¿Nietzsche hoy?: La posibilidad de pensar

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¿Nietzsche hoy?: La posibilidad de pensar

Imaginémonos una generación que crezca con esa intrepidez de
la mirada, con esa heroica tendencia hacia lo enorme,
imaginémonos el paso audaz de esos matadores de dragones,
la orgullosa temeridad con que vuelven la espalda a todas las
doctrinas de debilidad del optimismo, para “vivir
resueltamente” en lo entero y pleno: ¿acaso no sería necesario
que el hombre trágico de esa cultura en su autoeducación para
la seriedad y para el horror, tuviese que desear un arte nuevo,
el arte del consuelo metafísico, la tragedia, como la Helena a él
debida, y que exclamar con Fausto: 

¿Y no debo yo, con la violencia más llena de anhelo, traer a la
vida esa figura única entre todas?

Nietzsche El nacimiento de la tragedia

  

Quisiéramos tomar como motivo de esta breve reflexión el planteamiento que Sloterdijk hace en El pensador en escena. El materialismo de Nietzsche, sobre el carácter apolíneo de Dionisos, o dicho de manera inversa sobre la necesidad que tiene Apolo de lo dionisiaco. Es verdad que con frecuencia se ha leído a Nietzsche en una aparente disyuntiva, en donde por un lado, estaría el mundo del exceso, del frenesí, de la orgía, del caos y de lo irracional, y por otra parte, aquel de la armonía, de la tranquilidad, del orden y de la razón. Incluso hay quienes piensan que Nietzsche opone Naturaleza a Cultura, como si la primera fuera sinónimo de desorden, de desmesura, de barbarie, de sensibilidad o de instinto, y la segunda fuera garantía de la norma, la medida, la civilidad, el raciocinio. Cuántos ejemplos nos han dado la vida y la literatura de que esto no es así. El propio pueblo de nuestro pensador, pleno de cultura y civilidad, fue al mismo tiempo quien prohijó una de las barbaries más terribles de nuestra reciente historia. Así como también sabemos que aún persisten naciones o comunidades milenarias con formas de cultura y vida que no corresponden al patrón europeo, occidental y moderno tan valorado por ciertos filósofos y científicos.

La pregunta que aquí nos hacemos es muy simple y compleja a la vez ¿es posible pensar hoy? Y en este sentido ¿Cuál es la pertinencia y actualidad de un pensador como Nietzsche? Podemos decir como muchos científicos sociales y humanistas, que ahora todo está supeditado a los genes y que los problemas éticos dependen de nuestros cromosomas, o por el contrario insistir en que todo es relativo y que no hay por qué buscar de modo universal el sentido de la ética, y remitirnos por lo tanto a lo meramente particular.

En un libro reciente que Sloterdijk titula Has de cambiar tu vida, en tono imperativo, señala que “esto, lo que hoy vivimos, no puede continuar así”. Y sin embargo, nosotros nos preguntamos ¿qué tan cierta es esta afirmación de que las cosas no pueden continuar así? Miramos alrededor y como universitarios nos percatamos que la Universidad no es precisamente el mejor lugar para pensar, que cuántos de nuestros más cercanos conocidos, con seguridad, consideran que las cosas no están bien pero funcionan y que el mundo ha sido, es y será así siempre. Pero ¿por qué decimos que la Universidad no es el mejor lugar para pensar y que incluso la Ciencia no representa el único camino para reflexionar? Más allá de encontrar en esa especie de paradoja de “razón cínica” una de las explicaciones para argumentar por qué la Universidad no es el mejor espacio para elucidar, nos interesa reconocer en este ámbito “el vínculo humano”. ¿Cuál es la calidad del vínculo en esta institución? Esto sólo como una muestra para hablar de la actualidad de Nietzsche. Cuando nos referimos a la Universidad pensamos en la vida que fluye en el aula, en las palabras que están en los pasillos, en las personas que sienten, en su alegría y tristeza, en sus deseos, placeres y dolores, en las vivencias entre profesor y estudiante, en el encuentro con los libros y sus autores; en fin en un cúmulo de cosas que seguramente Nietzsche vivió de diferente manera a su ingreso como joven profesor de la Universidad de Basilea cuando escribía el Nacimiento de la Tragedia.[1] Hoy casi cualquiera podría escribir un libro cuyo título fuera El nacimiento de la melancolía, pues frente a la tragedia que Nietzsche nos anunciaba, y con ello su modo habitual de presentarse en escena, como un trágico, en la actualidad está la típica escenificación melodramática de la vida. Por eso, como dice Nietzsche:

¿No es la vanidad ofendida la madre de todas las tragedias? Pero cuando el orgullo es ofendido, allí brota ciertamente algo mejor aún que el orgullo.
Para que la vida sea buena de contemplar, su espectáculo tiene que ser bien representado: y para ello se necesitan buenos comediantes.
Buenos comediantes me han parecido todos los vanidosos: representan la comedia y quieren que la gente guste de verlos, -todo su espíritu está en esa voluntad.
Ellos se ponen en escena, se inventan a sí mismos; en su proximidad amo yo contemplar la vida-, se me cura así la melancolía.[2]

No cabe duda que una de las herencias más potentes de Nietzsche es la pregunta por la tragedia. Y no en términos filológicos, ni filosóficos, ni histórico, o del mundo griego, sino de la vida misma. Es decir, la pregunta por la tragedia es la pregunta por la vida. La tragedia, dice Nietzsche,

No para desembarazarse del espanto y la compasión, no para purificarse de un afecto peligroso mediante una vehemente descarga del mismo –así lo entendió Aristóteles–: sino para, más allá del espanto y la compasión, ser nosotros mismos el eterno placer del devenir, –ese placer que incluye en sí también el placer del destruir.[3]

La tragedia para nosotros no es purga, purificación o catarsis,[4] mucho menos un castigo, sino la muestra fundamental de que lo que hace al mundo, y por tanto a nosotros mismos, es: la nada. La nada constitutiva del “vínculo humano”, del devenir, de la creación y por tanto de la destrucción, el caos en el origen.

Pero volviendo a nuestro ejemplo de la Universidad, no sólo nos referimos a los sistemas burocráticos, administrativos, de prebendas, de control, de estímulos y de promociones que rigen la vida académica, sino sobre todo al carácter inocuo que ha adquirido el aprendizaje, la transmisión, el diálogo, la literatura y la palabra. Sin duda una de las grandes riquezas de nuestra época es el avance tecnológico, pues hemos pasado del libro, de la biblioteca y de la presencia del maestro, al archivo electrónico, a los espacios virtuales en internet y al tutor en línea. Pero ¿qué es lo que sucede con el pensamiento cuando de los grandes libros se pasó a los libros de texto (a los manuales), de éstos a las copias y de ellas a los sistemas electrónicos de archivo? Decía Goethe, citado por Steiner, que “quien sabe cómo hacer algo, lo hace; quien no lo sabe se dedica a la enseñanza” y Steiner añade, “quien no sabe enseñar se dedica a escribir manuales de pedagogía”.[5] Y tenía razón Goethe porque de lo que se trata en la vida es de “hacer algo” y no de dar lecciones. Tal y como Sócrates lo mostró todo el tiempo hasta con su muerte, porque él no daba consejos ni lecciones, lo que él buscaba es que cada quien hiciera algo con su propia vida de manera autónoma. Es cierto que Sócrates y Platón han sido interpretados como los maestros de la razón, pero también lo es que Heráclito puede ser leído como el actor de su propia vida, como un pensador en escena que se fricciona frente a la naturaleza, contra sí mismo y frente a los otros, no para mostrar con cierta ironía el poder del logos, de su palabra, sino todo lo contrario para mostrar la abertura, el hueco o el caos de la palabra, a pesar de que el mismo afirma: “No me escuchéis a mí, escuchad al logos”.

