Moisés, el Diablo y Freud: Diálogo entre psicoanálisis y educación

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Moisés, el Diablo y Freud: Diálogo entre psicoanálisis y educación

Si hubieras sido otro tipo de Dios, de un género menos narcisista,
habrías podido tomar las cosas de otra manera y decir, por ejemplo:
‘Me saqué de encima a Satán porque era un turro insoportable que
pasaba más tiempo burlándose de mis imperfecciones que cantando
mis perfecciones’. No habría estado mal que dijeras eso, después de
todo no es dramático tener imperfecciones. Al respecto, cuando
hiciste al hombre imperfecto y a tu imagen, ¿no estabas a punto
de confesar que la imperfección divina es imaginable?

 

Alain Didier-Weill. Memorias de Satán.
Ensayo sobre la manera de hacer bien el Mal y hacer mal el Bien

 

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Ángel caído

 

Introducción

 

A menudo somos testigos de numerosos diálogos que se instauran entre el escenario educativo y la producción psicoanalítica. Esta ocasión busca posibilitar uno de esos diálogos para poner sobre la mesa un tema que pocas veces se ha analizado desde esta perspectiva interdisciplinar: la relación entre la necesidad religiosa de los seres humanos y sus neurosis particulares, neurosis presentes en muchas de las intenciones educativas que dan cuerpo a nuestro sistema escolar.

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Vivimos en una sociedad eminentemente religiosa. En las escuelas de educación básica de nuestro país vemos que, desde los símbolos patrios que remiten cantidad de veces a la figura de Dios, hasta algunos contenidos curriculares en los que, si bien no se hace mención explícita de la religión católica, sí se alude frecuentemente a los valores que de ella se desprenden. Por lo anterior, vale resaltar que este trabajo busca comprender mejor la naturaleza del individuo religioso para pensar mejor el escenario en el que debe educarse y mostrar, a partir de la perspectiva freudiana, cómo se fue configurando la necesidad religiosa en el ser humano. Para ello, me he servido de tres ejes de construcción fundamentales: La construcción de la figura de Dios comenzando con el asesinato del padre primordial, la edificación de la religión monoteísta a partir de la hipótesis freudiana que la adjudica a los egipcios y luego la continúa en la figura de Moisés, y la significación del Diablo, el animismo y la magia como elementos colaterales que explican el proceso de construcción religiosa en el hombre.

Psicoanálisis y Educación tienen sus límites. El educador no es apto para el psicoanálisis si no se ha formado en esta línea y tampoco existe posibilidad de que la educación constituya una profilaxis de las neurosis. Pero no hay duda de que tampoco pueden concebirse separados, porque al margen de las reflexiones del psicoanálisis, la educación se convierte en una ilusión (en el sentido freudiano del término).

Moisés, el Diablo y Freud:

Diálogo entre psicoanálisis y educación

El interés de Freud por el tema de Dios y la religión

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Desde pequeño, la cultura judía estuvo muy presente en la vida de Freud, sin embargo, la religiosidad dejó de regir su vida para convertirse en su objeto de estudio: en un problema que desarrolló a lo largo de su producción científica. En 1907 escribe un artículo titulado “Los actos obsesivos y las prácticas religiosas”, en donde por primera vez aborda directamente la temática de la religión. Dicha reexaminación proseguirá cuando aborde el problema del tratamiento del Hombre de las Ratas. En el primero, Freud busca establecer el vínculo que media entre las observancias rituales de las prácticas religiosas y los actos obsesivos presentes en los ceremoniales neuróticos. De dicha relación se desprende que:

Si comparamos unos con otros, rituales religiosos con ceremoniales neuróticos, observaremos que en ambos aparecen fenómenos similares: la misma extremada minuciosidad en la ejecución, la misma diligente atención para no olvidar nada so pena de tener que volver a iniciar todo el proceso, la tendencia a complicar profusamente el mismo, la exclusión total de toda otra actividad, la tortura ante la sospecha de haber omitido algo… Sin embargo, en una primera aproximación, la diferencia estriba en que, mientras los rituales religiosos poseen un sentido y significación simbólicos, los ceremoniales neuróticos parecen insensatos y absurdos (Gómez, 1998).

