Vivimos en una época muy curiosa.
Descubrimos con asombro que el progreso ha sellado un pacto con la barbarie.
Sigmund Freud
En un momento en que los políticos, en quienes los adversarios del fascismo habían puesto su esperanza, yacen por tierra y refuerzan su derrota con la traición a su propia causa, esta reflexión se propone desatar al que vive en el mundo de la política de las redes en que ellos lo han envuelto. Ella parte de la consideración de que la fe ciega de esos políticos en el progreso, la confianza en su “base de masas” y, por último, su servil inserción en un aparato incontrolable no han sido más que tres aspectos de la misma cosa.
Walter Benjamin
Fascismo rural y fascismo de ciudad o de barrio, joven fascismo y fascismo de ex-combatiente, fascismo de izquierda y de derecha, de pareja, de familia, de escuela o de despacho: cada fascismo se define por un microagujero negro, que vale por sí mismo y comunica con los otros antes de resonar en un gran agujero negro central generalizado. Hay fascismo cuando una máquina de guerra se instala en cada agujero, en cada nicho.
Gilles Deleuze
Es bien sabido, dice Barthes, que “la mierda escrita no huele”. Es necesario además para no recibir ningún efluvio de esta mierda con que el narrador inunda a sus compañeros, que la lengua misma se haya formado clásicamente por la eliminación de una cierta carga de inmundicia. Es cierto que el lenguaje hermoso tiene relación con la lengua, que el estilo mismo se hace más precioso a medida que lo que va motivando exquisitamente una cierta parte del desperdicio.
Dominique Laporte
A México el “progreso” llegaría en ferrocarril. Un enorme territorio con núcleos caciquiles locales no podía ser controlado fácilmente por “un poder mayor” asentado a muchos kilómetros de distancia, desde el centro del país. El periodo de “anarquía” anterior al régimen encabezado por Porfirio Díaz, periodo aún no domesticado por la silla presidencial, se iría apaciguando lentamente, “colonizando” progresivamente con la ayuda, entre otros factores, del tren de vapor. Ya Juárez había comenzado el sueño, pero fue con Díaz que las largas líneas de acero comenzarían a surcar las inhóspitas tierras, hilvanando como duras agujas los retazos del gran territorio. El tren, veloz serpiente de vapor, cocía con hilos de acero el territorio para hacerlo un cuerpo unificado, para hacerlo un Estado-Nación.[1]
El ferrocarril participaría, entre otros factores, en ese proceso de cocimiento de los miembros fragmentados de un Frankestein territorial al que pretendían hacer cuerpo sólido, un cuerpo capaz de sostener sobre sí toda la construcción de industrias que anunciaba la llegada del progreso. El país tenía que unificarse, dotado de miembros fuertes, cuya cabeza ordenadora representaría el peso déspota del presidente. Junto al ferrocarril, la electricidad serpenteaba por kilómetros de cable que alimentaban las bombillas de la lejanía, alumbrando la larga noche de las convulsiones sociales, de las revueltas en los rincones menos accesibles. Revueltas, agitaciones locales que como pedazos irreverentes de un cuerpo fragmentado, se convulsionaban en la oscuridad, a las afueras del progreso. Ya antes un “Rostro” había llegado transmutado en la Cruz, el “gran rostro de Cristo” que había reterritorializado las almas, firmando y delimitado con la “gracia de Dios y la culpa del pecado” los senderos del deseo, sus flujos, sus intensidades; la trascendencia venía por decreto desde España. Sin embargo, los cuerpos rostrificados por el Rostro de Cristo también habían devenido insurgentes, no se conformaban con la redención divina.
El otro nuevo rostro se nombraba progreso, y sudaba con el calor de las industrias que se multiplicaban en la incipiente nación. Habría entonces que trabajar por y para el progreso; si la electricidad ahuyentaba a las brujas medievales y a los dioses emplumados, el ferrocarril era más rápido que el espíritu santo, pero todo ello sería durante un proceso complejo, donde la instauración del Estado-Nación, engendraría otro tipo de cuerpos, produciría un pasaje de los cuerpos indóciles a los cuerpos anónimos y masificados que se fraguarían con los dispositivos del poder político. De Juárez a Díaz se fue afianzando lo que culminaría en un trabuco territorial, los cacicazgos locales tendrían como contrapeso a un personaje con una fuerza desmedida para apaciguarlos, el presidente acaecido dictador.
