Algunas reflexiones sobre la civilización china

Universidad “Aurel Vlaicu” Arad-Rumania

 

La idea de civilización es más superficial en Occidente que en Oriente. Los occidentales parecen creer que solo ciertos aspectos de la vida humana pueden ser sometidas al control, mientras que otros, que pertenecen a su existencia fisiológica, no pueden ser influenciados por la modelación social. En cambio, los orientales tienen un proyecto que puede considerarse totalitario desde la perspectiva occidental, ya que están convencidos de que nada puede resistir la acción transformadora de la sociedad.

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Para los orientales, un hombre que no es completamente artificial no es un hombre perfectamente civilizado.

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El proyecto de la civilización china es un proyecto biopolítico, porque modifica de manera perfectamente programada la naturaleza humana, transformándola en un fascinante artificio.

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En Europa, solo hay dos proyectos que se acercan al oriental, sin llegar a igualarlo: la civilización clásica de Grecia y el Renacimiento.

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Il Cortegiano de Baldassare Castiglione es un excelente manual de adiestramiento, pero ni siquiera él alcanza las sutilezas que ha logrado el pensamiento oriental.

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La fisiología escapa a las preocupaciones de los pensadores occidentales, pero es tomada en cuenta por los orientales, que ambicionan someterla.

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El proyecto oriental de alejar al hombre de su naturalidad y animalidad es el verdadero proyecto de creación del superhombre.

Porque no pueden superar la animalidad del hombre a través de la educación y la disciplina, tal como lo lograron los orientales, los occidentales esperan hacerlo a través de la tecnología, así como ocurre en el proyecto transhumanista.

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El superhombre oriental es el sabio que controla toda su existencia, desde la fisiología hasta la psicología.

El superhombre occidental es el cíborg…

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El hombre occidental termina convirtiéndose en una sola cosa con los artefactos que crea, realizando una inquietante síntesis entre humanidad y objetualidad.

El hombre oriental no necesita la ayuda de los artefactos para superar su animalidad, sino solo de la abrumadora fuerza del entrenamiento y la disciplina.

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El superhombre oriental sigue siendo hombre, pero un hombre transformado, un hombre mejorado con método.

El superhombre occidental ya no es humano, sino una combinación entre cerebro, tecnología y artefactos.

Para rivalizar con el superhombre oriental, el superhombre occidental sacrifica su humanidad.

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Los orientales nunca han hablado del superhombre, pero han logrado crearlo.

Los occidentales están obsesionados con esta idea desde hace más de un siglo y medio, pero solo han llegado al hombre subterráneo…

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Para los chinos, el hombre natural es el salvaje, es el bárbaro. No se diferencia en nada de los animales, por lo que su existencia carece de  significado alguno, carece de sentido.

Para entrar en la comunidad de los civilizados, el hombre debe someterse a una serie de reglas y cumplir numerosos ritos, demostrando así que su vida no se rige por la naturaleza, sino por las numerosas restricciones de la vida social.

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Para los chinos, solo el bárbaro sigue sus instintos, actuando como le dictan sus impulsos inmediatos. El hombre civilizado se desprende de cualquier pulsión y actúa no como se lo piden sus sentidos, sino como se debe, como lo exigen las reglas de una convivencia armoniosa en sociedad.

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El hombre civilizado es aquel que censura o incluso evacúa su animalidad, siendo capaz de demostrar que ha sido moldeado por la cultura que él ha apropiado.

En el caso del hombre civilizado, ya no existe nada espontáneo, inmediato o reflejo. Todo está mediado, transformado, puesto en escena.

El bárbaro se muestra en su desnudez, sin máscara y sin rastro de restricción. Si siente que debe gritar, grita; si siente que debe matar, mata.

En cambio, el civilizado ha aprendido a jugar su papel, el civilizado se da sistemáticamente en espectáculo.

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El civilizado se convierte en amo de su hipocresía, trabaja su personaje con atención, esforzándose por corresponder a los estándares que impone la sociedad. Él sabe jugar como se le indica.

Ser civilizado significa transformarse en un personaje, aprender a jugar el juego social.

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Desde la perspectiva de los chinos, los bárbaros están más cerca de las fieras del bosque que de los súbditos del Imperio del Medio.

Es bárbaro quien hace todo lo que le dicta su sangre caliente, es bárbaro quien es solo una marioneta de sus pulsiones.

El hombre civilizado es aquel que siempre hace lo que debe, siguiendo los modelos indicados por los grandes libros de la tradición y los ejemplos de los sabios.

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El hombre civilizado es el hombre que ha liquidado su subjetividad, reemplazándola con una serie de juicios objetivos que pertenecen a la tradición.

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Para los chinos, la subjetividad es bárbara y debe ser embridada.

La subjetividad es el mal, porque lleva al desorden.

