“Nos preocupa que se glorifique el arte callejero de Banksy, porque es, esencialmente, vandalismo”, dijo Diane Shakespeare, coordinadora de la campaña Keep Britain Tidy (Mantenga Gran Bretaña en orden). Tal vez haya un ligero problema oftalmológico allí, porque las bellas e imaginativas escenas que el artista de Bristol pinta en paredes a veces grises y a veces rotas son todo lo contrario de lo vandálico: construyen en vez de destruir, humanizan el tejido urbano y abren el cerco por lo común cerrado entre la gente que pasa por la calle y el exclusivo mundo del arte contemporáneo.
Figuras como el inglés Banksy y su predecesor, el francés Blek Le Rat, han ido surgiendo en las últimas décadas en el resto del mundo. Buenos Aires es una de las plazas privilegiadas del género: caminando por las cortadas y calles de Palermo Viejo y San Telmo, es inevitable el asombro por la cantidad y calidad de los murales. La mayor parte de ellos están hechos con inspiración y con humor, pero también con técnica. Es pintura que no busca el éxito comercial: se hace sólo por amor al arte.
La Nación