TOMAS BERNHARD
Para hablar de psicoanálisis en el hospital, es preciso hablar del cuerpo mortificado. Thomas Bernhard decía que no es posible saber de uno mismo si no se está enfermo.
El saber sobre la enfermedad os hará libres, diría Thomas Bernhard, que habla desde su propia experiencia, ya que esto lo descubre Bernhard cuando se enferma. El punto de viraje en su historia tiene lugar en el momento en que la proximidad de la muerte lo decide a vivir, no la vida, sino su vida en un movimiento de apropiación efectuada en su enfermedad del pulmón (como la llama él). El efecto de su experiencia se opone a la idea de destino y le da una posición de deseante. A él, la enfermedad no lo tumba ni lo interrumpe como tendría que ocurrir desde una perspectiva consciente y objetiva, sino que le otorga una realidad que, antes de esta experiencia, le era ajena.
Escuchemos sus palabras en El aliento: “quería vivir y todo lo demás no significaba nada. Vivir y vivir mi vida, como quisiera y tanto como quisiera”.[1]
Habría que decir un poco más de este personaje tan singular. Thomas Bernhard fue un gran escritor austriaco que vivió entre 193l y 1989. Fue hijo ilegítimo, y estuvo muy apegado a su abuelo materno del que llegó a decir que fue la única persona a la que realmente amó en su vida; el abuelo fue determinante para él, pues le inculcó el amor a las letras y a la música. A los dieciséis años, decide abandonar la escuela tomando el camino opuesto a ésta, y al llegar al pueblo se emplea como dependiente en una tienda de abarrotes haciendo un trabajo muy duro, que ocasiona la enfermedad pulmonar que lo acompaña toda la vida. De 1949 a 1951 es recluido en un sanatorio donde tiene la experiencia descrita anteriormente, que lo reconcilia con la vida triste y amarga de su infancia.
Vivir, para Bernhard, fue una elección, algo que se había propuesto él, que había sido ya desahuciado en el instante en que, ante él, el otro —su compañero de cuarto en lo que él llamaba “la habitación de morir”— había dejado de respirar. “Tenía que obligar a la hermana, que sin duda contaba con mi muerte, a que me sacara del cuarto de baño y me volviera a llevar a la sala y, por consiguiente, tenía que seguir respirando. Si hubiera cedido un solo instante en esa voluntad mía, no hubiera vivido ni una hora. De mí dependía seguir respirando o no”.
Durante su estancia en el hospital, Thomas es visitado por su abuelo, internado también ahí por la necesidad de hacerse unos estudios que revelan su gravedad. La presencia de éste lo anima mucho, pues sabía que dependía de sí mismo, pero siempre sostenido por la proximidad del abuelo.
“A pesar de que hay quienes quieren mi muerte, yo quiero mi vida” se decía Thomas, “la frase de mi abuelo de que es el espíritu el que determina al cuerpo y no a la inversa, tenía que repetírmela una y otra vez, a veces pronunciaba esa frase a media voz en la cama, me la repetía mecánicamente durante horas, para animarme con esa frase”.
Aquí haré un paréntesis para decirles que, en la Ciudad de Orizaba, Veracruz hay un museo lindísimo, extraordinario, en el edificio que había sido hospital, cárcel y manicomio a principios del siglo pasado. Actualmente subsiste el hospital psiquiátrico y funciona como tal. Desde la ventana del museo puede observarse el patio del sanatorio donde deambulan y conversan sus habitantes. El lugar es terriblemente húmedo y, en aquellos tiempos, la tuberculosis florecía en los tres ámbitos; en el hospital trataban de curarla, pero en la cárcel y en el manicomio, se dejaba al bacilo de kock circular libremente por los cuerpos que se contagiaban unos a otros.
MUSEO DEL ARTE, VERACRUZ
Los carceleros que disfrutaban con los presos que tosían, llamando a los muertos que habían abrazado, morían también de cuidarlos sin saberlo.
Quiero centrar mi reflexión en la cuestión del saber. Dicen que el que nada sabe, nada teme; pero no estoy muy segura que se pudiera aplicar esta frase a los habitantes de aquel lugar húmedo, dividido en tres rubros donde el saber se jugaba de manera distinta con consecuencias diferentes para sus habitantes, ¿y el psicoanálisis que tiene que ver con eso?
Freud, su inventor, quería saber y le preguntaba a las histéricas sobre sus extraños síntomas que cuestionaban a la ciencia hasta exasperarla. Supo por ellas que hay un saber dentro de uno mismo que es acallado por el miedo. A eso lo llamó inconsciente, y se dedicó a descifrarlo a través de sus formaciones, es decir, de sus disfraces.
Freud descubre que el saber sobre la muerte y sobre el sexo es peligroso, y que el deseo tiene que ver con eso; la sociedad se encarga de ocultarlo, pero nos carcome por dentro, ese saber no sabido se alimenta de nosotros, ¿qué hacer?
Freud, el creador del psicoanálisis, tiene que salir del hospital para inventarlo, pero, ¿qué es el psicoanálisis? No pretendo dar una definición para contestar esta pregunta, sino tratar de avanzar sobre ella a partir de recorrer los caminos que nos ha marcado porque el psicoanálisis es una práctica, una forma de hacer, una relación entre el cuerpo y lo que lo anima. La vida hospitalaria detiene el tiempo, esto me parece que tiene una importancia primordial, pues en este punto hay una oportunidad de saber sobre sí, o de abandonarse al saber del otro y el psicoanálisis lo que pretende es acompañar al enfermo a soportar ese saber sobre sí.
La condición humana es una condición limitada, estamos circunscritos a un punto de la gran historia que nos precede y que seguirá después de nosotros. El hombre está marcado por la muerte desde su nacimiento, su vida es el camino hacia ella. Esta condición de existencia puede ser trágica o no, y es en esta disyuntiva donde se inscriben las historias humanas.
