Street art

1.1

“Tu basura es mi tesoro”, se lee en la bolsa de consorcio. El dibujo, realizado con esténcil, parece la síntesis perfecta. Así como las ven, sucias y descascaradas, estas paredes porteñas alojan a uno de los movimientos de street art más activos de América latina.

Días atrás, un brasileño apodado Flip aprovechó la escala de un crucero para bajar del barco y pintar en Buenos Aires; de toda América y Europa llegan artistas como él para convertir muros grises en un museo al aire libre. Sin esperar nada a cambio, trabajan en equipo con sus pares locales, que viajan cada año para mostrar su trabajo en galerías y festivales del exterior.

Consciente de su poder de seducción, la capital argentina se retoca el maquillaje para la foto mientras el arte urbano desfila por la alfombra roja de Hollywood: Banksy, el artista callejero más famoso del mundo, llegó el domingo pasado a los premios Oscar (ver recuadro), seis meses después de que los grafiteros tuvieran su primera bienal, Graffiti Fine Art, en San Pablo.

En este escenario, Buenos Aires no está dispuesta a resignarse al segundo plano. Por eso no dudó en darle vía libre a Sigismond de Vajay, curador de la muestra Of Bridges & Borders en la Fundación Proa, para que Sabina Lang y Daniel Baumann intervinieran el puente que une la Facultad de Derecho de la UBA con el Museo Nacional de Bellas Artes. La obra se presentó la semana pasada, un mes antes de que el grafitero parisino Jonone pintara en vivo durante la “Noche en vela”, organizada junto con el gobierno francés, en la mítica calle Lanín, en Barracas.

“El street art fue un importante aporte a la ciudad porque le dio una vuelta de tuerca al clásico grafiti derivado del hip hop; amplió sus límites”, sostiene Marino Santa María, responsable de haber transformado con venecitas de color estas cuadras que hoy son un imán para el turismo. Cuando él comenzó a trabajar allí, hace una década, la ciudad era un caos. Una mañana amaneció con el Cabildo, la Catedral metropolitana y la Plaza de Mayo pintadas con aerosol: “Que se vayan todos”.

Y entonces llegaron ellos. “Para los que éramos grafiteros desde los 15 años, era el sueño del pibe. Dijimos: vamos a tomar el espacio público. Hacer algo de protesta era más de lo mismo. Así que salimos a tirarle buena onda a la gente, con colores planos y alegres.” El que recuerda aquellos días con una sonrisa es Tec (ver nota aparte), miembro del grupo Fase, uno de los pioneros del boom local. Fase se llamaba la revista que publicaban hace diez años Defi, Pmp y Martín Tibabuzo en la Facultad de Diseño de la UBA. Con Tec formaron un equipo multidisciplinario que incluye animación, música electrónica e incluso la dirección de arte de Yo, una historia de amor, el unipersonal de Diego Reinhold que puede verse en estos días en el Paseo La Plaza. Desde 2005 adoptaron Berlín como segundo hogar y viajan por todo el mundo exhibiendo su obra.

Salvo Tec y sus amigos, los demás presentes en este remoto galpón de La Boca vienen de otros países: el artista que trabaja en aquel rincón, la rubia que lo espera para entrevistarlo, la pareja que llegará minutos más tarde para conocerlos. Porque la fama de los artistas urbanos porteños es mundial, como lo demuestran las notas realizadas por la BBC, The Washington Post, The New York Times y The Independent, entre otros grandes medios. “Donde algunos llaman al grafiti arte, no vandalismo”, fue el título de un artículo de abcnews en el que se destacaba la tolerancia de las autoridades porteñas (ver recuadro).

“No conozco otra ciudad en el mundo que tenga esta ‘zona gris’ en términos legales. Los artistas saben dónde pueden pintar y dónde no: eligen lugares abandonados, las fachadas de sus propias casas o piden permisos. Y la respuesta de la gente es muy positiva”, asegura Melissa Foss antes de iniciar su habitual recorrido por Colegiales, Palermo y Villa Crespo como guía de Graffitimundo ( www.graffitimundo.com ), un proyecto destinado a difundir el arte urbano local.

Melissa llegó de Londres hace un año y medio, pero parece conocer estas calles mejor que cualquier porteño. Por lo menos las historias que se esconden entre las múltiples capas de pintura. “Gracias a esta libertad, la ciudad está atrayendo a muchos artistas internacionales -dice, mientras señala el rostro de una señora mayor pintado con esténcil-. Este dibujo lo hizo un peruano. Es el retrato de la abuela de su novia argentina, que tiene Alzheimer. Él quiere que la ciudad la recuerde cuando ella no pueda recordar la ciudad.”

