Máquina y Disciplina

Home #B - Michel Foucault Máquina y Disciplina

 

Bienvenido hijo mío, bienvenido a la máquina

Roger Waters.

 

¿Es posible hablar de máquina en el contexto del suplicio? ¿Cuál es la estructuración del reticulado que permite semejante ardid?  ¿Qué sucede con dicha figura en la emergencia de una racionalidad punitiva? ¿Qué posición ocupa la máquina en esta otra configuración?

Para el lector de Vigilar y Castigar estás preguntas podrían parecer una aberración, o en el mejor de los casos un descuido de lectura, una mala interpretación, un error. Sin embargo, la pretensión de formular estás preguntas establece la necesidad de replantearnos la noción de máquina como figura del pensamiento en la realización manifiesta de una racionalidad punitiva. Será pertinente aclarar desde el principio que la “maquina” que constituye semejante descripción no representa el desarrollo lineal de un concepto y / o de un estadio perteneciente a dicha racionalidad constituida en el siglo XVIII.

Lo anterior tendría, al menos como objeción precisamente que el suplicio (el cual no obedece aún a una codificación “maquinal” en los términos en que el autor señala), pertenece éste a otro reticulado, a otras formas de asociación de significantes y de prácticas estructuradas; diríamos para simplificar que el suplicio pertenece a otra racionalidad punitiva.

De lo que trataremos en primer lugar es de la noción de máquina en el contexto del suplicio como forma de punición; como un ardid al margen que no establece primacía en la articulación de semejante contexto; para tal fin hemos decidido utilizar un relato de Franz Kafka ya que nos parece ilustrar de una manera breve pero contundente la noción del castigo como suplicio. Posteriormente, en un segundo apartado nos introduciremos de lleno a la noción de máquina desarrollada por Michel Foucault como el antecedente inmediato de las sociedades disciplinarias. Dicha figura que conlleva en su estructuración el despliegue de una racionalidad punitiva quiere ser señalada más que como el rastreo de un desarrollo lineal, como una ruptura cuya emergencia rebasa la configuración de un ámbito especifico –el espacio de encierro, la colonia penitenciara- hacia la ordenación de los cuerpos –biológicos y sociales-.

 

Maquina-supliciante

De lo que trataremos en este inciso es de la noción de máquina en el contexto del suplicio como forma de punición; como un ardid al margen que no establece primacía en la articulación de semejante contexto, y por tal motivo hemos de renunciar –momentáneamente- a Foucault para ilustrar como dicha técnica marginal al pertenecer a toda una configuración distinta adquiere un sentido-utilidad en ésta. De aquí la necesidad de referirnos a la maquina-supliciante que la magistral pluma de Franz Kafka nos describe en su cuento breve “En la colonia penitenciara”.

Este sitio sumido en un arenoso valle y “completamente encerrado entre riscos pelados”

ha debido desarrollar un funcionamiento autónomo al margen de otra autoridad que no fuera su comandante: “la organización de la colonia era algo tan acabado que su sucesor, así tuviera mil nuevos planes en la cabeza, por lo menos durante muchos años no podría cambiar nada de lo que había hecho el viejo”.

De tal manera que la administración de tal lugar operaba ya de manera casi anónima; las regulaciones y procedimientos habían sido prescritos con anterioridad y su administración consistía en mantenerla funcionando.

En este contexto se realizará la ejecución de un prisionero a la par que es llevada a cabo una inspección en semejante lugar, el cual se ha mantenido cerrado. Tal situación provoca por un lado la expectación por parte del inspector; y por otro, la ostentación del oficial a cargo. Ésta tiene como motivo de fascinación la máquina: instrumento de ejecución, aparato manufacturado para ejercer castigo sobre el cuerpo del condenado; permanece como un engranaje –quizá el más espectacular- de aquélla isla de castigo. Espectacular para el expectante, instrumento cotidiano para aquel lugar: “Con el andar del tiempo, se han ido formando ciertas denominaciones, hasta cierto punto populares, para cada una de las partes. La parte de abajo se llama la cama, la de arriba el dibujante, y esta del medio, esta parte que oscila, se llama la rastra.”

