La vida de los comerciantes, de los cocheros, de los seminaristas, de los presidiarios y de los campesinos me resulta monótona, aburrida, y todas las acciones de esas gentes se me antojan resultado en gran medida de los mismos resortes: la envidia hacia las castas más afortunadas, la avaricia y las pasiones materiales. Y si todas las acciones de esta gente se originan por estos resortes, entonces sus acciones quedan tan dominadas por estos impulsos, que resulta difícil entenderlas, y, por lo tanto, describirlas.
Lev Tolstói, Guerra y paz
¿Qué es un alienado auténtico? Es un hombre que ha preferido volverse loco, en el sentido que socialmente se entiende, a prevaricar con cierta idea superior del honor humano.
Antonin Artaud, Van Gogh. El suicidado por la sociedad
¿Podemos vivir sin estar en una sociedad disciplinaria? La interrogante esconde una problemática que acompaña a diversas interpretaciones sobre Foucault, esto es, el dilema que provoca el carácter diagnóstico y nunca prescriptivo de su obra. En algunas lecturas se puede correr el riesgo de interpelar apresuradamente: ¿Qué hacer? Una vez que tenemos una imagen no sustancial del poder y los mecanismos de dominio han sido desenmascarados: ¿Qué hacemos? Una vez que el saber otorga identidad al sujeto, pero simultáneamente, las fuerzas del poder con él entretejidas lo someten y lo oprimen. Entonces, ¿qué hacer? ¿Existe un espacio para la resistencia?
Ciertas personas, señalaba Foucault, no hallan en mis libros consejos o instrucciones que les digan “lo que hay que hacer”. Pero mi proyecto es, precisamente, conseguir que “ya no sepan qué hacer”, de modo que los actos, gestos y discursos que hasta entonces han dado por descontado se conviertan en problemáticos, difíciles y peligrosos.
La ausencia de un ideal de emancipación en Foucault, sin embargo, no evidencia a la pregunta inicial como un falso problema. Así, lo que intentaré sugerir en esta digresión es que si bien consideramos actualmente imposible responder a la pregunta, tampoco podemos renunciar a la exigencia de formularla y reformularla.
En “La gubernamentalidad”, una de las lecciones que dictó en el Collége de France durante 1978, Foucault explica que, a través del análisis de algunos dispositivos de seguridad, intentó ver cómo aparecían los problemas vinculados específicamente con la población, y “al mirar estos problemas un poco más de cerca, inmediatamente se vio remitido al problema del gobierno”
. A continuación intentaré trazar algunas líneas generales de uno de los objetivos de aquellos cursos, que consistía en articular la serie seguridad-población-gobierno.
Durante el siglo xvi, nos dice Foucault, estalla con particular intensidad la problemática del gobierno en general. Cómo gobernarse, cómo ser gobernado, cómo gobernar a los demás, por quién se debe aceptar ser gobernado, qué hacer para ser el mejor gobernante posible, son, en su multiplicidad, problemas característicos de dicho siglo. Esos asuntos se plantean, de manera esquemática, en el cruce de dos procesos: un movimiento de concentración estatal (se deshacen las estructuras feudales y se instalan los Estados administrativos) y otro de dispersión y disidencia religiosa (Reforma y Contrarreforma). A mediados del siglo xvi surge una inmensa producción de literatura sobre el gobierno que se extiende hasta finales del xviii. A partir de un análisis comparativo de El príncipe de Maquiavelo, en el que aquí no ahondaremos por razones de espacio, Foucault concentra su reflexión en los puntos relativos a la definición misma de lo que se entiende por gobierno de Estado. Uno de los problemas centrales que se propone es el de la racionalidad del gobierno, es decir, la manera en que el gobierno piensa su práctica.
El arte de gobernar que irrumpe en el siglo xvi, dice Foucault, se bloquea por razones históricas durante el xvii. Las instituciones monárquicas eran hegemónicas, el ejercicio del poder se reflejaba como exclusivo de la soberanía, de tal forma que el arte de gobernar no podía desarrollarse de manera autónoma. Para explicar lo anterior Foucault se ocupa de la configuración del mercantilismo, que es la primera racionalización del ejercicio del poder como práctica del gobierno, y la primera vez que comienza a constituirse un saber del Estado que puede ser utilizado como táctica del gobierno.
“El mercantilismo se encontró bloqueado y detenido, precisamente porque se propuso como objetivo esencial la potencia del soberano.”
Su propósito era pensar qué hacer, no tanto para que un país fuera rico, sino para que el soberano pudiera disponer de riquezas.
Más adelante, Foucault sitúa el desbloqueo del arte de gobernar en la abundancia monetaria, el aumento de la producción agrícola y, de manera más precisa, en la expansión demográfica del siglo xviii. Así, aparece la población, en el marco de una urbanización vertiginosa, como una categoría problemática. “Gracias a la percepción de los conflictos específicos de la población y al aislamiento de ese nivel de realidad al que llamamos economía, el problema del gobierno pudo por fin ser pensado fuera del marco jurídico de la soberanía”.