No lloras cuando quieres llorar, lloras cuando se debe.

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El hombre civilizado tiene una respuesta predeterminada para todo lo que le ocurre.

No hay nada improvisado, sino una solución clara prevista por la tradición.

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El hombre no puede dejarse en manos de sus caprichos  y sus imaginaciones. Se le debe decir cómo actuar en cada circunstancia, cómo salir de cualquier aprieto.

Las soluciones individuales no tienen ningún valor,  se debe responder siempre siguiendo las soluciones prescritas por la tradición.

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El hombre en dificultades no debe buscar la respuesta en sí mismo, porque la respuesta se encontró hace mucho tiempo y está a su disposición.

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Desde la perspectiva de los chinos, para ser hombre debes aprender lo que significa ser hombre.

La humanidad no es un regalo obtenido espontáneamente, la humanidad se obtiene a través del esfuerzo y la educación.

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Precisamente porque no está preparado para hacer el esfuerzo necesario para convertirse en hombre, el bárbaro permanece más cerca de las fieras del desierto.

El miedo de los chinos a los bárbaros es el miedo a la vuelta de la animalidad en la ciudad.

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Cada vez que los bárbaros logran derrocar el Imperio, el entrenamiento debe comenzar de nuevo, los conquistadores deben aprender a convertirse en hombres.

Los chinos no pueden aceptar la naturaleza salvaje, solo la naturaleza reprimida, la naturaleza sobre la que ha intervenido el hombre.

Para los chinos, incluso la naturaleza necesita una especie de educación, de eliminación de sus asperezas y sus turbulencias.

Una naturaleza salvaje, dejada tal cual, sin un poco de intervención humana, es adecuada solo para los bárbaros.

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La civilización se refleja no solo en el comportamiento del hombre, sino también sobre la configuración de la naturaleza.

Los elementos de la naturaleza no deben dejarse a su aire, poniendo en peligro la existencia de las personas. Es necesario intervenir preventivamente, la naturaleza debe ser frenada como cualquier otra bestia salvaje.

Para los chinos, la naturaleza salvaje no tiene valor; los chinos quieren hacer de la naturaleza una obra de arte.

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La ambición del proyecto pedagógico de China se revela a través de la idea de la “educación del feto”. No basta con que el ser humano sea guiado desde la infancia, él debe ser observado y dirigido según las mejores prácticas desde el vientre materno.

El hombre debe ser educado desde el momento en que fue concebido, y su educación debe continuar, gracias a los innumerables mecanismos de que dispone la sociedad, a lo largo de toda su vida.

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Puedes ser chino solo si aceptas ser completamente moldeado por la sociedad, renunciando a cualquier espontaneidad y veleidad de independencia.

Desde la perspectiva de los chinos, las personas no deben tener sentimientos, sino comportamientos previamente programados y considerados adecuados para cada situación.

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Los chinos creen que el individuo no debe ser dejado a su aire, no debe dejarse abandonado con la responsabilidad de elegir su propio comportamiento, principalmente porque la tradición posee suficientes ejemplos de conducta justa.

La interacción social en China tiene lugar en función de una serie de códigos extremadamente precisos, que no dejan al azar ni un solo matiz. Todo está prescrito, predeterminado, preprogramado. El individuo no debe hacer el esfuerzo de inventar por sí mismo una determinada conducta, sino que está obligado a hacer el esfuerzo de asimilar perfectamente los códigos que se supone guiarán todo su comportamiento en sociedad. El individuo no debe innovar, sino solo memorizar, aprendiendo, poco a poco, todo lo que conviene hacer.

Mientras siga las lecciones de la tradición, el individuo está seguro, porque tiene respuestas previsibles y nunca se encuentra en la situación de ser puesto en situaciones embarazosas.

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Desde la perspectiva de los chinos, no debe existir la sorpresa, todo es previsible y determinable.

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Para los chinos, ser civilizado significa dominar los sentimientos, no dejar ver ni la felicidad ni la ira.

El exceso debe ser sofocado en todas sus formas, esa es una de las axiomas del pensamiento chino. No debemos permitir la existencia de la naturaleza salvaje, ni la de almas rebeldes.

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El exceso de las pasiones debe ser represado como se detiene un río.

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Entre la naturaleza y las almas de las personas siempre debe existir cierta armonía. La naturaleza puede ser moldeada por el trabajo paciente de los seres humanos; las almas pueden ser moldeadas por el trabajo paciente de los seres humanos.

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El hombre es un educador, y los efectos de su pedagogía se reflejan en la naturaleza, en los animales y en los seres humanos.

Planificar, programar, no dejar nada al azar: este es el proyecto de la civilización china.

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Nada debe escapar a la comprensión del hombre, nada debe parecerle imposible de controlar, desde los procesos fisiológicos fundamentales hasta el curso de los grandes ríos.

