En un texto accesible, ideal para iniciarse en su pensamiento, Jacques Derrida recorre las analogías zoológicas que usaron diversos filósofos para referirse a la sociedad humana
Jacques Derrida, La bestia y el soberano, Ed., Manantial, trad., Cristina de Peretti y Delmiro Rocha, Buenos Aires, 2011
Espectro de incansable labor, Jacques Derrida (1930-2004) -uno de los filósofos de mayor renombre de la segunda mitad del siglo XX- sigue trazando nuevas huellas a poco más de seis años de su muerte. Con el título La bestia y el soberano ha aparece en español la transcripción de la primera parte del último seminario impartido por el filósofo en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Esta primera parte abarca trece sesiones desarrolladas entre el 12 de diciembre de 2001 y el 27 de marzo de 2002.
Desde una perspectiva general, podría decirse que el texto es una suerte de bestiario de la filosofía política. Cada capítulo es una invitación a descubrir los animales que diferentes autores han empleado para referirse, por analogía, a la sociedad humana. Desfilan así los animales de Aristóteles, de Jean-Jacques Rousseau, de Thomas Hobbes, de Maquiavelo, de Jacques Lacan, de Gilles Deleuze, de Martin Heidegger y de Emmanuel Lévinas, entre otros. Algo curioso, sobre lo que Derrida llama la atención, es el hecho de que aunque la referencia a los animales -en estos y en otros pensadores de lo político- es recurrente, el repertorio de personajes resulte sumamente limitado. Abundan las referencias a los lobos, los zorros, los leones, los corderos; pueden encontrarse también textos acerca de las serpientes, las águilas, las hormigas, las abejas y algunos otros pocos animales más. ¿Por qué estos y no otros son las “bestias” políticas? Esta pregunta permanece latente hasta el final del curso.
El seminario se inicia con los primeros versos de la fábula “El lobo y el cordero”, de La Fontaine: “La razón del más fuerte es siempre la mejor: vamos a mostrarlo enseguida”. Pero, al tiempo que abre el seminario de este modo, Derrida se pregunta qué relación puede haber entre un seminario y una fábula, entre la verdad y la ficción: “El discurso docente no debe ser fabuloso. Da saber, dispensa saber, es preciso saber sin fábula. Y es preciso hacer saber sin fábula”.
Un punto que se debe tener en cuenta, sobre el cual Derrida insiste en casi todas las sesiones, es la diferencia de género de los artículos que preceden a los sustantivos “bestia” y “soberano”. En buena parte de los textos de teoría política “el” soberano es presentado como el sujeto -masculino- que desde la cumbre de una jerarquía social y política ejerce su dominio sobre “la” bestia, nombre -femenino- que se asigna a las minorías subordinadas (mujeres, hijos, esclavos, indocumentados). El soberano ocupa el lugar de la identidad, es “el mismo”; la bestia es “lo otro”.
Surge entonces la pregunta acerca de las relaciones existentes entre la bestia y el soberano. ¿Se trata de una simple oposición binaria entre dos polos plenos de identidad? En relación con las oposiciones binarias (hombre/ mujer; naturaleza/ cultura; Dios/ hombre; hombre/ animal), el autor postula una suerte de regla metodológica: “Cada vez que se vuelve a poner en cuestión un límite oposicional, lejos de concluir de ahí la identidad, es preciso multiplicar por el contrario la atención para con las diferencias, afinar el análisis dentro de un campo reestructurado”.
La proximidad fónica en francés de las palabras “est” (es) y “et” (y), le permite al filósofo jugar con la idea de que “la bestia y el soberano” también puede entenderse como “la bestia es el soberano”. ¿Se trata de una identidad entre ambos términos? Recurriendo a Hobbes, Derrida trabaja sobre el devenir-bestia del soberano y el devenir-soberano de la bestia. El hombre político como soberano sobre las bestias pero, también, la soberanía -el soberano- como un modo bestial de someter a otros hombres: “La bestia es el soberano que es la bestia, compartiendo ambos un estar fuera-de-la-ley, por encima o a distancia de las leyes”.
