Nuevas formas de arte

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Aunque hace bastante que el Net.Art ha dejado de ser un trending topic -tema caliente de discusión en la Red-, no cabe duda de que tuvo un momento en el cual planteó algunas cuestiones que siguen vigentes y que han influido incluso en obras actuales fuera del circuito estricto del Net-Art. De hecho, el Net. Art, planteado específicamente para la Red a menudo como medio de exploración de los límites éticos, tecnológicos o políticos del medio referido no sólo a la creación artística, tomaba como punto de partida el enorme potencial de comunicación entre artista y espectador, proponiendo un tipo de trabajo abierto que tambaleaba la esencia misma del autor único tal y como lo entiende nuestra cultura. Propuesta de obras quebradas, identidades nómadas, cuerpos recosidos, eran algunas de las cuestiones que abordaban los trabajos en la Red, poniendo sobre el tapete las propias prácticas sociales y sus modos de control del individuo, atrapado entre páginas web y datos hechos públicos para el banco, el Estado, su proveedor de libros… Se trataba, además, de trabajos que adquirían su sentido en la pantalla casera, una nueva forma de socialización; proyectos que al cabo desaparecían o se transformaban, si bien los “clásicos” terminaban por identificarse. Pese a todo, se daba a veces el contrasentido de organizar muestras de Net.Art, cayendo la propuesta en la trampa de la cual estaba huyendo: la lógica del sistema que a través de la figura de un comisario “seleccionaba” para el usuario las páginas que debía visitar y que visitaba desde los ordenadores en la sala de exposición. Quién sabe si no fueron estas propuestas las que debilitaron el movimiento que, aunque aún activo, tiene quizás un recorrido más corto de lo que prometía. En todo caso, está claro que la Red y sus usos han modificado por completo el mundo del arte, empezando por las visitas virtuales a los grandes museos, siguiendo por la facilidad para encontrar casi cualquier imagen en Internet, y terminando por una cuestión ética que se planteaba en 1990, momento de un incipiente uso del Photoshop y hasta del envío por Internet de imágenes, ahora tan corriente que cualquiera puede hacerlo desde su móvil. Fred Ritchin se preguntaba entonces hasta dónde estar seguro de la veracidad de una imagen fotográfica si unos cambios apenas perceptibles se podían hacer sin mayor trascendencia y qué pasaría si en cada nuevo envío se llevara a cabo otra pequeña transformación. Cuál era, en pocas palabras, la imagen “real”, la matriz auténtica. Tal vez ese es el gran reto que el hecho artístico, parte de cuyo prestigio se basa en la originalidad frente a la copia, tiene ahora en los usos que propone Internet. Tratar de dilucidar si esa obra es así o está modificada no es tarea fácil…, pero es fascinante y hasta borgiana. Igual que el Quijote de Pierre Menard, por el hecho mismo de estar en la Red, la imagen modificada adquiere su estatus de realidad, porque ¿hay algo más real que lo que ocurre online observado, además, en directo? Esta nueva forma de acercarse al arte se ha puesto de manifiesto en los últimos acontecimientos en la vida de Weiwei, el artista chino disidente a quien las autoridades locales volaban la casa argumentando que se trataba de un edificio ilegal. Un espectador próximo a la devastadora operación sacaba unas fotos que se subían a Internet y que, como la pólvora, permitían ver lo que ocurría en tiempo real. Pero, y ahí radica la aporía, ¿era esa la casa de Weiwei, a quien por otra parte la mayoría de nosotros conocemos a través de su popular blog? ¿Acaso importa? La realidad “real”, al menos en lo visual, debe empezar a hacerse preguntas diferentes de las tradicionales. El pasado ya no sirve. No sirve de nada.

 El País