Posteriormente, en La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna (Freud, 1911) establecería el vínculo entre cultura y represión, que más adelante conformaría una parte nuclear de su teoría. En 1911, escribe lo siguiente en Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico:

Las religiones, ateniéndose de manera consecuente con este modelo, pudieron imponer la renuncia absoluta al placer en la vida a cambio del resarcimiento en una existencia futura; pero por esta vía no lograron derrotar al principio del placer. La ciencia fue la primera en conseguir ese triunfo, aunque ella brinda durante el trabajo también un placer intelectual y promete una ganancia práctica final. (Freud, 1911).

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Pero es en 1913 cuando, motivado por las obras de Wundt y de Jung, Freud se decide a escribir lo que sería un parteaguas en la concepción analítica del fenómeno religioso, así como también una contribución digna de ser tomada en cuenta por la ciencia antropológica: Tótem y Tabú. En este escrito, Freud se adentra en el problema del origen de la divinidad en los hombres, rastreando a éste hacia las primeras formas de vida social según la hipótesis darwiniana: las hordas. El tema de la religión volvería a abordarlo, esta vez de un modo crítico que la ubica como una neurosis infantil que debe ser superada a través de una “educación para la realidad”, en su obra El porvenir de una Ilusión. En 1928, Freud escribe Una experiencia religiosa en donde cita la carta que le envía un médico norteamericano que critica el ateísmo del psicoanalista y le cuenta el relato de su propia conversión. Un par de años después, Freud vuelve sobre el tema del análisis del hecho religioso partiendo del “sentimiento oceánico” en El Malestar en la Cultura.

El asunto no concluyó ahí, pues en Moisés y la Religión Monoteísta aborda nuevamente el problema del origen de la religión, esta vez centrándose en el análisis del judaísmo y de su prolongación: el cristianismo.

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Página de Der Mann Moses un die monotheistische Religion

 

Asimismo, en 1919, había publicado en “Imago” un escrito que lleva por título Lo Siniestro en donde los elementos tenebrosos y angustiantes que son parte constitutiva de la psique humana permiten ver a la religión como una defensa frente al peligro que surge desde el interior, haciendo alusión a un carácter demoníaco.

Se trata sin duda de una producción muy fructífera en torno al tema, cuya mejor explicación es presentada, en opinión de este trabajo, por Tótem y Tabú.

El Tótem como fase universal del desarrollo

de la humanidad, y el Tabú en estrecha relación

con los síntomas de la neurosis obsesiva.

En Tótem y Tabú, Freud parte de la hipótesis de que la observación de las tribus primitivas (sobre todo de los salvajes de Australia) puede proporcionar al hombre una idea más cercana a lo que en un principio fue la organización de vida de la humanidad. Estas tribus de Australia parecen venerar al Tótem porque lo consideran un espíritu que guía y protege a la tribu, y el lazo que se establece entre los miembros de estos clanes a través del totemismo es, incluso, más fuerte que los lazos familiares o de sangre. En opinión de Freud, el Tótem es:

Es en primer lugar el antepasado de la estirpe, pero además su espíritu guardián y auxiliador que le envía oráculos; aun cuando sea peligroso, conoce a sus hijos y es benévolo con ellos. (Freud, 1912).

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El totemismo enmarca un aspecto que será determinante para instaurar la prohibición del incesto en estas tribus primitivas, pues dicha prohibición obedece a leyes totémicas. Este empeñoso afán por evitar el incesto es explicado por el psicoanálisis como un rasgo infantil por excelencia, que se encuentra muy presente también en la vida del neurótico.

Un medio eficaz para evitar las relaciones incestuosas está dado por lo que conocemos como “Tabú”, y que Freud define como una palabra cuyo origen polinesio expresa prohibiciones y limitaciones. Es una palabra que nos dice que no hay que acercarnos a algo, porque ese algo implica un “horror sagrado”. El tabú también posee un carácter “contagioso” que lleva a los individuos a querer eliminarlo mediante ceremonias expiatorias.