El ferrocarril recorría las venas palpitantes de la tierra, los altiplanos, las sierras, los lagos, capturando el paisaje, reterritorializando los lugares inhóspitos, para coserlos, tirando fuerte de los hilos de acero. Aún con ello, el Frankestein pre-revolucionario dejaba en su camino algunos residuos, algunos cuerpos del tiempo de la anarquía que continuarían su agitación. Otros cuerpos indóciles en años posteriores serían chupados, por la bondadosa boca del padre esplendido, que tendría en una mano las dádivas de las reformas, y en la otra, la fuerza militar lista por si alguno no supiera entrarle al progreso por la puerta grande, por la boca de esa gran cabeza llamada “presidente.”
Primer Salto
Los años treinta; el México post-revolucionario había confeccionado nuevos cuerpos. La revolución fue una “gran zopilotera” donde los cadáveres quedaron esparcidos como residuos de la guerra interna, como productos de las epidemias, como víctimas de la hambruna; cadáveres en masa, ya sea sepultados o abandonados al aire libre que serían la sumatoria al hedor de la pólvora, al hedor de la pobreza, al hedor del anonimato. Aún no hay cifras exactas del número de muertos de la revolución, sin embargo los estudiosos coinciden que en su mayoría fueron jóvenes la carne de cañón.[2]
México comenzó a abrir las grandes letrinas, para depositar los deshechos de la revolución. Los cadáveres que la revolución produciría serían el gasto mínimo para la consumación del progreso que se había visto interrumpido por las convulsiones, las insurrecciones, los movimientos campesinos y sociales, por las invasiones extranjeras, pero, inclusive, la revolución se veía como la posibilidad de progreso, dos caras de la misma moneda. Los cadáveres bellos de la revolución fueron la resulta del procedimiento quirúrgico que diseccionó las tumoraciones del gran cuerpo-nación que se pretendía consolidar, ya sea desde la dictadura, ya sea desde la insurrección. El modelo disciplinario iría tomando otra modalidad, la creación de instituciones como muestra del progreso que había usado a la revolución como una máquina de guerra.
Los otros cuerpos sobrevivientes que no tuvieron el destino de la muerte, se dividieron entre los que se sumergieron cada vez más en la pobreza y el anonimato y entre los que encontraron poco a poco su acomodo en las corporaciones que el mismo “sistema triunfador” emanado de la guerra, había creado para ello. Con el fin de apaciguar los torrentes de inconformidad, se creó un partido político a imagen y semejanza del Soberano presidente, partido que agrupó y masificó los cuerpos de la posible insurrección en organismos. Los organismos eliminaban toda singularidad, los cuerpos indóciles se convirtieron en masas anónimas que sólo respondían bajo nombres impersonales, CNOP[3],CROM,[4]CROC[5],etc., En las calles se podían ver multitudes, cabezas asimiladas, sombreros y cascos, que perdían toda su condición de sujetos, y se mimetizaban en la masa identificada con el Amo que encarnaba el paradójico ideal conservador del triunfo revolucionario. Las asociaciones corporativizadas, reterritorializadas en el “gran cuerpo del triunfo de la revolución” fungían como apéndice al que correspondían fluidos, intensidades derivadas del cuerpo mayor, que a su vez tenía una cabeza visible y controladora. Los cuerpos anónimos eran insuflados por las venas calientes del presidente para calmar sus posibles fuerzas beligerantes. Se trataba de alimentar el corporativismo, para mantener andando al Frankestein Nacional, para que sus miembros no efectuaran distonías. Muchos jóvenes se decían pertenecientes al partido de la revolución y fueron amasados en confederaciones y frentes juveniles[6] fundadas para ello. Algunos de estos jóvenes a la postre conformaron grupos de choque para intimidar, perseguir o golpear a grupos opositores al gobierno, sobre todo en el ámbito estudiantil.
