Sujeto y conciencia en Kant

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Sujeto y conciencia en Kant

Expongo en este breve trabajo la inconsistencia que la investigación trascendental, propuesta por Kant para reformar el entendimiento y dotar a la Metafísica del camino seguro de la ciencia, guarda con relación al conocimiento de sí mismo. Pero, de igual modo, abandono el canon impuesto por una lectura epistemológica y opto por acercarme a una veta poco explorada: una interpretación en clave realista de la filosofía de Kant. Esto no significa que se transgredan los límites infranqueables puestos por el filósofo, sino que se entienda claramente la distinción entre conocer y aparecer. Ya que una investigación trascendental sobre el conocimiento no excluye un realismo empírico o fenoménico, como el propio filósofo asevera en su obra.

I

En el prologo a la segundo edición, en la Crítica de la Razón Pura, Immanuel Kant ratifica su debate a lo que él llama idealismo, postura filosófica que parte de la intuición del “Yo” o que toma como principio fundamental el auto-conocimiento.

Por  muy inocente que se crea al idealismo respecto de los objetivos esenciales de la metafísica (de hecho no lo es), sigue siendo un escándalo de la filosofía y del entendimiento humano en general el tener que aceptar sólo por fe la existencia de las cosas exteriores a nosotros (a pesar de que de ellas extraemos todos el material para conocer, incluso para nuestro sentido interno) y el no saber contraponer una prueba satisfactoria a quien se le ocurra dudar de  tal existencia[1]

Por lo expresado líneas arriba, al filósofo de Köningsberg le resulta un contrasentido tener que plantear el principio de todo conocimiento en la certeza de sí, inclusive si, como ocurre en Descartes, este principio ha sido sometido a un riguroso escrutinio por parte de la duda metódica. Para Kant, el problema surge cuando la garantía de conocimiento de los objetos de la Metafísica no puede seguirse de semejante principio; la certeza de sí no garantiza que se cierre la posibilidad a la duda sólo la bondad infinita de Dios, objeto éste indubitable y certero por sí mismo.

Para el propio Kant, la intuición o certeza de sí, a la que el idealismo cartesiano contempla como base de toda ciencia, es un contrasentido también; este supuesto cognoscitivo no obedece a los requisitos presupuestos en todo conocimiento de experiencia posible. La conciencia o certeza de sí no cumple con los principios a los que todo objeto de conocimiento debe someterse, comenzando por las formas puras de la sensibilidad. La certeza de nuestra conciencia nos viene de esas mismas condiciones a partir de las cuales conocemos los objetos externos, las cosas ahí en la realidad fenoménica; pero no por una intuición de nuestro entendimiento hacia sí mismo.

El idealismo cartesiano sostiene, según Kant, que somos incapaces de demostrar, a través de la experiencia, una existencia fuera de la nuestra. La refutación de dicha postura debe probar que tenemos experiencia de las cosas externas, y a su vez demostrar que la misma experiencia interna sólo es posible si suponemos la externa.[2] “La mera conciencia, aunque empíricamente determinada, de mi propia existencia demuestra la existencia de los objetos en el espacio fuera de mí”[3]

La conciencia que tenemos de nosotros mismos es en primer lugar empírica; por lo tanto, está determinada por las condiciones de toda experiencia posible, particularmente las sensibles y en el caso particular el sentido interno o tiempo.[4] En segundo lugar, esta determinación empírica no se puede dar en ningún elemento interno; la representación de la cosa externa sometida al espacio y su modificación es lo que me lleva ser consciente de mi determinación en el tiempo como lo que permanece en el cambio pero la representación es siempre de una cosa exterior a mí; de lo que se sigue la necesidad de esta cosa y no de la mera representación pues es lo que posibilita su percepción, lo que hace posible que tenga una representación es la cosa misma y por lo tanto el cambio y la modificación no pertenecen a la representación sino a la cosa. “La conciencia de mi existencia en el tiempo se halla, pues, necesariamente ligada también a la existencia de cosas fuera de mí, como condición de la determinación temporal.”[5]

II

Para Kant, la conciencia de mi existencia en el tiempo va ligada a la conciencia de su posibilidad; de ahí que la conciencia de mi existencia sea inmediata a la conciencia de la existencia de otras cosas fuera de mí. La conciencia de la existencia de las cosas fuera de mí parece simultánea a la conciencia de mi existencia determinada en el tiempo; la posibilidad de mi existencia determinada en el tiempo estará igualmente ligada a la posibilidad de la existencia de las cosas fuera de mí. La distinción que opera aquí es la conciencia como posibilidad y la conciencia empírica; los objetos como posibilidad de experiencia y los objetos empíricos o fenoménicos que no son negados en el planteamiento trascendental.

