Memorial contra la violencia feminicida “Sin Azar la Memoria” Espacios Públicos, Cuernavaca, Morelos. Registro Gráfico: Poema “Las Catrinas” Bárbara Duran. Foto: David Malacara.
Resumen
El presente texto expone la práctica del artivismo feminista como aquellas acciones capaces de hacer frente a los diversos tipos de violencia; particularmente en el estado de Morelos. Se parte del supuesto del cual es aquella una práctica capaz de fungir como el espacio de resistencia que produce discursos en contra de las violencias contra las mujeres. En ese sentido, produciría también una nueva estética de la resistencia que serviría para visibilizarlas, al tiempo que recuperaría espacios públicos; una de las finalidades últimas de esta modalidad de la relación entre arte y activismo sería la restauración de los lazos erosionados tanto por la criminalidad como por la dinámica heredada de las vejaciones históricas, a su vez, propinadas y recrudecidas en los últimos tiempos.
Palabras clave: artivismo, feminismo, resistencia, estéticas, política.
Problemática y contextualización
La cuestión de la violencia hacia las mujeres tiene innumerables aristas; convertidas en una necesidad de analizar y desentramar para enfrentar este problema de corte estructural. Decimos que es estructural porque no se trata de un fenómeno pasajero, ocasional o contingente, sino que la propia sociedad lo ha asimilado, legitimado y, por tanto, invisibilizado a través del tiempo mediante prácticas que involucran desde lo simbólico, lo religioso, lo moral, entre otros; y que tienen una incidencia en los ámbitos público y privado, es decir, tanto en la vida institucional como en la esfera de la vida doméstica.
Dado que México no es un país exento de este problema, se han implementado herramientas desde distintos ámbitos; uno de ellos es el legislativo. Gracias a las gestiones realizadas por mujeres dentro de este campo, en 2007 se promulgó la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (LGAMVLV) que busca sancionar y prevenir actos que atenten contra su integridad.
En este sentido, la definición de violencia contra las mujeres dada por la ley en su artículo V, párrafo IV, establece que esta se trata de: “Cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte tanto en el ámbito privado como en el público”.[1]
También hemos de decir que, a pesar de que esta ha sido y sigue siendo una fundamental herramienta para situar el problema, evidenciarlo y ejercer las correspondientes penas o sanciones, la cuestión de la violencia contra las mujeres, combinada con otros fenómenos como la pobreza, y más recientemente la pandemia de COVID-19, han rebasado por completo las acciones que se han buscado emprender desde los poderes gubernamentales, federal y locales en el caso de México.
Una de las imposibilidades por atacar la cuestión desde la raíz, decíamos, tiene que ver con que muchos elementos de estas violencias se encuentren arraigados en la estructura social y poseen la apariencia de inofensivos. Esto es, desde las representaciones de las mujeres en estereotipos, en objetos de consumo por parte ya no solo de la industria de belleza sino de otras como las del entretenimiento y redes sociales —que hoy se traducen en la cristalización de representaciones sociales, logrando perpetuar imaginarios que anclan a las mujeres a esquemas siempre subordinantes y por lo mismo violentos.
Ya antes del intempestivo auge de las redes sociales, Olga Bustos tenía una vasta producción de investigación acerca de los estereotipos de las mujeres en sentido negativo dentro de los medios de comunicación masiva que, por lo general, reproducían imágenes de tipo sexista; eran promotores de la violencia de género (como los típicos chistes alusivos a la “guerra de sexos”) y apologéticos de la homofobia y la discriminación.[2]
Esta industria de los medios de comunicación que ahora se sostiene sobre el millonario potencial de las redes sociales ha generado diversos productos que prorrogan la cosificación y el consumo visual de los cuerpos —aunque ciertamente en las últimas décadas también se ha extendido a los hombres, pero lo es en menor medida—; pues esta explotación representa cuantiosas ganancias no solo para las empresas que atinaron en lucrar con estas representaciones sociales, sino también para quienes comercian sus cuerpos a través de plataformas como Onlyfans.
Dicha red, creada en Reino Unido, si bien ha mutado en su usabilidad, al día de hoy es una de las redes que más coopta público joven pues, a la vez que suscribe a nuevos usuarios, les da el beneficio económico de lucrar con fotografías de sí mismos; las cuales son de contenido erótico o de sugerencia sexual:
El sitio cuenta con más de 120 millones de suscriptores, que pagan una tarifa mensual y dan propinas a los “creadores” a cambio de videos, fotos y la posibilidad de enviarles mensajes privados. OnlyFans toma el 20% de todos los pagos. En mayo, la BBC reveló que el sitio no impedía que los menores de 18 años vendieran y aparecieran en videos explícitos, pese a ser ilegal.[3]
Además, señala la BBC que en dicha plataforma ha encontrado anuncios sobre prostitución, incesto y bestialidad.
La conexión entre este tipo de plataformas, la imagen cosificante y de explotación sexual que promueven; además del fomento de la hipersexualidad del cuerpo de las mujeres importan porque refuerzan una estética sobre los cuerpos de aquellas que por lo general es para consumo y objetualización; a la vez que limitan la potencialidad y promueven toda clase de violencias, pues, ¿de qué otra forma puede percibirse a las mujeres si se insiste en atribuirles una imagen sexualizada? Además de las consecuencias que esto pudiera generar, lo que es claro es que al menos las remite a un lugar de menor valía.
