer); y con ello, podemos quizá pensar, ya no solo -como se lo podría pensar- a un personaje imbuido en una cerrazón de su propio razonamiento (como se lo ha pensado a partir de su relación con Jung, Fliess, Adler, Ferenczi, o Reich).

Freud habla incluso de no comprender lo que está escribiendo Lou, pero quizá en el sentido, de no alcanzar a entender lo que propone la autora (es decir, asumiendo una imposibilidad o tal vez, incapacidad).

Leer también a ese Freud, resulta interesante [aunque Elena no está proponiendo ni mucho menos, abrir una apología freudiana]. Tal vez a ese Freud, aún no lo hemos leído.

El trabajo analítico de Lou, sí se supervisa con el maestro Freud, pero al tiempo, ella se juega o se vivencía en una clínica, donde algunos autores contemporáneos (Ogden, Shaffer), utilizarían el término self-disclosure para hablar de la expresión de vivencias personales (o expresiones que parecen de orden netamente subjetivo). Ello me parece que ha sucedido a lo largo de toda la práctica analítica, sin embargo, aquí encontramos una “supervisión de análisis” Sigmund-Lou, que permite entrever la dinámica intersubjetiva de estos hacedores de análisis.

Elena coloca interrogantes sobre el quehacer, y sobre lo que podría ser una escuela clínica psicoanalítica, que no quedó como en el caso de otras analistas mujeres (como Klein, Anna Freud, Horney, o Deutsch); al parecer no solo se trata de una hacedora solo de análisis, sino una gustosa gestora de sesiones analíticas, con interesante sentido de responsabilidad por el otro (al grado de recibir cierto señalamiento casi en tono de regaño en voz de Freud, por el proceder cuasi-altruista de Lou).

Al no quedar algo así como una “escuela”, no cabrían casi preguntas a un corpus teórico, pero sí una interrogante, a una práctica y a un pensar ancho, que aunque no sea una “obra analítica”, sí se trata del gran pensar de una de las primeras analistas de la historia. Ahí es donde queremos inquirir a Lou -como nos encantaría ese cara a cara que hizo Stefanía-, sobre cómo entendía a la mujer [hoy desde la vía feminista contemporánea, apetece más hablar de mujeres, no por ser un plural abusivo, sino, porque ya podemos abandonar la idea de pedir a un ser, que sea “La Mujer”].

La pregunta sobre la feminidad, aunque se hace ver en todo el libro, es la pregunta inicial del texto. Podemos decir que se trata de aquello que desde Fernanda Magallanes, hasta el cierre de Raquel Aguilar, interroga, qué entiende, o que entendía la época de Lou por lo femenino.

Es destacable que el libro no enarbola ningún personaje -como ya subrayamos-, y por ello puede interrogarle, sin que sea tampoco un abuso. Las preguntas son justas, porque no cruzan la frontera epocal, inquiriendo desde nuestro propio tiempo y solo desde ahí (basta como ejemplo, el escrito epistolar de Acevedo); no, las autoras son comprometidas, precisas y respetuosas con el pensar (y sin gestar ciertas querellas con la escritora-analista, por proponer ideas, que hoy podrían pasar por francamente inaceptables. Pero el pensar, es interrogar con justicia, sin cruzar por una militancia-no reflexiva).

Patricia Corres (le recordamos, y desde luego, nos sumamos a ese in memoriam de la apertura del libro) abre la historia de Lou. Debió por ello tocar también al mito, que a su vez deshacen Fernanda Magallanes y Laura Ferrón, no se suman, pero deben subrayar la fábula de Lou Andreas-Salomé como la femme fatale, como también destaca Zenia. Deconstruyen el personaje, aunque aparezca la mentada “Santísima Trinidad: Paul Ree, Nietzsche, Lou” (De la Garza), hasta la relación en que le ha colocado la historia filosófica (no exenta de mitos, y de franco cotilleo) como los elementos de: amorío, despecho, o uso del otro, con muchos personajes más, que también se nombran las más de las veces en forma de tríada como el sonado Rilke, Nietzsche y Freud. Estas “triadas” ensombrecen a la pensadora rusa, y evitan descubrirla.

Patricia Corres nos hace saber (todas las estudiosas del libro, siguen de manera pautada diferentes biografías, incluyendo la autobiografía), que el encuentro con Freud se da muy temprano -si le queremos adjudicar un nuevo nombre- en 1895, para finalmente encontrarse en pleno con el psicoanálisis, en el Congreso de Weimar en 1912 (que es la fecha más conocida); y donde comenzará una relación con este quehacer, hasta su muerte.

Las estudiosas de este libro, además de un seguimiento pautado y riguroso -insisto-, se atreven a desmenuzar al personaje, para entonces, buscar a muchas Lou’s. Eso pasa con Corres y con Laura Elena Ferrón; esta última a su vez, al interrogar la época de Lou, interroga la historia de la humanidad, como una historia del hombre propiamente (este aspecto es siempre destacable; y a quienes lo señalamos insistentemente, se nos tilda de exageradas y exagerados, o francamente no se nos escucha, como si se tratase una cansina consigna, solo cantada por los movimientos feministas).

Vanessa Reyes abre la vía de los apartados, rescatando a la pensadora, que ya no habla propiamente de una ruta -que por argot- invitaría a ser pensada como literata o filósofa. Pero más bien abre la ruta para las otras Lou’s que hacen hablar todas las autoras. Ella será la que anuncie la interrogación al patriarcado, que concluirá hasta el fin del libro, con el apartado “Vivencia ¿Feminista?”; y que bueno que la acepción feminista fue dejada en interrogación. Sería incongruente tratar de engarzar el pensar y el hacer de Lou, dentro de francas luchas feministas de las que no participó, ni en su época, y que no son propiamente conciliables, con los francos pensamientos feministas (que ojo, yo sugiero no seguir aquella premisa de un feminismo inaugural, a partir de la publicación de “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir -como tanto se hace-, hay muchos feminismos, muchas luchas, muchos quehaceres, y sobre todo: muchas vivencias). Afortunadamente las autoras pudieron llegar junto con las interrogaciones sobre Lou, a Gayle Rubin, Carole Pateman y Rita Segato (Hernández Uría). También por ello Raquel cierra el libro con una pregunta-¿respuesta? Con su frase “Epistemología feminista”.

Me encanto la propuesta de “mujer soberana” traída por Ma. Alejandra de la Garza, y dejo la entrada a su participación, como cierre de mi reflexión, pero como una invitación también al texto: “En este libro hemos sido convocadas varias mujeres para pensar a Lou Andreas Salomé y para escribir sobre ella, pero ¿desde dónde? No puede ser fuera de la propia experiencia de estar analista del ser analizante y de la vida misma” (p. 56). ¡Vaya frase!… dejo eso de “estar analista”, “ser analizante”, “analizante de la vida misma”, y “estar analista del ser analizante y de la vida misma”.

Felicito a las autoras, y les agradezco dejarme conocer algo de Lou Andreas Salomé, al mito, a Lou, a la psicoanalista, a la mujer. Enhorabuena, muchas felicidades, y es una alegría sentirme participe de su discusión, con solo leerles me hicieron participar de sus tertulias…

 

  • Raquel Aguilar García, Coordinadora, Lou Salomé, de las consecuencias de que no fuera la mujer quien matara al Padre, Ediciones Navarra, México 2024.