Es probable que se diga contra esta demostración: sólo tengo conciencia inmediata de lo que está en mí, es decir de mi representación de las cosas externas. En consecuencia, queda todavía por resolver si hay o no fuera de mí algo que corresponda a dicha representación. Pero sí tengo conciencia, por la experiencia interna, de mi existencia en el tiempo (y, consiguientemente, de la determinabilidad de la misma en el tiempo). Lo cual, aunque es algo más que tener simplemente conciencia de mi representación, es idéntico con la conciencia empírica de mi existencia, la cual sólo es determinable en relación con algo que se halle ligado a mi existencia, pero que está fuera de mi.[6]

La conciencia interna de la existencia es idéntica a la conciencia empírica y está ligada siempre a la representación de algo externo.[7] Me experimento determinado por el tiempo en tanto experimento o percibo algo fuera de mí que no soy yo. La experiencia que tengo de mí, sin embargo, no deja de ser una mera representación contingente como la representación del objeto que no soy yo.

La experiencia que tengo de mi es conciencia inmediata de los fenómenos del sentido externo;[8] la experiencia que tengo de la cosa exterior es fenómeno, ambas son representaciones y ninguna es conocimiento pues no se han subsumido a categoría alguna. Kant expresa en otro lugar que la conciencia (Bewusstein) es la representación (Vorstellung) de otra representación que tenemos;[9] por lo que cabrá aclarar que tengo una intuición sensible-temporal de mi existencia más no una categoría que afirme mi condición de sujeto. Lo anterior, no implica la intuición intelectual del Yo, puesto que de lo que carezco en todo caso es de concepto o categoría inteligible, no de experiencia o intuición.

Esta conciencia de mi existencia en el tiempo se halla, pues, idénticamente ligada a la conciencia de una relación con algo exterior a mí. Lo que une inseparablemente lo exterior con mi sentido interno es, pues, una experiencia y no una invención, es un sentido, no una imaginación. Pues el sentido externo es ya en sí mismo relación de la intuición con algo real fuera de mí, y su realidad descansa simplemente, a diferencia de lo que ocurre con la imaginación, en que el sentido se halla inseparablemente unido a la misma experiencia interna, como condición de posibilidad de ésta última, cosa que sucede en este caso.[10]

La realidad del objeto exterior, aquél que experimento como lo que no soy yo, radica en el sentido interno imposible de desligar del sentido externo; esto significa que la realidad del objeto exterior como sentido es la condición del sentido interno bajo el cual me experimento. Es decir, sólo es posible tener experiencia de mi existencia a partir de los objetos externos, no puedo tener una intuición de mi conciencia sino que ésta está condicionada por la intuición del tiempo a partir de la indisociable experiencia de la cosa externa a mí. La conciencia de mi existencia tiene así una experiencia en tanto es simultánea a la experiencia de objetos en el espacio, y por lo tanto me experimento a la par que experimento objetos.

Si en la representación “Yo soy”, que acompaña todos mis juicios y actos de entendimiento, pudiera ligar a la conciencia intelectual de mi existencia a una simultánea determinación de mi existencia mediante una intuición intelectual, no se requeriría necesariamente que ésta tuviera conciencia de una relación exterior a mí. Aunque dicha intuición intelectual es anterior, la intuición interna, única que se puede determinar mi existencia, es sensible y se halla ligada a la condición de tiempo. Pero esta determinación y, por tanto, la misma experiencia interna, dependen de algo permanente que no está en mí, de algo que consiguientemente, está fuera de mí y con lo cual me tengo que considerar en relación.[11]

¿Qué es esto que esta fuera de mí y con lo que me tengo que considerar en relación? La realidad sin más. Contrario a las interpretaciones corrientes, el idealismo trascendental de Kant presupone una realidad donde las cosas se dan y donde necesariamente se determina sensiblemente nuestra existencia como tiempo. “Así, pues, la realidad del sentido externo se halla necesariamente ligada a la del interno, si ha de ser posible la experiencia. Es decir, tengo una certeza tan segura de que existen fuera de mí cosas que se relacionan con mi sentido como de que yo mismo existo como determinado por el tiempo.”[12]

III

¿Qué realidad es ésta?

En la misma refutación al idealismo cartesiano, Kant observa que no se trata únicamente de que sólo podamos percibir las determinaciones temporales a partir de los cambios en las relaciones externas en el espacio (el movimiento).[13] Sino que no tenemos nada permanente en que fijar la referencia en la intuición del espacio salvo la materia, pero no se trata de una intuición exterior sino de una suposición. Suponemos la materia como algo permanente en la exterioridad; intuimos fenómenos en el espacio determinados pero suponemos como su condición la materialidad de los mismos.[14]

Se puede objetar todavía que la representación de algo permanente en la existencia no es lo mismo que una representación permanente. Pues, aunque la primera puede ser muy transitoria y variable, como todas las representaciones que poseemos, incluidas las de la materia, se refiere a algo permanente, la cual tiene, pues, que consistir en una cosa exterior y distinta de todas mis representaciones.[15]

