Heidegger y nosotros

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Heidegger y nosotros

Desde hace cincuenta años nadie pudo dudar que Heidegger compartió el antisemitismo dominante en la Europa de los años 30, incluso si ninguna declaración de esta naturaleza se encuentra en sus textos.

Al respecto nada nuevo aprendemos de los Cuadernos negros. Las exclamaciones y las imprecaciones que éstos suscitan atestiguan bien un candor difícil de entender. ¿No se había analizado, durante largo tiempo, el alejamiento, incluso la exclusión, de la fuente judía o judeo-cristiana por el pensamiento de una Grecia archi-originaria? Lyotard, Derrida, Lacoue-Labarthe, en primer lugar, y muchos otros (Levinas, Granel, Haas, Courtine, Zarader, Janicaud, Marion, Badiou, por no decir algunos franceses) pueden ser convocados a testimoniar en maneras diversas la circunspección lúcida con la que Heidegger ha sido considerado. Aún hay que leer, es evidente, y después volver a ponerse a trabajar en lugar de gesticular. (Léase, por ejemplo, en Psyche II de Derrida, p. 46, el testimonio tan claro de una conciencia perfecta del antisemitismo de Heidegger. Él habla, a propósito del Discurso de rectorado, de lo que “abre a una reacción arcaizante hacia el artesanado rústico y denuncia el negocio y el capital del que se sabe bien a quién estas nociones estaban entonces asociadas”.[1] No se podría ser más claro.)

Del mismo modo, no se ha omitido denunciar el silencio obstinado, feroz e insoportable de Heidegger sobre los campos de exterminio. Puede ser que en realidad tenga que ver con lo que los Cuadernos contienen.

La publicación de estos cuadernos plantea nuevas preguntas? Sí, pero ¿cuáles exactamente?

Hay que preguntarse por qué Heidegger había excluido de todos sus textos publicados las menciones hechas sobre estos cuadernos privados a los que Peter Trawny, su editor, llama muy justamente “antisemitismo historial”.

Una segunda pregunta nos interpela, independientemente de nuestra relación con Heidegger. No surge sólo de estos cuadernos, pero ellos la reactivan: ¿realmente tenemos en claro lo que está en juego en el antisemitismo?, entonces ¿sabemos realmente de qué error es culpable Heidegger? Porque él lo es, al igual que muchos otros, pero ¿de qué exactamente? ¿De qué se trata en el antisemitismo? Pregunta nunca suficientemente ni bien planteada, y que se dirige a todos, no sólo a Heidegger (ni sólo a los antisemitas visibles o declarados).

Heiddeger

A la primera pregunta se puede esbozar una respuesta provisional. Heidegger ha excluido toda mención del antisemitismo (y anti-judeocristianismo) de sus escritos porque sabía que tal declaración lo comprometería en una de dos maneras: o bien unirse al biologismo nazi que despreciaba (véase el Beiträge), o establecer que el antisemitismo tiene que jugar un papel estructural en el pensamiento de un destino del Occidente, lo que podría poner ese pensamiento en problema. Al evitar este segundo proyecto, Heidegger muestra que él no pudo o no se atrevió a correr el riesgo: aún en contra de su voluntad, él debería haber sentido su inconsistencia. Sospechó que este proyecto sería débil, aventurero o que incluso iría en contra de sus propios puntos de vista. Así que prefirió rechazar los judíos de manera general junto con los americanos, los bolcheviques, la tecnología y el capital… .[2] Así pues, él tocó un límite de su pensamiento.

La segunda pregunta se ajusta aquí: ¿Este límite todavía no es nuestro si pensamos poco o mal la constitución fundamental – “espiritual”, dijo Lacoue-Labarthe – del antisemitismo en Occidente?

Hegel había dado una indicación al hablar del pueblo judío como un “testigo de la conciencia infeliz.” Pero no se quizo saber cuál era este malestar propio de Occidente y se guardó el dolor que se agravó. Del mismo modo, el vigor y la virtud dreyfusianos pasaron por desapercibidos del principal problema (Blanchot testigo, quien retomando la lección del “affair” quiere ir más allá de la ética de la Ley).[3]

Freud ve en el cristianismo un reproche dirigido a un olvido judío del asesinato del padre. Pero este reproche es la conversión del malestar: ¿qué se ha hecho al humanizar al Dios impresentable? De esta manera, el judaísmo de la Diáspora habrá demostrado aquello que los cristianos traicionaron: la separación de los dos reinos. Y la prohibición de poseer tierras habrá llevado a los judíos a tomar contra ellos la mancha del préstamo con interés.

