Consideraciones para una valoración fenomenológica del sueño en María Zambrano

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Consideraciones para una valoración fenomenológica del sueño en María Zambrano

Soñar es ya despertar

María Zambrano

María Zambrano

María Zambrano

Un fenómeno constatable y vivificante en la sociedad contemporánea es el que demarca los contornos nihilistas en el sujeto moderno, sellado en una época que padece la mímesis del desencanto. De nuestra propia constitución histórica emerge el esfuerzo de comprender la realidad que nos sale al paso en un camino que recorre las insignias de las incertidumbres, más aún la perplejidad de cómo habitar y habituarnos estoicamente en ellas y relacionarnos con ellas. Como es el caso de la fenomenología que se ha constituido en nuestro más cercano método para aprender a ver, describir y comprender el mundo histórico de la vida marcada por la tragedia de las Guerras del siglo XX y por el imperialismo de la tecnociencia. Ello mismo ha irrumpido en la vida cotidiana, cuya manifestación refleja el problema del mal en su condición abismática que sigue asechando y que reclama una reparación del mundo inédito en su verdad como indica Miguel García-Baró. Urge entonces hacer una revisión del naufragio existencial que indica claramente lo que ha quedado sobre el campo de ruinas con la preeminencia de buscar algo más allá de ellas, algo que llene de contenido y arraigo ontológico, en pocas palabras de sentido, que constituya en la actividad generacional “la puerta de entrada” al taller de la filosofía en el que se salvaguarde la supervivencia del hombre como tal, en su mundo de la vida –lebenswelt.

En este contexto, diversas líneas de investigación literaria-filosófica refieren una crisis de la racionalidad moderna, misma que promueve la actividad reduccionista y homogénea del logos. Se deduce de ello la necesaria reforma de paradigmas en nuestra visión del mundo, es decir, la realidad ya no se percibe en su totalidad, sobre una configuración lingüística y ontológicamente univocista. Esta crisis a la que hemos aludido se ramifica en una serie de interrogantes convocados a cuestionar los esquemas absolutistas, las ideologías, las ciencias, todos ellos como parámetros históricamente establecidos para explicar la realidad. Justamente, este será el punto de partida en el pensamiento filosófico de María Zambrano, pues serán referencias latentes en los conflictos histórico-existenciales ulteriores, que se extiende a las decisiones personales, sociales, a los avances y retrocesos insertos en el “drama humano” pero, fundamentalmente, en la problemática de la vida española.

María Zambrano pone al descubierto aquello que alienta y atraviesa la existencia humana: la dimensión de los afectos y su rehabilitación, estigmatizado por la historia de la filosofía en esa división entre sensibilidad y razón. Zambrano intenta, pues, trabajar sobre el mundo de las emociones y los afectos y situarlos en un modelo y género de pensamiento, en una nueva racionalidad capacitada vital, filosófica y poéticamente de fuerza epistemológica. Zambrano reúne los signos o huellas de una vida en crisis por su “degeneración y agonía” y de lo que promueve como hito fundamental del problema particularmente ontológico/trágico “del mundo moderno”: el olvido histórico de esa realidad sagrada originaria, esta zona íntima, entraña, que es el alma.

María Zambrano

María Zambrano

Ingresar en los perímetros territoriales de María Zambrano equivale más que retomar las cuestiones ya planteadas, asumir la responsabilidad del llamado, desde esa dimensión íntima, desde ese centro del alma que es el sentir originario en el que alberga la razón y el corazón que suministra las “energías vitales”, y que va más allá de las negaciones y las superaciones. El pensamiento zambraniano es plural y abierto, claro y oculto, que se va convirtiendo en una inusitada reflexión que se vuelca siempre actual, melódica, descifrable y entrañable que busca contener poéticamente el valor de la existencia y la conservación de la vida.

El principal argumento en la filosofía poética de María Zambrano es el argumento de la vida; si es posible conocer, saber la vida, sin transmutarla en objeto de conocimiento. Frente a ello, se presenta la insuficiencia del racionalismo, y en consecuencia, la necesidad de ampliar una epistemología vitalista que enraíce una metaforización del mundo de la vida como “forma escrita del pensamiento” y como el acaecimiento de una ontología. Metaforizar el lenguaje es ya pisar los terrenos de una ontología en María Zambrano. Por eso la metáfora ha de ser más importante para la vida que la propia razón. Pues la metáfora es más entraña, por ser más íntima, más sensorial, más trascendencia que lo fundado por los conceptos. Por medio de la metáfora Zambrano capacita y actúa sobre el modelo de una racionalidad alterna a la razón greco-moderna que transcurre por diversos momentos: Razón integradora, Razón misericordiosa, Razón mediadora, y Razón poética. En cada una de ellas se retorna a la espontaneidad de sondear los elementos vitales, circunstanciales, temporales y atemporales en la búsqueda de las condiciones que hagan permisible «pensar racionalmente la vida», en su pasar heraclíteano, y en su misterio de ser.

