Pasen y vean. Conversación con Javier Sáez Castán y el arte de la invención

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Pasen y vean. Conversación con Javier Sáez Castán y el arte de la invención

Advertencia: En cuanto al desarrollo del siguiente texto, lo mejor es no ocultar su origen fragmentario. A lo largo de él verán a Javier Sáez monologar durante horas mientras da un paseo por algunas ideas. Los transeúntes desapercibidos apenas podrán registrar girones de reflexiones marginales, porque algunas son casi aforismos… Al final, el efecto es un ingrediente fundamental de la lectura, en tanto mucho de la escritura es la preparación de tal efecto (como si se tratara de una puesta en escena). Si alguien se toma demasiado en serio lo que resulte, allá él: en realidad, el narrador Javier Sáez que verán enseguida, como la narradora Abril Castillo, sólo son dobles, figuras de ficción. Y como tal hay que tomarlos.

* * *

Conocí a Javier Sáez Castán hace siete años en México, cuando vino a dar varios talleres de creación de libro álbum. Ya lo conocía desde antes, por uno de sus libros, pero no lo sabía. Pasó como sucede con muchos que ya lo conocen sin saberlo. Y en gran medida se debe a los juegos de Javier, que en vez de firmar la autoría del Animalario Universal del profesor Revillod, traducido a once idiomas, dejó su nombre en segundo plano, referido sólo a las ilustraciones.

Ese dispositivo inacabable que es el Animalario me dio un primer acercamiento a la mente creativa de Javier Sáez. Luego, cuando pregunté a ilustradores conocidos si me recomendaban inscribirme a su taller de libro álbum y laboratorio, me respondieron: “Tomar un taller con él cambia la vida”. Y esto se volvió realidad no sólo porque verdaderamente sentí que me abrió un nuevo chacra, porque no volví a ver los libros (los suyos, los álbum, el objeto) de la misma manera, sino porque a la fecha además de un amigo entrañable, es una persona a la que siempre recurro.

Javier es un autor inteligente, un excelente conversador y un maestro asombroso. Este año, a raíz de la planeación de una clase que impartió en la ciudad de México, comenzamos a conversar sobre la creación de libros álbum a partir de su propia experiencia. Gracias a cada taller suyo al que he asistido, a cada encuentro que hemos tenido, a cada correo que hemos intercambiado, no sólo he conocido más de su mente inagotable, sino que he sido su alumna y seguidora de lo que a todas luces es una poética del libro álbum.

Así, con Javier seguí encontrándome a lo largo de estos años en talleres, correos electrónicos, tardes lluviosas en la ciudad de México, seminarios y más libros. En un panel al que asistí en alguna lejana FILIJ, compartió mesa con un intelectual mexicano que se jactaba de leer “sólo lo que vale la pena”, que se confesaba además de “evitar ciertos temas, ciertas materias, como la ciencia y la psicología, para centrarse sólo en la literatura y en el arte”. Cuando vino su turno al micrófono, Javier confesó que él lo mismo lee letreros en las calles que libros de astronomía, y que procura no tener materias favoritas ni descartar ningún tema en especial.

Su sed de lectura no se detiene en el libro como contenedor, Javier es un coleccionista de experiencias, objetos y referencias. Para cada proyecto en desarrollo, tiene una carpeta especial en su computadora donde vierte todo lo que alimenta esa idea en potencia. Algunas ya han visto la luz, otras esperan su momento (que quizá nunca llegue, tesoros en bruto). No es de extrañarse que una de las metáforas que más me tocaron este año, mientras preparábamos su clase magistral de libro álbum, estuviera relacionada con el clima: “Si un taller es como una lluvia que se esparce sobre la tierra, la clase magistral debe ser como un rayo que fulmina un momento y persiste como estela”.