Estas referencias son suficientes para indicar lo esencial del antisemitismo, en efecto, “historial”: el pueblo judío fue identificado como el mal que, de mala gana, Occidente sintió que tendría que pagar un crecimiento ilimitado de su conocimiento y poder. Para Heidegger este crecimiento (tecnología, capital, razón normativa) debe entenderse como un descuido, por parte de Occidente, de su propio origen y destino. Por este descuido – comenzado todavía con Platón… – los Judíos, Roma y el judeocristianismo tenían que ser al mismo tiempo, por sustitución fantasmática, testigos y funcionarios.

Esto mismo permite discernir cómo Heidegger pudo pensar sobre dos vertientes heterogéneas. Por un lado, abrió la pregunta llamada “del ser”: él modificó a fondo lo que en Husserl se había llamado anteriormente “trascendencia”. Aún no hemos terminado con este nuevo tratamiento, que no tiene por qué ser antisemita. Por otra parte, Heidegger quería de cierta manera, en el fondo tan conformista y mitologizante, que este gesto reactivara un “destino” de Occidente a partir de una procedencia única, exclusiva, excluyente, e incluso exterminista. La historia se reapropiaba aquello que la existencia tendría que haber diseminado. Exactamente al contrario que Heidegger, Derrida (quien en 1964 estudió historia con Heidegger) escribió la palabra “destinerrancia”. Se puede interpretarla de dos maneras: 1) la idea de un destino la vagó Heidegger – 2) ahora nos toca a nosotros desviar, incluso extraviar al destino occidental. Y así acabar con el antisemitismo.

Por supuesto, lo anterior no concibe nada más que una indicación somera y provisional. Incluso queda por descomponer el tema central del destino en Heidegger. Werner Hamacher me sugiere por ejemplo que el término “destinerrancia” puede ser considerado como derivado de Heidegger. En efecto, quizá hay en él dos registros, o dos alcances de “destino”. Nadie duda que allí haya recursos de pensamiento, y tales como aquellos que nos permiten ir más allá de lo que siempre nos incumbe pensar sobre nuestra procedencia y por lo tanto sobre nuestro futuro.

Martin Heidegger

Traducido por Maria Konta

Agradezco a Jean-Luc Nancy por confiarme la traducción de su texto con la plena conciencia que el griego es mi idioma materno; y por aclararme que la palabra “nosotros” en el título se refiere, en palabras de Nancy, a “nosotros los occidentales, tú y yo, ella y él….”. Comunicación con el autor por correo electrónico, 12 de septiembre 2014. Mi agradecimiento también a Lilian Vianey por sugerirme ciertos cambios de estilo en la traducción.

  1. Nota de traductora: la cita en español es de Jacques Derrida, “La mano de Heidegger” (Geschlecht II), trad. Marcela Rivera Hutinel, publicado en Nombres, Revista de Filosofía, Córdoba, año XXI, no. 26, noviembre 2012, p. 22. Jean-Luc Nancy no proporciona la referencia completa en el texto original en francés.
  2. Nota de traductora: El texto original “Heidegger et nous” se puede encontrar en el blog de Jean-Clet Martin:

    http://strassdelaphilosophie.blogspot.mx/2014/06/heidegger-et-nous-jean-luc-nancy.html; con una modificación ligera el mismo texto se tradujo al alemán por Alexandru Bulucz y se publicó en http://faustkultur.de/1908-0-Nancy-Heidegger-und-wir.html#.VBMgsShjXU4

    (de hecho Jean-Luc Nancy añadió toda la parte “Sospechó que este proyecto…capitál” para la traducción al alemán, italiano y español).

  3. Sin asimilar Blanchot a Heidegger en absoluto, e incluso en oponiendolos, creo que es necesario un análisis del pensamiento de Blanchot en el que me embarco en La Communauté desavouée, Galilée, 2014.

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