Esta atribución que deriva en cosificación ha supuesto diversas prácticas a través del tiempo; por ejemplo, nos dice Joanne Entwistle que la industria de la moda ha sido tradicionalmente atribuida a las mujeres respecto de la organización, producción y atribuciones de significados del vestir,[4] y desde luego promoviendo una determinada estética de las prendas y de los cuerpos que exalta el elemento de la feminidad (siempre en función de la complacencia de la mirada masculina).
La insistencia en la explotación de los cuerpos; en aquella masificación o viralización de imágenes que las remiten a la esfera del consumo sexual o erótico ocasiona la formación de representaciones sociales inscritas en marcos de referencia con los que, a nivel colectivo e individual, entendemos o damos sentido a los otros. Esto, luego se refleja necesaria y consecuentemente en el terreno de las relaciones sociales.
Lo anterior quiere decir que, si de antemano, dentro de nuestro marco de entendimiento tomamos a los cuerpos y existencias de las mujeres con una connotación marcadamente sexual o cosificada, destinados solamente a ciertos fines y que además remitimos como existencias desenvueltas sobre todo en el ámbito doméstico, entonces uno de los resultados es que todo tipo de violencias ejercidas hacia ellas serán minimizadas, legitimadas y tomadas como normales porque la propia estructura social las ha subsumido dentro sus formas.
Si además se añaden otro tipo de problemas o fenómenos de la violencia, como el narcotráfico, migraciones, pobreza extrema, no quiere decir que estos desplacen o mitiguen los conflictos de fondo, sino que se entreveran y agravan la cuestión para determinados grupos históricamente oprimidos.
Existe, pues, una estética de las formas en que se percibe a las mujeres. Tales estéticas vienen dadas, como se ha dicho, en parte por la influencia de las imágenes que las reducen a objetos eróticos y de consumo propagadas por redes sociales y medios masivos de comunicación. Es así como se refrendan las representaciones que hacen pasar por desapercibido el problema, pues dan la impresión de que esa es la realidad, “así son las mujeres”; se trata de un deber ser que sin duda deviene en violencia y complica la toma de conciencia del conjunto social.
Respecto de esta toma de conciencia, una multiplicidad de acciones desde grupos feministas se ha posicionado contra el arraigo y propagación de la violencia en sus diferentes formas; máxime en espacios donde aquella prevalece. Desde el ámbito de la sociedad civil, estos colectivos han participado con acciones de diversa índole; la que aquí interesa es aquella actividad propuesta desde el artivismo como práctica artístico-política que intenta incidir en la recuperación de espacios físicos y simbólicos cooptados por las violencias que amenazan de manera cotidiana la vida e integridad de las mujeres. Por razones de delimitación, en este texto se mencionarán las actividades e intervenciones realizadas por colectivos feministas en el Estado de Morelos. Al tratarse de un Estado que en los últimos años ha sido blanco de conflictos no solo respecto del crimen organizado, sino también de la propagación de la violencia hacia su población; para este caso de aquella cuyo blanco son las mujeres.
Un antecedente de la violencia contra las mujeres en el estado de Morelos
De acuerdo con el artículo 6 de la LGAMVLV, los tipos de violencia contra las mujeres se dividen en: violencia psicológica, como la que erosiona la estabilidad psicológica y que puede constituirse con acciones varias como insultos, humillaciones, celotipia, etc., que además puede implicar depresión o suicidio en quien lo padece. La violencia física que supone un acto deliberado de daño físico corporal o con armas diversas. La violencia patrimonial que implica el perjuicio en los bienes o recursos de las víctimas respecto de su supervivencia material y de su integridad personal; toda vez que involucra recursos como bienes y valores, pero también de derechos patrimoniales. La violencia económica está relacionada con la anterior, pero se centra específicamente en el daño económico que pueda propinarse hacia la víctima, coartando sus capacidades de obtención de ingresos o recursos. Por último, se hace alusión a la violencia sexual que se entiende como actos de daño o degradación de la sexualidad de la víctima; considerada también como signo de abuso de poder por implicar superioridad masculina.[5]
Sin embargo, estas modalidades de la violencia están consideradas como acciones ejecutadas o concretas en donde son, de algún modo, mayormente identificables los actos hostiles o dañinos; cuestión que no sucede, por ejemplo, con toda la apología de la sexualización ya referida y condensada en las representaciones sociales y estereotipos negativos.
Un primer acercamiento para entender la incidencia de dichas representaciones sociales, reforzadas por medio de las imágenes o de ciertas estéticas que sostienen la violencia simbólica[6] y que además permiten su invisibilidad, es que precisamente se trata de un fenómeno encadenado que puede derivar en la forma más violenta en que se atente contra la vida e integridad de las mujeres: propinar la muerte.
Todas estas modalidades forman parte de un mismo fenómeno que ve su concreción en la subordinación de un género por encima de otro.
