Entre la literatura y la nada. Pasión, Filosofía y Libertad en el pensamiento sartreano

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Entre la literatura y la nada. Pasión, Filosofía y Libertad en el pensamiento sartreano

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1. El silencio paternal

Jean Paul Sartre nació en París, el 21 de junio de 1905, fue hijo de Jean Baptiste Sartre y de Anne Marie Schweitzer. El 17 de septiembre de 1906 murió su padre, que además era oficial de marina, a causa de una serie de fiebres producidas por uno de sus viajes por el sureste asiático. Durante su infancia y los primeros años de su juventud, Sartre fue educado en un medio burgués e intelectual que marcó gran parte de su formación personal. A pesar de este antecedente, su pensamiento fue evolucionando hasta ser considerado un símbolo del compromiso que todo intelectual debe guardar hacia los problemas de su tiempo. En el libro Sartre, la conciencia odiada de su pueblo, John Gerassi[1] hace una descripción muy oportuna sobre la ambivalencia del pequeño Sartre quien: “Definido y catalogado como un niño bueno, amable, maduro para su edad, en suma, un niño feliz, en realidad Sartre era un traidor: un pequeño adulto detestable, taimado, narcisista  que se sentía miserable por completo”.[2]

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Podría pensarse que la muerte de su padre le influyó en sentido negativo, pero además de que sólo tenía un año cuando él falleció y que no lo conocía lo suficiente, Sartre refirió que: “la muerte de Jean Baptiste fue el gran acontecimiento de mi vida… me dio la libertad”.[3] Hay que observar que llama por su nombre a su padre sin referirse a él como su padre. Del mismo modo, Sartre comentó lo que significó el acontecimiento de haberlo perdido a tan temprana edad: “Si hubiera vivido, mi padre se habría echado encima de mí con todo su peso y me habría aplastado. Por fortuna, murió joven”.[4]

A los tres años, Sartre perdió el ojo derecho debido a una infección. Ese aspecto constituiría una de sus características físicas más notorias por el resto de su vida. En 1913 inició sus estudios en el Licée Montaigne, de París, donde no obtiene los suficientes reconocimientos para continuar. Poulou, como le llamaban en casa, asistió hasta los ocho años por primera vez a una escuela, había sido anteriormente instruido por su abuelo Charles. Según Gerassi, aprendió a leer desde los cuatro años y ya cumplidos los siete solía frecuentar libros de Voltaire y Victor Hugo.[5] En 1915, a diez años, ingresó al Licée Henry IV y ocupó el último lugar en su primer examen, fue progresando poco a poco a partir de ahí.

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2. El encuentro con la filosofía a través de la ausencia

 

En 1917, la madre de Sartre contrajo nupcias con Joseph Mancy, director de las fábricas Delaunay-Belleville, y se trasladó a la Rochelle, con el abuelo de Sartre. Jean Paul continuó sus estudios en el Liceo de la ciudad. En este sitio fue donde comenzó a sentirse cada vez más solo en la adolescencia. No se sentía perteneciente a ningún bando y se dio a la tarea de escribir cada vez con mayor voluntad. Dejó las novelas juveniles que acostumbraba escribir y se fue adentrando en una escritura más densa. Citando su entrevista de 1970, Gerassi refiere las siguientes palabras de Sartre sobre sí mismo:

Escribía para reconstruir el mundo en contra de Dios, como si detrás del mundo existiera la libertad verdadera (…) contraponiendo así lo imaginario a lo real, sin llegar nunca a negarlo. Comprendí que a pesar de sus pretensiones, por muy inconsciente que sea, el escritor busca cambiar al mundo dándole un sentido. Y como tal empeño enfrenta al escritor con la criatura más poderosa jamás inventada, es decir, Dios, por definición, su método debe ser violento… y claro está debe fracasar en su porfía.[6]

Se va delineando hasta aquí a un joven Sartre que escribía para tratar de encontrar sentido a un mundo que se observaba sin ningún patrón de felicidad. Solía debatir con su abuela sobre política, leyendo a Dostoievski, Tolstoi o Stendhal.

3.3

En 1924 ingresó en L’École Normale Supérieure (ENS) donde habría de coincidir con Raymond Aron, Paul Nizan y Maurice Merleau-Ponty. Fue principalmente con Nizan con quien tenía una relación más personal. El espíritu animoso del amigo le hizo recorrer París de noche y en todos los ámbitos. Solían emborracharse juntos y discutir amplias horas sobre todos los temas imaginables. Ambos se sentían predestinados a aportar algo al mundo. Sartre ya había aprendido de su abuelo que la única inmortalidad se encuentra en lo que uno escribe. Así que se dedicaba a escribir. No tenía una idea muy agradable de sus profesores y por lo general rehuía  a las clases, sin embargo, leía más de ocho horas al día y se centraba sobre todo en autores de filosofía como Nietzsche o Bergson. Sobre ello, la entrevista realizada a Sartre por Gerassi, en marzo de 1971, nos ofrece un claro panorama sobre el primero y su entendimiento de la literatura y la filosofía:

Cuando todavía asistía al Lycée, me volví adicto a la filosofía bajo la influencia de Bergson… su propósito fundamental era crucial para mí. Demostró que el principio del conocimiento es la intuición, que debemos apoderarnos del mundo, por así decirlo. La  filosofía explica tales intuiciones. Para poder comunicarlas, uno debe recurrir a otra disciplina: la literatura. De modo que decidí estudiar y enseñar filosofía; no ser un filósofo, es decir, alguien que escribe obras de filosofía. Sería un escritor con el propósito de comunicar las realidades que el estudio de la filosofía me hacía comprender.[7]

Es en esa época, Sartre conoció a Simone-Camille Sans y se interesó por ella desde el principio. Cuando Sartre se enteró que no era su único amante, le reclamó con fuerza. Camille le respondió que él no era su dueño y que ninguno de los dos tenía que amoldarse a los deseos del otro. Comenta Gerassi que Sartre mencionó lo siguiente respecto a esa experiencia: “Concluí entonces que los celos son sinónimo de posesión. Por lo tanto decidí que nunca sentiría celos de nadie”.[8] Sartre siguió escribiéndole a Camille aun después de egresar de sus estudios.