El territorio-Nación, se consolidó con la revolución en Estado-Nación, administrando sus residuos, pasando de la gran letrina que succionó los cuerpos del deshecho revolucionario a una especie de fosa séptica donde los residuos eran separados entre los que podían ser reutilizados como combustible para la maquinaria del progreso y los que serían eliminados. Es sabido que algunos disidentes eran incorporados en organizaciones serviles al Estado para tenerlos vigilados, en otros casos los desaparecían.
El juicio del Presidente daba a esas cabezas de la muchedumbre amasada en desfiles y manifestaciones los insumos para continuar su palpitar estratificado, careciendo cada cuerpo del carácter propio de su deseo. Si lo había, el “desestabilizador” era capturado, chupado por el gran hocico de investidura presidencial que fue construyendo un aparato político-militar bastante eficaz. El presidente, como la gran cabeza, podía tener el control exclusivo del territorio y del juego de fuerzas al interior de su partido, la gran cabeza movía sus miembros a placer, los miembros se llamaban “Confederación, Asociación, Organismo, Sociedad, Frente, etc.”, en este mismo sentido se puede encontrar hoy día un directorio de organismos llamados “adherentes” al partido oficial. Organismos adherentes con cuerpos anónimos que conviven en la fosa anónima que sólo se rostrifica con la unción del partido político.
El ferrocarril cedió su paso a un complejo sistema de comunicaciones que seguían, ya no uniendo, sino controlando los movimientos del Frankestein; la fosa séptica, era además una fosa anónima, que dejaba sin vida propia a sus agrupados. La fosa anónima resultó funcional. Los sujetos, los cuerpos vivieron la muerte de su singularidad en el anonimato mismo, las manos se alzaban todas por igual. El dispositivo del corporativismo inundó todo espacio de vida, se incrustó en las familias, en las colonias, en las escuelas. Los jóvenes habitaban en las entrañas de la corporativización de la vida.
Los cuerpos del anonimato reflejaban la igualación, la uniformidad que se quería para la unificación nacional, “el que se movía, no salía en la foto”. Pero la separación de residuos solo dio resultados a medias, las insurrecciones continuaron y para éstas, la fuerza militar era antídoto. Luego se sucedió un largo periodo de consolidación estatal con la creación paulatina de la infraestructura hidráulica de las ciudades, las creaciones de desagües subterráneos, cañerías que servirían para la expulsión de lo abyecto. De pronto los residuos del Estado desparecían misteriosamente bajo tierra, bajo los edificios, se sabía que había otro programa de tratamiento de residuos, una agencia federal encargada de las desapariciones y torturas. Los jóvenes vivían en las entrañas de los centros de encierro, familia, industria, escuela.
“Se sabe que, atrapada en el discurso de Estado, la “mierda pública”, es una contradicción en los términos, pues al recogerla para transmutarla, deja de parecer mierda para no mostrar ya más que sus equivalentes simbólicos.”[7] Las cosas que son mierda, deshecho, residuo, se trasladarán a lo privado, el que no se aguante, será castigado: en el espacio público-político, es mejor que las cosas no huelan mal.
Segundo Salto
El neoliberalismo económico se asentó en México progresivamente de la mano de Salinas de Gortari, ya antes, Miguel De la Madrid había intentado articular los lineamientos para menguar los efectos de la crisis económica, solicitando créditos al extranjero. Pero fue hasta 1992 que con la entrada en el TLC se produce una reterritorializacion económica del capitalismo, denominado libre comercio donde la empresa va a tomar el papel fundamental, se crea la OMC, y se comienzan a suceder las privatizaciones, el Estado comienza a optar por privilegiar a la empresa.
