Antes de empezar este pequeño texto, me gustaría distinguir, al menos, dos formas en que la filosofía se relaciona con las nuevas tecnologías, incluida la internet y redes sociales. La primera de ellas tomaría este fenómeno como objeto de estudio; la segunda, como herramienta y medio de difusión. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que una forma excluya a la otra y viceversa. En este pequeño escrito, me interesa particularmente este segundo ámbito, sobre todo en el caso del texto escrito.
De todas las cosas que tenía en mente cuando pensé en participar en el congreso ‘Filosofía 2.0’, al final decidí centrarme en tres cuestiones fundamentales que por sí solas dan mucho de qué hablar. Para introducir cada una de ellas, me gustaría referirme a algunos pasajes de ciertos textos filosóficos, los cuales, según me parece, funcionan como un buen pretexto para hablar del tema.
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1. Leyendo alguna vez cierta revista de arte contemporáneo, me encontré con un pequeño artículo, al final del cual se presentaban Once atentados breves en contra del dualismo de la mente y el cuerpo. Uno de ellos me pareció absolutamente maravilloso, a pesar de tener un comienzo un tanto desafortunado:
Que ‘todo lo que sube baja’ o que ‘es de humanos equivocarse’, son verdades que debemos aprender en algún momento, y que no está de más repetir siempre que sea necesario. Se dirá que el conocimiento que estas proposiciones transmite es demasiado modesto y, a estas alturas, poco interesante. Pero del hecho de que nos hayamos familiarizado y hasta aburrido de nuestro sillón no se sigue que estemos sentados en el aire.[1]
Es cierto que las redes sociales han revolucionado la manera en que nos comunicamos por la internet. Gracias a ellas, podemos compartir enlaces de interés para nuestros ‘amigos’, publicar gran variedad de ‘estados’, desde citas profundísimas de nuestro filósofo de cabecera, hasta los más irrelevantes, por ejemplo qué hemos desayunado este día; incluso podemos tener una suerte de ‘comunicación encadenada’ -pienso sobre todo en los comentarios múltiples que se pueden hacer a una misma publicación en Facebook. Acciones todas éstas que resultaban inimaginables hace apenas una década.
Este fenómeno, por supuesto, no es ajeno a la gente relacionada con las humanidades, y en particular con la filosofía. Como estudiantes, profesores o investigadores, bien podemos adaptarnos a las redes sociales. Supongo que la gran mayoría de lectores de esta publicación tiene una cuenta en Facebook o Twitter, y todos sabemos más o menos cómo usarlo y qué cosas podemos hallar en ellos. Entre otras muchas cosas, no es extraño encontrar de vez en cuando aplicaciones con frases de escritores y filósofos, enlaces a páginas de interés, a revistas digitales, e incluso páginas dedicadas a determinados pensadores, algunas con mejor contenido que otras, etc.
Sin embargo, habría que preguntarnos hasta qué punto el uso de las redes sociales impacta en la manera de hacer filosofía. Del hecho de encontrar referencias de este tipo en las redes sociales, no se sigue que la labor ‘tradicional’ del filósofo (entendida como investigación, publicación, difusión, etc.) pueda desarrollarse de manera óptima en este ámbito. Del hecho de que nos hayamos familiarizado y hasta aburrido de nuestro sillón no se sigue que estemos sentados en el aire.
A pesar de la novedad y utilidad que representan las redes sociales, parece que éstas no alcanzan a cubrir ciertos aspectos como la profundidad en el estudio de un texto. Entre otras cosas esto se explica por la brevedad de las publicaciones que aceptan tanto Facebook como Twitter. Y sobre todo porque nadie, creo yo, pensaría en escribir y publicar un trabajo académico ‘convencional’, utilizando para ello las actualizaciones de su estado en Facebook. (Aunque quizá a Wittgenstein le hubiera gustado Twitter para escribir algunas proposiciones del Tractatus.)
Ahora bien, ello no quiere decir de ninguna manera que la filosofía deba abandonar el uso de redes sociales o nuevas tecnologías como medio de experimentación, ni mucho menos como herramientas de apoyo, y difusión que es el ámbito donde podemos sacarles mayor partido. Es posible que no podamos usar Twitter para escribir un artículo tal como lo concebimos actualmente; pero sí se pueden utilizar algunos otros elementos para hacerlo. Pienso sobre todo en bibliotecas y revistas digitales. Lo cual nos trae a nuestro segundo punto en cuestión.