La conciencia moral del tabú es el fenómeno más antiguo de conciencia moral, y cuando una prohibición tabú es violada, la conciencia de culpa no se cancela. En el carácter del neurótico obsesivo se manifiestan penosos escrúpulos de la conciencia moral. Este rasgo es considerado como un síntoma reactivo frente a la tentación que yace oculta en el inconsciente. Freud considera en Tótem y Tabú que la conciencia de culpa posee en buena parte la naturaleza de lo que, hasta ese momento, él ha discernido como angustia y la describe como “angustia de la conciencia moral”.

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Darwin

Para Freud, Tabú y Neurosis no son la misma cosa, pues el primero es una formación social y la neurosis es una formación individual.

Para explicar la prohibición del incesto en la organización totémica, Freud hace todo un recorrido por varias teorías que exponen el origen del totemismo y sus prácticas exogámicas, sin embargo, se sirve principalmente de las teorías de Darwin, Atkinson y Robertson Smith para formular el origen de todo complejo edípico: Cuando los hombres primitivos vivían en hordas, y el padre les impedía tomar a las hembras del grupo porque sólo le pertenecían a él, llegó un día en el que los hermanos se aliaron, mataron y devoraron al padre, dando fin a la organización de la horda paterna. Los hermanos que se unieron para dar muerte al padre, de pronto comprendieron que entre ellos se hallaban sus nuevos rivales en lo que respecta a la posesión de las hembras, de tal suerte que llegaron a una alianza por medio de la cual una muerte como la que habían dado al padre no se repetiría nunca más y en memoria de esa muerte, el incesto quedó prohibido:

Odiaban a ese padre que tan gran obstáculo significaba para su necesidad de poder y sus exigencias sexuales, pero también lo amaban y admiraban. Tras eliminarlo, tras satisfacer su odio e imponer su deseo de identificarse con él, forzosamente se abrieron paso las mociones tiernas avasalladas entretanto. Aconteció en la forma del arrepentimiento; así nació una conciencia de culpa que en este caso coincidía con el arrepentimiento sentido en común. El muerto se volvió aún más fuerte de lo que fuera en vida; todo esto, tal como seguimos viéndolo en los destinos humanos. (Freud, 1912).

Así fue como se crearon los dos tabúes fundamentales del totemismo: no matar al padre y la renuncia a las mujeres que habían liberado. El primero de estos dos tabúes es el que puede permitirnos apreciar al totemismo como un primer ensayo de religión, pues lo que se buscaba era una reconciliación con el padre asesinado.

A través de esta obra magistral que es Tótem y Tabú, Freud nos muestra que en el principio de la organización humana reinó el complejo de Edipo. Edipo es en realidad el padre de la religión.

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El retorno de lo reprimido en la figura de Moisés:

Orígenes del judaísmo y el cristianismo

a partir de los rasgos neuróticos infantiles

La sociedad sería la heredera del crimen cometido en los tiempos primeros de la humanidad, sin embargo, esta herencia no se haría consciente. Si acaso, el crimen se repetiría en la figura de otro hombre: Moisés.

Después del totemismo sobrevinieron las religiones politeístas. Para poder exponer esta transición, Freud recurre a la historia de Moisés como fundador del pueblo judío. En Moisés y la religión monoteísta, Freud nos expone que el monoteísmo no es de origen judío, sino un descubrimiento egipcio: “El faraón Amenhotep IV lo estableció como su religión estatal en la forma de la adoración exclusiva de la energía solar, o Atón, llamándose de allí en adelante a sí mismo Ikhnaton” (Yerushalmi, 1996).

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Freud supone que Moisés era un hombre origen noble y de alta posición, allegado al faraón, era un ferviente partidario de la religión que había instaurado Ikhnatón. Asimismo, Moisés era un hombre decidido, de carácter recio, ambicioso y activo, probablemente albergó la esperanza de dirigir algún día al pueblo. A la muerte del faraón, las esperanzas de Moisés se derrumbaban, y si no quería abandonarlas, entonces su destino ya no estaba en Egipto. Moisés quiso fundar un nuevo pueblo y transmitirles la religión que los egipcios despreciaron, que por cierto, sería una religión egipcia. A pesar de que se piense que entre lo egipcio y lo judío hay una patente contradicción, Freud logra establecer las semejanzas que existen entre la religión judía y la de Atón, pues ambas son formas de un monoteísmo riguroso:

Las dos son formas de un monoteísmo riguroso, y de antemano uno se inclinará a reconducir a este rasgo fundamental las coincidencias entre ellas. El monoteísmo judío tiene en muchos puntos un comportamiento más áspero que el egipcio: por ejemplo, su total prohibición de las artes figurativas. La diferencia esencial reside –prescindiendo del nombre de Dios- en que a la religión judía le falta por completo el culto solar en que la egipcia se apuntalaba todavía. (Freud, 1939).