Ortega y Gasset

Ortega y Gasset

La razón poética será un método que se aventura a ir al fondo, a la experiencia de los ínferos, como lo refiere nuestra filósofa, alumna de Ortega y Unamuno: “un descenso a los infiernos”. Esta experiencia órfica como vivencia (Erlebnis) yace en lo originario de la subjetividad y el pensamiento, pues en este sentir, en esta sede gravitacional el sujeto siente su ineludible condición existencial. Desde este centro originario se demanda la reivindicación de aquello que ha quedado errante tras la agitación del mundo moderno en su encumbramiento racional: “los sentimientos, el alma humana, las pasiones, los símbolos extraviados, los segmentos del ayer, las zonas insondables de la realidad” y también los sueños.

Ciertamente, se puede decir que con Zambrano se amplifican los caminos de acceso a la realidad contra aquello que la Modernidad ha estereotipado desde su establecimiento metodológico racional-matemático. Existe, pues, una reparación del sujeto como conciencia pura-razonadora a un ser humano que es en tanto que siente y padece. Esta ontología ha de estar proveída por formas y guías adecuadas e imperfectas, por travesías imaginadas y soñadas, aunque no fácilmente accesible, pero sí posible. Es así que nos llega El sueño creador (1965) como esquema de un proyecto más amplio, ordenado y configurado en Los sueños y el tiempo (1992).

Hay quienes consideran que el primero es “un primer paso organizado hacia una fenomenología de los sueños desde su forma, no desde su contenido” como precisa José Ángel Valente. Aunque la autora reserva sus iniciativas metodológicas e intenta tomar distancias de las de Husserl para abordar el tema de los sueños desde su forma misma. Por ello, si es posible hablar de una fenomenología zambraniana, y más aún rastrearla, se puede indicar entonces que este tipo de fenomenología es más cercana a la de Heidegger y a la plataforma psicoanalítica de Jung. Todavía más, habría que decir que la fenomenología en Zambrano estaría más cerca de una fenomenología ontológico-realista como la que desarrollaron los integrantes del Círculo de Gotinga y, por supuesto, de una misma fenología hermenéutica de corte heideggeriano.

El sueño creador recupera excepcionalmente este elemento de la realidad como parte imperante de la estructura primaria de la vida humana que es la forma-sueño en que expone una visión del mismo como el fenómeno más inmediato, más manifiesto a la persona, a su vida. En efecto, «los sueños no son algo a eliminar…un residuo de vida», por el contrario, requieren, más que el análisis, su asimilación en un proceso continuo. Los sueños son, entonces, según Zambrano la exposición de reproducciones persistentes que contienen “unidad de sentido de la historia real de la persona, del proceso que la lleva a integrarse o a destruirse”. Es decir, el sueño en su peculiar forma trata de una zona que intenta ingresar en el área de la persona. En el sueño se da el “ser”, en la persona se proyecta el “existir”.

Al ser mirados los sueños desde su forma y no desde su contenido, como es habitual, se descubre la atemporalidad como su a priori, que los separa del estado de vigilia (…) la experiencia elemental de todo el que haya soñado es la de estar privado del tiempo. Y a esto llamamos atemporalidad. En la atemporalidad el sujeto no tiene tiempo disponible, tiempo sucesivo al que está ligada la libertad. Tenemos así una especie de ecuación: tiempo-libertad-realidad, válida tanto para el sueño como para la vigilia.[1]

Se busca así un conocimiento verdadero y liberador como enigma del sueño que únicamente se identifica en la interioridad del sujeto, de la persona, que linde entre los sueños y la realidad, entre lo que anhela a ser y lo ya creado, en efecto, formando parte de un mundo perennemente «recreado y revivificado».

María Zambrano

María Zambrano

El sueño atravesado por su elemento atemporal será la prominencia creadora de situar las condiciones posibles de integrar sueño y vigilia, pues los sueños dice nuestra autora es “una especie de prehistoria de la vigilia” dado que abren la constitución “metafísica de la vida humana”. Esta vida que en el nivel de la conciencia es “fluir temporal”. Por el contrario, en los sueños el sujeto está desprovisto de tiempo, de trascendencia, privado de él. Llegamos así a una fase intermedia entre lo que no es (sueño) y lo que es (vigilia). Esta línea mediadora son dice Zambrano son las horas, los días, los años que parecen sólo destinados a pasar, lo que se llama la monotonía del vivir en la fluctuante realidad.

