Editorial 30

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La tendencia a pensar la Naturaleza en la actualidad consiste en reducir a ésta en segmentos para el cálculo y servicio del afán de progreso. Desde una perspectiva que la ve por debajo del hombro, se la piensa como una inagotable fuente de recursos que a veces se presenta como una fuerza rebelde que le ataca desde el frente de los desastres naturales. Ante tal embate, el ser humano sólo puede sacudirse el polvo –si ha sobrevivido a la tragedia-, y refugiarse en la casa que más comodidad le ha brindado: la ciencia contemporánea.

A pesar de este desprecio y constante lucha, la visión sobre la Naturaleza no siempre ha sido de desprecio y ambición. Antes de pretender lograr un dominio total de ésta en favor de la civilización, la Naturaleza se presentaba como la Physis en la Grecia antigua. No se reducía a fragmentos, sino que era la presencia cósmica que ordenaba la realidad y permeaba a cada uno de los seres que la integraban, a un grado tal que el intelecto, para alcanzar la verdad, tenía que corresponderse con aquélla, al contrario de lo que el giro copernicano proponía con Kant en la Modernidad.

Así, parece que la humanidad necesita voltear la mirada no sólo a la Physis griega, sino a la concepción natural de culturas diversas, que le guardan respeto, para así entender que la misma no es un mundo externo al cual hay que dominar para asegurar el avance del conocimiento y de la civilización, sino que hay que mantener una responsabilidad permanente, cuidando de cada acción que al afectar a la misma Naturaleza, nos afecta a nosotros.

Además del respeto que tenían estas perspectivas antiguas o las que guardan las culturas ajenas a Occidente, es necesario ampliar la consideración moral a un plano que trascienda el círculo de lo humano y su búsqueda pleonéxica de desarrollo.

Rafael Alvarez Olmedo
Editor invitado

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