La inmensa desterritorialización relativa del capitalismo mundial necesita reterritorializarse en el Estado nacional moderno, que encuentra una resolución en la democracia, nueva sociedad de «hermanos», versión capitalista de la sociedad de los amigos. Como pone de manifiesto Braudel, el capitalismo partió de las urbes-ciudades, pero éstas llevaban hasta tal extremo la desterritorialización, que se hizo necesaria que los Estados modernos inmanentes moderaran su insensatez, les dieran alcance y las tomaran para efectuar las reterritorializaciones ineludibles en tanto que nuevos límites internos.[8]
Con los cambios a nivel económico el Estado, “cabeza controladora”, disminuiría su estrategia de insuflar fluidos a sus órganos de cuerpos anónimos, se dedicaría más a intentar facilitar las maniobras que los grandes grupos financieros creaban para consolidar la economía de mercado. La fosa anónima comenzó a tener fugas, los residuos volvieron a las calles ya agotados, desilusionados, engañados; los canales de desagüe, la infraestructura de las cañerías, los rellenos sanitarios habían comenzaron a saturarse. Se sabe que el neoliberalismo económico ha producido no sólo una gran cantidad de residuos, de los que no se sabe qué hacer con ellos, también ha producido excedentes sociales, otra especie de residuos que son humanos, que al ser vomitados del gueto Estatal quedaron esparcidos tanto en franjas de miseria como en pequeños espacios “inmundes” al interior de las grandes y ostentosas construcciones de las ciudades, otros muchos ni siquiera lograron ser parte del “sueño del progreso del capitalismo” (me refiero a los ahora migrantes, los indígenas, los jóvenes sin escuela ni empleo, los que están dentro del sistema de la economía de mercado del modo en cómo están excluidos). Así como los desagües se saturaron y los residuos del sistema de producción capitalista fueron creciendo, las ruinas se agolparon de pronto en las calles, en las urbes. Walter Benjamin[9] lo había previsto, el Ángel de la Historia mira hacia atrás, con los ojos desencajados se percata que lo que ha dejado el progreso son ruinas, residuos, un progreso que ha llegado a ser eso, ruina sobre ruina, residuos sobre residuos. Son los residuos del progreso que se traga a sí mismo triturando a su vez los cuerpos que miraban hacia el paraíso.
La economía de mercado[10] produce excedentes humanos, subjetividades cifradas, estratificadas, que luchan entre sí en una rivalidad constante. Los jóvenes viven expuestos siempre a quedar fuera del programa empresarial, habiendo ya quedado fuera de un Estado que no opera. Se puede pensar el caso de migrantes, jóvenes sin empleo, discapacitados, refugiados, como cuerpos inútiles para el sistema de economía de mercado, como el flujo de desperdicios que no lograrán entrar a las zonas de confort tan alejadas de la vida común y diaria, sin embargo estos “excedentes humanos”[11] sirven a otro modo en que el capitalismo salvaje se manifiesta, sirven como mercancía para los grupos del crimen organizado, secuestros, venta de órganos, trata de personas, etc. Como liquidez del sistema, los cuerpos se licúan, se reciclan, se estratifican, sus rostros están modulados en sus reproducciones gestuales y responden en consonancia con los aspavientos y engañifas que sostienen los movimientos del flujo mercantil. Serpentean y cuando intempestivamente intentan un devenir otro y buscan desterritorializarse terminan reterritorializándose en otro plano de rostridad que los capturará o desechará nuevamente. Los migrantes fluyen líquidamente en trenes que se desplazan sobre las mismas vías que un día sirvieron al progreso revolucionario.
Los jóvenes son parte de la población excedente, son unos de los residuos del sistema capitalista depredador, no encuentran lugar en el futuro que sería, en el devenir mismo del mundo de la modernidad que a pesar de su “sutil encanto”[12], no llegó a encantar vastas zonas de marginación y miseria que ella misma había creado. Al interior de los grupos humanos residuales que son la resulta de la segregación económica, se comenzaron a vivir encarnizadas batallas por ganarse un nombre, un signo, un brillo que iluminase las penumbras de la vida diaria, cotidianeidad oscura en la que tanto cuerpo anónimo deambula, sobrevive en su espacio de saturación, como en las tuberías, como en los desagües que han superado su funcionalidad.