3.4

3. El vacío en las aulas, la plenitud en la pluma

 

En la parte final de su estancia en la ENS, en 1928, Sartre se preparó para el examen llamado l´agrégation de filosofía (concurso para el desempeño de un puesto de profesor en los Liceos, equivalentes a los Institutos de Bachillerato), pero no le fue muy bien, de hecho ocupó el quincuagésimo lugar y tuvo que presentar de nuevo el examen al año siguiente junto con Simone de Beauvoir, que sería su compañera. Sartre se expresó con desprecio de su resultado en la primera prueba, afirmó que le habían advertido que no defendiera sus ideas sino que admitiera las de sus profesores; no fue así y los resultados no fueron halagadores. Eso produjo que Sartre guardara cierta hostilidad hacia la figura de los profesores, cosa que lo acompañó buena parte de su vida.  Para la segunda ocasión, siguió lo que él mismo llamaba las reglas del juego: decir lo que los profesores querían escuchar. Esta segunda ocasión obtuvo el primer lugar, seguido de cerca por Simone de Beauvoir en segundo. Sartre pensó que las circunstancias de la vida son impredecibles, reprobar un año antes, un hecho doloroso, le permitió conocer a su compañera de viaje. Simone se expresa así de este joven Sartre:

Sartre correspondía con plena exactitud al compañero ideal que siempre anhelé desde los quince años: era el doble en quién encontré todas mis ardientes aspiraciones elevadas al punto de incandescencia. Siempre podría compartirlo todo con él. Cuando abandoné Paris…sabía que nunca más saldría de mi vida.[9]

En otro de sus libros, Beauvoir comenta el tipo de relación que mantenía con Sartre a través de las siguientes palabras: “lo que tenemos es un amor esencial, con todo, es una buena idea que los dos también experimentemos romances contingentes”.[10] Aquí se intuye que la promesa anterior hecha por Sartre a sí mismo sobre no volver a sentir celos fue cumplida. Sartre y Beauvoir continuaron unidos hasta la muerte del primero. Las diferencias entre ellos fueron simples rabietas superadas por el respeto que se guardaban y por ser, los dos, personajes que buscaban en la literatura lo que la religión no les dio: una salvación; compartían puntos de vista y caminos de vida similares. A Sartre no le importaba vivir un amor al estilo burgués, ese que es capaz de dejar todo por la persona amada. Beauvoir y él sabían bien que su prioridad era su carrera de escritores. No renunciarían “por amor” a dejar de escribir. Gracias a eso hoy podemos hablar de él y nos hemos olvidado –ni siquiera hemos conocido- a todos aquellos buenos padres y madres de familia de la época.

Poco después de su egreso de la ENS, Sartre se vio obligado, como todos los jóvenes franceses de ésa época, a prestar el servicio militar durante quince meses. En 1931 tomó posesión de su plaza como profesor de filosofía en el Liceo del Havre. En esta etapa, con varios bosquejos de libros a cuestas, Sartre se decidió a escribir su primera obra importante, sus reflexiones y pensamientos los plasmó en lo que sería su obra literaria La Náusea. Gassier muestra el testimonio de Troupe Mathews, un alumno de Sartre, quién dice de él sobre este periodo:

3.5

En verdad no era muy formal, asistía a clases luciendo una chaqueta de cuero y sin corbata; boxeaba con algunos estudiantes y se emborrachaba en su compañía…odiaba el concepto católico de que cualquier idiota puede obtener la gracia (…) No obstante le tenía miedo, como la mayoría de mis condiscípulos, si bien continué siendo su amigo.[11]

Gerassi menciona que, de acuerdo al testimonio de Beauvoir, Sartre jamás reprobó a ningún alumno en estas épocas.

Dos años después, en 1933, residió en Alemania como becario en el Instituto Francés de Berlín, completando así sus conocimientos de la fenomenología de Husserl, al tiempo que vivió la expansión del nazismo. En estas fechas, Sartre no estaba aún interesado en el comunismo y nada le importaba más que escribir y dedicarse a sus ideas, discutiendo con el Castor y su círculo de amigos. En esos tiempos, “a inicios de 1933, los obreros de las textileras de todo el norte de Francia fueron a la huelga; Hitler llegó al poder en Alemania; la izquierda francesa se lanzó a las calles. Sartre permaneció en su café”.[12] Años después, el Castor abogó en defensa de Sartre al comentar que su manera de hacer una contribución a la situación que se vivía fue en el campo de las ideas, sus enseñanzas y sus libros eran una contribución crítica más que activa. Ellos sentían que en aquellos días eso podía tener más valor.[13]