Javier es un hombre sabio, y como tal sabe cuándo abrir la boca y cuándo callar. Un día de taller, Javier nos habló de la necesidad, vocación o llamado de hacer día con día lo que uno hace, como él que diariamente cuenta historias, explora dispositivos narrativos, hace libros. Sus talleres se centran por un lado en entender cómo funcionan estos dispositivos, pero también en cómo encontrar la materia que los nutre. Alguna vez escuché de una escritora que una persona siente la necesidad de comenzar a escribir una vez que su vaso de experiencias se derrama. Javier encontró otra forma de dar a entender esta imagen poética, a través del siguiente chiste:

El hijo jamás había pronunciado una palabra. Creció sin abrir la boca, sin emitir ningún ruido. Sus padres lo llevaron al médico, con psicólogos, le hicieron estudios, pero fue imposible. El hijo simplemente no hablaba. Un día el hijo tiene ya 25 años; todos comen en la mesa, el hijo abre la boca y por primera vez emite la siguiente frase:

—¡Esta sopa está sosa!

Toda su familia, estupefacta, le reclama:

—Pero, ¿cómo puede ser! ¡Puedes hablar! ¿Por qué nunca lo habías hecho? —lo increpan.

—Es que, hasta ahora, todo había sido correcto.

Puede que hasta ese momento todo fuera correcto o puede que no pero, en cualquier caso, Javier nos hizo entender ese momento que llega, donde no podemos seguir siendo sólo espectadores; nos mostró ese detonante a partir del cual es necesario hablar, crear, hacer.

A continuación presento las palabras de Javier Sáez reunidas a partir de esas conversaciones, apuntes de talleres y una entrevista hecha hace unos meses. Javier dice:

* * *

La invención es el único oficio que puede invadir toda tu vida, estar presente en cualquier momento y en cualquier lugar, que se mezcla con lo utilitario; el trabajo consiste en hacer agujeros para, desde nuestra realidad, explorar la ficción.

Lo primero es entender que ni la creación ni la lectura de álbumes ilustrados son disciplinas, en tanto que no se basan en una técnica, en un procedimiento regulado ni en una progresión de conocimientos escalonados. Sin embargo, el álbum ilustrado es un medio artístico complejo que puede poner en juego una gran cantidad de conocimientos previos, imágenes o símbolos culturales (eso que algunos llaman “subconsciente colectivo”), formas narrativas, experiencias, emociones… o bien contribuir a su formación en el caso de los álbumes especialmente concebidos para pre-lectores.

Un libro álbum es un juego donde el autor establece ciertas reglas para poder narrar. El álbum es un objeto con posibilidades de lectura y características físicas: no es un punto de llegada sino de partida. Y no hay una sola forma de hacer álbumes, a cada paso hay que borrar las huellas, no seguir a otro: hay que perderse y evitar esa mimesis que arrastran a muchos detrás.

 

Pasen y vean: enseñar a inventar

[…] El hecho de proponer un taller de creación de álbumes adelanta una respuesta positiva, aunque con algunas salvedades. No existen “autopistas” o caminos universalmente reconocidos para aprender a hacer álbumes. Tampoco un marco académico indiscutible. Cada profesor actuará como guía de acuerdo con sus conocimientos, sensibilidad y experiencia conforme al dicho popular “cada maestrillo tiene su librillo”.

Si aceptamos estos puntos de vista, difícilmente podrá discutirse la importancia del álbum ilustrado como medio de expresión poderoso y abierto en muchas direcciones, pero al mismo tiempo esta apertura del álbum hacia lo personal plantea una cuestión: ¿cómo iniciarse o iniciar a otros autores en el camino de la creación de álbumes? ¿Es posible un aprendizaje de la autoría, en el sentido en que podemos aprender idiomas o matemáticas? El papel del profesor es importante, pero no tanto como el del alumno. Es decir, que es posible aprender a hacer álbumes, pero no “enseñar” a hacer álbumes.

No hay una técnica que garantice un acierto: el mejor autor puede producir un álbum prescindible, mientras que un novato puede producir una perla irrepetible.

La lectura y la autoría, en cualquier caso, deberán ir siempre de la mano, ya que el lector es sólo a medias autor, pero el autor es plenamente lector; el primer lector. El autor deberá por tanto acostumbrarse a recorrer un camino único en dos sentidos simultáneos: desde el punto de vista del autor, donde la imagen interior se va abriendo camino hacia el lector en un proceso expansivo, y desde el punto de vista del lector, donde la lectura es como la reconstrucción de un conjunto de pistas hasta llegar a una imagen personal, interior, en un proceso de síntesis. Para recorrer este camino es necesario hacer uso de la reflexión y la práctica como dos operaciones inseparables la una de la otra; algo así como los pasos que damos al caminar valiéndonos de dos piernas.