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) que constituye un indicador de medición de las diferentes violencias a que se exponen las mujeres en México, en 2021 el 70.1% de las mujeres mayores de 15 años dijo haber sufrido violencia de algún tipo: psicológica, patrimonial, física, sexual, económica o con carácter discriminatorio. La de mayor prevalencia fue la psicológica con 51.6%; seguida de la física con 34.7%. Eso respecto del nivel nacional. Cabe hacer notar que la misma encuesta indica que respecto de 2016 hubo un incremento de 4% en términos de la totalidad de la violencia hacia las mujeres.[7]
En el mismo año, es decir, en 2021, en el Estado de Morelos, uno de los 32 que conforman la República Mexicana, también se reportó un aumento de este tipo de violencia: el Instituto de la Mujer anunció que diciembre de 2020 fue el mes más violento, además de que 25% de las mujeres informaron atravesar alguna situación de riesgo de medio a alto; mientras que 200 mujeres de la entidad fueron enviadas a refugios con sus vástagos por estar expuestas a circunstancias de alto riesgo: “31 fueron asistidas en el refugio del DIF Morelos, 19 en el de Agua Azul, 30 en Creativería Social, 65 con Decisión A.C, 41 en Familias Atendidas Casa Covid y cinco más en Casa de Transición”.[8]
La misma nota señala que la tasa de incidencia de feminicidios en Morelos fue de 3.14% por cada 100 mil mujeres; esto equivale a tres veces más respecto de otras entidades del país. El municipio de Cuernavaca fue el que más casos de violencia reportó, seguido de Jiutepec y luego Temixco.[9]
Los datos nacionales y locales en el Estado de Morelos refieren un problema que rebasa cada vez más la actuación gubernamental en sus distintos niveles. Una de las cuestiones que hemos sostenido aquí y por el que consideramos que esta incontinencia de la violencia se ha vuelto irrefrenable es porque existe un encadenamiento de fenómenos que crean una barrera difícil de penetrar: no solo se trata de los golpes, de los insultos, de la asignación de un menor sueldo o de la devaluación del trabajo doméstico, entre otras formas de violencia. Se trata también de la percepción generalizada y continuamente reforzada a través de múltiples estéticas sobre una condición de la mujer vista como de menor valía, como de que ese otro que constituye el género femenino es siempre uno de menor edad.
Consideramos que el refuerzo de estos estereotipos a través de imágenes, de una perenne insistencia en la objetualización de sus cuerpos son en parte la condición de posibilidad para que otras formas de violencia se gesten; y, lo que es más, para que el esquema de subordinación de un género sea prácticamente imperceptible, aunque los daños se materialicen en golpes y feminicidios.
Si a ello se suman otras modalidades de violencia, como se ha señalado, el problema se convierte en uno de dimensiones colosales; difícil de atacar. Por ejemplo, en el caso de Morelos y otros estados de la República que, como se sabe, han padecido en los últimos años con mayor o menor intensidad la encarnizada lucha entre cárteles del narcotráfico, también han derivado en que el problema de este tipo específico de violencia se convierta en una más de sus prácticas.
Gilles Bataillon señaló que de 2008 a 2011 hubo un dramático ascenso en la tasa de asesinatos (que pasó de 8 a 24 homicidios diarios por cada 100 mil habitantes) acompañado de prácticas de crueldad; fenómenos directamente relacionados con la actuación de grupos criminales que se dedican tanto al tráfico de drogas, como al contrabando, secuestro, falsificación y trata de personas. El autor indica que esta crisis en la escalada de violencia se debió en primer lugar a la “guerra contra el narco” que el expresidente Felipe Calderón declarara en su sexenio (2006-2012), pero también a la consecuente imbricación entre poder político y crimen organizado que venía gestándose antes de la entrada de dicho mandatario. El clima de horror ha sido del conocimiento de todos a partir de entonces y hasta los últimos años, en disímiles intensidades.[10]
Llama la atención en lo dicho por Bataillon respecto de que toda la cadena operativa del crimen organizado siempre precisa de “empleados” y servidores que ejecuten las actividades criminales, de suministro, de transporte, es decir, de mano de obra que soporte la empresa delictiva en sus diversas actividades. El autor señala que, si bien en los últimos tiempos la sofisticación del mercado del crimen necesita de personas mayormente calificadas como ingenieros, técnicos, policías, abogados, químicos, contadores, etc., es bien sabido que, en sus inicios, alrededor de los años ochenta del siglo pasado, se empleaba mayormente a personas del campo y de escasos recursos.[11]
No obstante, no se puede decir que hoy no se prescinda de personas de dicha extracción social. Al contrario: diferentes condiciones que han devenido en la pobreza del campo mexicano, en la migración, en el engrosamiento de la pobreza y la falta de oportunidades laborales y del esperado ascenso social son los que nutren el engranaje del crimen en México. En el caso de las mujeres en estas condiciones se dice que son blanco fácil de una multiplicidad de actividades llevadas a cabo por estas organizaciones delictivas, pero también han padecido como daño colateral la violencia homicida de estos grupos. Se suman los esquemas de empleo dados por el neoliberalismo, la explotación y nula procuración de los trabajadores respecto de los derechos laborales; además del retroceso en los derechos de las mujeres en este ámbito que implicó la reciente pandemia a partir de 2020.[12]
Respecto de la violencia contra las mujeres y su relación con el crimen organizado, Ana Karen García coincide en que esta presentó niveles inéditos a partir del 2007, cuando inició la “guerra contra el narco” de Calderón:
2007 es un año clave para entender la inseguridad y la violencia en México. El inicio de la llamada “guerra contra el narcotráfico” desencadenó, entre otras cosas, un aumento inédito en la disponibilidad de armas dentro del país, una ola de enfrentamientos violentos entre sectores públicos y privados y al mismo tiempo un crecimiento importante en las agresiones y los asesinatos de mujeres y niñas.[13]
Y esto, señala la autora con base en el estudio La violencia feminicida en México: aproximaciones y tendencias, realizado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en México, se dio por el aumento inusitado de armas en el país, pero también por la falta de creación de protocolos en los casos de violencia contra las mujeres y feminicidios. Agregaría el clima de terror e inseguridad imperante en los lugares de mayor presencia del crimen organizado, lo que obstaculizaría la justicia y la atención de víctimas.