4. La náusea de la vida

Bajo la influencia de Husserl, Sartre escribió en 1934 su libro llamado La trascendencia del ego, considerado su primera obra filosófica en la que critica al fenomenólogo. Contrario a Husserl, Sartre afirmó que: “el ego no está ni formal ni materialmente en la conciencia: esta fuera de ella, en el mundo. Es un ente del mundo como el ego del otro”.[14]

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Poco después, Sartre terminó su borrador definitivo de La Náusea, pero tardó en publicarla. Su novela no fue rápidamente aceptada pues además de que  “tardó ocho años en terminar, había sido doblemente rechazada antes de que a una editorial le interesó en 1938”.[15] En esta novela, Sartre se expresó por medio del personaje Roquentín, a quién después reconoció como su propia representación[16] cuando afirma:

Henos aquí, todos sentados, comiendo y bebiendo para preservar nuestra preciosa existencia y, en realidad, no existe nada, absolutamente ninguna razón que justifique la existencia… (la náusea) no está dentro de mí; la siento allá afuera, en el muro, en mis calzonarias, en todas partes a mi alrededor. Es una sola con el café, estoy dentro de ella… a través de ella soy libre… estoy solo y soy libre.[17]

Tras el regreso de Sartre a su puesto como profesor de filosofía, fue invitado, en febrero de 1935, a escribir algo relativo a la imaginación por lo que produjo un abultado estudio sobre la imagen; el editor sólo conservó la tercera parte, la cual se publicó en 1936 con el título de La imaginación, en la que Sartre concluye que la imagen “es un acto y no un objeto, es la conciencia de algo”.[18] En tal afirmación, fue congruente con la idea anteriormente mostrada en su crítica a Husserl, es decir, la que sostiene que vemos siempre la representación de las cosas y no los fenómenos en sí; por lo tanto, la realidad es incognoscible puesto que requiere del disfraz de la percepción.  Precisamente, fue la percepción lo que Sartre intentó aumentar para sí mismo cuando su amigo Daniel Lagache le sugirió inyectarse mezcalina para así abrir su perspectiva sobre la imaginación. A partir de ahí, y durante algunos meses, Sartre se comportó de manera vacilante, observaba cosas raras como langostas caminando tras él, rostros y todo tipo de imágenes. Tanto el médico de Sartre como el Castor atribuyeron este desgaste al exceso de trabajo más que al efecto de la mezcalina o, bien, a una reacción conjunta. Sartre comenzaba a vivir en carne propia cada vez más la náusea de su personaje Roquentin: “La única sensación de colectividad que podía experimentar era con mis alumnos, lo que con probabilidad explica porque andaba siempre con ellos por ahí. Pero ya no podía contar con una vida sin que el terrible fardo de la existencia me confrontara el rostro”.[19]

En 1936, el “Frente Popular” consiguió imponerse en las urnas francesas; el avance del nazismo y del fascismo en Europa parecía ya imparable, como se comprobó con el golpe franquista contra la República española. Sartre es destinado al Liceo de Laon. Al año siguiente fue enviado al Liceo Pasteur, en Neuilly, al lado de París, donde comenzó su proyección como literato y filósofo en 1938, con la primera edición de La Náusea, obra con la que alcanzó un gran éxito. El título original que Sartre había pensado para esa obra fue: Melancolía, pero la obra fue rechazada por varios editores hasta que Gaston Gallimard la rebautizó, la pulió y publicó con el nombre que todos conocemos. Al año siguiente, en 1939, se publicó El Muro, una breve novela situada en la guerra de España y que trata sobre tres anarquistas que están a la espera de su ejecución en una prisión fascista. En tal obra, Sartre critica el poco sentido de las muertes en esas condiciones, sin posibilidad de luchar o defenderse.

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En ese mismo año comenzó a escribir La edad de la razón, el primer libro de una tríada que se tituló Caminos de la libertad. En este volumen, el personaje Mathieu es el que encarna a Sartre. Trata de la contingencia propia de la vida humana y de lo obsoleto que es el intentar mantener la libertad si se vive al mismo tiempo de manera apasionada. Para la libertad, la pasión es un obstáculo. Por tanto, los personajes viven la crisis de desear relacionarse con otros pero al mismo tiempo anhelar ser libres sin comprometerse con nada. El compromiso de Mathieu es consigo mismo siempre, nunca con el mundo exterior: “Heme aquí, haraganeando en un sillón, comprometido hasta las orejas con mi vida actual y creyendo en nada”.[20] Más adelante, el personaje de Mathieu es regañado por Jaques, su hermano en la obra, quien hace referencia a varias vivencias de la existencia del autor:

Condenas la sociedad capitalista y, con todo, ocupas un cargo burocrático en esa sociedad; exhibes una simpatía abstracta por los comunistas, pero tomas todas las precauciones para no comprometerte, nunca has votado. Desprecias a la clase burguesa y, aun así, eres un burgués, hijo y hermano de burgueses, y vives como un burgués.[21]

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Una de las observaciones finales que realiza el personaje de Mathieu, es que está ahí a la deriva, que nada de lo que hace le compromete de verdad y que vive en una contingencia de la que no se puede escapar. Se observa a sí mismo, dejando de lado a su última amante y reconociendo que lo ha hecho por nada, que todo lo que hace lo hace por nada y que el darse cuenta de ello le hace entrar a la edad de la razón en la que todo eso se revuelca y le penetra con un sinsentido cada vez más asfixiante. Al mismo tiempo no puede dejar de crecer y darse cuenta cada vez  más de ello.