 

La maquina forma, como cualquier otro mueble, un artefacto cotidiano, uno más con el cual se le familiariza a partir de una nomenclatura de uso común. Pero ésta, además de establecer la relación de familiaridad dentro de la colonia también ofrece un parámetro de descripción; una elemental categorización que permite articular teórica y prácticamente una pedagogía instructiva como la que ofrece el oficial al inspector:

Aquí sobre la cama se coloca al condenado. Se trata de que yo quiero describir primero el aparato, y sólo entonces llevar a cabo yo mismo el proceso; de esa forma usted lo podrá seguir mejor. Hay, además, en el dibujante un engranaje que está demasiado gastado; chirría cuando está en funcionamiento; entonces, uno apenas puede entenderse; lamentablemente acá es muy difícil conseguir repuestos. Aquí, entonces, está la cama, como dije; está completamente cubierta con una capa de algodón en rama; también se enterará de qué finalidad tiene esto; sobre este algodón se coloca al condenado boca abajo, por supuesto completamente desnudo; aquí hay unas correas para los pies, aquí unas para las manos y aquí una para el cuello, a fin de sujetar bien al condenado. Aquí en la cabecera de la cama, donde, como le dije, el hombre se apoya primeramente con la cabeza, está este pequeño tapón de fieltro, que se puede regular fácilmente, de modo que se le meta derecho en la boca; tiene por finalidad evitar que grite y que se muerda la lengua; naturalmente el hombre tiene que aceptar el fieltro, si no por la acción de la correa del cuello se le quebraría la nuca…

 

 

La rastra (una conjunto de agujas de cristal) se amolda al cuerpo sometido, a sus partes: una serie para el torso, otra para los brazos, otra para las piernas y un punzón especial para la cabeza.

Cada parte de la máquina tiene su propia batería, la fuente de energía que necesita para realizar, en movimientos precisos, exactamente calculados, la condena: Escribir en el cuerpo del condenado la disposición quebrantada.

De tal manera que “cuando el hombre está acostado en la cama y ponen a ésta a temblar, la rastra baja sobre el cuerpo; por sí misma se coloca de tal forma que roza el cuerpo apenas solamente con las puntas; no bien se ha establecido el contacto, esta cinta de acero se pone inmediatamente rígida como una barra. Y ahora empieza la función. Un no iniciado no advierte diferencia alguna entre los castigos; la rastra parece trabajar uniformemente; al vibrar clava sus dientes en el cuerpo, el cual, además, se estremece desde la cama. Ahora bien: para que todos puedan verificar la ejecución de la condena, la rastra fue hecha de cristal; ocasionó algunas dificultades de carácter técnico asegurar las agujas en ese material, pero después de muchos intentos se lo logró; no hemos escatimado esfuerzos. Y ahora todos pueden ver a través del cristal cómo se lleva a cabo la inscripción en el cuerpo ¿No quiere acercarse y observar las agujas?”

 

La ejecución está concebida en el ámbito de lo espectacular; no es la plaza pública del condenado de Damiens, sin embargo, el propio diseño de la máquina implica la visibilidad de la ejecución: la ejemplaridad del castigo como acción visible e inscribible en el cuerpo son funciones constitutivas de la maquina y elementos del suplicio; se ejerce el castigo mas como una venganza –en este caso por la disposición violada- que exponga y advierta la restitución de la ley. Por si fuera poco, la visibilidad del castigo obedece también a un carácter estético o artístico: la maquina-supliciante ejecuta en sus exactos movimientos la inscripción de una sentencia a partir de un diseño basado en una ornamentística que se inscribe de igual modo en el cuerpo condenado:

No es caligrafía para niños del primario. Hay que leer largamente en él. Con seguridad también usted lo interpretaría. Naturalmente, no puede ser una escritura simple; es que no debe matar en seguida, sino en, término medio, en un lapso de doce horas; el momento crítico está calculado para la hora sexta; por lo tanto, la escritura en sí debe estar rodeada de muchos, muchos adornos; la verdadera escritura cubre el cuerpo sólo en una pequeña faja; el resto del cuerpo se destina a ornamentaciones. ¿Puede ahora apreciar el trabajo de la rastra y todo el aparato?

