Jaime Labastida: “No me importa estar marginado ni ser políticamente correcto”

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A dos meses de haber tomado posesión al frente de la Academia Mexicana de la Lengua, donde propuso impulsar una ley que declare al español como lengua oficial de este país, el escritor, académico, funcionario, promotor cultural y director de Siglo XXI Editores habla en esta charla sobre su militancia política, la identidad nacional y de la influencia de los intelectuales en la vida pública, que no duda en calificar como “muy escasa”.

El pasado 10 de febrero la Academia Mexicana de la Lengua, eligió a Jaime Labastida su décimo sexto director, en sustitución de José G. Moreno de Alba; este cargo lo ejerce desde el 24 de febrero por un lapso de cuatro años. El filósofo y director de la editorial Siglo XXI, tomó posesión como académico numerario el 2 de abril de 1998, propuesto por José G. Moreno de Alba; Ruy Pérez Tamayo y Eulalio Ferrer. Fue el tercer académico ocupante de la silla XXVII en la que lo antecedieron Alfonso Méndez Plancarte y Antonio Gómez Robledo. Entre 2004 y 2008 fue el décimo segundo tesorero de la Academia, y director adjunto desde el 13 de noviembre de 2008 hasta la reciente designación en su nuevo cargo.

En esta entrevista conviven la biografía intelectual con algunos de los tópicos que han sido temas de estudio y de reflexión del escritor: militancia política, izquierda y democracia, identidad nacional, unidad lingüística en América Latina y el español en el mundo.

 

 

MILITANCIA Y CREACIÓN

 

¿Cuáles han sido los momentos más importantes de su militancia política?

Mi militancia fue, sobre todo, de carácter teórico. Yo milité en una organización hacia 1960; ahí estaban José Revueltas, Eduardo Lizalde, Enrique González Rojo. Ahí empecé a leer de manera sistemática El Capital. Eso terminó entre 1963 y 1964 cuando hubo una ruptura muy fuerte —por diferencias ideológicas— con José Revueltas (1914-1976) a quien quise muchísimo. Él era partidario de la posición soviética y había otros miembros de la Liga Espartaco, partidarios de la posición china (González Rojo, que luego se volvió althusseriano). José Revueltas quería imponer su punto de vista a todos los demás. Empecé a ver otras deformaciones en las personas y cómo muchas ambiciones de orden político personal eran disfrazadas de grandes ideas. Vino una desilusión muy grande.

Luego, en el año sesenta y seis, yo vivía en Morelia y era el presidente de la Federación de Profesores; el Ejército entró en la Universidad Michoacana; pude escapar de ser aprehendido por una serie de casualidades. Volví a la Ciudad de México, y desde entonces resido aquí y advertí que ese movimiento estudiantil estaba condenado al fracaso por la “pureza” y la intransigencia de los líderes estudiantiles. Había una pugna entre los estudiantes y el entonces gobernador de Michoacán, Agustín Arriaga. Fue entonces la primera vez que el Ejército entró en una universidad, al mando del mismo militar que luego entró en la Universidad Nacional, el general (José) Hernández Toledo. Yo les dije a los líderes: “Ustedes tienen que discutir con las autoridades federales una posible solución”. Lo que se pedía era un absurdo: la desaparición de los tres poderes. Un vacío total de poder que no podía aceptar la Federación. Les dije, “estamos condenados al fracaso”. Nadie me oyó porque lo “políticamente correcto” en ese momento era eso, la trasgresión total. Y quien se apartara de esa posición era considerado traidor. Y siempre ha sido así, en los momentos más efervescentes de una lucha no hay manera de establecer matices y la gente se ciega. Tú pides sensatez, te acusan de traidor; pides racionalidad, te dicen que no es el momento. En esas circunstancias, me aparté de toda militancia y me dediqué a la investigación teórica y a la docencia.

 

 

DEMOCRACIA E IZQUIERDA MEXICANA

 

¿Cuánto cree que ha aportado la izquierda mexicana en la conformación y el desarrollo de las instituciones democráticas en México?