La autora, asimismo, señala un elemento muy importante: si hubo tal incremento en este tipo de violencia se debió también a su invisibilización; los avances en cuanto a disposiciones legales y protocolos son aún incipientes sobre de la toma de conciencia que debería existir para atacar el problema: se trata de la misma “estructura público-privada que normaliza y reproduce discriminaciones y agresiones de menor impacto contra niñas y mujeres. De acuerdo con múltiples estudios de organizaciones internacionales y trabajos académicos, casi la totalidad de las muertes violentas de mujeres pudieron evitarse”.[14]
Como se señala, y de manera coincidente con la autora, los diversos tipos de violencia están generalmente engarzados; no es difícil pensar en que, por ejemplo, la violencia verbal puede dar luego paso a la violencia física y, eventualmente, llegar hasta su máxima expresión en el feminicidio. Por eso ella destaca que una gran parte de los feminicidios se trató de víctimas que ya antes habían padecido algún tipo de violencia “desde discriminación hasta agresiones sexuales, amenazas de muerte o violencia en el hogar”.[15]
En un contexto de exacerbada criminalidad como la que generan las organizaciones delictivas es loable pensar que la violencia en contra de las mujeres cobra ese mismo matiz; cambian las prácticas, las formas y las situaciones en que se ejerce; de igual manera, se atenta contra sus vidas y sus derechos. La componente que resalta es que ahora la violencia tradicionalmente legitimada dentro de la estructura social respalda de alguna manera la violencia que se les propina dentro de un ámbito de completa inseguridad y de criminalidad.
Así, de lo anterior se esgrime que, si bien en la LGAMVLV y para efectos jurídico legales se enlistan cinco tipos de violencia contra las mujeres, hay un factor central que sostiene y prepara el terreno para que aquellas se gesten: las representaciones sociales que alimentan un particular modo de ser de las mujeres a partir de cierta estética de la imagen. Esto, como se ha dicho, a través de redes sociales y medios masivos de comunicación principal aunque no exclusivamente.
Tal estética constituiría un paso previo o una manera de percibir a las mujeres como esos seres menores de edad, sexualizados y cosificables que, en consecuencia, serían también sujetos de toda clase de inferiorización y violencia. El problema es que este tipo de percepción no sea un caso aislado, sino que sea el que precisamente se halla incrustado en la totalidad de la estructura social.
Ante semejante escollo resulta imperativa la toma de acciones desde diversos frentes siendo no exclusivas, limitativas o suficientes las que se emprenden desde el ámbito gubernamental en sus diferentes órdenes. Por ello, grupos principalmente colectivos de mujeres, feministas o no, han decidido realizar movimientos en la escena pública; movimientos que implican una postura política, una reivindicación de la estética hegemónica que sostiene las violencias contra las mujeres; pero también una voluntad de reparar el sentido de comunidad que ha trastocado el crimen organizado, sobre todo en las zonas en que más ha causado estragos, como es el caso de Morelos.
El artivismo como práctica política contra las violencias
La palabra artivismo es una compuesta que subyace de arte y activismo, pero tiene unas connotaciones distintas de lo que se entendería como arte en un sentido consensuado o hegemónico. Esto quiere decir que dicha acepción, en este contexto, se adscribiría más bien a una estética feminista de índole reivindicativo; precisamente de uno que intenta salir del canon o de lo generalmente consensuado y aceptado como arte —que no es una cuestión poco problemática.
Sin embargo, como no es el interés del presente trabajo hacer una inmersión en el debate entre lo que es arte y no lo es, nos apegaremos al sentido más bien estético del movimiento feminista que busca ante todo agenciarse una realidad para transformarla. Una realidad cuyas características históricas han sido de rapacidad, opresión y violencia.
En este sentido, el énfasis del artivismo se hace en la tensión entre propuesta estética y acción política, siendo esta sinergia la que debe considerarse como capaz de visibilizar aquellas representaciones sociales de la violencia soterradas en la estructura social; pero también como acto de protesta frente a sus múltiples manifestaciones que cobran vidas y truncan existencias.
