Regresar a Bomarzo

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En 1552 Pier Francesco Orsini, comenzó la construcción de un jardín lleno de maravillas. Dedicó su vida a su boschetto, como él lo llamaba, hasta 1584 cuando murió. La creación de este paisaje de sueños se vio interrumpida por la participación de Vicino, como llamaban cariñosamente a Pier Francesco, en las múltiples batallas que se libraban en Italia en la época. Vicino fue un gran Capitán en la guerra, sin embargo la vida de alianzas políticas y militares regidas por diversos intereses, en particular el económico, ya que la familia Orsini era tradicionalmente de condottieros, terminó por hastiarlo. Razón por la cual decidió aislarse en su jardín en Bomarzo. Vicino, desde su temprana juventud demostró alta sensibilidad por las artes y las letras. Como buen hombre del Renacimiento, su formación como poeta y humanista no se vio anulada por su vida de soldado. Así, los últimos años de su vida pudo dedicarlos a la reflexión en la tranquila vida de Bomarzo y sus Maravillas.

A la muerte de Pier Francesco el Jardín gozó de fama por poco tiempo, en 1645 los herederos Orsini se vieron en la necesidad de vender el predio a la familia Lante, que a su vez lo vendió en 1836 a Francesco Borghese. Al parecer a inicios del siglo XIX, cuando los Borghese lanzaron su mirada al Palacio, el pueblo y los campos que lo circundaban, la vida de las delicias que había creado Vicino se había extinguido. Por al menos una centena de años Bomarzo vivió en el olvido; la vegetación ocupó las terrazas del boschetto, la humedad trepó por sus piedras, y los monstruos se ocultaron tras la maleza en busca de protección de los campesinos, que atemorizados por su presencia y sus leyendas, acostumbraban golpearlos y dañarlos.i

En 1938 Salvador Dalí conoció Bomarzo y quedó fascinado por el paisaje que superaba cualquiera de sus ensoñaciones. Poco más tarde Michelangelo Antonioni grabó un documental de diez minutos sobre él. En 1953, un grupo de estudiantes de arquitectura de Roma descubrió el conjunto y comenzó una recuperación y un estudio, que, podemos decir, abrió un camino que hasta hoy no ha llegado a su meta. Apenas en el 2009 se encontraron nuevas piezas del conjunto escultórico, y se sigue discutiendo la probable conformación original del lugar. De manera personal, me gusta imaginar que con todas nuestras investigaciones y publicaciones, no tenemos ni idea de cómo era el Jardín que vivía Vicino día a día.

El hoy llamado Parco dei Mostri empieza a cobrar de nuevo fama. De vez en cuando sus explanadas se llenan de grupos de turistas y estudiantes que lo visitan en busca de una experiencia monstruosa. Pero lo cierto es que Vicino nunca utilizó la palabra monstruo para referirse a las esculturas de su Jardín. Pier Francesco hubiera llamado delilziemaraviglie o stravaganze al conjunto, en todo caso escribiría, como queda registrado en una inscripción en el parque: elefantes, leones, osos, orcos y dragones.ii Sin embargo la relación con la palabra monstrum en latín, no podría ser más atinada para referirse a lo que creó Vicino. El verbo monstrare quiere decir indicar, mostrar, enseñar, remarcar y hasta acusar u ordenar. Su sustantivo hacía referencia a un ser que se aparecía en sueños para anunciar infortunios o portentosiii, también a algo horrible, como lo conocemos ahora, o cosas maravillosas, como las que imaginó Vicino.iv A su vez, su traducción al griego es thauma, que quiere decir maravilla o prodigio, o lo que tenga que ver con ello, como las acciones del Cíclope que encuentra Ulises en su Odisea. Idea que me hace pensar en Vicino como un auténtico taumaturgo, como lo entendemos hoy en día: un creador de cosas estupendas y prodigiosas.

Bomarzo, es entonces, un lugar de monstruos, de maravillas y de sueños. Sus delicias han llenado la imaginación de muchos artistas después de Dalív. En el campo de las letras contamos al argentino Manuel Mujica Lainez que regaló a su público latinoamericano la entrañable novela de Bomarzovi, que más tarde fue llevada a los escenarios en una ópera por Alberto Ginastera. La poeta mexicana Elsa Cross hace poco tiempo publicó su libro llamado Bomarzo,vii y Luís Miguel Madrid, compartió en Internet sus versos dedicados a la misma fantasía. En la literatura francesa, Pieyre De Mandiargues publicó su pequeño libro Les Monstres de Bomarzoviii, e incluso en Holanda, Hella S. Haasse creó una añorable obsesión en torno a los Jardines de Bomarzo.ix