5. La nada que se posee o la motivación del escritor

En 1939 las cosas no eran sencillas en Europa ni en ningún lugar del mundo. Los  europeos sentían cada vez más la inminencia de la guerra. En este periodo, Sartre está escribiendo El aplazamiento, segundo volumen de Los caminos de la libertad. En esta obra, Sartre realiza varios comentarios sarcásticos contra el pacifismo francés que él entendía como inútil. Cuando Hitler se apoderó de Checoslovaquia y la guerra estaba preparada, Sartre utilizó nuevamente al personaje de Mathieu quien escucha decir a Gómez la siguiente advertencia sobre los franceses: “Ellos no comprenden nada. Un español debe entender, un checo también, y quizás hasta un alemán, porque ellos están metidos en el problema. No así los franceses, ellos no comprenden nada, solo tienen miedo”.[22]

Por esos días, el antes pequeño burgués se dedicó a escribir un tratado sobre la psique que se publicó en una pequeña porción con el título Bosquejo de una teoría de las emociones. En este libro, Sartre afirmó que las emociones son una manera de conocer la realidad, transformándola. Cuando los canales racionales fallan en su intento es cuando las emociones toman posesión y permiten al hombre ver el mundo de un modo particular. Ya con ciertas nociones heideggerianas plantea: “la emoción es un método de existencia de la conciencia, una de las formas en que la conciencia comprende su ser en el mundo”.[23]

Sartre fue movilizado en septiembre de 1940, ante la inminente guerra con Alemania, siendo destinado a Essey-lès-Nancy, para luego ser trasladado a Brumath y Morsbroon. El filósofo permaneció como prisionero en Padoux, sin haber llegado a disparar un sólo tiro, y fue llevado al campo de Trèves. Se fuga de ahí en marzo de 1941, haciéndose pasar por un civil. Sartre resume estas experiencias del siguiente modo en una entrevista con Gerassi:

Fui consciente de vivir en una sociedad por completo inestable e incontrolable. Un cataclismo mundial estaba a punto de suceder y no podía hacer nada para evitarlo… Ya no soy libre, por el contrario, los acontecimientos me determinan. En vez de ser el tipo que hace su trabajo en silencio para convertirse en un gran escritor, soy un pobre imbécil en un mundo a punto de explotar. Lo que yo diga o haga no tiene la más mínima importancia. De modo que, como soy un objeto no un ser humano, como no puedo hacer nada con respecto a mi destino o el del mundo, como soy del todo impotente, escribo.[24]

En otras palabras, Sartre, aún en esas circunstancias, trató de concentrarse en sí mismo. Reconoció que la libertad puede ser determinada por cuestiones del entorno y ello de nuevo tiene que ver con su concepto de contingencialidad. Sin embargo, a pesar de lo poco cómodo de las circunstancias realizó lo que él cree que hubiera hecho si no hubiese estado en la guerra: escribir. Es decir, las circunstancias le determinaban su contexto, su circunspección pero no su accionar. Él mismo comentó a Simone de Beauvoir que “el sentido mismo” de su vida era escribir.[25] Para Sartre, entonces, la libertad es atreverse a pensar por sí mismo, ser un rebelde sin olvidar jamás que se nace por casualidad (contingencia) y que no se tiene ninguna obligación adquirida (necesidad) con nadie a menos que sea por la propia voluntad que, de hecho, puede modificarse.

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Sin embargo, en contraste a la vivencia de paz que Sartre refirió en la última recta de su vida, de la cual surgía su anhelo de “vivir muchos años”,[26] su ánimo en la etapa productiva seguía siendo beligerante y, como consecuencia de ello, solía ser ofensivo. Sus letras eran vertidas sobre el papel por la náusea que sentía. Sin duda, el malestar es uno de las principales motivaciones del escritor auténtico. El pesar de la vida, el sufrimiento, se vuelven compañeros necesarios para lograr mejores textos. El verdadero burgués o el que por completo tiene la satisfacción de todo -o cree tenerla- no anida en sí mismo la necesidad de vomitar todo lo que siente. Ese era el estilo de Sartre, un vómito suficientemente estructurado para lograr, sobre el orden de los renglones y las ideas, vislumbrar el caos imperante en la realidad.

Sartre no fue siempre un escritor claro y conciso, lo cual es comprensible por la dificultad de las temáticas abordadas. Se centró en los problemas propios de la condición humana. Y si la “existencia es, para el viviente humano, lo que discurre entre los límites de la Nada, acerca de la cual nada sabemos en tanto que somos”,[27] es poco posible que la claridad sobre algo cuyo conocimiento es nulo sea una virtud lograble. La pasión de Sartre por la Nada es una vivencia cuya expresión le supuso difíciles caracterizaciones. De ahí se comprende que “Sartre no se preocupa demasiado por cuestiones como la de porque hay ser más bien que nada, ni intenta dar una explicación del surgimiento del ser, o del ser para-sí, sino que lo deja en su contingencia original”.[28]

No faltaron en los escritos de Sartre algunas contradicciones, pero no se puede hablar de la contradicción más absoluta –la vida- sin mancharse un poco de su ponzoña. El tema de lo que escribimos, cuando estamos comprometidos con ello no sólo por oficio sino por existencia, nos alcanza un poco a poseer. Por tanto, si Sartre llega a ser confuso es porque sigue reflejando con certeza  -y con paradójica claridad- lo que la vida nos muestra a cada día: confusión y sinsentido.