Una de las principales premisas en este agenciamiento es la que intenta hacer la inversión del tradicionalmente adjudicado papel de la mujer en el arte o en la actividad creativa, pues más bien se le ha relegado al objeto de la representación y no como sujeto de creación en la tradición y cultura occidental.[16]
Julia Antivilo rescata que no hay un arte de las mujeres y otro de los hombres, sino múltiples personalidades creadoras y propuestas artísticas; no obstante, de la producción feminista sí resalta que una de sus categorías por antonomasia es la experiencia de las mujeres toda vez que “halla en el género el objeto de su subversión política”.[17] En este sentido, sí hay una propia discursividad fuertemente conectada con lo político, pero también con el mundo de vida de lo cotidiano:
Desde posiciones individuales y colectivas han transformado las fronteras del espacio público y privado, de lo individual y lo social. Sus prácticas artísticas y políticas han pretendido trascender la acción simbólica en una acción efectiva donde poder disolver las barreras entre arte y vida, donde enlazarse con un territorio político estético.[18]
La importancia radical de esta producción estética es que no solo constituye una alternativa a las estéticas dominantes que anclan la condición de género a la violencia, sino que además es crítica de todo un sistema al tiempo que produce nuevas formas de percibirse y de estar en el mundo; modos que se construyen desde una estética política, imbricando entonces el terreno de la vida pública y privada como cuestiones interrelacionadas; es decir, es una oposición hacia la ideología que remite a las mujeres a la esfera doméstica y que les asigna a los hombres la dominación del terreno de lo público. Lo que se ha traducido en la reducción de las primeras a la mera escena de lo personal, de los asuntos privados, mientras que a los segundos se les ha delegado la capacidad de configurar e incidir sobre el terreno de lo comunitario.
Con el agenciamiento desde las estéticas feministas se da en primer término el posicionamiento de una estética política que conecta con la producción cultural y el mundo social. Así, tales estéticas no solo quedan en el terreno de lo que se aprecia o contempla, sino que tienen la capacidad de interpelar y de subvertir a través de su discurso. Señala Antivilo: “En el qué produzco están las autorrepresentaciones e imágenes (re) y (de)construidas, por lo tanto, el para qué está en la necesidad de deconstruir/se. Finalmente, el para quiénes se hace esta producción es para nuevas subjetividades, empoderadas y críticas de su situación”.[19]
Si se ve, la producción de este tipo de estéticas está mediada por una toma de conciencia y por una acción crítica hacia las condiciones dadas desde una estética dominante, subordinante que se derrama hacia las formas de vida de las mujeres en todos sus aspectos. Generando, desde luego, diversas violencias.
Pero la producción de una estética feminista abre el espacio de significación/resignificación como parte de expresiones culturales y artísticas; en primer lugar, para los otros/as, pero también como un posicionamiento de la vida propia como resistencia. Por eso, Julia Antivilo señala que la materia prima de esta producción es el cuerpo. Además, destaca que con estas prácticas se genera una revaloración de la cultura popular latinoamericana, de sus rituales y tradiciones “con el propósito de deconstruir lo ‘femenino’ y a las mujeres utilizando como herramientas críticas desde la ironía, parodia y sarcasmo hasta la seriedad del rito y lo sagrado”.[20]
Recordemos que de igual manera ha existido discriminación respecto de la producción artística de las mujeres, que generalmente se tilda bajo el estatuto de artesanal; es decir, la estética o la actividad creadora en este sentido así como sus objetos de producción se han remitido a una esfera subvalorada. El arte o estética feminista trasvasa este mundo de producción de lo cotidiano hacia el terreno de lo público, pero también pasa por la subversión y la crítica, toda vez que tiene una intencionalidad de reclamo y de apropiación de espacios.
Además, un aspecto muy importante de esta práctica es, nos dice la autora, que esta producción se realiza con ánimo democratizador porque se genera con un lenguaje accesible a todo público. Es por ello que otorga también un sentido de pertenencia y de comunidad; ahí donde la violencia ha erosionado los lazos de fraternidad necesarios para la propia subsistencia y desarrollo de lo cotidiano.
Una consecuencia que trae consigo este posicionamiento y producción es también la crítica y rechazo a la figura del “genio creador” que produce a partir de una inspiración cuasi divina; esta figura insistentemente dada desde la cultura occidental que interpone una barrera entre el artista y el vulgo, y que además se le atribuían características místicas y de un don único. Este genio creador también poseía la particularidad de ser hombre.
Por ello, ante la subversión de tales ideas y valores, las mujeres creadoras desde la producción de estéticas feministas son a la vez activistas y revolucionarias. Antivilo lo formula de la siguiente manera:
Las prácticas de las artistas feministas, así como también el arte político vinculado a la vanguardia de la izquierda latinoamericana, han roto así el estereotipo del artista aislado y apartado de lo social durante los setenta y ochenta, practicando un arte deliberadamente incisivo en el contexto social desde distintas posiciones, visiones y creaciones. Nos podemos preguntar hoy día, si la figura de la artista y/o activista feminista sigue revolucionando la relación de arte y política y denunciando las condiciones de precariedad y las dificultades de ser creadora en los noventas y en el dos mil.[21]
Se puede decir entonces que la producción de estas estéticas tiene diversos frentes de acción: por un lado, señala la autora, la de la pugna por la representación de las mujeres (la lucha se da contra las representaciones sociales hegemónicas que ya se han citado; aquellas de las cuales están plagadas las redes sociales y los medios de comunicación) para reapropiarse de una representación propia, una que en efecto haga alusión a la situación existencial de las mujeres. El otro frente sería la crítica que se hace de la modernidad; y no menos importante a la acción de producir en colectivo, de trabajar en conjunto y de esta manera incidir también en el movimiento feminista.[22] Este ánimo y trabajo colectivo trae de suyo la regeneración de lazos dentro de una comunidad, cuestión que, para el caso particular de los contextos de violencia, son de vital importancia.
