Antonio Fernández Alba, pensador y constructor de la arquitectura

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Antonio Fernández Alba, pensador y constructor de la arquitectura

La re-transmisión de las ideas del reconocido y contemporáneo maestro salamanqués y madrileño, Antonio Fernández Alba -crítico, proyectista, constructor y restaurador de la arquitectura, es oportuna en un momento en el que el espíritu crítico de la arquitectura se desvanece y el mundo insignificante del gusto suplanta al mundo sublime de la imaginación. Antonio Fernández Alba invita a comenzar una búsqueda que indague dentro de los enigmas de la memoria, dentro de la comprensión de la historia y de su fuerte integración con las actividades y los proyectos del presente. Para ilustrar estas ideas, reseño aquí tres textos representativos de su autoría: El proyecto de la arquitectura, entre el imaginar y el construiriObjetos de verdad. Simulacros de Pasiónii y el prólogo del libro La arquitectura en la literatura árabeiii.

  1. El proyecto de la arquitectura, entre el imaginar y el construir.

El texto tiene, en un primer plano, la finalidad de hablar del proceso de imaginación del proyecto arquitectónico, como medio para ordenar el espacio, con las herramientas de la geometría, de las pesquisas de la luz, y de la comprensión del habitante y del fluir de la vida, para itinerar hacia la construcción de lugares, que permitan al ser habitar en territorios de belleza y significado. El autor no termina de exponer y desarrollar los conceptos capitalizados cuando nos permite ver que sus palabras develan una fuerte crítica contra las tendencias contemporáneas en el acto del proyectar, que tienden a reproducir formas simbólicas, aparentes, atractivas, desde la norma estética y la ambición plástica, y que se alejan del verdadero sentido de la arquitectura. Señala y critica los caminos que pueden conducir a una falsa superación, que destruye el alma de los lugares, y su pretensión de verdad.

Indaga en el concepto de imaginar, al decir que en él nace el proceso creativo, pero que no debe limitarse a la imaginación de formas y a la resucitación de los estímulos de la escena burguesa y mediática, sino que debe incorporar la realidad que reclama la vida –la vida del otro, mediante un acto que conjunta razón e intuición, sentimiento y conocimiento, así como libertad y ética. Al ser, habitante del lugar –fines últimos de la actividad proyectual arquitectónica, lo entiende como una entidad compuesta de necesidades, recuerdos y de indisoluble vínculo con la naturaleza: la comprensión de estos tres ingredientes por parte del arquitecto es imprescindible.

El autor entonces alude a ciertos momentos y ejemplos históricos, que, como efecto secundario, marcaron el comienzo de la crisis de las apariencias y del enajenamiento del hombre. El positivismo y la ilustración gestados en Europa Occidental a fines del s.XVIII, con la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, el Enciclopedismo (el nacimiento de la ciencia) y las ideas de grandes pensadores como Bacon (“Yo soy el espacio”), Descartes (“Pienso, luego existo”) y Locke (La experiencia individual sobre cualquier principio de autoridad), hacen que el hombre comience a separarse de sus referencias externas. El pensamiento tecno-científico que de ahí se desprende y se desarrolla hasta nuestros días, argumenta Fernández Alba, ha conducido a la alienación del hombre, ha generado una geografía que lesiona el equilibrio de la naturaleza y ciudades industriales que atomizan y sectorizan a la población. En esta materia, Manuel Castels incorpora al espacio de los flujos que actualmente nos rodea, como fuerza de enajenamiento cultural y de ruptura con la colectividad de la actualidadiv.

Finalmente, el autor presenta, como contraejemplos, al jardín inglés –que prepondera a la vivencia interna y orgánica del recorrido; de la ciudad barroca –llena de sorpresas y movimiento en sus despliegues; del edificio renacentista –que dirige la atención hacia los efectos de la perspectiva y todos los planos que la conforman, del pensamiento de los constructores de la antigüedad, del proceso de Duchamp y de la metodología hermética, como cuerdas de las cuales desprender nuevos caminos y entender a los procesos creativos desde una perspectiva más holística, íntegra, humana y verdadera.

