La reflexión vitalista es tan antigua como la filosofía misma, constituyéndose quizá como uno de sus pilares fundamentales, al hacer patente una de las paradojas mayores que la constituyen: desde la perspectiva vitalista la filosofía se ha de ganar como filosofía, al acuñar conceptos con un alto grado de formalización y abstracción –forma, idea, causa, materia, por ejemplo– para tratar de dar cuenta de aquello que a la vez que la funda, está más allá de todo concepto, todo esquema, toda idea, toda representación: la propia vida como impulso creador. La filosofía, gracias a la veta vitalista que la atraviesa, asume, desde su nacimiento, la empresa inverosímil que la vertebra, el trabajo imposible que la estimula, macerando por ello sus conceptos en el mortero de la imaginación, reventando sus silogismos bajo la presión sobreabundante del querer, calentando la dialéctica en el horno del cuerpo y el inconsciente, hasta destilar una imagen brillante, una intuición volitiva, que quizá no es más que sueño y resplandor. La reflexión vitalista, desde la filosofía arcaica griega, hasta la filosofía contemporánea, le muestra al pensamiento que la libertad es combate, poesía y música, y que la transmutación es su corazón palpitante y el fuego que lo alimenta. Serpiente que se muerte la cola. Misterio y donación. El presente Dossier constituye un abanico de textos que abordan la reflexión vitalista en el ámbito de la filosofía moderna y contemporánea –Spinoza, Nietzsche, Bergson, Deleuze, por ejemplo– que poniendo pie en el suelo infinito de la memoria, encara el presente, encara el olvido –la modernidad misma que nos oprime– restituyéndole a la propia filosofía la significación de su tarea más urgente, el valor de la paradoja misma que la anima, una dimensión vital sistemáticamente negada y proscrita, que creemos es su razón de ser, su sentido único y desde luego motor interior.
José Ezcurdia
Editor invitado
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