A través de la estadística, reducida anteriormente a funciones de la administración monárquica, se revela que, por sus desplazamientos, por sus maneras de hacer, por su actividad, la población tiene efectos económicos específicos. De esta manera, la población emerge, más que como una potencia del soberano, como el fin y el instrumento del gobierno. “La población aparecerá como sujeto de necesidades, de aspiraciones, pero también como objeto entre las manos del gobierno, consciente frente al gobierno de lo que quiere, e inconsciente también de lo que se le obliga a hacer”.
Cuando la red continua y múltiple de relaciones entre población, territorio y riqueza devienen objeto de estudio, se constituye la ciencia que denominamos “economía política”. En resumen, en el siglo xviii asistimos al tránsito de un arte de gobernar a una ciencia política, de un régimen dominado por las estructuras de soberanía a un régimen dominado por las técnicas del gobierno.
De manera genérica, y por consiguiente inexacta, Foucault reconstruye la historia de las grandes economías de poder en Occidente de la siguiente manera:
En primer lugar, el Estado de justicia, nacido en una territorialidad de tipo feudal y que correspondería a grandes rasgos a una sociedad de la ley, con todo un juego de compromisos y litigios; en segundo lugar, el Estado administrativo, que corresponde a una sociedad de reglamentos y de disciplinas; y, por último, un Estado de gobierno que ya no es definido esencialmente por su territorialidad, por la superficie ocupada, sino por una masa: la masa de la población, con su volumen, su densidad, naturalmente con el territorio sobre el que se extiende, pero que no es, en cierto modo, más que un componente de aquélla. Este Estado de gobierno, que se apoya esencialmente sobre la población, que se refiere a la instrumentación del saber económico y la utiliza, correspondería a una sociedad controlada por los dispositivos de seguridad.
Es importante recordar que Foucault nunca sostuvo —como quizá podrían haberlo sugerido Hardt y Negri en Imperio, una sucesión de dispositivos de poder; se trata más bien de una coexistencia de planos, de un devenir, no de una historia, diría Deleuze.
Es necesario que no comprendamos en absoluto las cosas como la sustitución de una sociedad de soberanía por una sociedad de disciplina, y después la de una sociedad de disciplina por una sociedad, digamos, de gobierno. Se da, en efecto, un triángulo: soberanía-disciplina-gestión gubernamental.
La disciplina, junto con su florecimiento en el siglo xvii en instituciones como escuelas, talleres o los ejércitos, no desaparece. Al contrario, la idea del gobierno de la población agudiza aún más el problema de la fundamentación de la soberanía y también agudiza aún más la necesidad de desarrollar las disciplinas.
Administrar la población no quiere decir, sin más, administrar la masa colectiva de los fenómenos o gestionarlos simplemente en el nivel de sus resultados globales; administrar la población quiere decir gestionarla igualmente en profundidad, con delicadeza y detalle, quirúrgicamente.
En este intento por mostrar el movimiento que hace aparecer a la población como un dato, como el fin de las técnicas del gobierno, Foucault comenta que si hubiese querido darle un título más exacto al curso, seguramente no habría elegido el de “seguridad, territorio y población”, sino “historia de la gubernamentalidad”, a la que define como “el conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten ejercer esta forma tan específica, tan compleja, de poder, que tiene como meta principal la población, como forma primordial de saber, la economía política, y como instrumento técnico esencial, los dispositivos de seguridad”.
Esta definición apuntala de alguna forma lo que decíamos arriba en relación con la coexistencia de planos: la gubernamentalidad no es un periodo histórico que sucede al Estado de justicia y al administrativo, más bien se muestra, sin duda, una retícula de poder multiplicada en complejidad. Nunca la disciplina resulta más importante y más valorada que a partir del momento en que se intenta gestionar la población.
Por otra parte, es de llamar la atención cuando Foucault caracteriza además a la gubernamentalidad como “la tendencia, la línea de fuerza que, en todo Occidente, no ha dejado de conducir, desde hace muchísimo tiempo, hacia la preeminencia de ese tipo de poder que se puede llamar ‘gobierno’ sobre todos los demás: soberanía, disciplina”.
¿Qué quiere decir que un tipo de poder tenga preeminencia sobre otro? Quizá esta pregunta resulte particularmente difícil sobre todo cuando ya hemos acentuado la no sustitución y la no sucesión de dispositivos. Sólo como clave apresurada sobre el asunto, apuntamos lo siguiente: en otro curso, Foucault preguntaba a su audiencia: “¿Es posible resituar al Estado moderno en una tecnología general de poder que haya asegurado sus mutaciones, su desarrollo, su funcionamiento? ¿Se puede hablar de una ‘gubernamentalidad’, que sería para el Estado lo que las técnicas de segregación eran para la psiquiatría, lo que las técnicas de disciplina eran para el sistema penal, lo que la biopolítica era para las instituciones médicas?”