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2. En De vinculis in genere, Giordano Bruno escribe: “La entrada por donde son echados los vínculos son los sentidos, siendo sin duda la vista el más importante y el más digno de todos…”[2] Esta afirmación de Bruno -que resulta fundamental para comprender la magia bruniana entendida como ‘la acción de establecer vínculos’- ubica en un lugar privilegiado al sentido de la vista, siguiendo una larga tradición en la que también podemos encontrar a Cornelio Agrippa, o a Marsilio Ficino,[3] por mencionar sólo un par de ejemplos. Por su parte, Ramón Lull estaba convencido de que “se está mejor dispuesto a entender cuando se lee un libro bello y en la letra grande que cuando está escrito en letras feas, delgadas y malas.”[4]
¿Qué tiene que ver esto con lo que nos ocupa? Veamos. Hay varios obstáculos que superar al tratar de que los filósofos -los humanistas en general- utilicen ciertas herramientas como bibliotecas, revistas y demás publicaciones digitales. Uno de ellos tiene que ver con la reticencia a utilizarlas, por considerar quizá que tienen un estatus inferior que las fuentes ‘físicas’; mismas a las que se les otorga mayor importancia, ya sea por fetichismo, costumbre, o bien simplemente por cerrazón. Algo que, por experiencia propia me atrevo a decir, no es extraño en esta Facultad (la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM). Aunque por supuesto, todo esto va cambiando con el paso del tiempo.
Un segundo obstáculo tiene que ver con un elemento aparentemente superficial: el diseño visual de estas herramientas. Estoy convencido que parte de dicha reticencia, aun de aquellos que se han acercado a estas nuevas tecnologías, tiene que ver con el poco atractivo visual que éstas presenta. Por diseño visual entiendo no sólo el diseño estructural de la página, sino también la presentación final del texto al usuario. Finalmente, el acceso que tendremos a aquél, estará mediado por una pantalla, misma que percibimos con aquel sentido que Bruno considera el más importante y digno de todos.
En un principio pensaba, en relación con esta deficiencia, sobre todo en el caso de las bibliotecas digitales. Pero esta falta de atención sobre los elementos visuales, puede encontrarse no sólo en proyectos de este tipo, sino también en revistas digitales, blogs de difusión y demás espacios en la red utilizados por filósofos, donde se privilegia, ¿se abusa indiscriminadamente?, sobre todo del texto escrito. No pretendo de ninguna manera afirmar que se debe dejar de dar importancia a este elemento, en favor de la imagen y demás elementos visuales. Simplemente señalo que es posible utilizar ciertos aspectos visuales, de organización de los contenido y de presentación final del texto al lector, para hacer más accesible y agradable el uso de estos recursos a los usuarios de los mismos. Se trata de crear herramientas, contenidos y producciones, que no sólo sean visualmente atractivas, sino también funcionales y útiles para nosotros, como humanistas.
En la mayor parte de los casos dejamos de lado esta cuestión que quizá consideremos banal para centrarnos únicamente en el contenido. En otro caso esto es así, simplemente porque la mayoría de los filósofos, aún los interesados en utilizar estas nuevas herramientas, no saben utilizarlas a profundidad y, por tanto, no son capaces de explotar todo el potencial que en ellas existe. Sin embargo, tampoco hay que esperar de los filósofos un dominio total de las nuevas tecnologías, no es esa una labor que les sea propia en cuanto tales. Más bien, habría que apostar por otra salida para que este tipo de proyectos sean más atractivos y funcionales. Me refiero, por supuesto, a la inter-disciplina.