Nada es demasiado grandioso o demasiado pequeño como para no ser objeto de la preocupación humana.

El hombre, él mismo, resultado de un largo proceso de educación, tiene la misión de ser, a su vez, un educador de la naturaleza y de los demás seres humanos.

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El hombre viene al mundo para educar, organizar, cultivar. Este es su sentido desde la perspectiva del pensamiento chino.

El hombre está obligado a dejar huellas de su paso por la Tierra a través de su influencia sobre la naturaleza o sobre otros seres humanos. No dejar ninguna huella es como si no hubiera vivido.

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Los bárbaros, aquellos que no cambian el mundo, que dejan que la naturaleza manifieste sus caprichos y que los seres humanos revelen sus estados de ánimo, no pueden ser incluidos en la comunidad de los individuos. Ellos son una especie de pre-humanos, más cercanos a los ademanes de los monos que a los súbditos del Imperio del Medio.

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El hombre civilizado transforma el mundo, mientras que el bárbaro lo deja tal como lo encontró o, peor aún, lo arrasa.

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Pasar por el fuego y la espada no significa transformar el mundo. La destrucción no es característica del ser humano, sino de las bestias salvajes. El hombre se define por lo que crea, ya sea a su alrededor o en las almas de los demás.

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Encauzar la naturaleza y reprimir  los impulsos del hombre son los medios que utiliza el pensamiento chino para intentar prevenir la destrucción.

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Todo lo que es excesivo, desorganizado, lleva a la destrucción, desde las aguas furiosas del Río Amarillo hasta las multitudes sublevadas de campesinos enloquecidos por el hambre.

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El que impone el orden no solo establece las bases de las construcciones futuras, sino que, lo que es más importante, se esfuerza por evitar la destrucción.

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Ciudad de Chongqing, ubicada en una península sobre el río Yangtsé

La destrucción carece de sentido, es el descontrolado desencadenamiento del caos, la expresión absoluta del mal. Pone en duda la existencia de la civilización.

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El hombre civilizado está educado para construir y se demuestra incapaz de destruir. La destrucción es la forma de manifestación del bárbaro.

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Los chinos creen que, para que la sociedad funcione, necesitamos verdaderos autómatas programados según una serie de códigos extremadamente detallados que les permiten tener una respuesta adecuada en cualquier situación, contribuyendo, de esta manera  a mantener la armonía de la comunidad. La subjetividad es un factor perturbador, debe ser eliminada o encauzada  con firmeza, de manera que  del exterior no penetre nada de lo que pueda ser característico del individuo, sino que solo se vea la máscara social, objetiva y siempre adecuada.

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El individuo no tiene nada que ofrecer excepto sus problemas  y torpezas, por lo que debe asumir los comportamientos que ya han sido prescritos por la tradición y validados por un prolongado uso en la sociedad. Solo se permite ser originales a los vagabundos y artistas, pero esto sucede solo porque son unos marginales.

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La sociedad tiene necesidad de coherencia, previsibilidad, rigor, y este es el motivo por el que se privilegian los códigos que prescriben en detalle el comportamiento adecuado en cada situación imaginable. Dejar lugar al capricho significa permitir que el caos se infiltre, amenazando la buena organización de la comunidad.

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Un individuo apreciado por sus semejantes es aquel que nunca confía en su subjetividad, sino que aplica sin vacilar los preceptos de la tradición. Es un buen ciudadano aquel que no innova, sino que se esfuerza por hacer en cada situación lo que ha sido enseñado a hacer.

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Lo nuevo es una fantasmagoría que no debe ser abrazada por un súbdito digno del Imperio del Medio.

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Para los chinos, todo lo inmediato es peligroso, es un factor de turbulencia. Cualquier gesto debe hacerse solo siguiendo los modelos de la tradición.

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El sabio confucianista interioriza tan bien todas las restricciones previstas por los diversos códigos que gobiernan la interacción social, que estas se convierten en su verdadera naturaleza y ya no las percibe justo como limitaciones, sino precisamente como el medio para alcanzar su libertad.

En cambio, el sabio taoísta rechaza seguir los códigos que regulan el funcionamiento de la sociedad, prefiriendo adoptar una posición marginal para poder conservar su libertad.

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Para los chinos, un animal entrenado es superior a un hombre que vive en la jungla, sin reglas y sin medida.

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La apariencia de humanidad no es lo mismo que la humanidad, ya que no hay nada en común entre un bárbaro dominado por los instintos más primitivos y un mandarín de la corte del emperador.

 

Original inédito en rumano: “Cîteva reflecții asupra civilizației chineze”.  Traducción al español y notas por Miguel Ángel Gómez Mendoza (Universidad Tecnológica de Pereira-Colombia). Se traduce y publica con autorización del autor.