Tal vez la segunda pregunta revela, sólo para términos escolares, el mapa argumentativo de Foucault. Si en Vigilar y castigar la prisión es analizada como el resultado del desarrollo del poder disciplinario, podríamos considerar que en las lecciones de finales de la década de 1970 aborda a la institución estatal como el resultado del desarrollo del poder gubernamental.
Ahora bien, recordemos que para Foucault no existe una localización puntual y única del poder. De esta forma, a pesar de que en los cursos que aquí examinamos, abordaba específicamente a la institución estatal, nunca consideraría a ésta como un lugar privilegiado del poder. Su poder —siguiendo la interpretación de Deleuze— es un efecto del conjunto. La preeminencia de la forma gubernamental del poder no es equivalente a una preeminencia estatal.
La problemática de la gubernamentalidad, dice Frédéric Gros, instalará la idea de una articulación entre formas de saber, relaciones de poder y procesos de subjetivación. Se establece un gobierno sobre sujetos y con la ayuda de saberes. Las formas de saber y de relación con el sí mismo serán pensadas cada vez más, antes que como simples extensiones del poder, como puntos de articulación de procesos de gubernamentalidad.
Gros afirma que eso significa que formas dadas de subjetividad o de saberes determinados podrán operar como resistencias a ciertos procedimientos de gubernamentalidad. En su opinión, la categoría de gubernamentalidad podría incluso sustituir, en el análisis de Foucault, a la de poder
. Quizá en este caso el verbo “sustituir”, como hemos visto, no sea el más adecuado. El problema más grave de la interpretación de Gros es cuando sostiene que:
Demasiado compacta, la noción de poder impedía pensar la resistencia: esta nunca era otra cosa que una modalidad de cierta relación de fuerzas. La idea de resistencia al poder encerraba entonces un contrasentido: no hay resistencia más que en el poder que pueda oponerse a él. En cambio, se puede resistir a formas de gobierno. Es posible negarse a ser gobernado de tal modo o de tal otro, y oponer a formas de saber o de subjetividad articuladas con ciertos procedimientos de gobierno, otros discursos teóricos o maneras de relacionarse consigo mismo.
Es a partir de esta noción de gobierno, remata Gros, que Foucault podrá pensar su propio trabajo como introducción de puntos de resistencia. Sin embargo, al menos en las definiciones citadas de “gubernamentalidad”, me cuesta trabajo ubicar algún espacio que dé cabida a esos supuestos puntos de resistencia, al contrario, a partir de su caracterización como una forma “tan específica y tan compleja de poder”, se perfila no sólo una sociedad disciplinaria y normalizadora, sino de acción sobre el entorno y optimización de las diferencias que, en el ámbito abordado por Foucault, tienen efectos ineludibles sobre una población sometida a un Estado. La aporía planteada por Gros permanecería: no habría resistencia más que en la gubernamentalidad que aparentemente pueda oponerse a otra.
La temática del gobierno nos remite a un “campo posible de acción sobre los otros que, en tanto relación de poder, supone situaciones específicas que en cada sociedad son múltiples y, por tanto, se superponen, se entrecruzan, se anulan, imponen sus propios límites y, también, se refuerzan entre sí.”
En esa medida, propiamente tendríamos que hablar de gubernamentalidades y no sólo de una gubernamentalidad. Podríamos aun considerar la noción de gubernamentalidad, como lo hemos hecho con las disciplinas, como parte estructural de nuestro modo de estar en el mundo: “El gobierno, tanto como el poder, agrega Foucault, supone una acción, una relación constitutiva de la vida social que es necesariamente de lucha, relación de fuerzas que nunca se plantea como unívoca y total”, y que es al mismo tiempo “recíproca incitación y controversia, menos una confrontación cara a cara que paraliza a ambos lados que una permanente provocación“.
Es quizás aquí donde, si bien no se zanja la aporía de la resistencia, se vuelve posible intentar pensarla no como lucha frontal, sino como una orientación en la retícula de gubernamentalidades que se podría trazar bajo la clave de la provocación sugerida por Foucault, y que aquí sólo dejo como un problema abierto.
Es en esos términos también como la pregunta inicial se reformula y se multiplica: podemos describir nuestra sociedad como una sociedad normalizadora, está claro, pero, nos preguntamos con Deleuze, ¿sigue siendo una sociedad disciplinaria? ¿Qué tipo de individuos produce el poder disciplinario? ¿Podemos vivir sin estar en una sociedad gubernamental? ¿Qué tipo de individuos produce el poder gubernamental? ¿De qué manera específica se lleva a cabo hoy la gestión técnica de los individuos y las poblaciones?
Bibliografía
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Páginas electrónicas
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