“Fuerza” y “Ley” son dos conceptos muy presentes en las dos primeras sesiones. Hay que recordar que éstas se desarrollaron a fines de 2001, apenas tres meses después de los atentados a las Torres Gemelas y en pleno despliegue de la “contraofensiva” estadounidense. En ese contexto, y partiendo de una cita del Contrato Social de Rousseau, Derrida afirma que “el animal, el criminal y el soberano están fuera de la ley, a distancia o por encima de las leyes; el criminal, la bestia y el soberano se parecen extrañamente justo cuando parecen situarse en las antípodas, en las antípodas uno de otro”. Con Noam Chomsky, el filósofo recuerda que “durante mucho tiempo, Saddam fue bien tratado por Estados Unidos como aliado y como cliente”. Y se pregunta, entonces, cómo pasó a ser, en pocos años, “la bestia de Bagdad”. Pero la cuestión no es únicamente indagar acerca del devenir-bestia de Saddam, sino que cabe preguntarse hasta dónde puede diferenciarse su “bestialidad” de las regulares violaciones por parte de Estados Unidos a las resoluciones de la ONU, al derecho internacional, a la soberanía de otros estados “menores”.
Con Maquiavelo hace su aparición el zorro. Un pasaje clave de El príncipe es aquel en el que se exponen los recursos que posee el príncipe para gobernar. El argumento de Maquiavelo es el siguiente: se puede combatir con las leyes o con la fuerza. Combatir con las leyes es lo propio del hombre; combatir con la fuerza, lo propio de los animales. ¿Qué debe hacer el príncipe? Derrida cita la respuesta de Maquiavelo: “Es preciso que un príncipe sepa actuar oportunamente no sólo como hombre sino como bestia”. A esta inclusión de la bestia, el florentino añade una precisión: el animal político no es pura fuerza; es también astucia. De ahí que el príncipe tenga una composición tripartita: hombre, león y, sobre todo, zorro.
El tema de la astucia es retomado más adelante, a partir de Lacan. Una de las diferencias que subraya Lacan entre el hombre y el animal es que este último es incapaz de un fingimiento de segundo grado: no puede fingir que finge. Se queda “en el primer nivel de la huella: poder de trazar, de batir, de rastrear pero no de des-pistar la batida ni de borrar su huella”. Tampoco es capaz de honor y nobleza, ni de tomar conciencia de la muerte. Por todo esto, es incapaz de acceder al orden de lo simbólico: “Es con el poder de fingir el fingimiento con lo que se accede a la Palabra, al orden de la Verdad, al orden simbólico, en resumen, al orden humano. Y, por consiguiente, tanto a la soberanía en general como al ámbito de lo político”. Derrida encuentra cierta fragilidad en el planteo lacaniano. Para el filósofo no se trata tanto de discutir aquello que Lacan niega al animal, sino de preguntarse hasta qué punto el hombre sí cumple con aquello que se le asigna.
Una mención aparte merecen dos pasajes del texto que Derrida dedica a poner en ridículo a Giorgio Agamben. Valiéndose de un fragmento de Homo sacer I , el filósofo francés muestra diversos procedimientos mediante los cuales, según él, Agamben pretende constituirse en soberano de la filosofía contemporánea: “Su gesto más irreprimible consiste habitualmente en reconocer prioridades que se habrían desconocido, ignorado, pasado por alto, no sabido o no podido reconocer, por falta de saber, falta de lectura o de lucidez, de fuerza de pensamiento. Lo subrayo con una sonrisa tan sólo para recordar que ésa es la definición, la vocación, incluso la reivindicación esencial de la soberanía. Aquel que se plantea como soberano o que pretende tomar el poder como soberano dice o sobreentiende siempre: aunque yo no sea el primero en hacerlo o decirlo, soy el primero o el único que conoce y reconoce quién habrá sido el primero”.
Derrida tiene fama de ser un autor difícil de leer. La bestia y el soberano desmiente ese juicio o, al menos, lo presenta como una excepción. No sólo se entiende sino que, además, se disfruta. Por ello, puede resultar un texto ideal para quienes quieran tener un primer contacto con los conceptos del maestro de la deconstrucción.
Fuente: La Nación