Por eso nos cuestionamos junto con Sloterdijk “¿no son por tanto el cientificismo y el esteticismo las típicas idioteces complementarias de la modernidad?”.[6] O como se pregunta Nietzsche “¿acaso es el cientificismo nada más que un miedo al pesimismo y una escapatoria frente a él?”.[7] En el sentido de que por un lado hay quienes quieren escapar de los argumentos que tienen como originen los sentimientos o el modo singular subjetivo de ver la vida, y lo hacen recurriendo a una explicación científica y que utilizan como slogan aquella frase de que “lo que está científicamente comprobado es verdad absoluta”; y por otra parte aquellos que intentan escapar de una racionalidad científica, pretenden argumentar con criterios singulares desde una supuesta relatividad de grupo o íntima. Se trata de los dos lados de una misma moneda, ambas caras son formas de huir del miedo al pesimismo. Pero así como sucede entre Apolo y Dionisos, no hay complementariedad, no se trata de buscar un cómodo equilibrio entre ciencia y estética, sino todo lo contrario: es el mundo de la fricción, del desgaste, del ardor y del dolor lo que hace posible la vida.

 

Parafraseando a Sloterdijk, es cierto que nadie nos pide tener el pathos ascético shopenhaueriano y la genialidad wagneriana de Nietzsche. No podemos ser como él: un Centauro pesimista. Si algo caracteriza la actualidad es la disolución de las formas. Nietzsche es actual por presentarnos descarnadamente, desfiguradamente, “la forma”. Lo que él mostró fue que la formalización es necesaria para dar cuenta de la monstruosidad de la propia existencia. Por eso cuando se le atribuye el adjetivo de Centauro es precisamente por lo monstruoso de la conjunción entre natura y cultura, entre physis y nomos, entre Dionisos y Apolo, de Dionisos contra “Sócrates”, del instinto contra la racionalidad.

Aunado a esto el pesimismo da a la monstruosidad del Centauro un carácter afirmativo de la vida. La denuncia de la decadencia de nuestra modernidad no puede permanecer en su negatividad, ni tratar de explicarse de una manera optimista para superarla, olvidando su cualidad destructiva. Ya los teóricos de Frankfurt lo habían reconocido, Adorno veía a la dialéctica como negativa, planteaba a la Teoría Crítica como una lógica de la desintegración, algo propio de lo humano y no sólo en su calidad de atributo que la razón puede dar a las cosas para luego intentar recomponerlas a modo. Por eso nos preguntamos junto con Nietzsche acerca del miedo. Una de las características de la actualidad es que todos los miedos quedan cubiertos por una póliza de seguro, por así decirlo apaciguamos nuestros miedos contratando garantías que nos permitan “vivir”, evitando así esta confrontación descarnada entre la verdad científica y la verdad estética, entre natura y cultura, entre razón y afectos. Aquí la pregunta es por los límites del torso humano y el dorso de la bestia. Límites confrontados que nos permiten pensar sin miedo al pesimismo. El pesimista no es el melancólico, todo lo contrario es el animal que ríe para tolerar el sufrimiento, es el que afirma su vida a pesar del profundo dolor, es quien se ejercita para huir de la indiferencia, de la seguridad y del optimismo.