A continuación, detallaremos algunos de los trabajos que a través de los años se han realizado en Morelos, aunque de igual manera las redes de colectivos que aquí operan se han sumado con redes de otros Estados y de la Ciudad de México; el trabajo, pues, ha sido conjunto. Aunque una particularidad del estado de Morelos es que, pese a que los problemas de violencia contra las mujeres que existen en todo el país, aquí se ha sumado a este fenómeno el de la criminalidad de los carteles de drogas; engulléndose también las vidas, la seguridad de las mujeres y su posible mejora.
La activista, poeta y escritora Bárbara Durán, radicada desde hace más de veinte años en Cuernavaca, Morelos, es quien nos ha facilitado parte de la información y compartido también el trabajo que ha realizado. Cofundadora de la colectiva Lunámbulas, cuyo trabajo colectivo ha estado presente por más de veinte años en el estado, Bárbara nos cuenta que una de las actividades que se ha posicionado como parte de la intervención del espacio público y de protesta es la procesión-rito performativo de “catrinas” que se lleva a cabo cada año en el mes de noviembre, desde 2009, y que recorre las principales calles de Cuernavaca. Esta procesión se hace con el objetivo de visibilizar los nombres de las mujeres muertas por feminicidio en la entidad. Hacer que se escuche su nombre por las calles, las mujeres que caminan hablan en voz alta y gritan consignas para recordar a las víctimas que murieron por razón de su género y de forma violenta.
Asimismo, Bárbara nos comparte las líneas generales del colectivo al que pertenece, sus objetivos, pero también la postura, voluntad y esencia del artivismo frente al suceso:
Discurso y acción de mujeres artivistas en el estado de Morelos: reconstrucción de espacios vitales frente a las violencias estructurales.
Existe una de-construcción y una re-genera-acción de Células Feministas Artivistas donde las trincheras son las artes. Nuestra intervención poética comenzó como la re-apropiación y rescate de los espacios públicos como espacios de libertad, mediante el performance nacido puramente como un arte en progreso en nuestro caso un arte político, una forma de confrontar, desde el ritual de la muerte como memorial de feminicidios. Yo creo que hay tantos feminismos como mujeres en el mundo, me considero heredera de tres olas del feminismo. Volver a las ancestras es vital, reconocer su naturaleza radical y desafiante, sin perder de vista que los feminismos también dividen, el feminismo blanco del negro. El feminismo comunitario del académico. El feminismo lésbico y transexual. Feminismo de a pie y el feminismo internacional. Creo que la cuarta ola feminista por la naturaleza de sus disidencias olvida regresar a sus genealogías, así que el proceso de integrar diferentes ideologías al tiempo de cuestionarlo todo, va a la par de la movilización. Todo sucede ahora.
Diversos grupos de mujeres ocupan la escena local con el artivismo. Se ha de destacar que lo hacen desde diferentes posturas y posicionamientos: desde quienes trabajan de la mano con instituciones del gobierno, como museos, casas de cultura o el Instituto de la Mujer, tanto quienes lo hacen en un afán de desligarse por completo del gobierno en un sentido claro de protesta frente a su incapacidad por contener la violencia.
Existen a la fecha varios colectivos feministas que han realizado actividades a lo largo de los años; destacaremos solo las más recientes, no sin aclarar que por razón de espacio no se enlistarán las anteriores pero que han resultado de enorme relevancia para allanar este camino de lucha y visibilización.
Por ejemplo, el Frente Feminista de Morelos FEM que realizó también en el espacio público la Movilización por los feminicidios el 10 de junio de 2018:
Performance de protesta contra los feminicidios. Fuente: Página de Facebook FrenteFeministadeMorelos
Otras actividades que conjuntan la creación y la protesta a propósito de los feminicidios fueron las llevadas a cabo por la colectiva Existimos porque resistimos, Morelos, que se realizó en la Casona Spencer el 10 de octubre de 2022. Como parte de la elaboración de la ofrenda a víctimas de feminicidio se convocó al trabajo con papel picado para adornarla.
Cartel de invitación para elaboración de papel picado. Fuente: Página de Facebook Existimos porque resistimos
Todas estas actividades, como arriba se señala, precisan de la colectividad para el trabajo; pues se busca ante todo generar lazos o las redes entre mujeres y miembros de la sociedad para concientizar sobre un problema que daña en su núcleo a la sociedad morelense en este caso.
Este trabajo muestra el bordado colectivo realizado por mujeres, el pasado mes de diciembre, y expuesto en el espacio Ollin casa de artes bajo el nombre “Las nombramos bordando”.
Exposición de bordados con nombres de fallecidas por feminicidio. Fuente: Página de Facebook Las nombramos bordando
Un trabajo llamativo es también el de la colectiva Camaleonas resilientes, cuya barda intervino @yazuescapa en la convocatoria #primerpintademorras realizada en julio de 2021. En esta pintura se lee la frase “Las voces de las niñas y los niños también cuentan” como una forma de hacer visibles los derechos y las vidas de infantes.