Los inicios de la segunda guerra mundial fueron los años más prolíficos en la vida de Sartre como escritor. Inició, en ese periodo, algunos cientos de páginas de su obra filosófica más importante, El ser y la nada, y tejió la idea de muchas obras más. Escribió bastantes cartas de las que se han publicado algunas bajo el título de Cartas al Castor. También escribió una obra muy poco conocida llamada Barioná y que presenta a un Sartre que escribe dulcemente sobre la navidad, poniendo en conflicto a los lectores ávidos de su espíritu ateo. En las Cartas al Castor, Sartre refiere que ha terminado una obra sobre Ética.[29] Sin embargo, tal obra no fue publicada durante la vida de Sartre, sino hasta que Arlette Elkhaim, una de sus amantes y después hija adoptiva, la publicó en Francia con el título de Cuadernos para una moral; lo anterior complació mucho a Bernard Lévy a pesar de la oposición del Castor.[30] Lévi es descrito por Gerassi como “un rabino estudioso del Talmud dedicado a demostrar que Sartre fue un filósofo judío toda su vida”.[31] El logro de tal misión es, a todas luces, dudoso.

Por otro lado, los anteriores amigos de Sartre no contaron con la suerte suficiente para seguir escribiendo. Paul Nizan, que fue su mejor amigo en la adolescencia  y la juventud, murió en el campo de batalla; Politzer fue asesinado por la Gestapo; Jean Cavaillés, filósofo, fue ejecutado al igual que varios alumnos y amigos de Sartre, quien escribía para mantenerse vivo.

3.10

En abril de 1941, Sartre retomó su puesto en el Liceo Pasteur de París. Annie Cohen-Solal[32] escribió que Sartre siempre estuvo cómodo en ese lugar y con los alumnos que tenía. Un breve diálogo entre él y uno de sus estudiantes es muy ilustrativo: “Señor, ¿por qué acepta usted dedicarnos tanto tiempo cuando tiene usted tanto trabajo que atender? Sartre responde: Siempre es posible aprender hasta de imbéciles como ustedes”.[33]

Una vez consumada la ocupación de París por las tropas nazis, tras el derrumbe inesperado del ejército francés, la actividad cultural se volvió limitada y censurada, pese a lo cual Sartre publicó en 1943 la primera edición de Las moscas, que será representada en París, en plena ocupación. En este mismo año publicó El ser y la Nada, obra que su autor calificó como un análisis de ontología fenomenológica. Sartre se adhirió al “Comité nacional de escritores” y colaboró con los periódicos clandestinos Combat y Lettres françaises. Es conocida la amistad y posterior enfrentamiento con Albert Camus debido a conflictos ideológicos que terminarían su relación. Evidencias de la limitada capacidad de Sartre para mantener sus amistades masculinas sobran en su recorrido personal. Varios de sus amigos se volvieron distantes a partir de acontecimiento específicos: Nizan (desde que se casó con una burguesa); Merleau-Ponty (por su supuesto conservadurismo); Aron (por incomprensión ideológica mutua); Camus (por sus diferencias filosóficas); además de muchos otros. En contraparte, en la opinión de Gerassi, “para superar su complejo de inferioridad se vio casi obligado a seducir a mujeres atractivas y a rodearse de hombres más jóvenes que le veneraran”.[34] Era obvio que Sartre sentía más confianza con Beauvoir y que no le era agradable la crítica de los de su propio género. Sartre confió en el Castor para pedir consulta sobre sus escritos a tal grado que le comentó: “Tuve un corrector privilegiado, tú; cuando dices está bien, lo estaba; publicaba los libros y la crítica me importaba un bledo. Fuiste de gran ayuda; me diste la confianza en mí mismo que nunca habría podido obtener sin tu apoyo”.[35]

6. La versión humanista de un existencialista

En 1945, Sartre participó junto con Simone de Beauvoir en la creación de la revista Les Temps Modernes. Participaron en ella, también, muchos de los más grandes intelectuales de la Francia del S. XX. El mismo Merleau-Ponty colaboró en múltiples ocasiones, a pesar de no tener una ideología similar a la de Sartre. En el mismo año se editaron los dos primeros volúmenes de Los caminos de la libertad que Sartre había escrito mucho tiempo antes. En 1946, se publicó la primera edición de: Muertos sin sepultar; Reflexiones sobre la cuestión judía; La puta respetuosa y El existencialismo es un humanismo, obra en la que defiende su postura ante los ataques que se le imputaban. Este último libro no ha dejado de causar polémicas, en sus páginas se lee a Sartre argumentar con claridad: “el hombre no es otra cosa que lo que él hace”[36] o “el existencialismo es una doctrina que hace posible la vida humana”.[37] Por otra parte, declara que “toda verdad y toda acción implica un medio y una subjetividad humana”[38] y que “no hay más universo que este universo humano, el universo de la subjetividad humana”; a pesar de todo ello, aún quedan dudas sobre si el existencialismo propuesto por Sartre es realmente un humanismo. Un portador de tales dudas es Lévy quien afirma abiertamente que el humanismo “es la primera manifestación del anti-humanismo contemporáneo”.[39] También especifica que “en lo humano hay algo inhumano que lo humano nunca tiene en cuenta”[40] y, por lo tanto, “sólo conocemos al hombre en prórroga, siempre haciendo y construyendo, avanzando hacia un proyecto”.[41] En ese sentido, podría cuestionase cómo es que puede tener esencia un proyecto.[42]