No sé a qué se refiera uno cuando habla de “izquierda mexicana”, es tan vago el término y cabe ahí gente tan disímil entre sí que acaba uno por no entender. Pasa por ser de izquierda la Constitución Política de 1917 —que garantizó los derechos de los obreros, por una parte y los derechos de los campesinos, por otra. Pero si vemos lo que dice el Artículo 17 constitucional, en su origen, te das cuenta que no es otra cosa sino la reivindicación de las tierras realengas que eran propiedad del Estado, es decir, propiedad del rey desde la época medieval y que el mismo Artículo 27 dice que toda propiedad es originariamente de la nación, como antes era propiedad originariamente del rey, y que el Estado tiene la facultad de enajenar esta propiedad suya, constituyendo la propiedad privada. Hay que recordar que a partir de la bula establecida por el Papa Alejandro VI en favor de los reyes de Portugal y de España, todas las tierras americanas fueron propiedad del rey, de la monarquía. Entonces, durante mucho tiempo se dijo que las grandes haciendas, los latifundios en la Nueva España y, en general, en América, provenían de las encomiendas, lo cual es falso. La encomienda nunca dio derecho a la propiedad de la tierra, a ningún encomendero. La propiedad territorial viene de la merced real. Entonces, tenemos la calle real porque era del rey; el camino real porque era del rey, tierras realengas porque eran del rey. Y las tierras que antes eran realengas, al obtener México su independencia, pasaron a ser tierras federales. Son propiedad federal. Y las que no son propiedad federal han sido cedidas en propiedad privada a todos y cada uno de lo que puedan poseer un pedazo de tierra. Eso es lo que dice el Artículo 27. ¿Esto es revolucionario? No entiendo por qué.

Luego, todo lo que se hizo a partir de Lázaro Cárdenas y la participación del Estado en la economía, ¿de dónde proviene?, ¿qué ideología es ésta? Estas son las tesis de John Maynard Keynes (1883-1946) el gran economista inglés de la primera mitad del siglo XX, y las reformas (el programa New Deal) que hizo Franklin Roosevelt en Estados Unidos, después de la Gran Depresión (de 1933 a 1939). Quienes fundaron el Fondo de Cultura Económica crearon también la Escuela Nacional de Economía y fueron educados en las teorías de Keynes y fueron ellos los que llevaron a cabo la inversión productiva por parte del gobierno y esto no tiene nada que ver con el socialismo ni con el marxismo.

 

 

IDENTIDAD NACIONAL

 

¿Cómo cree que se ha transformado el concepto de identidad nacional en México?

Yo critico mucho el sentido de identidad tal y como se ha manejado en nuestro país. Si recuerdo bien, el concepto de “identidad nacional” se empezó a manejar de una manera “políticamente correcta” y profusa en el sexenio de Luis Echeverría (1970-1976). Antes se hablaba de la identidad y de los rasgos del mexicano o de lo mexicano. Existía una colección, “México y lo mexicano” en la Librería Robredo, que dirigía Leopoldo Zea. El concepto de lo mexicano empezó a cobrar carta de naturaleza, sobre todo, desde la época de la Independencia. Pero ¿en qué consiste lo mexicano? ¿Es el gusto por los colores pálidos? En el caso de la poesía, Xavier Villaurrutia lo señala: el atardecer, el tono menor, el color gris. Pero, entonces, Salvador Díaz Mirón y Carlos Pellicer, que no tienen ese tono, ¿dónde quedan?

 

También existe la identificación del mexicano con el drama, la convivencia con la muerte…

Todo eso es falso. Decimos que provenimos de los nahuas que tenían gusto por la muerte, pero ellos nunca tuvieron un día dedicado a la muerte, el dos de noviembre. Había un día —miquizcli— en su calendario que se repetía cada veinte días, no era un día cada año, como los cristianos tienen. El día dedicado a los muertos es una concepción popular cristiana. Después del día de Todos los Santos, el día de Todos los Muertos. Pero estas celebraciones no tienen que ver con el pensamiento prehispánico.

¿Qué pienso sobre la identidad? Si uno recuerda lo que se nos decía sobre lo mexicano y sobre la identidad nacional, se advierte algo que a mí me molesta mucho: el principio de identidad es ontológico, es uno de los principios lógicos supremos y lo establece por primera vez en la historia de la filosofía Parménides de Elea (c.515-c.440 a.C.) y luego lo retoman Sócrates (c.470-c.399 a.C.), Platón (c.428-c.347 a.C.) y, sobre todo, lo sistematiza Aristóteles (384-322 a.C.). Este principio establece que todo objeto es idéntico a sí mismo y en lógica se expresa bajo la forma de A = A, El ser es; el no ser no es. Significa que todo objeto carece de contradicciones internas; que no cambia. Si esto es la identidad, estoy en contra de la identidad. Y en una nación con las diferencias y las complejidades que posee México, hablar de identidad nacional parece un contrasentido, desde el punto de vista meramente teórico; pero desde el punto de vista político me parece peor. Quiero decir que hay que rechazar todo lo extraño porque no está de acuerdo con la identidad propia, con aquello que nos identifica. Eso conduce al aislamiento.