Pinta en el marco de la #primerapintademorras Fuente: Página de Facebook camaleonas.resilientes
De modo que las acciones de estas colectivas en el espacio público, aparte de hacer una crítica social y de protestar en contra de la violencia, realizan un posicionamiento de carácter estético político al proponer diversos talleres de creación. Es el caso de las actividades que se han emprendido en conjunto desde colectivos feministas e instituciones de cultura del estado:
Carteles de invitación para talleres creativos
Así como exposiciones de actividades realizadas tradicionalmente por mujeres:
Cartel de anuncio de exposición de barro
Uno de los casos que llama la atención a propósito de asumirse como agente de cambio es el de la colectiva Hermanas de la sombra a mujeres de luz también del estado de Morelos, el cual se ha concentrado en resignificar la vida de las mujeres que han quedado privadas de la libertad y que además la mayoría de las veces también son vidas económicamente precarizadas. Los empeños de esta colectiva son precisamente los de reeducar a la sociedad que, para ellas, está plagada no solo de prejuicios sino también de racismo y misoginia, elementos combinados que complican la situación de las mujeres privadas de su libertad:[23]
Se proponen no sólo denunciar las violencias patriarcales que han marcado sus vidas y que reproduce el Estado penal, sino también tienen un fin pedagógico ante una sociedad que ha estigmatizado, deshumanizado y olvidado a aquellas mujeres que viven secuestradas por un sistema que sigue viendo la segregación como la única solución ante la conflictividad social.[24]
Cabe destacar que muchas de las mujeres que están en esta condición o la padecieron son indígenas, familiares de adolescentes privados de su libertad, así como de víctimas del crimen organizado, personas desaparecidas, etc.[25]
La forma en que ellas buscan dar visibilidad a la situación, pero también generar una narrativa de esta experiencia es a partir de la escritura. Una de sus aspiraciones es reunir textos, hacer rituales y prácticas que nutran la escritura, como la puesta en marcha de talleres y la publicación y ciclos de lectura de los escritos que producen. Fruto de este trabajo fue su “Manual de intervención feminista de escritura identitaria en espacios donde se vive violencia”[26] elaborado por las escritoras que elaboraron la nota de referencia. El objetivo de los talleres son las mujeres, pero las activistas señalan que su intención es también abordar públicos mixtos o colectividades, pues, como se ha dicho, estos colectivos lo que intentan es restaurar aquello que se ha erosionado a causa de las violencias.
Mujeres del taller Hermanas de la sombra (2020) Fotografía tomada del sitio web.
Por razones de espacio no hemos podido glosar las obras y movimientos de más colectivas de arte con enfoque feminista presentes en Cuernavaca, Morelos. Sin embargo, la siguiente imagen muestra un mapa de estas.
A manera de conclusión
En la historia del México contemporáneo, máxime a partir de 2007, la violencia se ha vuelto el escenario cotidiano bajo el que la ciudadanía desenvuelve su día a día. A partir del desafortunado protagonismo del crimen organizado en varios Estados del país, la carnicería, terror e impunidad no solo se limitó a los participantes de aquellos grupos, sino que cooptó a una población vejada decenios atrás, olvidada en la pobreza y con un alto índice de marginalidad en educación y alimentación. Esto, junto con los problemas de violencia contra las mujeres que en recientes años se ha intentado hacer visible tanto por los medios de comunicación —con la fructífera cobertura a que dan lugar este tipo de noticias—, como por parte de la toma de conciencia de grupos de mujeres que han decidido emprender acciones contundentes ante el rebase de los diferentes órdenes de gobierno por frenar la violencia.
En este sentido, aún con los problemas y riesgos a los que se exponen estos colectivos de mujeres; se puede decir que una parte de la sociedad civil —en ese binomio conformado por lo que es aquella y el Estado, según la tradición marxista— ha tomado la iniciativa de restaurar espacios públicos, discursivos, que la violencia y la estructura social se han empecinado en legitimar.
En este caso, se trata de las acciones emprendidas desde el artivismo feminista en Morelos, integrado por mujeres oriundas del lugar en colaboración con las de redes de otros estados, quienes han reclamado su legítimo lugar como agentes de cambio. A pesar de que muchas de estas acciones se han intentado minimizar desde los propios medios y desde una sociedad reacia al cambio, se puede sostener que la entrada en escena de estos actos creativos en el ámbito de la política y del activismo social lo que ofrecen es una visión de una estética de la resistencia que se planta frente a la tradicional violencia; una de carácter totalizante y sistémica, propinada bajo distintas formas.
Si esto es así, es deseable sostener que, frente al engarce de las formas de violencia que aquejan a las mujeres y sostenida por una estética de los modos que permiten que aquella se refuerce y pase sin obstáculos de una manera a otra, existe ahora y cada vez con una mayor fuerza una manera de crear, una particular producción de la creación de la imagen visual, del discurso y de la ocupación del espacio público que es ante todo una voluntad del cese de las violencias. Es la generación de un existenciario que se posiciona como posibilidad de vivir de una manera integral, comunitaria y de cooperación; porque estas actividades no solo están restringidas para un público de mujeres, aunque ellas sean las creadoras: lo que intentan, una de las cuestiones medulares, es integrar a la mayor cantidad de espectadores para despertar un sentido crítico, pero sobre todo, de pertenencia y respeto hacia las vidas de las mujeres. Sabemos que despertar esta voluntad y estos ánimos es un potente restaurador de la comunidad en general no solo de un género específico.
Bibliografía
- Antivilo, Julia. Tesis doctoral Arte feminista latinoamericano. Rupturas de un arte político en la producción visual. Chile: Universidad de Chile, 2013.