En fin, todos queremos ver lo que Bomarzo nos quiere mostrar, ya sea el viaje hasta sus piedras, o la simple fantasía de lo que encontraremos ahí. Así mi hermana y yo también nos vimos entusiasmadas con una visita a Bomarzo, y una segunda que más que un viaje, resultó ser un sueño y unas crónicas que la imaginación transformó en otras. Cuando lo invento, el recorrido a Bomarzo es un viaje tranquilo, con una serenidad ajena a mí, con la calma de saber que tengo la vida para pensarlo, verlo, soñarlo, escribirlo, contarlo y hablar de él. En la realidad cuando pienso en las visitas, aun cuando sólo ha pasado una semana, me parecen breves, lejanas y atropelladas. Las fotos sólo cosifican lo que fue realidad, lo que se desbordaba de verde o blanco y amenazaba con aplastarme. Bomarzo es un lugar de sueños, no deja de ser un paisaje imaginario, no se está en él como se está en la Capilla Sixtina. Estar de pie sobre alguna de las terrazas del Sacro Bosco sólo podría ser comparado con entrar al Juicio Final y estar a un lado del malvado Caronte que avienta a las almas con su remo. Nada de eso es posible y menos con las hordas de turistas, que por suerte todavía no se interesan por Bomarzo, sus monstruos y su realidad única.

Gabriela y yo regresamos a Bomarzo, y empiezo a pensar en si la primera visita no fue también como un retorno, como volver a un lugar que conocimos en una temprana infancia y pobló nuestros sueños de gigantes, dragones y tortugas. El camino para llegar esta vez fue más breve; la primera visita ahora nos resultó amateur; las siete horas de camino se redujeron a unos cuantos minutos, casi una hora. Debo reconocer que algo del encanto de encontrar Bomarzo hizo falta. Hace cuatro años interrogamos por más de una hora al vendedor de los billetes de tren en la estación de Roma Nord. La desesperación se nos convirtió en un ataque de risa incontrolable antes de entender las complicadas instrucciones en italiano para llegar a ese lejano y extraño lugar llamado Bomarzo. La siguiente mañana temprano tomamos un tren a Saxa Rubra, de ahí un autobús a Viterbo, que tardó tres horas en llegar a una estación en la que debimos de esperar una hora más para tomar otro que nos dejó en medio de la nada con las indicaciones de un completo extraño de caminar hacia abajo para encontrar el Parque de los Monstruos. Finalmente la caminata de más de una hora bajo el sol veraniego nos dejó en la cabaña que te da la bienvenida al parque. Eran casi las cuatro de la tarde. En dos horas que pasaron volando, descubrimos que teníamos treinta minutos para subir de regreso a la carretera antes de que nos dejara el último camión de regreso a Viterbo, y corrimos con la suerte de que una pareja de turistas nos quisiera dar un aventón de regreso, porque ninguna carrera lo hubiera hecho posible.

Esta vez y con el invierno colándose con todo su frío en nuestro viaje, el paisaje fue el mismo, pero nuestra mirada, otra. La mía estaba llena de la ilusión, casi preocupación de reconocer el Palacio Orsini a lo lejos después de observarlo en fotografías y planos por meses mientras realizaba una investigación para mi tesis de licenciatura. Y ahí estaba, tal como lo imaginaba de pie sobre la montaña al lado del camino que desciende al parque como si lo hubiéramos recorrido a pie ayer. En la entrada no les importó para nada la chica de la Universidad de México y su tesis. Era una visitante más en ese mundo lejano de Bomarzo donde me pedían que les enviara un fax para abrirme todas las barreras que entorpecen el camino para estar con los monstruos. Todas e incluso más siguen ahí como las recordaba. Les expliqué que había escrito numerosos correos electrónicos y había llamado por teléfono toda la semana, y me contestaron con toda calma que sí, el teléfono tenía descompuesto un rato. Sin duda enviar un fax no es más que el suceso de una fantasía bomarciana. Al final no importó: estar en Bomarzo es estar en Bomarzo.

El frío se trepaba por las esculturas con un verde que no conocíamos más que en fotografías, y el río resonaba con una fuerza que obligaba a guardar silencio. Volvimos sobre nuestros pasos, sobre ese camino que hemos recorrido tantas veces con las palabras, que ilustramos, creamos y hemos repetido tantas veces. Nos recostamos en el piso para observar a los Gigantes aplastándonos, tomamos las fotos y anotamos las medidas de las piedras con la libertad de sentir a Bomarzo respirar con nosotras. Se puede estar ahí con la imaginación, y sin embargo la experiencia no cabe en la más elaborada de mis fantasías. Los senderos verdes, la mirada de Neptuno, el olor dentro de la boca del Orco, el tacto frío de las piedras, los escalones para llegar al templo, la vista del castillo a través de los árboles y los monstruos sólo se conocen ahí, sólo estando ahí Bomarzo se siente vivo.