Mi último taller tuvo por título “Pasen y vean”, haciendo alusión a dos de las acciones básicas de la lectura de álbumes: pasar páginas y mirar (ver). Al mismo tiempo, es una locución popular relacionada con el mundo del circo y el espectáculo, cercana a esos pregones de los que se han valido vendedores callejeros de todas las épocas para anunciar su mercancía. La asociación entre el álbum ilustrado y el espectáculo circense no es casual para mí (y quizá para otros tampoco). En efecto, como en el mundo del circo, en el álbum se dan cita tres ámbitos fundamentales: el de la tramoya o estructura escénica al servicio de la representación, el de lo extraordinario que se hace presente en medio de la escena (aunque lo extraordinario esté muchas veces tan cercano a lo cotidiano que resulta imposible distinguirlos) y el del público que se reúne para hacer posible este pequeño milagro: la aparición de nuevos mundos en medio de este mundo.

Para este taller me pareció esencial mostrar una visión del álbum que integrara al autor y al lector, y mostrar al álbum como “dispositivo” preparado o cargado por el autor, que a su vez debe ser activado por el lector en una lectura que se renueva incesantemente.

Al reconocer el espacio y el tiempo contenidos en un álbum como algo virtual e incompleto, entendemos que sólo se activa en la medida en que autor y lector participan de una condición común, la de personas, con un bagaje cultural en gran medida compartido. De ahí que en el proceso de lectura de álbumes intervienen sobre todo tres acciones y tres elementos: mirar imágenes, recorrer secuencias y guardar síntesis […] Para familiarizarse con el proceso de autoría, en cierto modo el camino es contrario al anterior: reconocer una semilla o síntesis de lo que luego será un álbum, desplegarlo por medio de una secuencia que en realidad puede formar una red compleja, y plasmarlo en planos o ilustraciones tal vez acompañadas de textos… que dejarán al lector en suspenso para que a su vez vuelva a recorrer el camino contrario, a modo de péndulo.

El autor, el editor y el lector

En mi carrera profesional y en mi vida creativa, he tenido distintas experiencias en lo que concierne a la relación con el editor y su participación en la gestión de un nuevo libro. Me interesa mucho la forma en la que la industria cinematográfica ha articulado el trabajo de distintos profesionales para hacer posible algo tan complejo como una película, sobre todo en los primeros tiempos del cine.

En este sentido, me gustaría ser algo así como un director, del mismo modo que quisiera que el editor hiciera las veces del productor. Como en el cine de los primeros tiempos, donde la emoción que surgía de la historia estaba fuertemente vinculada con la sensación de maravilla, quisiera que en los álbumes la historia no se alejara mucho de esa sorpresa elemental que viene de la simple manifestación de las cosas: quisiera que el libro álbum fuera un teatro de maravillas de bolsillo.

[…]

En mi experiencia, me gusta trabajar con editores que sean buenos lectores. Leemos el proyecto juntos mientras se desarrolla. Al mismo tiempo, esos buenos editores dan importancia al libro como objeto. Ahí también pueden ayudarme mucho. No existe en ninguno de mis libros un mensaje unívoco. De ahí la importancia del papel del lector.

Si sólo trabajas para transmitir una idea, un mensaje, un conocimiento, el papel del lector pasa a segundo plano o bien se pierde por completo.

[…] Encuentro una polaridad cuando se parte de que hay un contenido que transmitir y una forma que darle; el álbum queda reducido a un fin único, se reduce a eso entonces. En cambio, partir de un texto o mensaje establecido resulta contrario a la multiplicidad de sentidos y de lecturas que un libro puede tener […] En los álbumes no hay mensajes únicos, sino imágenes que tejen algo desconcertante, polisémico, que se basan en la antinomia y que son inagotables porque es posible activarlos cada vez.