2. Bataillon, Gilles. Narcotráfico y corrupción: las formas de la violencia en México en el siglo XXI. Revista Nueva Sociedad 225, (2015), https://bit.ly/3jgnALE.
3. Bustos, Olga. Monitoreo de campañas de difusión del gobierno de Oaxaca para identificar niveles de reproducción de estereotipos sexistas, desigualdad y violencia de género. México: INMUJERES Oaxaca, http://cedoc.inmujeres.gob.mx/ftpg/Oaxaca/oaxmeta9_3.pdf
4. Cárdenas, Katy. Aumenta la violencia contra las mujeres en Morelos. México: El Economista, 2021, https://bit.ly/3XO1rDi.
5. De Hoyos, Elena et.al., “De hermanas en la sombra a mujeres de la luz. Investigación colaborativa y artivismo feminista digital en tiempos de pandemia”, Ichan Tecolotl, no. 386, (2023), https://ichan.ciesas.edu.mx/de-hermanas-en-la-sombra-a-mujeres-de-luz-investigacion-colaborativa-y-artivismo-feminista-digital-en-tiempos-de-pandemia/#post-12711-footnote-1.
6. Entwistle, Joanne. El cuerpo y la moda. Una visión sociológica. Barcelona: Paidós, 2002.
7. Fernández, Manuel. La noción de violencia simbólica en la obra de Pierre Bordieu: una aproximación crítica. Cuadernos de Trabajo social Vol. 18, (2005): 7-31.
8. Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Violencia contra las mujeres en México. México: 2021, https://bit.ly/3kTkgGL.
9. Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Diario Oficial de la Federación 1 de febrero de 2007. Pp. 4-5. https://www.cndh.org.mx/sites/default/files/documentos/2019-04/Ley_GAMVLV.pdf.
10. Titheradge, Noel. “El lado más oscuro de Onlyfans”. Londres: BBC, 2021, https://www.bbc.com/mundo/noticias-58280845.
11. ONU-CEPAL. “La pandemia del COVID-19 generó un retroceso de más de una década en los niveles de participación laboral de las mujeres en la región”. https://bit.ly/3Do8evp.
12. Hernández, Aída. Resistencias penitenciaras. Investigación activista en espacios de reclusión. México: Juan Pablos Editor, 2017.
Notas
[1] Diario Oficial de la Federación 1 de febrero de 2007, Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, ed. cit., pp. 4-5.
[2] Olga Bustos, Monitoreo de campañas de difusión del gobierno de Oaxaca para identificar niveles de reproducción de estereotipos sexistas, desigualdad y violencia de género, ed. cit., s/p.
[3] Noel Titheradge, El lado más oscuro de Onlyfans, ed. cit., s/p.
[4] Joanne Entwistle, El cuerpo y la moda. Una visión sociológica, ed. cit., s/p.
[5] Diario Oficial de la Federación 1 de febrero de 2007, Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia .
[6] Se trata de un tipo de violencia conceptualizado por Pierre Bourdieu y que refiere un consentimiento, una sumisión no consciente sino sutilmente aceptada a partir de creencias y estereotipos; convierte en relaciones afectivas las relaciones de dominación, de ahí que la violencia simbólica no sea perceptible para quienes participan en dicho esquema. Manuel Fernández, La noción de violencia simbólica en la obra de Pierre Bordieu: una aproximación crítica, ed. cit., pp. 7-31.
[7] Violencia contra las mujeres en México, Instituto Nacional de Estadística y Geografía, ed. cit., s/p.
[8] Katy Cárdenas, Aumenta la violencia contra las mujeres en Morelos, ed. cit., s/p.
[9] Katy Cárdenas, Aumenta la violencia contra las mujeres en Morelos, ed. cit., s/p.
[10] Gilles Bataillon, “Narcotráfico y corrupción: las formas de la violencia en México en el siglo XXI” ed. cit., s/p.
[11] Bataillon, “Narcotráfico y corrupción: las formas de la violencia en México en el siglo XXI…”.
[12] De acuerdo con la CEPAL, la pandemia de la COVID-19 generó un retroceso de diez años en los avances logrados respecto de las condiciones laborales de las mujeres en América Latina y el Caribe. La pandemia del COVID-19 generó un retroceso de más de una década en los niveles de participación laboral de las mujeres en la región, ed. cit., s/p.
[13] Katy Cárdenas, Aumenta la violencia contra las mujeres en Morelos, ed. cit., s/p.
[14] Idem.
[15] Idem.
[16] Julia Antivilo, Tesis doctoral Arte feminista latinoamericano. Rupturas de un arte político en la producción visual, ed. cit., s/p.
[17] Ibidem, p. 22.
[18] Idem.
[19] Idem.
[20] Ibidem, p. 25.
[21] Ibidem.
[22] Ibidem.
[23] Elena de Hoyos, et.al., “De hermanas en la sombra a mujeres de la luz. Investigación colaborativa y artivismo feminista digital en tiempos de pandemia”, ed. cit., s/p.
[24] Ibidem.
[25] Véase en particular el trabajo: Resistencias penitenciaras. Investigación activista en espacios de reclusión que coordinó Aída Hernández Castillo, ed. cit., s/p.
[26] Resistencias penitenciaras. Investigación activista en espacios de reclusión que coordinó Aída Hernández Castillo, ed. cit., s/p.