Incluso las creadoras de Graffitimundo, Marina Charles y Jo Sharff, son extranjeras. De origen británico, están promoviendo el arte criollo en Londres, donde el año pasado curaron la muestra Buenos Aires Calling! en la galería Pure Evil. Además de organizar las visitas guiadas y de representar a algunos artistas, ahora preparan un libro y un documental sobre el tema.

Maximiliano Ruiz, un argentino que produce muestras de street art en Europa, recorrió el camino inverso. Mientras hacía un documental sobre la influencia del grafiti y el hip hop en las clases populares porteñas, decidió editar un libro. Graffiti Argentina ( www.graffitiargentina.com ) fue publicado en 2008 por la prestigiosa editorial inglesa Thames & Hudson, y su presentación en 2009 incluyó muestras de artistas argentinos en galerías de Barcelona, Londres, París y Berlín.

Según Ruiz, la escena del grafiti argentino es “una de las más originales y vibrantes del mundo”. “La Argentina ha ganado fama internacional de ser una ciudad muy tolerante y hasta apreciadora del arte urbano -dice Ruiz desde Barcelona, donde vive actualmente-. Esta aceptación se da en toda América latina; es normal que artistas urbanos del mundo entero viajen a ciudades latinas con el único fin de pintar sin ser considerados criminales, como sucede en los países desarrollados.”

Este panorama de la región quedará reflejado en su libro Nuevo Mundo, Latin American Street Art, que la editorial alemana Gestalten publicará en abril. Mientras, de este lado del Atlántico, Guido Indij prepara el lanzamiento de Buenos Aires Street Art, el tercer libro sobre arte urbano que publicará su editorial, La Marca Editora. “Buenos Aires es la meca del arte urbano. Los artistas locales se han profesionalizado con la influencia de los grafiteros europeos que nos visitan periódicamente”, opina Indij, que suele exponer obras de estos artistas en Asunto Galería, en San Telmo.

A dos cuadras de allí, hace un año, la nueva sede del Centro Cultural de España en Buenos Aires fue intervenida por más de 20 artistas de Iberoamérica. Uno de ellos fue Rodez, un colombiano que comenzó a pintar en la calle cuando tenía más de 40 años, incentivado por sus dos hijos: Nómada y Malegría. “Lo que me gusta de pintar en la Argentina es que se ven muchos estilos de distintas partes del mundo”, observa Malegría, que llegó a Buenos Aires en 2005 para estudiar en la Universidad del Cine y encontró en la calle el lugar ideal para mezclar lenguajes: el grafiti, el video, la ilustración y la escritura.

Entre los extranjeros que suelen pintar en Buenos Aires se cuentan Sego (México), Agotok y Charquipunk (Chile), Other (Canadá) y Grolou (Francia). Mucho antes, en la década del 90, llegaron Os Gêmeos y Vitche de Brasil, seguidos por los alemanes Daim y Escher. La semilla estaba sembrada; Internet hizo el resto.

Los artistas urbanos comparten sus trabajos en páginas web, blogs y redes sociales (como Pum Pum, una de las pocas mujeres del rubro local, a quien se puede encontrar en www.pum-pum.com.ar o como @_pumpum en Twitter). Muy lejos de aquellos que pintan y salen corriendo, los más profesionales incluso firman sus trabajos con una cuenta de correo electrónico. El Triángulo Dorado hizo ambas cosas. El grupo está formado por Francisco Ferreyra y Pedro y Santiago Panichelli, quienes empezaron haciendo tags (las típicas firmas del hip hop) junto a las vías del tren y hoy ganan clientes gracias a la autopromoción. Por ejemplo, un coleccionista italiano les encargó varios trabajos en tela después de haber visitado su blog ( http://triangulo-dorado.blogspot.com ); también los llamaron para intervenir el hall de un edificio en Colegiales. “El trabajo no termina de cerrar hasta que no está en Internet y tenés una devolución -señala Francisco-. Por eso viene tanta gente de afuera.”

El que parece venir de afuera, pero del espacio exterior, es Tester. Con sus shorts azules, remera amarilla, corte de pelo ochentoso y grandes anteojos de marco grueso, recuerda a algunos de esos personajes pintados en las paredes. Con Federico Minuchin integra el colectivo Run Don’t Walk, uno de los que comenzaron a pintar hace una década, y se cuenta entre los responsables de la galería palermitana Hollywood In Cambodia ( www.hollywoodincambodia.com.ar ), dedicada al arte urbano. Allí expone hasta el 16 de este mes el brasileño Carlos Dias.