Pero volvamos a nuestra interrogación inicial, lo que Nietzsche nos provoca en la actualidad es la pregunta por el pensar. Así como en algún momento se afirmó que en esta época era imposible escribir poesía o que creaciones artísticas como el jazz son irrealizables, ya sea desde el lado de la creación o de la recepción, es decir, desde la lectura de poesía o la escucha de la música, todo parece indicar que la dificultad para tener acceso a la creación artística o científica es equivalente a la imposibilidad de pensar. Pensar es crear, no es producir o reproducir. Si la idea de que en la actualidad es imposible pensar fuera válida, entonces la sola pregunta por la imposibilidad del pensar sería imposible de formular. Por así decirlo, el sólo pensar por el pensar tiene una voluntad de crear. Si somos consecuentes, estamos obligados a intentar destruir lo que Nietzsche pensó. No es ninguna pretensión desmedida decir que la vida del científico y del artista radica justamente en esta potencia creadora. Y dado que toda creación es destrucción, otra de las grandes aportaciones que nuestro autor nos hereda es que hay que pensar en contra de él mismo y por supuesto de uno mismo. Y no hay que interpretar esto en un reduccionismo psicoanalítico fundado en una supuesta falta constitutiva porque si algo nos muestra el carácter dubitativo del filósofo de Röcken es la exuberancia, es el exceso. La duda para él no es un problema psicológico, ni existencial, ni de identidad, sino vital. La incertidumbre es constitutiva de todo vínculo vital, las certezas por lo contrario derrumban toda posibilidad creativa. El vínculo humano, establecido desde la pregunta, debiera ser un germen para pensar en el porvenir de nuestras instituciones educativas. Por eso Nietzsche es un pharmacon  que envenena nuestros cuerpos para curarlos de la terrible desertificación que está en el enorme mito de la globalización. La pregunta envenena las certezas, el pensar envenena al propio pensamiento, el pesimismo envenena al optimismo. No deja de ser paradójico que por primera vez en la historia de la humanidad nos podemos pensar en todo lo que implica la inmensidad de un mundo global, de internet, de las telecomunicaciones y al mismo tiempo nuestra condición sea próxima a la del último hombre, entendido éste en su decadencia y casi total extinción.

En síntesis, hemos intentado destacar tres elementos, tres herencias sustanciales de la filosofía de Nietzsche para pensar la actualidad, estas son: primero, que del reconocimiento de la tragedia nace la pregunta por la vida misma en el horizonte del caos, de la nada; un segundo legado es el relativo a la fricción de la palabra y del pensamiento puesta entre el desequilibrio y el equilibrio, la incompletud y la exuberancia, Dionisos y Apolo, natura y cultura, Heráclito y el logos; y por último la idea de que pensar es crear y esto significa pensar contra uno mismo o destruirse a sí mismo. Pensar siempre es pensar a lo grande, aun en lo más pequeño está la enormidad.

Citas bibliográficas

 


[1] Es importante hacer notar que el título original que Nietzsche dio a su obra es: El nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música, mismo que Sloterdijk resalta con insistencia. Incluso señala de dicha obra  que “es Una lectura obligatoria para todo aquel que pretenda salvar la vida del arte hasta el punto de volverse imposible como simple estudioso. Este arte, nota bene, no supone una disciplina alternativa para científicos fracasados, filólogos obtusos o filósofos poco despiertos. Trata, al contrario, de la philosophie et demi, de la filología dotada de alas, y de la ciencia que se eleva con intensidad objetiva, el marco de una genuina reflexión filosófica, El nacimiento de la tragedia, es, a la vez el nacimiento de la ciencia jovial…”. Sloterdijk, Peter, El pensador en escena. El materialismo de Nietzsche, Ed., Pre-textos, Valencia, 2000, p. 32. De acuerdo con Nietzsche el título más apropiado y menos ambiguo es Helenismo y pesimismo. En cualquiera de los dos títulos lo que se deja pensar y sentir es mucho.
[2] Nietzsche, Friedrich, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie, Ed., Alianza, Madrid, 1997, p. 209.
[3] Nietzsche, F., Ecce Homo. Cómo se llega a ser lo que se es, Ed., Alianza, Madrid, 1996, p. 70.
[4] Es importante resaltar que para Lacan, en su Seminario 7 “La ética del psicoanálisis”, y algunos lacanianos, en pleno sentido  aristotélico, la función de la tragedia es catártica, es una purga que más allá de una descarga representa una purificación de lo imaginario, es decir, en el sentido de Lacan, de la imagen. Como se puede apreciar esto está muy lejos de la concepción de Nietzsche acerca de la tragedia.
[5] Steiner, George y Ladjali Cecile, Elogio de la transmisión, Ed., Siruela, Madrid, 2003, p. 115.
[6] Sloterdijk, P. Ibidem, p. 40.
[7] Nietzsche, F., El nacimiento de la tragedia. O Grecia y el pesimismo, Ed. Alianza, Madrid, 1997, p. 27.