Moisés no sólo fue un caudillo para el pueblo judío, sino que además representaba la figura de un educador y de un legislador (por lo tocante a la llamada “ley mosaica”). Moisés era un hombre colérico, irascible y hasta castigador (dio muerte a un capataz que maltrataba a un trabajador judío). Freud atribuyó muchos de los rasgos del dios judío a los rasgos de la personalidad de Moisés.

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Amenhotep IV

Lo decisivo en esta historia consiste en una hipótesis que Freud toma del profeta Oseas: Moisés había sido asesinado en una revuelta que su propio pueblo llevó a cabo. Los judíos sintieron culpa por matar a Moisés y eso los condujo a un arrepentimiento que culminó en la esperanza de que volviera de entre los muertos el hombre al que le habían quitado la vida, y los condujera al “reino de la bienaventuranza duradera”. Curiosamente, después del asesinato de Moisés, los judíos no prosiguieron con la religión que él les había enseñado, sino que ésta atravesó, en palabras de Freud, “un periodo de latencia”, para después resurgir con más fuerza. Después de este periodo de latencia, el pueblo judío retomó la religión del padre primordial, que no era otra más que la que en un principio se esbozó en la faz de la Tierra en forma de totemismo, aquella en la que subyace una esperanza de recompensa, una distinción y el deseo de tener un imperio universal.

Freud considera que entre los hijos del padre primordial que cometieron el terrible asesinato se encontraba un agitador principal, y lo más probable es que Cristo haya sido el heredero de esta fantasía de deseo incumplida de matar al padre. Freud cree que lo que Jesús fue por sí mismo, realmente resulta poco relevante para la instauración del cristianismo como religión. Es Pablo, que devino su apóstol sin haberlo conocido en persona, quien transmite lo que era necesario transmitir a través de la figura que él construyó de Jesús.

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Pablo de Tarso

Freud, nos dice, en lo tocante a la transmisión de la tradición religiosa, que los seres humanos han sabido siempre que tuvieron antaño un padre primordial. Esto ha podido ingresar en la memoria inconsciente de la humanidad mediante una herencia arcaica, y al mismo tiempo, ha avanzado desde su estado inconsciente dentro del ello hasta la conciencia del yo, aunque alterado y desfigurado. Cuando un suceso, nos dice Freud, ha tenido suficiente importancia o se ha repetido con bastante frecuencia. En el caso del asesinato del padre primordial ocurrieron ambas cosas. Al mismo tiempo, para que ello haya devenido religión y se afiance en un pueblo, es necesario que los fenómenos que le son inherentes hayan recorrido antes el camino de la represión. El superyó, del cual el yo quiere conservar el amor, se configuró en el pueblo judío a través de la figura paternal de Moisés y se continuó en la de Dios. Dios será para siempre el padre.

Dios Padre, Dios Diablo:

El demonio como la otra versión del padre.

Hasta aquí hemos visto cómo se fue configurando el retorno de lo reprimido en la figura de Dios a lo largo de la historia de la humanidad, desde que Dios era el animal totémico, hasta que cobra figura humana, y por último se erige como un Dios que no soporta a otros dioses junto a él: se instaura el monoteísmo. Lo principal aquí es que en el hecho de que Dios represente a la figura del padre intervienen factores de muy interesante índole.

