(Breves notas del monstruoso celuloide)
La figura del monstruo por lo general representa la amenaza de la otredad, de lo ajeno. La acepción más común de la palabra se refiere a criaturas ficticias con malas intenciones para con todo aquello que atraviese su camino. Pero ¿qué pasa cuando el monstruo comparte el mismo espacio que la víctima?
El origen etimológico de la palabra monstruo denota algo antinatural, es decir, que las cosas salieron mal. Es una advertencia, un portento ominoso. No obstante, no es necesario que las cosas estén fuera de su lugar para sentir que están mal. Pensemos con detenimiento: imaginemos un acercamiento extremo a nuestro cuerpo. Veamos la topografía de nuestra piel, con cada poro, vello y arruga; se trata de un terreno irregular y árido, desolador.
Nuestro recorrido nos lleva a alguna cavidad, elijan la de su preferencia. Internémonos en ella. El paisaje se vuelve de repente abrumador: no sólo por la oscuridad, sino por la humedad en las paredes, los sonidos que provienen de más adelante. Ahora encaminemos nuestros pensamientos a lo que no podemos ver, lo que permanece oculto todo el tiempo: los músculos, los huesos, los órganos, venas y arterias, nervios por todas partes. Cavilar sobre los misterios de su funcionamiento, todo aquello que no conocemos aún cuando sea por completo normal, puede resultar desconcertante. Un ejemplo de esto puede ser el cuento Esqueleto, de Ray Bradbury (incluido en los libros Carnaval Oscuro y El país de Octubre), en el que un hombre se percata de la presencia de su aparato óseo dentro de él y lo percibe como un ente aparte que busca destruirlo.
En el cine también hay numerosos ejemplos de historias en las que el cuerpo humano, o parte de éste, se convierte en el enemigo o en el vehículo de la perdición del hombre. En particular podemos revisar casi toda la filmografía del canadiense David Cronenberg, la cual podemos dividir en tres etapas básicas. La primera -en la cual podemos enlistar Stereo (1969), Crimes of the future (1970), Shivers (1975), Rabid (1977), The Brood (1979), Scanners (1981) y The fly (1986)- se caracteriza por mostrar transformaciones orgánicas que convierten a los hombres en auténticos seres monstruosos; sus obras más tempranas repiten el patrón en el que un científico que fácilmente podría ser considerado como “loco” desarrolla un tratamiento/cura/procedimiento experimental que, al ser aplicado a pacientes, ocasiona un efecto secundario adverso, casi siempre una mutación, que desencadena una serie de ataques o catástrofes para la víctima incauta y quienes la rodean. Esta etapa está permeada de un pesimismo el cual podría ser atribuible a una ligera influencia de George A. Romero vía Night of the living dead (1968).
La segunda etapa podría ser considerada como transicional, pues es un puente entre las otras dos: todavía se muestran transformaciones o elementos orgánicos, pero ya no son el centro de la atención. Videodrome (1983), Dead ringers (1988), Naked lunch (1991) y eXistenZ (1999) conforman la parte más sólida de esta fase, con Crash (1996) perteneciendo apenas a la misma con su tema de la fusión del cuerpo con la máquina, en este caso el automóvil.
El período más reciente en la cinematografía de este director también versa sobre cambios y transformaciones, pero esta vez decididamente psicológicas. Ya desde The dead zone (1983) se podía ver un poco de esta tendencia, con un don otorgado a través del siempre presente cuerpo humano, también M. Butterfly (1993) podría pertenecer a la misma, abordando el tópico desde la perspectiva de la sexualidad. Pero es con Spider (2002) que entra de lleno a la misma, explorando el tema de la locura. En sus obras más recientes, A history of violence (2005) y Eastern promises (2007), el agente que propicia la conversión en el interior del protagonista y en su entorno es la violencia. A pesar de que Cronenberg ya no retrata a criaturas deformes y contra natura, logra hacer ver al cuerpo humano como algo más allá de los límites de lo humano. Revisando de esta manera su evolución como narrador de historias, no es de sorprender que el filme que acaba de finalizar tenga como personajes a Freud y a Jung.
El noveno arte no se ha quedado atrás en el tema, también hay varios casos en que la historia evidencia los peligros de la corporeidad. Girls, de los hermanos Luna, nos brinda un relato con la forma de un apocalipsis zombie pero con chavas encueradas: un pueblo en medio de la nada se ve asediado por seres del espacio exterior con la apariencia de atractivas y jóvenes mujeres que buscan atacar a las hembras locales y aparearse con los machos para reproducirse y aumentar sus números, quizá con la intención de invadir el planeta posteriormente. Aunque los personajes no son tan bien desarrollados y la trama padece de ciertas fallas, es interesante la exploración de la sexualidad desde diversas perspectivas, llamando la atención sobre sus peligros.
El ya clásico Swamp Thing viene a la mente, con el doctor Alec Holland viéndose transmutado en un ser compuesto de fango, raíces y plantas y sufriendo por sentirse aún humano. Cuando Alan Moore tomó el mando del título exacerbó el conflicto del protagonista al plantear que su cuerpo original fue destruido en el accidente que lo transformó y es sólo su conciencia la que sobrevive en un vehículo compuesto por completo de materia vegetal. Es así como se nos lleva a preguntarnos, ¿qué es lo que nos hace humanos?
Otro ejemplo notable es la novela gráfica Black hole, de Charles Burns. En esta, un grupo de adolescentes en el Seattle de la década de los 70 se ve asediada por una nueva enfermedad de transmisión sexual simplemente llamada the bug (el bicho), cuyo principal síntoma consiste en alteraciones del cuerpo que van desde el crecimiento de extremidades adicionales, algunas de ellas imperceptibles, hasta la completa desfiguración facial y/o corporal. A un chico le sale una segunda boca, en la base de su garganta, que habla mientras él duerme y revela lo que realmente piensa; una joven se ve agraciada con una pequeña cola, la cual le otorga un encanto especial; otra señorita desarrolla la inconveniente costumbre de cambiar de piel, cual serpiente. Es a través de estos elementos que se nos narran las vidas de varios menores que hacen frente al mundo, con toda la crueldad y alienación propias de su edad. La enfermedad, más que un mal a combatir o evitar, se convierte en un factor transformador de la sociedad.
Ya sea con palabras, imágenes en movimiento o estáticas, y las distintas conjunciones de estos elementos, la ficción ha utilizado el tema de la monstruosidad unida al cuerpo para evaluar y analizar nuestros tiempos desde distintas perspectivas, llevándonos a enfrentar algunas preguntas incómodas pero necesarias. A veces alegoría de cambios sociales, en ocasiones ensayos sobre lo que nos hace hombres –o nos hace dejar de serlo-, las historias siempre podrán ayudarnos a enfrentar nuestros temores para disecarlos y observarlos desde una distancia segura, olvidando de momento que el cuerpo que más peligros y riesgos nos trae, y que en cualquier momento puede verse cambiado en su aspecto o funcionamiento, es el propio.
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