En días pasados, Jaime Labastida dio a conocer que el Grupo Editorial Siglo XXI integró al Grupo Editorial Biblioteca Nueva, y con ello los sellos Atlántida, Minerva y Salto de Página, además de estar en pláticas para adquirir Anthropos, con sede en Barcelona. Foto: Rogelio Cuéllar

 

 

Es una especie de fundamentalismo…

Es un fundamentalismo hacia el interior. Y de pronto uno se encuentra a gente vestida de casimir que dice, “soy más mexicano que Cuauhtémoc”. Cualquiera de nosotros es más mexicano porque Cuauhtémoc (1497-1525) no era mexicano, era mexica, lo que es diferente. Leibniz (1646-1716) estableció el principio contrario al de la identidad: el principio de los indiscernibles. Él dijo que no había una sola A sino que había muchas Aes y que ningún objeto, ningún evento —como se dice hoy— era idéntico a otro, sino que todos eran diferentes entre sí. Dos gotas de agua vistas al microscopio son totalmente distintas. Eso quiere decir que cada gota es idéntica a sí misma pero diferente a las otras. El principio de identidad sólo está completo con el principio de la diferencia.

 

¿Podría formular una definición ideal de identidad?

Estoy en contra del concepto de identidad, en este caso; solamente lo acepto si se une al de la diferencia, porque lo que yo quiero es el desarrollo. Si tú me dices la identidad consigo mismo y que por lo tanto, no hay cambio, me niego a eso.

 

¿Entonces, se refleja una contradicción en grupos, personas o territorios que luchan por una identidad lingüística, territorial, cultural…?

Lo cual yo respeto. Pero también ocurre que a esos grupos no se les puede imponer nada externamente; pero si lo quieren, que intenten integrarse al mundo. Por ejemplo, mi amigo, Miguel León-Portilla dice que al morir una lengua una porción de la conciencia de la humanidad desaparece. Estoy de acuerdo, pero pensemos que tenemos más de cincuenta y tantas lenguas vivas en el territorio nacional. Y a todas hay que respetarlas, aunque algunas de ellas las hablen solamente 400 personas. Y, por supuesto, cada lengua nos da una imagen diferente del mundo y un concepto propio del universo. Pero algunas de esas lenguas van hacia la raíz, hacia lo profundo, se vinculan hacia porciones muy pequeñas del universo. El español es una lengua universal; una de las cuatro lenguas más amplias del planeta en el momento actual. Acaso haya alguna obra producida en lengua indígena que forme parte de la literatura universal. En lugar de enseñar el español, el esfuerzo de los misioneros en los siglos XVI y XVII consistió en traducir textos fundamentales de la liturgia cristiana a lenguas indígenas. Fue un trabajo formidable. Eso me parece admirable, pero yo estoy por la universalidad.

 

¿Europa sería un caso ejemplar de diversidad lingüística y cultural?

Europa empezó por establecer la Comunidad Europea (Tratado de Roma, 1957); después la Unión Europea (1993); luego una sola moneda, el euro (1999-2001), y ahora tienden hacia un parlamento. ¿Pero qué es lo qué hacen? Europa aún tiene zonas de increíble subdesarrollo: España, Portugal, Grecia, antes; ahora, los nuevos países situados en la ex Yugoslavia (Eslovenia, Croacia, Serbia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro y la República de Macedonia, asimismo las regiones autónomas de Kosovo y Vojvodina). Es una zona deprimida donde establecen un fondo común entre aquellos países que disponen de más recursos, aportan, mientras que otros sustraen de ese fondo común. Y la Comunidad Europea está creando infraestructura de primer nivel en todo esos países. La primera vez que yo visité Portugal, en 1993, era un país de un bajísimo nivel de desarrollo. Y la última vez que fui, encontré carreteras de cuatro niveles y puentes inmensos sobre el río Tajo. Y no les ha costado nada. No es lo mismo que hace Estados Unidos en América, donde prestan dinero y cobran intereses muy altos. En Europa, por el contrario, las zonas marginadas son llevadas hasta el nivel económico de la zona metropolitana central.

Yugoslavia formaba parte del imperio Austro-húngaro, imperio multirracial, multinacional, multilingüístico. Y las leyes se tenían que establecer en tres o cuatro lenguas oficiales: el alemán, el húngaro, el esloveno, el croata, el serbio, etcétera. Pero, ¿qué trata de hacer ahora Europa? Los países mantienen su autonomía, su diversidad, su lengua y se integran, conservando esa diversidad, en una unidad superior. Es un ejemplo posible.

 

¿A qué cree que se deba la imposibilidad de unidad en América Latina?