  1. Objetos de verdad. Simulacros de pasión.

En su libro Domus Áurea, diálogos en la casa de Virgilio, el autor decide enfrentar a uno de los grandes arquitectos del mundo griego, Ictino –constructor del Partenón de Atenas, con Virgilio – reconocido y difundido poeta de la cultura romana, y los sitúa en 1998 para conversar sobre la crisis del espacio de las ciudades y de la arquitectura contemporánea. A través de Virgilio, el autor introduce el concepto del imaginario en el espacio arquitectónico, como elemento indispensable en el proceso creativo para visualizar ideas. Ictino responde reconociendo la importancia de la mirada interior del arquitecto en dicho proceso, pero enfatiza la equivalente importancia que tiene la conciencia y el estudio del espacio real, que se puede analizar y medir en planta, corte y alzado, y cuyas relaciones son como las de un organismo complejo, en el que suceden un sinfín de acontecimientos, definiéndolo como un lugar de significados y opciones –más que de funciones específicas: Ictino incluye así al concepto de lo imaginario dentro del de vivencia y, más precisamente, del recuerdo de la vivencia del espacio.

Ictino reconoce que la transformación de la naturaleza es imprescindible en la construcción del espacio arquitectónico, pero este cambio puede sustentarse en la lógica del pensamiento y en la razón geométrica, o bien, en la seducción por la imagen, pasiones románticas y avatares taumatúrgicos –lo cual es un constante riesgo para el constructor del espacio arquitectónico. Fernández Alba pone énfasis en la crisis de la ciudad actual, en la que los promotores inmobiliarios, los intereses mercantilistas, utilitarios, y un pragmatismo perverso dominan en la construcción de los ambientes urbanos, convirtiendo al espacio en ausente, vacío, ficticio. El practicante de la arquitectura debe saber distinguir estas olas tendenciosas pertenecientes a la moda y regresar al estudio y conocimiento del pasado, de la cultura, del detalle artesanal y entender cómo la lógica de pensamiento se asocia con la lógica constructiva: es preferible la estepa solitaria o, incluso “arrojarse a la luz de la noche”, que vivir rodeado y promoviendo los reflejos llamativos y acríticos que abundan en el ámbito profesional.

Cita a los principios sobre los que se basaba la construcción de la ciudad griega, que fomentaba espacios para la convivencia, en equilibrio con la naturaleza y un crecimiento controlado. En aquel entonces, el arquitecto debía saber de pintura, matemáticas, geometría, abstracción, poética de la materia, entre otras consideraciones, dentro de las que la concepción estética o artística era sólo un componente. En este contexto, menciona también al ejemplo de la máquina, como semilla de la formación de laberintos industriales que se presentan en las ciudades del mundo actual como muestra de los motores productivos y mercantiles de sus promotores, haciendo que la ciudad, citando al Virgilio de Fernández Alba “se transforme en escenografía del espectáculo difuso”.

Al respecto el autor añade que una arquitectura que parte del interés de convertir al cubo en esfera sólo podrá entenderse como medio para redimir la expresión melancólica del hombre. La imagen es sólo un componente, imprescindible en la construcción de espacios, pero no es el único ni el más importante, así como tampoco es la función, la eficiencia o la economía de costos. Todos ellos son componentes que forman parte de un todo, que el arquitecto deberá atender y equilibrar. En términos del autor, es un acto de síntesis, entre intuición y concepto, entre ideas y experiencias, y, por último, entre memoria y metáfora –concepto que contiene la idea de conservación y transformación. Por último, y para ejemplificar la integración de conceptos a la que refiere el arquitecto, cito un tercer y último texto.

