Nada puede darse por perdido

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Nada puede darse por perdido

Walter Benjamin y Shaun Tan

El cronista que hace la relación de los acontecimientos sin distinguir

entre los grandes y los pequeños responde con ello a la verdad

de que nada de lo que tuvo lugar alguna vez debe

darse por perdido para la historia.

Walter Benjamin, Tesis III

 

 

Así pues, ¿quieres oír una historia? Bueno, hace tiempo 

sabía un montón de historias interesantes. Algunas eran

tan divertidas que te desmayarías de risa, y otras tan

espantosas que no querrías volver a oírlas jamás. Pero

me he olvidado ya de todas. Así que te contaré

la de cuando encontré la cosa perdida.

Shaun Tan, La cosa perdida

 

 

La cosa perdida (The Lost Thing, 2000) inicia con esta confesión del narrador: podría contarnos muchísimas historias, pero las ha olvidado. Esta declaración sería más que suficiente para alertarnos, no nos contará divertidos o espantosos o interesantes relatos sino sólo “de cuando” encontró la cosa perdida, como si fuera algo sin importancia y, a la vez, para hacernos saber que ese hecho ha tomado el lugar de los relatos que siempre nos han contando. En el caso de la narrativa –tanto verbal como visual– de Shaun Tan (Australia, 1974) la lectura es un ejercicio activo de doble vía. Las palabras y las imágenes son dialécticas y dialógicas, de tal manera que unas y otras son indispensables para construir el sentido. Una sola página de La cosa perdida nos enfrenta a un trabajo de análisis que va del detalle a lo panorámico y es, sin duda, la figura de la alegoría la que nos puede dar las claves de una compleja interpretación.

La cosa perdida se nos presenta como una aparente distopía, un mundo en donde la “belleza” del progreso se desvanece para hacer visibles sus mecanismos: tuberías, máquinas, basura, masificación, burocracia y control social. Pronto nos damos cuenta de que ese mundo imaginario es nuestro mundo o más puntualmente una alegoría de nuestro mundo y que Shaun Tan ha operado como un arqueólogo no del pasado, sino del presente, para descubrirnos las ruinas que habitamos. Un pequeño y elocuente letrero, discretamente colocado en uno de los cuadros, nos anuncia: “Hoy es el mañana que se te prometió”.

Walter Benjamin (1892-1940) prefiguró en la industrialización de los siglos xviii y xix el cambio de experiencia en Occidente. Un cambio problemático que para Benjamin no tenía que ver en absoluto con el optimismo positivista del progreso, sino con el empobrecimiento de una experiencia que ya no podía ser comunicada en los mismos términos que antes del proceso industrial y, de manera precisa, después de la síntesis de su poder destructivo en la Primera Guerra Mundial. Una de sus Tesis sobre la historia, publicadas póstumamente en 1942, nos habla del ángel de la historia, inspirado en un cuadro de Paul Klee llamado Angelus Novus:

“[…]Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina […] El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso”. (“Tesis IX”, 44)

Este huracán llamado progreso en la época de Benjamin ya era un vértigo acelerado de producción de bienes de consumo, incluyendo las obras culturales de la fotografía y el cine, nacidas en la era industrial. En sus Tesis advierte el peligro de olvidar la responsabilidad que tenemos con respecto a la memoria, nuestros muertos y el compromiso de ofrecer resistencia frente a los enemigos que nunca han dejado de vencer. Las circunstancias que vivió Benjamin, en la década de los años treinta del siglo xx, tal vez nos parezcan lejanas, pero en el continuum de los acontecimientos sus reflexiones siguen nuestros pasos. Benjamin encontró en la cultura el punto de partida para reflexionar acerca de las condiciones feroces del capitalismo: Baudelaire, Proust, Kafka, Poe, Walser, Klee, el surrealismo, el dadaísmo, la arquitectura, la fotografía de Atget y Nadal, son sólo algunos autores, movimientos y temas en los que Benjamin observó las condiciones de la modernidad.