El frío y la noche finalmente consiguieron sacarnos del parque, entonces subimos a caminar por el pueblo. Yo había escrito sobre las torcidas callejuelas que subían con la misma naturalidad del siglo XVI, pero subir por ellas fue un descubrimiento. Caminamos y los callejones nos llevaron al castillo. Nos encontramos por casualidad adentro del Palacio Orsini, como si el camino no pudiera llevar a otra parte. Una chica en una pequeña oficinita a un lado de la entrada nos dijo que podíamos pasar, que podíamos atravesar cualquier puerta que al girar la perilla abriera. La noche se caía encima de Bomarzo y la sentíamos entrar por las ventanas. No sé qué esperábamos encontrar ahí adentro, qué clase de fantasía guardábamos para aquellas salas, pero la obscuridad era parte de ella. Una momia en un escaparate fue al único personaje que encontramos en las numerosas salas pintadas de blanco con piso rojo. Imaginamos que es el terrible esqueleto de las pesadillas de Vicino. No conseguimos acercarnos a menos de un metro. Sólo algunas habitaciones tienen decoraciones como el techo pintado de la primera sala y unas columnas salomónicas en las salas del segundo piso. El miedo, si acaso eso era lo que sentíamos, no nos dejó llegar a la última sala abierta del castillo. Ahora no dejo de pensar en lo que pudimos haber encontrado en ella.

Buscamos el hostal en el que nos esperaban. Era tal cual lo imaginábamos, con la fortaleza de Bomarzo de pie a un lado. Ninguna de las dos pudo dormir esa noche. A mí los sueños se me llenaban de osos que caminaban fuera de la habitación y una tortuga gigante que volteaba la cabeza para observarme con sus grandes ojos. Desde hace mucho tiempo guardo el temor de resbalarme en una de las terrazas del bosco, y ahora el sueño se repetía una y otra vez lleno de pisos verdes, húmedos y resbalosos. Dedicamos la noche a recrear Bomarzo con la mente, clasificamos las imágenes, animamos a los monstruos, recorrimos sus senderos, y aún así lo que vimos la siguiente mañana se encontraba fuera de cualquiera de nuestras ensoñaciones. Tras la puerta nos esperaba un Bomarzo todo vestido de blanco. La noche y la nieve habían cambiado el escenario. Regresamos una vez más al parque. Aunque la nieve ya era lluvia, y los árboles no habían permitido que las esculturas se vistieran completamente de blanco, el parque era otro, otro al del verano del 2004, otro al del día anterior. El frío humedecía nuestros abrigos, pero ni las complicadas maniobras con cámara y paraguas evitaron que hiciéramos una nueva colección de imágenes monstruosas a blanco y negro con brillos verdes. Ante las puertas del castillo cerradas y la pequeña capilla de Santa María del Valle abandonada, decidimos seguir nuestro camino.

Nos fuimos. Ahora me sorprende la facilidad con la que salimos de ahí. Cómo pudimos dejar Bomarzo y continuar rumbo al helado Viterbo y las sorpresas que guardaban Bóboli y Perugia para nosotros. Me extraña que la niebla en el camino de regreso a Roma no nos haya detenido a recolectar nuevas imágenes del paisaje bomarciano, que sólo haya logrado inquietarnos sin atraernos como el centro magnético que guió nuestro viaje.

Ahora intento explicarme en qué consiste esa magia, porque no fueron las barditas las que me impidieron acercarme a la tortuga y mirar a la ballena de frente. Mis pensamientos vuelven constantemente a las maravillas que creó Pier Francesco, a lo que nos muestran y lo que querían mostrar, a las delicias que he convertido en una obsesión más, discretamente disfrazada de proyecto académico. Todavía me pregunto los límites de ese viaje, su inicio y su fin. Pienso en la última barda, la última habitación del palacio, la última fotografía, y sólo se me ocurre que hay que regresar a Bomarzo.

Crónicas Bomarcianas, diciembre 2008

Bibliografía

Frommel, Sabine ed., Bomarzo: il Sacro Bosco, Milán, Electa, 2009.

____, Bomarzo: il Sacro Bosco, Fortuna critica e documenti, Roma, Ginevra Bentivoglio, 2009.

Sheeler, Jessie, Le Jardin de Bomarzo, París, Actes Sud, 2007.

i En la actualidad el Parco dei Mostri, como es llamado ahora el antiguo Jardín de las Maravillas, pertenece a un particular, escudado tras una supuesta Asociación del Jardín de Bomarzo, y un grupo de estudiosos en Roma y París buscan rescatar el proyecto creado en 1552.

ii Se conserva la correspondencia que mantuvo Vicino con personajes como Anibal Caro y Giovanni Drouet, además de una serie de poemas que escribió. Están publicados, fragmentariamente y completos en diversas obras, como en Vicino Orsini und der Heilige Wald von Bomarzo, Horst Bredekamp, 1985.

iii Ciceron, De Divinatione, 1.42.93.

iv Valerio Flaco, Argonautica, 2.248.

v La influencia de Bomarzo en la obra de Dalí se puede ver en lienzos como La tentación de San Antonio y Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar.

vi Manuel Mujica Lainez, Bomarzo, Buenos Aires, Sudamericana, 1962.

vii Elsa Cross, Bomarzo, México, Era, 2009.

viii A. Pieyre De Mandiargues, Les Monstres de Bomarzo, París, Bernard Grasset, 1957.

ix Hella S. Haasse, De tuinen van Bomarzo, Amsterdam, Em. Querido’s Uitgeverij, 1968.

 

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