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Cuando el niño nace, una sensación de desvalimiento se apodera de él: depende exclusivamente de sus padres y esta condición durará en el ser humano mucho más de lo que dura en cualquier otro animal. Este sentimiento de desvalimiento se ve reforzado por el influjo del mundo exterior, y de alguna manera, da pie a otro tipo de sentimiento: el sentimiento oceánico. Freud lo describe como un estadio peculiar en el que el individuo siente que es “uno con el todo”. Gracias a ello, el Yo consigue soportar en alguna medida su desvalimiento frente al mundo exterior. En la infancia, la mayor necesidad está determinada por recibir la protección del padre, y si consideramos al sentimiento oceánico como una fuente de energía de la cual emana una intensa necesidad, nos es fácil decir en qué medida juega aquí el papel de la religión:

El sentimiento oceánico ha entrado con posterioridad en relaciones con la religión. Este ser-Uno con el Todo, que es el contenido de pensamiento que le corresponde, se nos presenta como un primer intento de consuelo religioso, como otro camino para desconocer el peligro que el yo discierne amenazándole desde el mundo exterior. (Freud, 1930).

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Así, en un principio, ante el temor que la naturaleza le provocó a nuestros antepasados primitivos, el sentimiento de desvalimiento los llevó a dotar de un carácter paterno a los fenómenos que no podían explicarse de otra manera. La misión de los dioses, a medida que la naturaleza se vuelve más autónoma, consiste en compensar las deficiencias y los perjuicios de la cultura, y dotar de divinidad a los preceptos culturales. Con el monoteísmo, el Padre vuelve a ocupar su lugar privilegiado como el protector de todos los seres humanos desvalidos.

Como es posible observar, en la religión se evidencian muchos rasgos de carácter infantil (lo hemos estado constatando durante todo el apartado anterior). Pero ¿por qué Dios es el Padre y no la Madre? Freud nos da esta respuesta en El porvenir de una Ilusión, y nos dice que el primer objeto de amor para el niño pequeño es la madre, pues es ella quien cubre su principal necesidad: la del alimento. Es también su primera protección contra todos los peligros que le acechan desde el exterior. Después, la madre será relevada de esa función de protección gracias al padre, que es más fuerte. Sin embargo, la relación con el padre está determinada por un carácter de ambivalencia que se desprende del complejo de Edipo: el padre es el enemigo en esa lucha que sostiene el niño por apoderarse de la madre. El padre fue un peligro al comienzo, y a pesar de que el niño lo ame y lo admire, no por eso deja de tenerle miedo. Cuando el niño crece y entra a la pubertad se da cuenta que su destino consiste en depender siempre de la protección del padre frente a los peligros de la naturaleza. Se crea dioses para representar en ellos los rasgos de carácter de la figura del padre. No sólo demanda de sus dioses la protección y el consuelo frente a su desvalimiento, sino que también los crea para temerlos (Freud, 1927).

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Para Freud, las representaciones religiosas tienen el carácter de ilusión, por cuanto una ilusión es una creencia motivada sobre todo por la necesidad del cumplimiento de deseo, pero que al mismo tiempo comporta una serie de reminiscencias históricas (como el caso del parricidio original). La religión es, esencialmente, sólo una ilusión que reproduce los rasgos de infantilismo en el individuo.

En Tótem y Tabú, Freud aborda también los aspectos relacionados con el miedo a lo demoníaco, de hecho, retoma de Wundt la idea de que el tabú es originariamente el miedo al poder demoníaco que se cree escondido en el objeto tabú. Paulatinamente, el tabú se emancipó de su connotación demoníaca y se convirtió en un poder que se sostiene por sí mismo. Freud difiere de esta concepción de Wundt y considera que el tabú siempre ha representado un poder en sí mismo a causa de alguna inercia psíquica. Freud le alega a Wundt que ni la angustia ni los demonios son elementos últimos, ya que no existen en la realidad. Para Freud, el tabú es miedo objetivado que no se separa de las dos formas que adquiere en un estadio desarrollado: el aborrecimiento y la veneración.

Cuando muere un ser querido en las tribus primitivas el muerto y todo lo que tuvo que ver con él se convierte en un tabú. Se le adjudica, en algunos casos, el hecho de que adquiera una forma demoníaca y desee causar daño a sus familiares que aún viven. El psicoanálisis explica este hecho a través del sentimiento de ambivalencia, que encierra un deseo de muerte, incluso hacia nuestros seres más queridos. Ese deseo de muerte lleva al individuo a satisfacer en el muerto, a través de las fantasías y los sueños, las apetencias hostiles, sin embargo, estas devienen inconscientes debido a que la prohibición las reprime. En nuestra cultura, la ambivalencia ha disminuido, y con ella ha ido desapareciendo poco a poco el tabú, que viene a ser el síntoma de compromiso del conflicto de ambivalencia.