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3. Un elemento recurrente que podemos encontrar en ciertos autores neoplatónicos renacentistas radica en la presentación de determinadas tríadas. Las cuales se hallan conformadas, en general, por un elemento superior, uno inferior, y uno intermedio que sirve de puente a ambos, pues estos son tan disímiles que necesitan de un tercero que los comunique. Ficino, por ejemplo, escribe en De amore:
Tres cosas hay sin duda en nosotros: alma, espíritu y cuerpo. El alma y el cuerpo son de naturaleza muy diferente, y se unen por medio del espíritu, el cual es un cierto vapor sutilísimo, engendrado por el calor del corazón desde la parte más sutil de la sangre. Y esparciéndose de aquí por todos los miembros, toma la virtud del alma, y la comunica al cuerpo. Toma también por los instrumentos de los sentidos las imágenes de los cuerpos de afuera; imágenes que no se pueden fijar en el alma porque la sustancia incorpórea, que es más excelente que los cuerpos, no puede ser formada por ellos mediante la recepción de las imágenes; pero el alma, por estar presente en el espíritu, en todas partes sin esfuerzo ve las imágenes de los cuerpos como reluciendo en un espejo, y a partir de ellas juzga a los cuerpos.[5]
Es cierto que, como humanistas, la gran mayoría de nuestras actividades giran en torno al texto escrito, asi ha sido durante muchísimo tiempo, y es muy probable que lo siga siendo por otro tanto. De tal manera estamos predispuestos a darle un valor privilegiado al texto escrito. No hay nada ni de extraño ni de malo en ello. El problema surge al momento de trasladar las labores que realizamos con el papel y la tinta -con nuestro procesador de texto- a un medio con una gama tan amplia de posibilidades como lo es el internet. No es extraño encontrarnos con proyectos online a cargo de humanistas que, como ya mencionamos, abusen del texto escrito. En un caso similar, pero en el polo opuesto, y en un intento de dar mayor peso a elementos visuales se corre el riesgo caer en cierta vacuidad. Tendríamos, pues, una forma muy atractiva, pero sin un contenido rescatable.
Es aquí donde entraría en escena nuestra idea de inter-disciplina. Se trata de hacer que dos medios tan aparentemente separados, como lo son la filosofía y el diseño, trabajen juntos. Pero no sólo como una mera yuxtaposición de labores, sino conformando un verdadero entrelazamiento que permita conseguir el objetivo deseado. Para lo cual se necesita de un elemento -que compartiría conocimientos tanto de un mundo como del otro- que ayude a unir, a comunicar, ambas disciplinas: un elemento medio que coordine y ayude a ambos polos a comunicarse de la manera más adecuada, para que se llegue a buen término en la labor que se realiza.
Se necesita que el diseñador comprenda qué es lo que se busca hacer a nivel visual y estructural en la página web en cuestión, en función siempre de los contenidos que en ella se van a publicar; pero también se necesita que aquél que pretende publicar determinado texto escrito sea consciente de todas las posibilidades que se pueden explotar en ella. Este elemento al que nos hemos referido, podría ser una sola persona, o bien un conjunto de ellas; en todo caso este punto medio siempre consistirá en una especie de hibrido, que como tal compartirá conocimientos de ambos mundos. Aunque estoy tentado a señalar que, al menos en proyectos de este tipo, dicho elemento medio debe inclinarse ligeramente hacia el lado de la filosofía, con el objeto de que el proyecto en general no pierda de vista que el lugar preponderante corresponde sobre todo a los contenidos, a los textos escritos, que en determinado sitio se publiquen.
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Hasta aquí con la presentación de estos temas. De igual manera que con mi participación en el congreso, los tres puntos expuestos aquí no pretenden, de ninguna manera, haber agotado la discusión en torno a ellos. Su presentación responde, más bien, a un interés por que éstos funcionen a manera de pretexto, de provocación, para que a partir de ellos se generen ulteriores reflexiones, cuestionamientos y problematizaciones. Labores éstas que, en tanto humanistas, nos son propias; independientemente de si para ello nos servimos de las redes sociales, y las nuevas tecnologías o no.
Notas:
[1] Luigi Amara, ‘El cuerpo tachado’, en Fahrenheit, Arte contemporáneo, febrero-marzo 2005, pág. 59.
[2] Giordano Bruno, De vinculis in genere, Pax, México, III, VI, pág. 87.
[3] Cf. Cornelio Agrippa, De occulta philosophia, Kier, Buenos Aires, I, LXI, pág. 100. Marsilio Ficino, De amore, UNAM, México, I, III, pág. 24.
[4] Joaquín Xirau, Vida y obra de Ramón Lull, filosofía y mística, FCE, México, pág. 160.
[5] Marsilio Ficino, Op. Cit., VI, 6, pág. 112-113.