Wagner
Entre 2004 y 2006, en la Ecole Normale Supérieur de París, Alain Badiou y Francois Nicolas organizaron el seminario “Música y filosofía”. A pesar de lo genérico del título, un único nombre ocupó gran parte de las discusiones: Richard Wagner. El aporte de Badiou apareció en formato de libro en Londres y en versión inglesa bajo el título Five lessons on Wagner (Verso, 2010), a la cual siguió una versión francesa (Nous) y recientemente, en pleno bicentenario wagneriano, ediciones en alemán (Diaphanes) y español (Akal), entre otras. Sin dudas, Wagner es el compositor acerca del cual más se ha escrito y discutido, pero las Lecciones de Badiou se destacan en una bibliografía particularmente rica y abundante. El año pasado, la Universidad Nacional de San Martín le confirió el doctorado honoris causa y lo invitó a realizar una serie de conferencias en la Argentina, en las que Badiou habló acerca de la actualidad arte, de su relectura de la República de Platón y de las paradojas de la filosofía contemporánea. En un descanso entre las conferencias, también conversó con Ñ acerca de su libro sobre Wagner.
¿Se puede aplicar a Wagner la categoría de “paradoja”?
Creo que, en efecto, hay una paradoja en Wagner. Hay en él una suerte de tensión entre una idea nacional muy fuerte y a la vez una pretensión de universalidad, porque la música de Wagner trasciende a Alemania. En Wagner está presente la idea de que Alemania es la patria del Gran Arte –como se canta al final de Los maestros cantores de Nürnberg: “el sacro arte alemán”–, pero también la idea de una música que se pretende universal. Wagner mismo se declara parte de una tradición que lo ubica en el pasaje de la música tonal a la atonal, en una línea que continúan Schönberg y sobre todo Berg.
Por lo tanto, tenemos por una parte la universalidad musical de Wagner, y por otra parte tenemos también su propósito explícito, evidente en sus textos, además de en su música, acerca del arte alemán. Esta paradoja wagneriana es paralela a la paradoja de la filosofía alemana, en tanto ella también proclama a Alemania como la patria de la filosofía y, a la vez, se construye como universal y se inserta en la tradición de la Historia de la Filosofía. La tensión entre universalidad y nacionalismo está muy presente en autores como Marx y ni hablar de Hegel, para el que la última figura histórica no es otra que el estado prusiano. Wagner puede considerarse como una paradoja en el mismo sentido.
En sus lecciones, usted habla de Wagner como un “revolucionario conservador”. Allí habría otra paradoja.
En efecto, la visión crítica sobre Wagner lo coloca como un artista del socialismo feudal (en palabras de Marx) o, para usar una expresión de Zizek, un proto fascista.
La idea sería que Wagner operó una revolución en la cultura europea –un hecho que es innegable, en la medida en que la música en general y la ópera en particular no volvieron a ser las mismas después de Wagner–, pero que esa revolución cargaba un gesto conservador, en la medida en que miraba hacia atrás. La “agenda” wagneriana era la construcción de una nueva mitología, para lo cual debían utilizarse recursos que mantuvieran a la audiencia “cautiva” mediante una apelación a su sensibilidad. Es la crítica de Nietzsche y de Adorno, que establece en Wagner el antecedente de los fascismos del siglo XX.
Usted combate esa asociación.
–Yo no pretendo negar la validez de esa lectura, porque en efecto hay muchos elementos que permiten sostenerla. Mi intención es crear una contra-corriente respecto de esta interpretación, porque creo que ha llegado el momento de escribir un nuevo capítulo que responda a esas acusaciones. Insisto: no es que quiera negar la existencia de ese Wagner que describen sus críticos. Creo, sin embargo, que hay otra lectura posible de Wagner. Las críticas se concentran en la aspiración wagneriana a una totalidad, pero no es menos cierto que las mayores innovaciones técnicas de Wagner se manifiestan en la fragmentación. Para volver a la asociación con Hegel: tanto Wagner como Hegel se presentan como la culminación de un gran proyecto: el del Gran Arte en el caso de Wagner, el de la Metafísica en el caso de Hegel. Las críticas a ambos proyectos parten de la base de que tanto la idea del Gran Arte como la Metafísica de lo Absoluto han muerto. No obstante, tanto Hegel como Wagner gozan de muy buena salud, de modo que parece difícil sostener que en esa lectura se agotan sus proyectos.
¿Cuáles serían los ejes centrales de la nueva lectura de Wagner?
Yo destacaría tres cosas respecto de la importancia de Wagner hacia el futuro. En primer lugar, la posibilidad de la música de ser poderosa sin depender de la obsesión rítmica. Creo que todas las músicas del mundo contemporáneo están obsesionadas con el ritmo, mientras que la música de Wagner se caracteriza por la construcción de otro tiempo. No es que no haya ritmo en Wagner, sino que la suya es una música que propone una cierta lentitud. Pero esta lentitud hoy resulta liberadora. Porque nuestra esclavitud, hoy, consiste en la velocidad. Y Wagner es un artista que emplea una noción del tiempo que se encuentra en las antípodas del mundo contemporáneo. La segunda cosa es que Wagner ha encontrado una relación entre palabra y música que no fue aún completamente explotada. La música contemporánea, después de Alban Berg, se orientó en otra dirección: una relación violenta entre la música y el texto, que tiende a la desarticulación.
En Wagner, en cambio –cuando está bien interpretado–, uno entiende perfectamente el texto. No es verdad eso que tantas veces se dice, acerca de que la música de Wagner oculta el texto o lo tapa. Wagner sabe muy bien cómo hacer que el texto se escuche claramente. La compleja relación entre texto y música, que en Wagner apareció como una novedad, aún no ha sido completamente desarrollada. Y la tercera cosa es la ambición. Cuando se habla de la “obra de arte total” se advierte la ambición de que la obra de arte pueda servir a mostrar el destino de la humanidad. Allí está el final de El ocaso de los dioses, con su imagen de la muerte de Dios y una humanidad que se encuentra sola sobre la tierra… Creo que esa ambición puede ser recuperada en el presente. Mi hipótesis es que el Gran Arte no es sólo una idea del pasado, sino que será sin duda parte de nuestro futuro. De qué modo, no lo tengo del todo claro. Ciertamente, no del mismo modo que en el pasado.
© Con el permiso de la revista Ñ, del Diario El Clarín
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