“Nos llamaron hace cinco años los dueños del Post Bar para pintar la fachada y terminamos haciéndonos amigos”, cuenta G. G., de Bs. As. Stencil, otro de los socios. “Como no podían pagarnos, decidimos cobrarles con las dos habitaciones de arriba para hacer la galería.” Y, de paso, pintaron las medianeras de los edificios que dan a la terraza. En ese espacio con imágenes en constante mutación habla ahora Jaz, artista y escenógrafo que cada año viaja a Europa; allí, según él, el arte urbano está “completamente institucionalizado”. “No esperábamos este boom -asegura-, ni tampoco lo buscamos mucho. Hoy es imparable.”

Nadie sabe hasta dónde llegará. Por lo pronto, Tec, Defi, Pmp, Nasa, Chu y Pum Pum expondrán desde el 24 de este mes en Gachi Prieto Gallery y algunos de ellos viajarán en agosto a Brasil, para participar de una muestra internacional de street art en el Museo de Arte de San Pablo. En tanto, la galería Turbo ( www.turbogaleria.com ), creada hace tres años por el colectivo Doma, anunció que la semana próxima celebrará con un “desfile histórico y absurdo” el fin de un ciclo. La cita es el sábado 12 a las 17, en Costa Rica 5827.

“Nos vamos del local porque los alquileres suben, pero no es el cierre del espacio, sino que se vuelve nómade. Vamos a hacer acciones más grandes, más concretas”, dice Chu, de Doma, en el galpón de La Boca donde Tec y Tester exhibieron en diciembre obras realizadas a cuatro manos; la muestra se llamó Tecster.

“Lo más característico del arte urbano es el colectivismo -explica Chu-. Se fomenta el trabajo en equipo y la amistad, que es lo más lindo que hay en la vida.”

 

 

ATENCION: BANKSY ESTUVO AQUI

Al arte contemporáneo no le alcanza con crear obras cada vez más provocadoras; el autor también debe ser un personaje a la altura de las controversias que genera con sus piezas. Tal parece la premisa vital y estética de Banksy, el Señor X de los grafiteros, la firma detrás del primer artista capaz de situarse a mitad de camino entre el Hombre Invisible y Robin Hood. Banksy pintó una ventana en el muro de Gaza, colgó sus propias obras en los grandes museos del mundo (disfrazado con barba postiza, sombrero y gabardina), vendió por más de 300 mil euros piezas pintadas en las paredes de Londres (el precio no incluía la extracción ni la reposición de la pared) y en 2010 dirigió el extraordinario documental Exit Through the Gift Shop, mimado por la Academia de Hollywood en la reciente entrega de los Oscar. Se supone que nació en Bristol, en 1974, hijo de un técnico de fotocopiadoras, pero parte de su encanto es que no se sabe nada de él. Su rostro nunca fue fotografiado, los registros documentales de sus acciones se cuentan con los dedos. Su nombre verdadero es una incógnita. La intención de su arte, no. Como todo vándalo que se precie, Banksy es un activista, un agitador clandestino que tatúa la piel de las ciudades con imágenes de policías homosexuales besándose, monos que se ríen de los humanos o ratas que parecen controlar el mundo. Sus dardos visuales no son en absoluto decorativos, y cada uno de sus actos y murales puede leerse como una burla a las hipocresías sociales en general, y al mercado del arte en particular. Hoy, las grandes ciudades sólo son contemporáneas si Banksy pintó en ellas. Las ratas, los monos y su risa representan la huella urbana del justiciero enmascarado, la inesperada firma global que instala el arte de regreso en la calle. 

 

ELOGIO DE LA LIBERTAD

Más allá del éxito del street art, aún hay varias preguntas sin respuestas unánimes: ¿es legal? ¿A quién pertenece? ¿Qué valor tiene? En Buenos Aires, por lo menos hay consenso sobre la primera de ellas. Eso aclara Avelino Tamargo, legislador de PRO e impulsor, junto con su colega del ARI Facundo Di Filippo, de la ley 2991 “Registro de Muralistas y Creadores de Arte Público”. “El arte urbano está regulado en la ley de muralismo, sancionada hace dos años. Lo único que se necesita es la aprobación del dueño de la propiedad”, dijo Tamargo. Según el artista Jaz, “es imposible comparar la libertad que hay en la Argentina con la que hay en Estados Unidos, Canadá o Europa. Por eso acá se pinta tanto.”

La Nación, ADN cultural