Lo ocurrido recientemente en México a los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, muestra la descomposición del Estado y sus instituciones, exhibe algo que se sabía, pero que se fingía no saber, las prácticas de barbarie de un gobierno coludido con el crimen organizado. La desaparición de los 43 estudiantes normalistas y su probable asesinato que se evidencia tan atroz de la manera en cómo fue narrado por su presuntos asesinos según la “versión oficial”, incluida la indolencia y simulación de los mismos aparatos de “procuración de justicia” del gobierno así como de los montajes y distractores televisivos, son una de las tantas catástrofes que viven a diario los jóvenes, y en general todo aquel que termina siendo un residuo del sistema. El hallazgo de un sinnúmero de cuerpos en fosas clandestinas durante la búsqueda de los normalistas indigna y exhibe el grado de abyección de un sistema que produce deshechos y se empecina en seguir el mismo rumbo económico. Vivimos la literalidad del deshecho humano, del residuo humano. Cabezas, brazos, carne, hedores se mezclan en las fosas clandestinas. El pasaje de la fosa clandestina a la fosa común es una constante cuando ya nadie reclama a sus muertos, cuando éstos quedan irreconocibles, cuando los asesinos en complicidad con autoridades gubernamentales, realizan prácticas de tortura y aniquilamiento para intentar desparecer hasta la última huella de un sujeto, desaparecer su cuerpo, borrarle el nombre, cercenar sus dedos, las yemas de sus dedos calcinarlas y así pulverizar sus huellas, su huella en el mundo. Asesinatos que hacen ver menor el suplicio de Damiens, el gran maldiciente que Foucault describe y analiza en su libro Vigilar y Castigar[13], de quien se lee “para que no quede rastro de él”. La fosa anónima, metáfora del aplastamiento de la singularidad de los jóvenes en la masificación de las corporaciones del Estado, donde la cabeza ordenadora le inyectaba beneficios a cambio de la unidad, era un espacio de control corporativo, que fortaleció al Estado presidencial, la fosa clandestina es ahora la letrina de la economía de mercado lacerante que opera como una máquina de guerra. ¿A quién pertenecen los muertos? ¿Bajo qué nombres están sus restos? “…tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer.”[14]
En la economía neoliberal los residuos humanos se pudren acumulados en las franjas de un exterminio intestino. El cuerpo es explotado, aprovechado hasta sus últimas consecuencias, un órgano, vale mucho en el mercado de órganos, los cuerpos deshumanizados, despojados de toda dignidad, arrancados de su propio nombre, circulan en la barbarie del progreso, esperando su fin en la fosa común. Son residuos que valen, mientras haya algo de valor en ellos en su función viva, sin importar quien habite ese cuerpo, (Juan, Pedro, María), esos nombres no aparecerán en una lápida, la fosa común se alimenta de cadáveres desconocidos. La letrina de la modernidad se llena de cuerpos que no encontraron cabida en el progreso o son su propio resultado, en la letrina de la economía de mercado los cuerpos caen como la chatarra de los centros comerciales, obsoleta vertiginosamente. En la dictadura del vecindario, en la guerra de colonias, como lo ha analizado Zygmunt Bauman, son los jóvenes más y más cuerpos residuales que sobreviven mientras puedan soportar los embates de los grupos del crimen organizado o de las policías que en ocasiones terminan siendo parte de las mismas organizaciones criminales.
Los desagües, las tuberías, toda esta infraestructura subterránea que habita los subsuelos de las grandes ciudades, tienen su versión “al aire libre” en las zonas donde otros residuos, los humanos, se la juegan para sobrevivir. Las tuberías que han servido como flujo de desperdicios líquidos de las ciudades, terminan en zonas al descubierto donde los cuerpos residuales, que no hallaron cabida en la maquinaria del mercado, sobreviven a la par de tantos otros cuerpos descubiertos en la anomia, consecuencias de ello es que el Amo se disecciona en cada cuerpo, donde se gesta el imperio de los que no temen a la muerte, pues se les han administrado una renuncia a la vida.
El flujo de cuerpos excedentes vive el desarraigo, busca el progreso fuera de casa, muchos migrantes o jóvenes relegados, asumen como suya la vieja práctica de allegarse a poderes locales, para ganarse una posibilidad de vida. La gran cloaca, la civilización que se contempla en las vitrinas, en los escaparates de las pantallas se transforma en una membrana que deja salir pero no deja regresar, acumulando cuerpos residuales en las franjas, la pantalla hace parecer que se está dentro estando fuera, segregado. Sabemos desde Freud que la cultura, la sociedad, se caracteriza en el tratamiento que le otorga a sus desechos, no hay sociedad sin basurero, o para que haya cultura, hace falta una letrina. Sin embargo, el desecho terminó siendo el mismo sujeto.