El puente con el lector es como una caja de música: cada vez que se abre reproduce un efecto mágico que nunca es el mismo. Si un libro álbum fuera como una barca para cruzar a la otra orilla, sería posible destruir la barca una vez que se ha llegado. En mi trabajo busco la lectura múltiple, sin destino de llegada, con el afán de volver a empezar cada vez […] La lectura en sí misma es un valor: si cada imagen del libro es como un vaso lleno a la mitad, el autor pone una mitad y el lector la otra.

El lector inventa historias; el ilustrador plasma iconos. El ilustrador siembra mundos, el lector inventa libros.

No creo que un libro álbum tenga que ir dirigido a nadie. No es una carta, aunque haya podido serlo en su origen. Más bien aspira a tener alguna clase de existencia por sí misma. La paradoja es que hasta que no cae en manos del lector no es nada. Para el lector, debe ser algo igualmente venido de ningún sitio. No sabe qué va a pasar antes de leer, y es mejor que no lo sepa. El lector debe abrir un libro con una papelera cerca, por si tiene que deshacerse de él.

[…]

Me parece mala idea presuponer que un libro va a ser bueno. Te llevas decepciones, o peor aun, te cuesta darte cuenta y librarte de él. Un lector no tiene por qué venerar un libro a priori, ni siquiera al libro en abstracto. Supongo que al “libro en abstracto” no le gustarían ese tipo de lectores complacientes, por lo menos a mí no me gustan, pues espero que el lector haga uso de esta libertad obligatoria.

Por su parte, el autor trabaja desde dos direcciones: desde una semilla sorda y ciega de la que viene la idea, y desde la promesa de un objeto final, bien hecho, contundente o redondo, listo para abrirse y darse a los demás.

[…]

Hay distintas maneras de comenzar un álbum, muchos ilustradores reciben un texto que luego ilustran, pero en mi experiencia puede convertirse en un problema trabajar desde el texto, como mencioné antes. Si se piensa que la semilla es el texto, entonces no se aborda el álbum desde lo que es: una sucesión de imágenes; o bien, las imágenes terminan siendo sugeridas por alguien más. Al final, cualquier buen álbum puede prescindir de texto pero nunca de imagen.

 

[…]

Cuando trabajo en un libro álbum, normalmente parto de la imagen. Sólo cuando hice el libro Los tres erizos trabajé desde un texto, pero incluso en esa ocasión, dejé que la imagen (como procedimiento visual) tomara las riendas. Son la imagen y el formato los que a mi modo de ver hacen el libro álbum. Y forzosamente la imagen en el libro álbum viene dada como secuencia (como imagen en el tiempo) y, para garantizar la unidad de la imagen en la secuencia, casi siempre recurro a un procedimiento cercano al teatral o escénico […] El formato, o mejor dicho, la dimensión del libro como objeto, también puede servirme como punto de partida para hacer un álbum. Es el caso del Animalario. De ahí la importancia de los puntos de vista.

Si a las moscas se les ve desde arriba, a los elefantes de lejos, a las personas de frente, un montaje escénico provoca en sí mismo situaciones; el autor debe visualizar las oportunidades que plantear cierto punto de vista le ofrece.

Así, los puntos de vista son ese marco escénico del libro, donde el personaje es el elemento que te toma de la mano y te lleva de paseo. Un libro puede tener el punto de vista del teatro, que presenta una mirada frontal hacia el escenario, que es el álbum; o bien ser un circo, en el que la acción se coloca en un círculo rodeado por los espectadores que son los lectores. Hay muchísimas posibilidades y en cada caso simplemente es dejar claras desde el principio las reglas del juego.

El método: maestros, inspiración y detonantes

Mi mayor inspiración está en el arte popular, aunque reconozco que mi experiencia del arte popular es muchas veces de segunda mano, es decir, mediatizada por artistas y escritores que han hecho una lectura personal de esas fuentes. Por otra parte, creo que mi trabajo no es especialmente deudor del de otros autores de libro álbum, a los que conocí de forma tardía.