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En la conformación de la imagen contraria de Dios, a saber, el Diablo, existe una clara tendencia desplazar hacia el Diablo la imagen paterna, a su vez, éste representa a las pulsiones reprimidas, y en no pocos individuos, se crea la ilusión de que el Diablo puede aparecérseles para llevar a cabo un “pacto” en el que les concede lo que desean a cambio de su alma y su cuerpo, es decir, le otorgan un valor significativo a su alma y su cuerpo que puede interesar al Diablo:

El diablo es un personaje extraño y terrible, que desde siempre obsesiona a la imaginación humana. Su origen histórico se encuentra en el esfuerzo de las religiones por explicar la ambivalencia de las fuerzas de la naturaleza, que, de un modo que rebasa el entendimiento, son a veces benefactoras y compasivas, a veces maléficas y hostiles. Abogando por la existencia del diablo, el pensamiento religioso intenta justificar el amor y el odio de los hombres respecto a esas fuerzas divinizadas y explicar la presencia del mal en el mundo. (Urtubey, 1986).

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En Una neurosis demoníaca en el siglo XVII, Freud lleva a cabo el análisis del pintor Christoph Haizmann (que, de igual forma que con el caso del juez Schreber, no conoció en persona.

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Sus elucidaciones sobre este caso del pintor Haizmann no se llevaron a cabo más que a través de material histórico). Este hombre había llevado a cabo un pacto con el Diablo en dos diferentes ocasiones. En una, el Diablo se obliga a sustituirle al pintor, por nueve años, su padre perdido. Cuando se cumpliera el plazo, el pintor debía pagarle al Diablo entregándole su cuerpo y su alma. Él lleva a cabo este convenio debido a que, a raíz de la muerte del padre no consigue recuperar su capacidad de trabajo, pérdida acaecida desde que el padre dejó este mundo. Con el pacto diabólico, el pintor espera reconquistar lo perdido. Freud considera que el Diablo es para Haizmann un sustituto directo del padre. Así como los primitivos y los supersticiosos creen que sus familiares muertos devienen demonios debido a que sobre ellos se ejerce el mecanismo de proyección que ayuda a tramitar el conflicto de ambivalencia, de igual manera las mociones hostiles que se han tenido desde el principio hacia el padre primordial convertido en Dios, se proyectan sobre la figura del Diablo:

El demonio maligno de la creencia cristiana, el Diablo de la Edad Media, era, según la propia mitología cristiana, un ángel caído de naturaleza divina. No hace falta mucha agudeza analítica para colegir que Dios y Demonio fueron originariamente idénticos, una misma figura que más tarde se descompuso en dos, con propiedades contrapuestas. En las épocas primordiales de las religiones, Dios mismo poseía aún todos los rasgos espantables que en lo sucesivo se reunieron en una contraparte de él. (Freud, 1923).

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El Diablo es también un objeto cultural que se inscribe en el conjunto de sistemas y relaciones determinadas por el simbolismo. Sin embargo, la creencia en el Diablo no siempre se ha dado de la misma manera, ha ido evolucionando en función de las exigencias de la cultura. Aunque, si bien, ha cambiado la forma en la que nos lo representamos, sus características principales permanecen intactas.

En la forma que tenemos de representarnos al Diablo, sobre todo en la forma en la que se lo representan aquellos que lo imaginan con rasgos animalescos, opera un mecanismo psíquico de condensación que opera como un proceso que se origina cuando ciertos elementos latentes han sido omitidos por completo, al mismo tiempo que de muchos complejos del sueño latente, sólo un jirón se traspasa al manifiesto, y cuando los elementos latentes que tienen algo en común se suman en el sueño manifiesto para terminar siendo fundidos en una unidad (Freud, 1916).

Al final, Dios y Diablo son la misma moneda con diferente cara: el padre asesinado, deificado, dotado de poder, el padre que protege, el padre que tortura, el padre que no abandonará a sus hijos, pues sobrevive en la culpa que sienten por haberlo matado y sobrevive en la fuerza que les dio el haber podido perpetrar el parricidio.