Shaun Tan evoca a Walter Benjamin en dos nociones de su teoría: la alegoría y la imagen dialéctica. El narrador de La cosa perdida, un joven coleccionista de corcholatas, encuentra un objeto descomunal, una gran máquina orgánica, que incluso tiene capacidad de interactuar y de emitir sonidos. No parece pertenecer a nadie y el narrador decide conservarla, al menos hasta que encuentre un lugar donde depositarla. La anécdota parece más o menos sencilla si la historia no constituyera un mosaico de emblemas alegóricos,[1] método que el mismo Benjamin aplica a la composición de sus Tesis como ya hemos visto en el caso de su ángel de la historia. La cosa perdida ilustra el ámbito urbano de las grandes ciudades: el fondo de las páginas lo constituye un collage de diagramas y números al que se superponen imágenes en diferentes dimensiones en donde el concreto, las chimeneas y las tuberías ocupan un lugar importante, pero también la repetición; una repetición que señala la masificación urbana: mismo vestuario, mismo diseño de casas, mismo transporte para todos y, por último, la repetición de sellos –con un cerdo ad hoc– de un estado que controla prácticamente todas las actividades. Los héroes glorificados en grandes monumentos de concreto son personajes anónimos de traje y maletín, cuya cabeza es sustituida por un monitor. El control social no tiene rostro, no hay un Big Brother orwelliano, pero sí los mecanismos de un estado totalitario, en donde los incalculables trámites burocráticos sustituyen a la policía.

Benjamin señalaba como tarea de historiador materialista, en un sentido marxiano, “cepillar la historia a contrapelo” (Benjamin, 43). ¿Qué significa este ejercicio de escrutinio? Para el pensador berlinés: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo ‘tal y como verdaderamente fue’. Significa apoderarse de un recuerdo tal y como éste relumbra en un instante de peligro” (Benjamin, 40). Esta idea, que desarrollará en muchos de los fragmentos de El libro de los pasajes, toma el nombre de imagen dialéctica. Es decir, la imagen dialéctica es este instante en el que lo que ha sido se revela en un momento del ahora. Esta imagen es en realidad una “constelación saturada de tensiones” (alegoría), que hace saltar un momento en esa línea homogénea y artificial con la que ordenamos cronológicamente los acontecimientos en la historiografía. Proust, al mojar la madalena en el té, evoca de manera fortuita los recuerdos, el historiador materialista tendría la misma capacidad para recuperar momentos del pasado, pero en su caso el acto de mojar la madalena es el instante de peligro: llamémosle ascensión del fascismo, imperialismo del capital, explotación de recursos naturales… La cosa perdida de Shaun Tan, es en muchos sentido esa imagen dialéctica.

El joven narrador lleva a la máquina descomunal a una oficina del Departamento Federal de Objetos Inútiles, en donde le espera una montaña de formularios por llenar. Un ser extraño le sugiere “‘Si de verdad te importa esa cosa, no deberías dejarla aquí’ […] ‘Este sitio es para olvidar cosas, para dejarlas atrás, para arrinconarlas. Toma, llévate esto’”. Una tarjeta con una flecha sinuosa es la única pista, suficiente para que después de una curiosa búsqueda, el joven y la máquina encuentren un lugar luminoso, habitado por objetos y seres fantásticos, que será el último refugio de la cosa perdida. El joven, sin embargo, es incapaz de reconocer en ese lugar una posibilidad vital para él mismo. La última página del libro presenta cuatro cuadros: en el primero vemos al narrador en un vagón de tranvía, en la segundo su vagón aparece junto con otros dos, en el tercero y cuarto cuadros vemos una cantidad ingente de vagones en donde se pierde el personaje. En el texto el narrador reconoce que está muy ocupado para poder ver otro objeto como la cosa perdida. En este momento se han invertido los papeles y es el hombre el que se pierde sin remedio en la vorágine de la ciudad.

¿Qué es la cosa perdida metafóricamente hablando? En un mundo en donde todo es sustituible y los objetos tienen una obsolescencia planeada, la máquina orgánica puede ser lo que desechamos continuamente, pero queda claro que quien está perdido no es un objeto sino las cosas fundamentales, la humanidad o el sentido de humanidad. Shaun Tan crea una constelación de imágenes y palabras que tienen una correspondencia literal con nuestra realidad y de tan literal se nos antoja ficcional y fantástica. Una imagen dialéctica que nos recuerda el peligro de entregarnos al conformismo ante el estado de la cosas y al olvido.

Bibliografía:

Benjamin, Walter, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, México, Ítaca/UACM, 2008.

Tan, Shaun, La cosa perdida [2000], Madrid, Barbara Fiore, 2007.


[1] Género que tuvo presencia desde el renacimiento hasta el siglo xviii en Europa y que consistía en un texto acompañado de imágenes cuyo significado pertenecía a la esfera de la alegoría, entendida ésta como un entramado metafórico cuyo sentido es asignado por el autor. Cfr. Mario Praz, Imágenes del Barroco. Estudios de emblemática, Madrid, Siruela, 1989.