 

 

La funcionalidad entera de la máquina conjuga los elementos del suplicio al tiempo que constituye un elemento más de toda una ordenación punitiva, de sus procedimientos: se constituye el uso de la técnica como verdugo anónimo. La maquina, en Kafka, deviene signo de lo inhumano, elemento inserto en una organización brutal e impersonal: la colonia penitenciara. Y ésta es objeto de suspicacia ante un nuevo ordenamiento al cual le resultará bárbara y obsoleta: moralmente inútil y por lo tanto condenada a desaparecer.

 

Maquina-disciplinaria

En el siglo XVII, señala Foucault, la docilidad se constituye como el punto de cruce entre el registro clásico y el registro moderno sobre el interés que se tiene sobre el cuerpo: entre la inteligibilidad del cuerpo y su utilidad.

Ésta une al cuerpo analizable con el cuerpo manipulable; el saber que se produce al mismo tiempo se aplica en el sometimiento, utilización, transformación y perfección de su objeto.

Es decir, en esta época se crean una serie de técnicas cuya novedad radica en los siguientes aspectos:

En primer lugar, la escala del control: no estamos en el caso de tratar el cuerpo, en masa, en líneas generales, como si fuera una unidad indisociable, son de trabajarlo en sus partes, de ejercer sobre él una coerción débil, de asegurar presas al nivel mismo de la mecánica: movimientos, gestos, actitudes, rapidez; poder infinitesimal sobre el cuerpo activo. A continuación, el objeto del control: no los elementos, o ya no los elementos significantes de la conducta o el lenguaje del cuerpo, sino la economía, la eficacia de los movimientos, su organización interna; la coacción sobre las fuerzas más que sobre los signos; la única ceremonia que importa realmente es la del ejercicio.

 

De lo que se trata ahora, es de una coerción constante e ininterrumpida que vigila la actividad propia del cuerpo, la cual busca aproximar el tiempo, el espacio y los movimientos en una codificación minuciosa.

Se busca formar un vínculo que consolide la relación docilidad-utilidad del cuerpo humano; un mecanismo que lo explore, desarticule y recomponga a partir de un arte de las coerciones, de técnicas que garanticen la sujeción constante de sus fuerzas.

 

Esta serie de prescripciones o métodos de manipulación calculada concretan las “disciplinas” que intervienen sobre el cuerpo, son las técnicas que hacen del cuerpo presa; en tanto conjunto, componen toda una “anatomía política”, que a decir del autor se trata igualmente de una “mecánica del poder”.

 

La disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos “dóciles”. La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia)”. En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una “aptitud”, una “capacidad” que trata de aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta.

 

 

El vínculo que se consolida entre el aumento de la fuerza y aumento de la sujeción constituye en toda mecánica de poder una microfísica, que a decir del autor no se trata ni de una invención ni de un descubrimiento propiamente dichos. Se trata de la formación de un reticulado a partir de procesos menores, ardides y minucias que con frecuencias no son considerados o son marginalmente considerados en ordenes anteriores; estos procesos se conjugan de forma arbitraria, convergen y se apoyan mutuamente y así van forjando todo orden donde cada técnica, cada disciplina adscribe una política del cuerpo:

“Ardides, menos de la gran razón que trabaja hasta en su sueño y da sentido a lo insignificante, que de la atenta “malevolencia” que todo lo aprovecha. La disciplina es una anatomía política del detalle.”

 

Estas disciplinas que en su convergencia han ganado espacio y constituido un ordenamiento a detalle de las coerciones sobre el cuerpo anatómico podrían incluso extenderse al cuerpo social más allá del carácter punitivo en que se consolidan en la modernidad; esta amenaza de sometimiento se debe principalmente a la constitución de una sociedad disciplinaria que opere bajo la orquestación de ardides que se conjugan para crear esta anatomía política del detalle. Sobre estos últimos Foucault señala básicamente cuatro:

el arte de las distribuciones; esta utiliza básicamente dos técnicas, la clausura, y los emplazamientos funcionales: en el primer caso se trata de constituir un lugar homogéneo y cerrado que permita establecer la operatividad de los emplazamientos, la funcionalidad de los lugares, la especificación de sitios, la categorización mediante puestos o “celdas”, el  lugar que ocupan en la distribución del espacio los individuos; se trata de técnicas que permiten establecer un conocimiento, un dominio y una utilización de los cuerpos a partir de una analítica del espacio.