3.11

Por lo tanto, si Sartre era o no un humanista depende en gran medida de la idea que se tenga de humanismo. Si tal idea se limita a considerar que alguien es humanista por “darle valor” a lo humano o creer en lo humano, entonces también sería humanista cualquier proyecto que así lo considere sin importar cuáles fuesen sus consecuencias. Bajo tal óptica, incluso el pensamiento hitleriano, que tenía depositada su confianza en el hombre nuevo, sería humanista. Tiene razón Heidegger cuando advierte que “si se entiende por humanismo en general al empeño destinado a que el hombre esté en libertad de asumir su humanidad, y en ello encuentre su dignidad, entonces –según se entienda la `libertad´ y la `naturaleza´ del hombre- es el humanismo en cada caso algo distinto”.[43]

La obra completa de Sartre fue puesta en el Índice de Libros Prohibidos por el Vaticano,[44] lo cual fue una consecuencia natural. Esto era predecible si consideramos que Sartre se dedicó, desde 1945, a denunciar las injusticias que observaba en las conductas fascistas, religiosas y las nuevas injusticias cometidas en Francia tras la guerra. No pensar en política constituía para él una influencia política; consideraba que todo estaba conectado. En la post-guerra, Sartre gestó una conciencia  introspectiva y, al mismo tiempo, fue abierta a la colaboración social de manera temeraria.  Es probable que, por ello, el filósofo francés haya generado tantas disputas y conflictos. Muchos le acusaron de corromper Francia y ensuciar a su juventud, salían de los restaurantes cuando él ingresaba y hasta sufrió dos atentados con bombas, uno en el piso que alquilaba y otro en los locales de su propia revista. La animadversión generada por Sartre fue a tal grado que:

Le atacaron en nombre de Dios y de la ciencia, de la moral y la decencia, de la juventud, de la vejez, de la derecha, de la izquierda, de la extrema derecha, de la extrema izquierda, del conformismo ofendido, del comunismo y del anticomunismo, del honor nacional y la bandera pisoteados, de la transgresión necesaria, de la resistencia, de la colaboración.[45]

Tanta fue la controversia que Sartre despertó -y aún despierta- que sigue siendo tema prohibido en algunos sitios de enseñanza. En todo caso, es probable que sea mejor ser atacado que no ser leído, pues el ataque significa que se están escribiendo palabras vivas.

En 1949, Sartre publicó la primera edición de La muerte en el alma que es el tercer volumen de Caminos de la libertad. Sobre este texto, su autor se expresa del siguiente modo en 1971:

Lo vi con mis propios ojos, la huida de los oficiales, los rostros tristes y perdidos de los hombres, los últimos gestos increíblemente valientes y estúpidos de aquellas pobres almas abandonadas (…) esa es una de las razones por las que los franceses odiaron Con la muerte en el alma () decía la verdad y ellos lo sabían (…) mostraba que toda la clase alta francesa era la misma cosa, que, en su totalidad, los burgueses eran traidores al común de los franceses, de quienes dependían, de quienes sacaban provecho. Eso nadie quería escucharlo y el libro resultó un fiasco.[46]

3.12

Los amplios recursos literarios de Sartre le permitieron captar, en el libro referido, varias visiones distintas sobre la misma situación: el personaje de Sarah y Daniel que se encuentran en París, Boris en Marsella, Mathieu en el campo y Odette intentando huir. Se propone que el mundo está condicionado por las ideas humanas sobre él y que el mundo de uno mismo es modificado por la cosmovisión.

En 1952, Sartre publicó la primera edición de Saint-Genet, comediante y mártir. Tras anteriores disputas, malentendidos y confrontaciones entre ambos, se produjo un acercamiento entre Sartre y los comunistas. De ese mismo año es su primer viaje a la URSS. Es nombrado vicepresidente de la asociación Francia-URSS. En ese sentido, tal como afirman Rodgers y Thompson: “resulta increíble que Sartre pudiera respaldar el régimen político de Stalin tras haber batallado por un existencialismo que exigía un grado de responsabilidad personal que Stalin le hubiera negado a quien no le diera la razón”.[47] De cualquier modo, en 1957 se produjo su ruptura con el partido comunista francés. Ese mismo año publicó la primera edición de Cuestión de método, y trabajó en lo que se llamaría la Crítica de la razón dialéctica.

3.13

7. La Filosofía en la Literatura

Es sabido que Sartre no sólo se dedicó a escribir tratados filosóficos sino que también incursionó en la literatura por medio de obras de teatro, novela, periodismo, crítica literaria y reportajes. También impartió conferencias y no tuvo inconvenientes para presentarse por la radio. Llegó a todo mundo posible, se hizo entender de todas las maneras disponibles. Según Gerassi, “Sartre es el único de su generación que se atreve con todos los géneros a la vez. Es el único que ocupa el terreno, todo el terreno posible”.[48]  No existe una necesaria separación entre su filosofía y su literatura, una es utilizada por la otra y existen unidas en constante unión y reciprocidad, avanzan juntas.