Por lo tanto, la conciencia no se experimenta a sí misma por medio de alguna intuición intelectual; lo que se experimenta es la existencia en la determinación sensible del tiempo como sentido interno en su relación con una cosa exterior; algo permanente en el espacio, que puede variar y que al mismo tiempo es representación en el sentido externo. “La existencia de esa cosa exterior queda necesariamente incluida en la determinación de mi propia existencia y constituye con ésta última un única experiencia, una experiencia no se daría, ni siquiera internamente, si no fuera, a la vez (parcialmente) externa.”[16] Esta exterioridad presupone la materia como lo que permanece y es manifestado en el sentido externo y subsumido por la categoría de sustancia;[17] la realidad exterior entonces no es definida ontológicamente sino físicamente como naturaleza que se somete a leyes y principios.

Lo que se demuestra en la prueba anterior es que en realidad la experiencia externa es inmediata, que sólo a través de ella es posible la experiencia interna, no como la conciencia de nuestra propia existencia sino su determinación en el tiempo. La representación “Yo existo”, que expresa la conciencia que puede acompañar a todo pensamiento, constituye lo inmediatamente incluido por la existencia de un sujeto, pero no es todavía un conocimiento de éste ni es un conocimiento empírico, es decir, no es todavía experiencia. Para que lo fuera haría falta una intuición, aparte del pensamiento de que algo existe, y, en este caso, una intuición interna. El sujeto tiene que ser determinado con respecto a ésta –el tiempo-, lo cual requiere que haya objetos exteriores. La experiencia interna es, pues, simplemente mediata y sólo es posible a través de la experiencia externa.[18]

He aquí la gran inconsistencia kantiana en el ámbito de la intuición sensible; pues si por intuición hemos de atender todo lo que se recibe, ya sea en el orden del espacio o el tiempo, resulta que la representación de la existencia del sujeto (el “Yo pienso”); es decir la conciencia, requiere de una experiencia interna que no es intuitiva o inmediata sino mediata. La representación de la conciencia que no es concepto tampoco es una intuición, es una deducción a partir de la experiencia externa, la donación del fenómeno en el espacio y la suposición a la referencia material y existente en él. Y entonces se nos abren una serie de temáticas que proyectan las discusiones filosóficas a futuro.

  1. La irrealidad del tiempo (y del espacio) como idealidad absoluta de la conciencia. Si la conciencia inmediata de los objetos externos es mediata, la contradicción sólo se explica cómo, tanto la realidad exterior es supuesta como la existencia interior deducida, de ahí que se trate de determinaciones del pensamiento: Hegel y McTaggart.[19]
  2. La prioridad material de la realidad. Si la suposición de la permanencia de la materia exterior es a priori incluso de las formas de la intuición entonces se abre un campo no sólo para el materialismo (Feuerbach)[20] sino para el realismo u ontología por otros medios de intuición no cognitivos (Heidegger).[21]

Es decir, o se permanece en la intuición saliendo de la razón y el entendimiento o se mantiene el horizonte del pensamiento racional asumiendo y superando las contradicciones determinadas por el intelecto y desechando la intuición sensible. Asumiendo que para Kant la existencia concreta del sujeto está expresada en la representación del “Yo pienso”, en sus determinaciones empíricas, incapacitado para reconocerse especulativamente; no así en términos morales.

Citas

[1] Cf. Immanuel Kant. Crítica de la razón pura. Trad. Mario Caimi. México. FCE-UAM-UNAM, 2009. En lo que sigue, tomaré la nota al pie de página del Prólogo a la segunda edición que abreviaré NK y acompañaré con la numeración canónica a márgenes, como es a uso en esta obra, para este caso BXL.

[2] Cf. B285

[3] Ibíd.

[4] Cf. Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Cf. NK BXL

[7] Cf. Ibíd.

[8] Cf. Ibíd.

[9] Cf. Immanuel Kant. Lecciones de lógica. Trad. Carlos Correa. Buenos Aires. Corregidor, 2010. Pp. 33-35

[10] Cf. NK BXL

[11] Cf. Ibíd.

[12] Cf. B285

[13]  Cf. Ibíd.

[14]  Cf. Ibíd.

[15]  Cf. NK. BXL. Subrayado nuestro.

[16]  Ibíd.

[17] Cf. B285 

[18] Cf. Ibíd.

[19]Cf. G. W. F. Hegel. Enciclopedia de las ciencias filosóficas. Trad. Ramón Valls Plana. Madrid. Alianza, 2005; para J. M. E. McTaggart  en “The unreality of time” en Mind 17; Pp. 457-473; trabajo publicado en 1908

[20] Cf. Ludwig Feuerbach. Aportes para la crítica de Hegel. Trad. Alfredo Llanos. Buenos Aires. La Pleyade, 1974.

[21] Cf. Martin Heidegger. Kant y el problema de la metafísica. Trad.Gred Ibscher Roth. México. FCE, 1984.

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