Un sentido común

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Un sentido común

 

 

2.0

Regresemos un momento sobre un pasado reciente que no deja, a la vez, de pasar y de retornar.

Nada es más común que la discordia. La protesta de millones de personas atónitas, indignadas, asustadas, sublevadas que, en general, han respondido más al estupor y al desorden que a las llamadas al poder, fue de inmediato —el mismo día— denunciada como una operación de la propaganda, o bien como una suerte de unanimidad crédula. El corazón mismo del acontecimiento fue disputado; la pertinencia o la grosería de los dibujos discutidos, la libertad de expresión reenviada a su formalismo, o bien el “yihadismo” remitido a sus motivos y sus móviles económico-políticos. Este cuadro simplificado fue muy rápidamente subdividido y ramificado él mismo en ciertas versiones y controversias. Para acabar, el único consenso está en la disidencia. Para los espíritus iluminados, toda indicación de concordancia o de convergencia —aún la más sutil— debe ser puesta bajo sospecha política y filosófica.

Este desacuerdo débil y vehemente traduce un miedo y una consternación más fuertes que los que inspira la violencia fanática. Es verdaderamente una especie de miedo pánico el que capta a muchos de nosotros. Un miedo a ser engañado con la idea de una comunidad artificial y manipulada, racional, religiosa, identitaria en general y figural, tal como después de treinta años se han seguido denunciando. Pero la justicia indiscutible de estas denuncias no debe hacernos olvidar a nombre de quién se pronuncian. En el horizonte flota el bosquejo de una comunidad verdadera. Una comunidad-sujeto, autofundada y autogenerada. Estamos todos —todos los “iluminados”, los “críticos”, los “no-engañados”— vinculados a este pensamiento. Pero debemos tener cuidado, pues este bosquejo fuertemente indeterminado podría bien convertirse, insensiblemente y por su inconsistencia, en un gadget ideológico; es decir, en otra manera de sostener el nihilismo.

2.1

Un pensamiento tal se ha llamado el comunismo -ese que Sartre llamaba nuestro “horizonte insuperable”. En efecto, nosotros no lo hemos superado, pero se ha vuelto borroso —si no disuelto— en una lejanía más y más vaga a medida que se designaban los trazos más definidos de otra comunidad, la de la “equivalencia general de la mercancía”, adjunta a la equivalencia de las técnicas indefinidamente autoengendradas. Estos dos sistemas componen un ensamblaje autofundado y autogenenerado cuya característica es, precisamente, no tener otra finalidad que su propia expansión. ¿Deberíamos revisar todo nuestro pensamiento de la “autonomía” y del “sujeto de sí-mismo”? Se ha hablado mucho de ello, desde la época de “la crisis del sujeto”. Hoy en día parece que nos olvidamos de ello.

Para Marx, la “misión histórica” del capitalismo fue permitir, a través de la activación de una palanca revolucionaria, la distribución entre todos los bienes abundantemente producidos en la autoproducción histórica del hombre. Estos bienes deberían componer la humanidad y tendrían que ser apropiados no de manera “privada” ni “colectiva”, sino “individual”. Éstas son las palabras de Marx. (Véanse, por ejemplo, El Capital I, 24).

2.2

Sin duda no hemos todavía comprendido aquello que Marx mismo no supo verdaderamente pensar a través de esta palabra, “individual”. Ahora bien, si este “individuo” se distingue de lo “privado”, es porque no es simplemente el hecho de un átomo separado. Él no es el “uno”, cada uno, según la relación, según toda la diversidad de relaciones. La relación de hecho nunca es ni una ni única. Tampoco es “alguna cosa” y no deriva ni de una equivalencia ni de una autofinalidad. Las relaciones son el elemento del sentido, es decir, del reenvío de los unos a los otros. Lo común —eso que no nombran ni “comunidad” ni “comunismo”, eso que sin duda no tiene nombre propio— se sitúa más allá de la autosuficiencia y más allá de la dependencia.

Esta doble anulación del “ipse” y del “alien” se llama “trascendencia”. Esta palabra designa un acto, no un ser: un movimiento por el cual se va fuera de la simple identidad, de la igualdad a sí mismo, de la equivalencia (y de la inmanencia) de todos y de todo. Puede perfectamente nombrarse también “sentido”. Se puede concluir que Marx, el más evidente de los comunistas, tuvo en vista la trascendencia del sentido. O mismo, que el tuvo en vista el sentido – el del “hombre total” – como una trascendencia frente al mundo de la pura necesidad. Decir esto de Marx asombrará solo a los ignorantes.

Se deduce también que la revolución necesaria debe ser una revolución de sentido. De un sentido conferido al común por una instancia englobante (una logística soberana, ideo- o tecno- lógica), al común como lugar de sentido. Esto supone un principio de inequivalencia: todo no vale la pena y la equivalencia monetaria o técnica no valen, estrictamente, nada. No hay “valores” ya dados e identificados. Valorar es hacer sentido. Nadie es titular de un sentido, ni de una medida de sentido. Pero cada uno es emisor y receptor. Esa es, quizá, la propiedad “individual” de Marx.

Lo común no debe representarse como el sujeto de sentido sino como su lugar. El lugar donde surge, venido de otro lugar, siempre, de un lugar incalculable, eso que hace que nazcan las culturas, las lenguas, las costumbres, las formas, los acentos, los gustos, los colores, los sabores, las leyes y los sueños. Eso no es ni espontáneo, ni calculado: esto se configura a partir de la persona, de todos y de lo incalculable. Este se recibe tanto como se desea. Pero eso no es fabricado con herramientas ni se conquista con armas – nunca sólo. En definitiva lo que se llama civilización, o la forma de vida en común. Una revolución del sentido implica nada menos que una transformación de la civilización. Tiene que ser, será de una magnitud similar a la que engendra el capitalismo o a ella que pone fin al mundo antiguo. Es razonable pensar que a través de nuestras convulsiones ella ya ha comenzado, más comúnmente que no la sospechamos.

Nota

(Traducción: Maria Konta. Original: Jean-Luc Nancy, “Un sens commun”, Liberation, 26 de febrero 2015).

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