Así, mis maestros e inspiradores proceden sobre todo de otros medios artísticos, donde el artista suele ser anónimo o poco conocido. Los enumeraré:

1) Las barracas de feria que mostraban prodigios y que desarrollaron una estética a medio camino entre la manifestación cruda de lo real y el fraude más aparatoso. Entiendo que, en cuanto se da una puesta en escena, estamos hablando de una manifestación artística. Es lo que ocurre cuando arreglamos la mesa para un invitado especial o disponemos nuestras fotografías familiares en un aparador. Pero, lejos del diseño y las tendencias, me interesan esas puestas en escena domésticas como manifestaciones de un arte popular.

2) Los grabados populares que durante siglos difundieron toda clase de noticias, casos y prodigios, especialmente por Europa y América. Dentro de esta tradición se sitúan los grabados de Epinal en Francia, o los de Manilla en México.

3) La publicidad de los primeros tiempos.

4) Las pantomimas del siglo XIX y principios del XX que no he podido ver, pero que me imagino, y relacionado con ellas,

5) El cine mudo, en particular el fantástico, donde la figura de Méliès es de sobra conocida.

6) El folletín decimonónico.

7) La fotonovela como ideal.

8) Las revistas Pulp, también como ideal. Amazing Stories, las portadas del peruano Leo Morey.

9) Algunos comics de los primeros tiempos. Aunque no tengan nada que ver: Winsor McCay, E. C. Segar, Alex Raymond. Me ha impresionado mucho descubrir el trabajo de Fletcher Hanks, este mismo verano, un verdadero maestro. También me gustan mucho las historias de monstruos de Jack Kirby.

10) La fotografía popular de estudio. Con una ambición artística más alta, los retratos de Martín Chambi.

[…]

Mi camino se une y se separa todo el rato de lo que he visto antes. La memoria es algo así como 99,9% de todo, mientras que 0,1%, (por hacer una frase) es el olvido […] Cuando cierro los ojos vuelvo a ver lo ya visto antes, lo que da muchas ideas pero conlleva ciertos riesgos.

[…]

Para gestar un álbum, no tengo ningún método en lo que se refiere al origen de mis libros. El germen, la primera idea, aparece con frecuencia después de una lectura o en medio de una situación cotidiana. Pero la gestación, como proceso de crecimiento y engorde, es otra cosa. En eso soy más sistemático y los pasos son los siguientes:

 

a) Hago anotaciones sobre la cosa que está al principio de la idea en una hoja, un papel fotocopiado por una cara. Le pongo fecha y título.

b) Lo meto en un cajón como si se tratara de una acción burocrática (un informe).

c) Pasado un tiempo, ordeno el contenido con el mismo espíritu burocrático. Es decir, abro expedientes (carpetas). Si las hojas están relacionadas con expedientes antiguos, pasan a engrosarlos. En todo momento trato de verme a mí mismo como un empleado de oficina, un burócrata.

d) Pasado todavía mucho más tiempo, una de estas carpetas adquiere suficiente importancia para convertirse en un proyecto. Pero eso no quiere decir que lo vaya a hacer.

e) Puede pasar mucho tiempo todavía hasta que me decido a convertir uno de esos proyectos en un libro (o en otra cosa). Como media, han podido pasar 10 o 15 años desde las notas iniciales. Mi impresión es que no es el yo actual el que trabaja, sino algo más impersonal, casi colectivo: un yo sucesivo.

Eso en cuanto a la gestación y el perderse y encontrarse. En cuanto a la transmisión: no aspiro a transmitir nada, en el sentido en que no reconozco diferencias entre el contenido (lo que se transmite) y el contenedor (el envoltorio o cápsula). Para mí, cada libro es una cosa.

Una cosa es algo indescifrable. Está hecha de silencio. Es el lector el que debe sacar algo de allí (si quiere) bajo su responsabilidad.

[…]

Puesto que no es posible una lectura de un álbum ilustrado al margen de este conjunto de experiencias y emociones personales, cabría decir que el álbum ilustrado pone en juego al lector (y al autor) en tanto personas, y que cada lectura es casi un encuentro personal entre ambos mundos, el del autor y el del lector, si bien la distancia generada por el medio insinúa y a la vez difiere este encuentro indefinidamente.

[…]

Si es que existe un ritmo exacto para contar cada historia, al encontrar cierta lentitud en la narración, ya sea contándola o leyéndola, encontramos una lluvia que queremos que sea lenta, para que penetre poco a poco sobre la tierra.