Freud, médico, fisiólogo, investigador, lo que advierte al escuchar a sus pacientes, es que el cuerpo no es solo un aparato perfecto que obedece a un esquema de desarrollo, sino que el orden biológico esta subvertido en función de las circunstancias afectivas que lo animan y lo hacen ser parte de la comunidad.
La cuestión excede a la medicina, el saber angustia y el no saber enferma, ¿cómo se cura eso?
SIGMUD FREUD
Cuando Ivan Ilich, el personaje de Tolstoi, enferma, empieza a reflexionar sobre su vida: ¿quién ha sido?, ¿en quién confiar? Siente no amar a su esposa, la desconoce y vive el alejamiento de sus hijos, que en realidad nunca le han interesado; está solo; encuentra vano el sacrificio de sus deseos por sus deberes convencionales, encuentra su soledad; la muerte se acerca y, cada vez más, este saber sobre sí le dice que ha estado equivocado. que la vida es otra cosa, la tragedia de Ivan Ilich lo arrastra hacia la muerte como una fatalidad al no poder darle cauce a este valioso saber; a su verdad.
Freud decía que las histéricas estaban enfermas de reminiscencia de recuerdos, de saberes que no podían olvidar y operaban en ellas a manera de traumas, ¿qué hacer?
Ivan Ilich por fin puede confiar en alguien, se trata de un criado del que se deja curar y acompañar, reconociendo su incompletud. Sólo con otro pudo soportar su verdad, pudo perder y morir por fin.
Cuando fue abandonado por su familia en el hospital psiquiátrico hace muchos años, y circulaba por los pasillos como un fantasma acompañado de recuerdos tristes, de tratamientos, de reglas, de encierros, sin embargo, poco a poco el lugar se fue haciendo su casa, hizo amigos en la sala de crónicos y las rutinas le eran familiares.
Candelario enfermó gravemente, fue llevado al hospital General donde estaba solo, pero al saber que iba a morir, quiso regresar con los suyos y con sus compañeros de sala que lo aguardaban para compartir con él el ultimo trozo de vida que le quedaba. Supo, por fin, que ellos formaban parte de sí mismo; Candelario volvía a su mundo.
Pienso en la dimensión del no-saber que rodea a la enfermedad y en la frase bíblica “la verdad os hará libres”.
¿Qué precio tiene el ocultarla?
El psicoanálisis llama a la verdad para vivir con ella, cree que eso es posible. Llama a la verdad porque sabe que el precio de eludirla es muy caro. Creo que en este punto podemos atar algunas ideas. La enfermedad nos acerca a nuestra propia verdad, pero esta no es soportable sin el otro. El psicoanálisis es una práctica que toma en serio la subjetividad de una persona en su particularísima situación.
Tal vez aquí esta la contradicción con la medicina hospitalaria, pero al mismo tiempo, su complemento es por éste que tiene que irse del hospital objetivo y científico, para volver a él escuchando lo estrictamente individual de cada historia.
Los conceptos fundamentales: verdad, muerte, subjetividad, inconsciente, sufrimiento e historia personal se articulan en la relación de confianza analista- paciente que permite al enfermo hablar de todo esto y producir un saber.
¿Cómo entender esto si acabo de decir que Freud descubre que las histéricas están enfermas de recuerdos, están enfermas de saber? El saber sobre nuestro deseo es insoportable porque no es natural. No todas las madres quieren a sus hijos, el matrimonio no necesariamente es para toda la vida; el deseo de matar está escrito en nuestros corazones y la envidia es la base de la identificación, ¿cómo tolerar que todo esto florezca en nosotros?
Freud empieza a respondernos: el psicoanálisis en el hospital pretende acompañarnos a soportar nuestra verdad. Al hospital llega un cuerpo mortificado, atravesado por un saber insoportable que cuestiona toda su vida. La ciencia analiza su padecimiento y le busca remedio, pero ese cuerpo, habitado por el lenguaje y su particularísima historia, habla ¿quién tiene oídos para escucharlo?… La angustia es parlante, la angustia envuelve al deseo que avizora la muerte con ojos de pánico y, al mismo tiempo, la llama porque sabe que le corresponde, sino pregúntele al suicida.
En el pasillo, decía Bernhard, sacaban la cama de los que ya estaban próximos a morir, esa antesala era el lugar donde se libraba la última lucha por volver a estar ahí, donde todavía hay palabras.
Cada paciente en el hospital tiene una historia que contar, pero no es una historia clínica, sino su novela. En esa antesala, donde la enfermedad llama a la muerte, tiene que escribirse su deseo, lo que es y lo que habrá sido.
La enfermedad es un corte drástico que puede devolvernos a la vida, pero si Freud descubrió algo, fue la invalidez de la soledad y la autosuficiencia. Atahualpa Yupanki, el cantante argentino tan escuchado en los años setenta, decía que un amigo es uno mismo con otra piel. El que otro pueda escuchar lo que yo soy, lo que yo quiero, el terror y el amor que me habitan es realmente existir, ser y haber sido.
ATAHUALPA YUPANKI
El analista tendría que estar ahí en ese lugar de privilegio de corte, de detención de la vida donde los caminos pueden surgir. El analista hace más con su presencia que con lo que dice, nos hace notar Lacan.
No se trata de ayudar a bien morir, eso lo hace el cura, se trata de poder sostener con Neruda la frase: “Confieso que he vivido”. Se trata de saber que sin muerte no hay vida y que es preciso que cada quien escriba las últimas páginas de su libro, ¿no creen?
[1] Bernhard Thomas, El aliento, Anagrama, Barcelona 2000, p.20.
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