Entrevista a Franco Volpi

Home #C - Heidegger en el abismo Entrevista a Franco Volpi

Prefiero ser un nihilista que un fanático

A partir de «Padres e hijos» de Turgeniev y de las grandes novelas de Dostoievski «Crimen y castigo», «Los demonios» y «Los hermanos Karamázov» se popularizó el término «nihilista», concepción que enseguida «Nietzsche desarrollará teóricamente, realizando un catálogo de sus manifestaciones -señala Volpi-. Él descubre que responde a la lógica de la evolución occidental y a un proceso de decadencia: se agota la fuerza dionisiaca de la civilización, empobreciéndose y acumulando patologías. Es el tema fundamental de nuestro tiempo».

A su juicio, «hoy en día este concepto lo usa todo el mundo, desde el Papa al portero de mi casa. Me di cuenta de que, antes de que fuera utilizada como categoría filosófica o social, ya hubo un nihilismo avant la lettre que había sido una herejía en la Edad Media. Después los románticos hablaron de la nihilatio mundi, la aniquilación del mundo para poder crear todo ex novo. Por ejemplo, Jean Paul en «Los poetas nihilistas». Turgueniev no conocía la historia precedente de la palabra, pero tal vez se inspiró en los franceses, porque la Revolución destruyó todo lo anterior -símbolos y valores- y sus dirigentes decían: «La Revolución no cree en nada. Somos nadistas». Enseguida, la clase culta rusa adopta el término y lo asocia a fenómenos violentos, asesinatos y atentados terroristas, a la transformación radical de la sociedad, al conflicto entre las generaciones mayores y los jóvenes».

 

Heidegger y Jünger

 

Como Volpi repasa en su interesante libro, la filosofía y la literatura han abundado en el tema a partir de entonces: Thomas y Heinrich Mann, Max Stirner, Karl Schmitt, Alexandre Kojeve, Arnold Gehlen, Cioran… sin olvidar el intenso diálogo que establecieron Heidegger y Jünger, con la técnica como telón de fondo. Este «malestar de la cultura» se asocia, por una parte, al proceso de independización de la ciencia y de la filosofía de la teología, así como también a la cada vez más radical separación del hombre de la naturaleza en el proceso de urbanización, con el abandono de la cosmovisión agraria. Y claro, a la aceleración histórica impuesta por la técnica. «Desde el siglo XIX vivimos una situación parecida a la del helenismo tardío, tras la muerte de Alejandro, cuando fracasan las polis y el individuo se encuentra sólo frente a su destino. Los dioses han muerto. Donde hay vacío existe la imperiosa necesidad de llenarlo con algo. El problema es que uno no ve más allá de su propio horizonte. Es como transitar por una autopista a ciegas y sin señalización. Tienes que inventar tu libertad, encontrar los recursos simbólicos que te permitan encontrar el sentido en este viaje por la ruta de la finitud. Autores como Jünger nos enseñan a hacer un esfuerzo de imaginación para inventar símbolos que nos alumbren. Jünger era más optimista que Heidegger y decía que había que traspasar la línea y exponerse a lo Nuevo sin más, mientras que Heidegger aconsejaba ser prudente y esperar la llegada de los nuevos dioses».

Para Volpi no hay que temer al nihilismo. «Los que ponen bombas y se suicidan no son nihilistas, todo lo contrario, tienen una fe, ya sea ideológica o religiosa. El nihilismo puede ser un antídoto del fanatismo. Ha roído las verdades y debilitado las religiones, pero su relativismo también anula el dogmatismo y ha derrumbado al totalitarismo. Yo prefiero ser nihilista a ser fanático. Cuando ya no se sostienen los discursos trascendentes, en la globalización traída por la técnica y las masas, hay que operar en las convenciones sin creer mucho en ellas», concluye.