Voz abierta es un taller de escritura realizado por Marialy Soto
ESCRIBO EN VERDE
Mira que hoy escribo en verde, en verde que pálidamente tiene que tratar de ponerle color a una historia que de alguna manera me parece hoy tan lejana. Nos gustaban los dulces, en especial los helados, podíamos comer un galón de helado viendo una película, quizá por ello, mi gusto por el dulce; también nos gustaban los días de no hacer nada o casi nada, supongo que heredé: el dulce hacer nada de éstas dos costumbres. Nunca fuimos buenos para los deportes, aún cuando solo jugábamos dos. El futbol soccer fue mas una imposición que me hice, para ti estaba bien que no supiera manejar mis dos pies, nunca me acompañaste a los entrenamientos y era curioso que siempre me preguntarás sobre ellos. No, el deporte no era lo nuestro, así como tampoco lo fue la profesión. Y hoy escribo en verde como escribías tú; recuerdo aquellos días de vacaciones en que te acompañaba a la oficina: Tú, tu tinta verde y la caja de clips. Yo pasaba horas pecho tierra debajo de tu escritorio, unía clip tras clip, cada vez más grande, cada vez más verde. Cuando llegó la era de la computadora podía pasar horas jugando con cuatro teclas; eran días de subir y bajar ascensores, de acabarse el agua fría del surtidor, de aventarse ligas y esconderse en las escaleras; eran días de llegar a casa cansados del trabajo y descansar entre olor a pan y chocolate. Los tiempos son demasiado cortos cuando disfrutas y muy lentos cuando recuerdas, los tiempos que ya no son nuestros tiempos papá. Hubo una tarde en Zamora, sé que era día soleado porque te recuerdo con tus Rayban de piloto, me dejaste a la orilla de la carretera, yo iba a la central de autobuses para visitar a una novia que vivía en Tangancícuaro, bajé de la camioneta y al despedirnos te miré: tus lentes, tu barba, tus pocos pero bien peinados cabellos; pensé lo mucho que me complacía parecerme físicamente a ti, cerré la puerta de la camioneta y te vi alejarte. Vi como te alejaste muchas veces, creo que hubo demasiadas despedidas, más de las que mi dulce corazón estaba diseñado para soportar. No pienso hablar de la última, no tiene caso revivirla, el último recuerdo que tengo de ti es justo una despedida, las cosas son como tienen que ser. Aunque parecidos físicamente nunca parecidos de otra manera, lo supe esa tarde cuando me subiste a tu moto, me sentaste frente a ti, la moto subía, bajaba y yo sufría, creo que todo el tiempo pensaste que estaba disfrutando el paseo y fue hasta al bajar de la moto que viste mis ojos con lágrimas, fue esa nuestra primera ruptura. No teníamos ese primer gusto, no compartíamos el sentido de la moda y mucho menos el gusto musical; lo que sí compartíamos, era el gusto por las mujeres morenas y las bebidas fuertes. Si pudiéramos hablar ahora hasta podríamos comentar a Marx que tanto te gustaba, ahora entiendo eso de ser economista, entiendo poco tu filosofía algo choteada y muy bohemia, tendríamos tema de conversación. Hablar nunca se nos dio, los tiempos papá, los tiempos; tus ideas aún suenan y a tus conceptos los he aprendido a usar, son nuestras diferencias las que no he podido conciliar. Tú tinta, esa tinta verde con la que escribías en mi cuaderno de tareas de primaria, la misma tinta verde que apareció en mi regalo de cumpleaños. Es raro que hoy que me toca hablar de ti tenga que hacerlos en color verde, el color de tu tinta. Me pidieron que escribiera sobre ti y de verdad que recuerdo mucho esa tinta verde.
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