También en el afán cultural por la limpieza, que halla una justificación con posterioridad [nachträglich] en miramientos higiénicos, pero que ya se había exteriorizado antes de esa intelección, es inequívoca la presencia de un factor social. La impulsión a la limpieza corresponde al esfuerzo [Drang] por eliminar los excrementos que se han vuelto desagradables para la percepción sensorial.[15]
En efecto, hay residuos que posibilitan vida, vida que se paga con pérdida, pero hay otros que conducen a la muerte, cuando es el Amo quien conduce el camión de la basura y reduce al sujeto al lugar de objeto de su goce, en la literalidad del deshecho de su carne.
El sistema de la economía neoliberal que adoran los gobernantes mexicanos, se ha convertido en una máquina de guerra, parafraseando a Deleuze que ya no sólo tendrá la guerra por objeto, y que prefiere eliminar a sus propios servidores antes que parar la destrucción.
La fosa común es el depositario de los residuos humanos que hoy día el sistema produce. Las consecuencias de la revolución mexicana, no trajeron cambios sustanciales en relación al ejercicio del poder, mucho menos en la manera en que una sociedad autodenominada “democrática” trata a sus jóvenes, sin embargo, sí generó un sistema político-policiaco represivo y demagógico que introdujo el cinismo y la ostentación como forma de ejercicio de poder y generó alianzas de impunidad con los poderes fácticos. La revolución tampoco resolvió el abandono al que muchos sectores de la población, sobre todo campesinos y comunidades indígenas han estado condenados; abandono agudizado por el neoliberalismo en formas de un saqueo de los recursos naturales de una manera degradante. Muchos de estos sectores residuales han continuado sus luchas intestinas por la sobrevivencia y se han convertido en campo fértil para que el Estado se reorganice e introduzca sus estrategias económicas dejando operar al crimen organizado para el control de territorios.
Está claro que los excedentes humanos seguirán generándose en este sistema de capitalismo rapaz, en las franjas que ya existen como marginales pero que cada vez están más en el centro del mismo sistema global, donde cada molécula, músculo, pedazo de piel, cuerpo, parejas corporales, embriones, podrán servir mientras la membrana pretenda tenerlos dentro, en otros casos siempre estarán fuera, desencantados, vueltos ruina, expuestos a la intemperie del crimen, acechados por la jurisdicción penal, acumulándose para que el Ángel de la Historia siga desorbitándose los ojos, para que la cultura de progreso, siga produciendo sus residuos. Los cuerpos han deambulado del lugar del encierro en los espacios de las sociedades disciplinarias a los lugares de “la regulación al aire libre” de las sociedades de control[16], la biopolítica opera, por ello es más importante la “lista de beneficiarios de los programas sociales” que las listas de la policía, el gobierno de los vivos no requiere sólo del Soberano, para ello hay programas sociales, préstamos bancarios, hipotecas, la economía de mercado atraviesa cualquier cuerpo, para gobernarlo. El uso de las culpas es tan importante como el de las deudas. Los cuerpos residuales, los excedentes humanos, pueden morir endeudados, sin siquiera haber hecho uso de algún centavo y nacen ya debiendo pues para ello existe la deuda pública frecuentemente socorrida por el Estado para el rescate de instituciones privadas.
Si habremos de seguir hallando algo clandestino que no sean ya las fosas, sino el devenir, no desde un humanitarismo hipócrita, sino desde la propia vida.
Devenir-clandestino, hacer por todas partes rizoma, para la maravilla de una vida no humana a crear. Rostro amor mío, pero por fin, convertido en cabeza buscadora.[17]
Bibliografía
- Bauman Zigmunt, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Paidos Ibérica. 2005
- Benjamin Walter, Tesis sobre la Historia y otros fragmentos. Ítaca, México. (1941) 2005
- Córdova Arnaldo, La formación del poder político en México. Ediciones Era. México. 1971
- Deleuze, Gilles, Post-scriptum sobre las sociedades de control. L’Autre Journal, n.º 1, Mayo de 1990
- Deleuze, Gilles, ¿Qué es la filosofía? Anagrama, Barcelona 2009
- Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, Mi mesetas, Esquizofrenia y Capitalismo. Pre-Textos. Valencia, 1997
- Foucault Michel, Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Siglo XXI, México, 2000
- Freud, Sigmund, El malestar en la cultura. En Obras completas. Amorrortu, Argentina. Vol. XXI. (1930)
- Laporte, Dominique, Historia de la mierda. Pre-Textos, Valencia. 1989
- Patiño Octavio, A la caza Zoot Suit. El sleepy lagoon y la noche de los taxis. En Revista electrónica Errancia, Fes Iztacala. UNAM. Número 10, Diciembre 2014. http://www.iztacala.unam.mx/errancia/v10/caidal_9.html
Notas
[1] Para profundizar un poco más sobre este aspecto se sugiere la lectura de Arnaldo Córdova en su obra La formación del poder político en México. Ediciones Era, México, 1971.