En una entrevista realizada por De Beauvoir a Sartre, el último se expresa con poco interés sobre el premio Nobel que rechazó en 1964 y ante lo cual refería: “mi realidad profunda está por encima de los honores”;[49] además, consideraba que “los honores son concedidos a unos hombres por otros, y los hombres que conceden ese honor –sea la Legión de Honor o el Premio Nobel- no tienen calidad para concederlo”.[50]

Sólo si se posee un juicio limitado se podría considerar que la unión entre la filosofía y la literatura es algo antifilosófico. No es posible una filosofía sin palabras y no hay palabras que puedan estar por encima de lo que acontece. El uso de artificios y recursos literarios no hace más que evidenciar la capacidad que tiene el escritor para expresar con sencillez los asuntos complejos. En este sentido, Sartre se aleja de los filósofos puristas para los que la secularización de los términos va en decremento de las ideas filosóficas. En todo caso, siguiendo con el argumento anterior, se consideraría acertada la siguiente expresión:

La filosofía en sentido amplio no es pensamiento monológico, sino, privilegiadamente desde el giro lingüístico, apertura  a la otredad, a la diferencia, a la intersubjetividad y a la autocrítica, y por lo tanto a otras manifestaciones que tradicionalmente han sido entendidas como no filosóficas.[51]

Por lo tanto, los recursos literarios de La náusea, El muro o la tríada de Los caminos de la libertad no implican que se haya excluido lo filosófico para entender lo literario. Al contrario, la literatura es un camino de expresión de la filosofía. Lévy presentó una concreta síntesis del texto sartreano ¿Qué es literatura? En ese texto,  Sartre sostiene que todo escrito debe seguir tres reglas: “escribir sobre la actualidad, desde la perspectiva de la actualidad y para el mayor publico posible”.[52] Ahora bien, escribir para las multitudes implica utilizar todos los recursos al alcance. Y para lograr expresar más claramente las ideas filosóficas, el primero de tales recursos es la literatura.

3.14

8. La transmutación de la pasión

En 1960, Sartre publicó la Crítica de la razón dialéctica y Los secuestrados de Altona. En el primero de estos libros, Sartre se muestra comprometido con ideas comunistas, muy lejano de la etapa en que escribió El ser y la nada. En 1963, la dirección de su pasión como autor encauzó su interés en una autobiografía, cuya primera y única parte se tituló Las palabras. Sartre nunca terminó este escrito, lo dejó inconcluso en la parte en que abordó el periodo de su adolescencia. Sin embargo, lo que alcanzó a relatar es suficiente para proporcionar la comprensión de que su oficio de escritor le representaba, más que una cuestión de elección bella, un asunto vocacional. Sartre se expresó del modo siguiente sobre su motivación hacia las letras: “No habría consumido tantos días y tantas noches, no habría rellenado tantas hojas con mi tinta, no habría puesto en el mercado tantos libros que no eran deseados por nadie de no haber sido por la única y loca esperanza de que le gustaran a mi abuelo”.[53] Se observa a un Sartre condicionado en su escritura para ganar un poco de afecto, esclavizado por su propia pasión sobre los temas de la libertad, dominado por las expectativas de su abuelo sobré el mismo, viviendo desde una vida ajena. Así las cosas, los huecos nos humanizan, el vacío se hace fértil. ¿Quién escribe sólo por amor a las letras?

3.15

En 1971, publicó los dos primeros volúmenes de El idiota de la familia y creó, con Maurice Clavel, la agencia de prensa “Libération”, la cual se constituyó en un medio de expresión alternativo, frente al monopolio de los pesos pesados de la prensa francesa.  En 1972 terminó el tercer tomo de El idiota de la familia.

La transmutación final de Sartre ocurrió con su muerte el 15 de abril de 1980 en el hospital Broussais y “su fama internacional situó su fotografía y la noticia de su muerte en las portadas del New York Times y del Washington Post”.[54] Fue enterrado el 20 de abril, rodeado de cincuenta mil personas. Todos ellos le acompañaron hasta el cementerio de Montparnasse. Si cuando Sartre era niño “le apenaba muchísimo que no premiaran con elogios y una agradable admiración sus actos, y nada temía más que ser una persona normal”,[55] es posible decir que tras su vida y en sus obras se convirtió en lo contrario a lo que tanto temía. Y parte de su anormalidad consistió en mostrar con exagerada claridad la normalidad de todo lo humano.

A comienzos de 1980, el filósofo había dado a conocer su último trabajo, La esperanza ahora, un libro que recoge las conversaciones que había mantenido con Lévy. El círculo sartreano y la propia Simone de Beauvoir mostraron su desacuerdo cuando se enteraron de la decisión de publicar este libro en que Sartre se cuestiona a sí mismo. Por otro lado, para algunos, uno de los más grandes fracasos del pensamiento sartreano fue no poder escribir un tratado de Ética completo y del que estuviera satisfecho. Tal como expresa Levy: “Sabemos que escribir una Gran Moral fue su principal aspiración desde El ser y la nada, aunque lo prometió mucho, aunque se aplicó muchas veces a la tarea siempre lo acabó dejando”.[56] Podría afirmarse que la  intención sartreana profunda era “la búsqueda de la moral adecuada a la naturaleza de la subjetividad, esto es, de la moral adecuada que garantice el ejercicio de la libertad”.[57]

Por tanto, vislumbrar la posibilidad del ejercicio ético desde la postura de la pasión es una de las posibles vetas para continuar reflexionando desde la óptica sartreana. Entre la literatura y la nada sólo queda el hombre, la fusión de la pasión (vivida), la filosofía (producida) y la libertad (deseada) que en el pensamiento sartreano representan a la totalidad de los hombres.