La unidad de América Latina que yo veo es solamente la gran herencia que nos dejó España: la lengua. La imposibilidad se debe a que han predominado los intereses locales. Los caciques locales prefirieron ser cabezas de ratón y no colas de león. Y en este momento sucede lo mismo: no quieren la integración. Para mí el caso paradigmático fue lo que sucedió en América Central. En la época en que se dieron los grandes desarrollos ferroviarios, a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando hubo trenes por todos lados (ya había trenes que comunicaban el este con el oeste en Estados Unidos; México con los Estados Unidos y con los puertos, etcétera), no hay tren en ningún país centroamericano (no hay ningún tren que vaya de Guatemala a Costa Rica, pasando por Nicaragua, Honduras y El Salvador). Se prefieren los pequeños capitales locales. Yo lo veo, incluso, en algunas regiones de México. Por ejemplo en el turismo; en la zona de los Cabos o de Cancún hay inversiones extranjeras bestiales y un desarrollo brutal desde el punto de vista turístico. Y otras grandes ciudades, incluyendo Veracruz y Mazatlán, no lo han tenido.

 

¿Cómo se podría fortalecer el español mexicano frente al peninsular, que se asume implícitamente como la norma para los sajones y los asiáticos?

¿Qué es lo que deberíamos hacer en México? Yo lo he propuesto en varias ocasiones, pero tampoco me han hecho caso. Nunca me hacen caso, afortunadamente quizá. Así como España ha creado el Instituto Cervantes que enseña el español en países donde esta lengua no es dominante, nosotros deberíamos crear un instituto que tuviera esas características. He planteado la creación del Instituto Alfonso Reyes donde se enseñe el español de México. Porque me he encontrado en China Continental con que los profesores que enseñan español, los antiguos profesores, digo, alguno de ellos —como Sheng, que tradujo el Quijote al chino— hablan español mexicano porque vinieron a estudiar a El Colegio de México. Y los profesores jóvenes hablan el español de la península (“Vosotros sabéis…”), porque el Instituto Cervantes los ha llevado a España.

 

 

¿Cuál crees que sea ahora la influencia de los intelectuales en México sobre la administración pública, sobre la política…?

Me parece muy escasa. Quien influye en ciertos aspectos de la política mexicana es alguien a quien por diversas razones se le da un puesto en el star system intelectual. Si no se es reconocido internacionalmente no se le toma en cuenta, o si no tiene acceso o derecho de picaporte en Los Pinos. Eso es lo que ha sucedido en fechas recientes con dos o tres personas, paradigmáticamente, con Octavio Paz. Y ahora, quizá, Enrique Krauze… Yo he dado una serie de opiniones discrepantes de la política oficial, tanto de los regímenes priistas como de los actuales y nadie me ha hecho caso. Y las seguiré dando, como ahora. No me importa estar marginado ni ser políticamente correcto, ni ser recibido en Los Pinos, donde nunca fui; nunca me interesó ir, ni antes, ni ahora. Así que la influencia es nula. Cuando yo dirigía Plural alguien del equipo me preguntó por qué la revista no tenía el mismo peso específico que tenían, en ese momento, Vuelta Nexos. Y yo le dije, “porque no son Nexos o Vuelta —como publicaciones— las que tienen ese peso específico, sino los directores de las revistas: Octavio Paz y Héctor Aguilar Camín. Yo no quiero asumir ese papel”. Y me negué.


Jaime Labastida (Los Mochis, Sinaloa, 1939) es filósofo de formación: licenciado y doctorado en filosofía por la UNAM, donde ha sido profesor, así como de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Militante teórico de la izquierda, miembro del grupo poético “La espiga amotinada”, director de la revista Plural(1977-1994), funcionario y promotor cultural, director de Siglo XXI Editores en México, escritor, ensayista y poeta. Ha recibido el Premio Internacional de Poesía Ciudad de la Paz (1981) por Las cuatro estaciones, el Premio Nacional de Periodismo por artículos de fondo (1992). Premio Xavier Villaurrutia 1996, por Animal de silencios La palabra enemiga. Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, otorgado por el Ministerio de Cultura de la República Francesa (1998) y la Cruz al Mérito, concedida por el Presidente de la República Federal de Alemania (2001). Es miembro de la Asociación Filosófica de México y de la Academia Mexicana de la Lengua (1997). Algunas de sus obras han sido traducidas a más de siete idiomas.

Entre su obra ensayística, destaca, Marx hoy (1983), Estética del peligro (1986), La palabra enemiga (1996),Humboldt, ciudadano universal (1996), Cuerpo, territorio y mito (2000). Su más reciente libro es El edificio de la razón. El sujeto científico (2007).

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