Para finalizar…

Si bien, la religión constituyó un pilar del progreso en la cultura, ha llegado el punto, nos dice Freud, de superar sus barreras, pues éstas yo no permiten el crecimiento del hombre en estos tiempos.

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Desde los tiempos de El porvenir de una ilusión, ya Freud veía en la religión la imposibilidad de que siguiera sirviendo como motivación de los preceptos culturales. Es en este punto donde él lleva a cabo esas analogías que tanto disfruto, en las que compara el desarrollo del individuo con las fases del desarrollo de la especie humana:

Cabría suponer que la humanidad en su conjunto, en el curso de su secular desarrollo, cayó en estados análogos a las neurosis, y sin duda por las mismas razones: porque en las épocas de su ignorancia y su endeblez intelectual, las renuncias de lo pulsional indispensables para la convivencia humana sólo podían obtenerse a través de unas fuerzas puramente afectivas. Y luego quedaron por largo tiempo adheridas a la cultura las sedimentaciones de esos procesos, parecidos a una represión, acaecidos en la prehistoria. La religión sería la neurosis obsesiva humana universal; como la del niño, provendría del complejo de Edipo, del vínculo con el padre. (Freud, 1927).

Y así como en el individuo “sano” se espera que el complejo edípico se sepulte, Freud esperaba que se consumara el extrañamiento con respecto a la religión. Él decía que nos encontrábamos en ese proceso.

Sin embargo, a pesar de que los avances científicos y tecnológicos le dan cada vez más pruebas al hombre para consumar ese extrañamiento respecto de la religión, en países como el nuestro, la religión es un pilar todavía muy fuerte.

Esto quizá se deba a que los lazos que unen a hombres y dioses comienzan a gestarse al mismo tiempo en que se configuran las relaciones entre hijos y padres, y así seguirá ocurriendo, quizá eternamente.

Al final, valdría la posicionarnos en un punto en el que aceptemos que no existe una verdad absoluta, llámese “ciencia” o “religión”, no hay nada que pudiera ostentar sin temor al cuestionamiento el título de “LA VERDAD”. Entonces, si no existen verdades absolutas, sino sólo interpretaciones particulares, ¿de qué sirve conocer una teoría que busca explicar cómo es que el hombre construyó su concepto de Dios y qué es lo que venera ahora?

Quizá nos sirve para replantearnos la educación familiar y escolar que estamos proporcionando. ¿A qué Dios se venera? A uno todopoderoso, al que no se le puede juzgar, a alguien muy parecido a una figura autoritaria. ¿No nos habla eso del tipo de padre que prevalece en las familias mexicanas? ¿O del tipo de docente que tenemos en las aulas de nuestro sistema educativo?

Buen momento para reflexionar.

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Bibliografía

  1. Alain Didier – Weill, Ensayo sobre la manera de hacer bien el Mal y hacer mal el Bien, Ediciones Homo Sapiens, Colección la clínica en los bordes, Buenos Aires, 2006.
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  3. …      “El malestar en la cultura”, 1930. Obras completas, Vol. 21, Amorrotu editores, Buenos Aires,
  4. …      “El porvenir de una ilusión”, 1927, Obras completas, Vol. 21. Amorrotu editores, Buenos Aires,
  5. …      “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”, 1911, Obras completas, Vol. 12, Amorrotu editores, Buenos Aires,
  6. …      “Moisés y la Religión Monoteísta”, 1939, Obras completas, Vol. 23. Amorrotu editores, Buenos Aires,
  7. …    “Tótem y Tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos”, 1912, Obras completas, Vol. 13, Amorrotu editores, Buenos Aires,
  8. … “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”, 1923, Obras completas, Vol. 19, Amorrotu editore, Buenos Aires,
  9. Carlos Gómez Sánchez, Freud, crítico de la ilustración, Ensayos sobre psicoanálisis, religión y Ética, Ed., Crítica, Barcelona, 1998.
  10. Luisa de Urtubey, Freud y el Diablo, Ed., Akal. Voces nuevas en psicoanálisis, Marid, 1986.
  11. Yosef Hayim Yerushalmi, El Moisés de Freud: Judaísmo terminable e interminable, Ed., Nueva Visión. Buenos Aires, 1996.

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