  1. La Arquitectura en la Literatura Árabe

El árabe pre-islámico, nómada y guerrero del desierto, añora el oasis, espacio de sombras, frescura, agua y fertilidad, mientras que el árabe que funda la morada sedentaria, que comienza la fundación de la ciudad, rinde homenaje a los peregrinajes y a las batallas en el desierto, mediante epígrafes inscritos en las paredes, y erige las bardas que delimitan el jardín que añoraba cuando transitaba el duro e inhóspito mundo exterior. Crea así un mundo interior que persigue el placer de los sentidos y la exaltación de la fantasía: fuentes que generan gratos sonidos y emanan frescura, jardines de jazmín, que emiten gratos olores, espacios en los que circula el viento, abundan las alfombras, las almohadas y la sombra cobija al hombre del sol inclemente.

El espacio arquitectónico se construye entonces con los materiales del poeta: a partir de ensoñaciones, del traslado de imágenes y, en una palabra: de metáforas. La arquitectura árabe es otra manera de literatura árabe, se hermanan de manera indisoluble y, en sus orígenes, surge de la búsqueda de la estética, antes que de la técnica, del deseo de emoción, antes que del de la necesidad; de la ensoñación, antes que de la utilidad. La lengua, los jardines y la caligrafía árabe patentan esta idea, y se vinculan con fuerza dentro de la casa y la ciudad, como un oasis entre dos desiertos. La construcción del espacio árabe surge en el camino del nomadismo en el desierto hacia el sedentarismo en el jardín.

Reflexión Final

Antonio Fernández Alba hace ver que la arquitectura forma parte de las fuerzas y las inercias culturales que abundan en un momento dado, pero –como toda manifestación artística, es también un organismo o una fuerza independiente desde la que una cultura puede llegar a modificarse. El ejemplo de la ciudad árabe, que nace de las fuertes limitaciones del desierto, y del deseo de placer que contrarresta lo sufrido, permite ver cómo un recuerdo asociado con el más auténtico sentir humano deriva en espacios significativos, cuya integridad y reflejo cultural es indiscutible. Es una arquitectura, además, que inspira nueva arquitectura y nuevo placer y satisfacción en la vivencia del espacio: se trata de espacios que fueron vividos y valorados con gusto desde la Alhambra del s.XII, hasta su re-interpretación y adaptación en los patios de la fuente de los amantes, de Luis Barragán en el s.XX, no por otra razón, sino porque llenan a quien los habita, con los mismos ingredientes: agua, luz, color, proporción, y forma. Las formas no son las que perduran, pero sí la asociación de valores entre las formas y su significado: se trata de una MEMORIA, individual o colectiva pero que está ahí, que a través del DESEO se transforma y se convierte en METÁFORA, en un traslado de la misma idea en un nuevo contexto, y que renace y cobra significado, perdurable, resonante e inevitablemente histórico.

Anchor En última instancia, estas palabras procuran recordarnos que no estamos solos en la pesquisa del quehacer arquitectónico, sino que ya nuestros antepasados y contemporáneos se han planteado las mismas preguntas y han llegado a respuestas admirables que están ahí para compartirse, perpetuarse y re-interpretarse. La idea es un aliciente hacia la noción de la arquitectura como una obra que retoma los sentires colectivos, cada vez más difíciles de hallarse en una sociedad que se individualiza, polariza y rompe sus lazos comunicativos a ritmo logarítmico, asintótico: a pasos agigantados.

i Antonio Fernández Alba, La Metrópoli Vacía. Madrid, Antropos, 1990.
ii Antonio Fernández Alba, DOMUS ÁUREA, Diálogos en la casa de Virgilio. Madrid, Biblioteca Nueva ETS, 1998.
iii María Jesús Rubiera, La Arquitectura en la Literatura Árabe. Madrid, libros Hiperión, 1979.
iv Manuel Castels, La era de la información. Madrid, 1995

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