3.16 

 

 

Bibliografía

  1. Cohen-Solal, A., Sartre, Barcelona: Edhasa, 1990.
  2. De Beauvoir, Simone, La plenitud de la vida. Barcelona: Edhasa, 1982.
  3. De Beauvoir, Simone, Memorias de una joven formal. Barcelona: Edhasa, 1983.
  4. De Beavouir, Simone, La ceremonia del adiós. México: Hermes, 1988.
  5. Gerassi, John, Sartre, La conciencia odiada de su siglo. Norma: Colombia, 1993.
  6. Heidegger, Martín, Carta sobre el humanismo. México: Ediciones Peña, 1998.
  7. Henri-Lévy¸ Bernard, El siglo de Sartre. Madrid: Ediciones B, 2001.
  8. Lazo, Pablo, La frágil frontera de las palabras. México: Siglo XXI, 2006.
  9. Rius, Mercè, De vuelta a Sartre. Barcelona: Crítica, 2005.
  10. Rodgers & Thompson, Locura filosofal. Madrid: Melusina, 2006.
  11. Rodriguez,  J. L., Jean-Paul Sartre: La pasión por la libertad. Barcelona: Bellaterra, 2004.
  12. Sartre Jean Paul, La trascendencia del ego, Buenos Aires: Caldén, 1968.
  13. Sartre, Jean Paul, La imaginación, Barcelona: Edhasa, 1980.
  14. Sartre, Jean Paul, Las palabras. Madrid: Alianza, 1982.
  15. Sartre, Jean Paul, La edad de la razón, Madrid: Alianza, 1982.
  16. Sartre, Jean Paul, Las palabras, Madrid: Alianza, 1982.
  17. Sartre, Jean Paul, El aplazamiento, Alianza, Madrid, 1983.
  18. Sartre, Jean Paul, Cartas al Castor. Barcelona: Edhasa, 1986.
  19. Sartre, Jean Paul, Bosquejo de una teoría de las emociones, Madrid: Alianza, 1987.
  20. Sartre, Jean Paul, La náusea. Madrid: Alianza, 1988.
  21. Sartre, Jean Paul, El existencialismo es un humanismo, México: Quinto Sol, 1994.
  22. Zurro, María, Sartre: ¿Pensar contra sí mismo? Valladolid: Universidad de Valladolid, 2002.

Notas

[1] Es ahijado y uno de los principales biógrafos de Jean Paul Sartre.
[2] Gerassi, Sartre, La conciencia odiada de su siglo,  p. 77.
[3] Sartre, Las palabras,  p. 11.
[4] Ibidem.
[5] Cfr. Gerassi, Op. cit., p. 89.
[6] Gerassi, Op. cit., p. 113.
[7] Ibid., p. 131.
[8] Ibid., p. 139.
[9] De Beauvoir, Memorias de una joven formal, p. 366.
[10] De Beauvoir, La plenitud de la vida, p. 23.
[11] Gerassi, Op. cit., p. 185.
[12] Ibid., p. 191.
[13] De Beauvoir, La plenitud de la vida, p. 112.
[14] Vid. Sartre, La trascendencia del ego, pp. 85-122.
[15] Rodgers & Thompson, Locura filosofal,  p. 237.
[16] Sartre, Las palabras, p. 158.
[17] Vid. Sartre, La náusea,  pp. 111-157.
[18] Sartre, La imaginación,  p. 162.
[19] Gerassi, Op. cit., p. 209.
[20] Sartre, La edad de la razón,  p. 60.
[21] Ibid., p. 138.
[22] Sartre, Los caminos de la libertad,  Vol. II: El aplazamiento,  p. 205.
[23] Sartre, Bosquejo de una teoría de las emociones, p. 91.
[24] Gerassi, Op. cit., p. 241.
[25] Cfr. De Beauvoir, La ceremonia del adiós, p. 523.
[26] Ibid., p. 125.
[27]Rius, De vuelta a Sartre, p. 68.
[28] Zurro, Sartre: ¿pensar contra sí mismo? p. 228.
[29] Sartre, Cartas al Castor, p. 469.
[30] Es otro biógrafo de Sartre. Le acompañó durante varios años de su vejez, principalmente cuando el filósofo había perdido la vista. Se encontró en múltiple oposición de intereses con  Gerassi y De Beauvoir.
[31] Gerassi, Op. cit., p. 266.
[32] Una de las más importantes biógrafas de J. P. Sartre pero considerada poco clara y limitadamente objetiva según Gerassi, debido a que no conoció a Sartre personalmente.
[33] Cohen-Solal, Sartre, p. 175.
[34] Gerassi, Op. cit., p. 281.
[35] De Beauvoir, La ceremonia del adiós, p. 218.
[36] Sartre, El existencialismo es un humanismo, p. 33.
[37] Ibid., p. 28.
[38] Ibidem.
[39] Lévy¸ El siglo de Sartre, p. 205.
[40] Ibid., p. 206.
[41] Ibid., p. 207.
[42] Ibidem.
[43] Heidegger, Carta sobre el humanismo, p. 74.
[44] Rodgers & Thompson, Op. cit., p. 237.
[45] Ibid., p. 45.
[46] Gerassi, Op. cit., p. 272.
[47] Rodgers & Thompson, Op. cit., p. 242.
[48] Ibid., p. 57.
[49] De Beauvoir, La ceremonia del adiós, p. 319.
[50] Ibidem.
[51] Lazo, La frágil frontera de las palabras,  p. 29.
[52] Cfr. Lévy, Op. cit., pp. 77-79.
[53] Lévy, Op. cit., p. 510.
[54]Rodgers & Thompson, Op. cit., p. 224.
[55]Ibid., p. 225.
[56] Lévy, Op. cit., p. 557.
[57] Rodríguez, Jean-Paul Sartre: La pasión por la libertad,  p. 49.

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