 

el control de la actividad; cinco técnicas lo componen: el empleo del tiempo, la elaboración temporal del acto, el establecimiento de la correlación del cuerpo y el gesto, la articulación cuerpo-objeto y la utilización exhaustiva; como se deja entrever en este ardid el tiempo penetra al cuerpo en su actividad, comportamiento y utilización a la vez que se pretende la extracción creciente del empleo del propio tiempo, de tener mayor número de momentos disponibles; de lo cual el cuerpo se transforma de un ensamblado mecánico en un “organismo” cuyas prescripciones inciden en el mayor rendimiento del tiempo y en la economía del gasto de su empleo en la actividad del cuerpo.

 

la organización de la génesis; aquí operan toda una serie de técnicas para realizar toda una analítica del tiempo fijando segmentos, esquemas, términos o finalidades, y series de los mismos que determinen el nivel y grado de cada sujeto en su empleo del tiempo; se trata de una fiscalización de la duración del poder, de poseer un inventario detallado que permita la intervención puntual y la utilización y disponibilidad del uso del tiempo inscrito en los cuerpos: del mayor uso de la actividad a partir de un control exhaustivo por medio de codificaciones detalladas que permitan de algún modo acumular el tiempo.

la composición de fuerzas; en ésta el cuerpo singular se convierte en una pieza de engranaje cuya definición ya no es la fuerza que produce sino el lugar que ocupa, el intervalo que cubre; de la misma manera, se debe componer el tiempo de dichos desplazamiento en el ajuste del tiempo de los otros de forma que sea posible su máxima utilización; dicha combinación requiere un sistema preciso de mando, órdenes cuya eficacia y claridad provoquen el comportamiento deseado.

 

La disciplina entonces constituye una maquinaria cuyo efecto será concertar la articulación de fuerzas a partir de ordenes claras y comportamientos específicos y regulados que no den lugar al desaprovechamiento de las capacidades de los cuerpos. En Foucault, la máquina no será el instrumento del suplicio; ésta reaparecerá como el resultado de un nuevo ordenamiento de ciertos dispositivos correlativos al cuerpo. La máquina aparece ahora como esta articulación de las fuerzas extraídas con el fin de aumentar su rendimiento a partir del mayor control o sometimiento de sus partes: éstas son los cuerpos, los individuos o los sujetos como engranajes o piezas de la misma.

Si la máquina en Kafka aparecía como un instrumento de castigo y desaprecia por su obsolescencia y su carácter inhumano; la máquina en Foucault constituye todo un reticulado donde el castigo se instituye como dominio y utilización de los individuos, en tanto que convergen las justificaciones del mejor empleo del tiempo, la corrección de la conducta, y el combate al ocio como origen de los vicios: la máquina se erige pues como humanitaria, lo inhumano se vuelve humano y justifica la docilización de los cuerpos, su encierro en una categoría que permita determinarlos y el empleo de tal conocimiento en el aprovechamiento de sus fuerzas.

Tanto Foucault como Kafka son testigos de un siglo donde la intervención de la máquina en la construcción de los sujetos y sus relaciones con el mundo causó conmoción. Si bien hemos querido ilustrar en la primera parte cómo la máquina opera aún en el contexto del suplicio, la denuncia kafkiana no es muy distinta del análisis foucaultiano: la inhumanidad correlativa a la producción humana en la figura de la máquina. La consolidación de un modo de establecer parámetros y controles de la propia existencia a partir de disciplinas y técnicas coercitivas en el cuerpo que en cada caso somos.

 

Bibliografía.

Foucault, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Ed. Siglo XXI, 2008. Trigésimo quinta edición.

Kafka, Franz, “En la colonia penitenciara” en Relatos completos, Buenos Aires, Ed. Losada, 2003.