[2] Gran parte de la población mexicana emigró durante la revolución a los Estados Unidos de Norteamérica, donde se crearon movimientos chicanos, México-Americanos. Un ejemplo de estos movimientos fue el de los Zoot Suit, quienes fueron perseguidos, golpeados y en algunos casos asesinados por la policía y los militares estadounidenses como consecuencia de su particular e incómoda forma de vida, su forma de vestir, su forma de hablar, su arte; en suma, su cultura. Puede leerse mi trabajo A la caza Zoot Suit. El sleepy lagoon y la noche de los taxis. En Revista electrónica Errancia, Fes Iztacala. UNAM. Número 10, Diciembre 2014.
http://www.iztacala.unam.mx/errancia/v10/caidal_9.html
[3] Siglas de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares.
[4] Siglas de la Confederación Regional Obrera Mexicana.
[5] Siglas de la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos.
[6] Recientemente un líder de estos frentes juveniles adheridos al partido en el poder, Partido Revolucionario Institucional (PRI), hizo público su deseo de que el perpetrador de la matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968, Gustavo Díaz Ordaz, “estuviera” en la presidencia para aplacar todas las manifestaciones de inconformidad que se efectúan hoy día en México por la desaparición de 43 estudiantes en manos del gobierno en colusión con el crimen organizado.
[7] Laporte, Dominique. La historia de la mierda. Pre-textos, Valencia, 1989, p. 71
[8]Deleuze, Gilles ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, Barcelona, 2009 p. 98-99
[9] Me refiero a la famosa tesis IX de Walter Benjamin que es parte de sus Tesis sobre la Historia publicado póstumamente en 1941 un año después del “suicidio” de Benjamin.
[10] Dirá Deleuze: …el capitalismo del siglo XIX es un capitalismo de concentración, tanto en cuanto a la producción como en cuanto a la propiedad. Erige, pues, la fábrica como centro de encierro, ya que el capitalista no es sólo el propietario de los medios de producción sino también, en algunos casos, el propietario de otros centros concebidos analógicamente (las casas donde viven los obreros, las escuelas). En cuanto al mercado, su conquista procede tanto por especialización como por colonización, o bien mediante el abaratamiento de los costes de producción. Pero, en la actual situación, el capitalismo ya no se concentra en la producción, a menudo relegada a la periferia tercermundista, incluso en la compleja forma de la producción textil, metalúrgica o petrolífera. Es un capitalismo de superproducción. Ya no compra materias primas ni vende productos terminados o procede al montaje de piezas sueltas. Lo que intenta vender son servicios, lo que quiere comprar son acciones. No es un capitalismo de producción sino de productos, es decir, de ventas o de mercados. Por eso es especialmente disperso, por eso la empresa ha ocupado el lugar de la fábrica. Ídem p. 153
[11] Estoy siguiendo la tesis de Zigmunt Bauman que desarrolla en su libro Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Paidos Ibérica, Barcelona, 2005.
[12] Se sugiere la lectura del sugerente libro de Stefan Gandler, El discreto encanto de la modernidad. Ideologías contemporáneas y su crítica. Siglo XXI, México, 2013
[13] Foucault M. Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Siglo XXI. México, 2000
[14] Benjamin W. Tesis VI, Op. Cit.
[15] Freud, S. El malestar en la cultura. En Obras completas. Amorrortu. Vol. XXI. 1930 p. 98.
[16]Deleuze Gilles, Post-scriptum sobre las sociedades de control. L’Autre Journal, n.º 1, Mayo de 1990
[17] Deleuze, G y Guattari, F. Mi mesetas, Esquizofrenia y Capitalismo. Pre-Textos. 1997 p. 194
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