Ahora bien, sobre este ciclo en el que el tiempo no es –como realidad suspendida en estado de ser-, en este punto existenciario, el sujeto se descubre sin realidad, “sin lo real de la realidad”. Cuando esto adviene sobre el ser del hombre, acontece la sensación de extrañeza (falta de ayuntamiento), cuando el hombre siente su inanidad, su desasistencia-desamparo de su medio habitual, familiar, íntimo (lo que podemos asumir como crisis ontológico-existencial)[2], discerniendo de su propio ser y requiriendo a su vez un algo que le demanda ir más allá de él, descender y trascender. Ese algo que en efecto de “lo no vivido del todo” padece la ausencia de esta contextura de ser memorable. En los sueños se descifra, se narra, se confiesan las zonas insondables de la persona que son los ínferos del alma donde desciende en un primer momento la vida personal, para enseguida emerger a través del tiempo en la actividad libertadora y creadora: “despertar al estado de vigilia en plenitud”.

Así a través del Sueño creador Zambrano aclara y concluye en el conjunto de su obra la extraña modalidad de estar en el tiempo, de revelarnos en existencia como trascendencia, esta línea de vivir la escisión entre los dos polos elementales de la vida humana: claridad/vigilia, sombra/sueño. Lo anterior conlleva la urgencia hacia un trascender del sujeto, de la cotidianidad, del dolor, del abismo, de la realidad como tiempo sucesivo, que es para nuestra filósofa española, un «abismarse en la vida, -que es- el abismarse de lo vivido –y su rescate-, el irse quedando el sujeto sin aquello que vive».

La estancia del sueño busca acoger una teoría de la acción=contemplación trascendente en el hombre, contenida en una finalidad, destino y acción poseyendo, por tanto, un carácter ético que reclama una metamorfosis en la persona en su proyecto de ser, en proyecto de cobrar experiencia en el sentido orteguiano de autognosis a través del sueño poético, ésta acción que viene a efectuar el poeta constituye la antesala de la creación personal que demanda el “despertar”. Este proceso requiere como apunta Zambrano: “la necesidad de contarse a sí mismo –desde el carácter confesional- su propia vida que el hombre padece; ello constituye el fundamento elemental, el a priori de todo historiar en sueños y en vigilia”. Mediante esta integración del sueño-vigilia, mediante esa línea intermedia entre ellas, «se crea el tiempo propio de la vida de la persona» que nace como un despertar trascendente desde el íntimo fondo de la persona.

Será pues esta teoría de la acción, en su máxima unidad una acción poética-creadora ya sea de una obra, y aun más de la persona en su unidad afectiva y necesaria para esta creación. En efecto, señala Zambrano: el sueño de la persona es, en principio, sueño creador que anuncia y exige el despertar trascendente que es “despertar con la palabra”, la palabra que nace en una realidad que exige su más pronta exploración. Pues a través de la palabra el sujeto se revela a sí mismo, se descubre existiendo, sintiendo, pensando en un acto de libertad, que es el camino de la “creación por la palabra”, creación poética y sus géneros de pensamiento revalorizados y actualizados por Zambrano. Y ella reclama desde su ser que experimenta el transtierro personal, pero sobre todo la hispanidad ontológica que nunca olvida, la raíz de donde puede nacer las categorías poéticas del vivir humano. En este punto se entrecruzan la recuperación de elementos genéricos de la tragedia, la literatura, la mística, la filosofía que se enlazan en torno a la idea de la creación por la palabra.

Finalmente, es posible darse cuenta de cuán diversos son los caminos y enlaces de tradiciones que vivifica, filosofa y poetiza en lengua española el pensamiento de María Zambrano, respecto a un camino en que el hombre refuerce su ser transhistórico en sus vínculos más profundos. En el que se fusionen la filosofía, la poesía y la religión como respuesta a nuestro modo de estar en la historia sacrificial, en el tiempo, en la vida misma que postula la intimación de una historia ética, un nuevo liberalismo realizable en el ejercicio de una “sociedad democrática”.

María Zambrano le otorga nombre a esa vida en folklore, es decir, a esa forma de vida y existencia anónima, dispersa y asistemática, proveyéndola de una genuina experiencia vital, fenomenológica, que es la «vida viviéndose» para hacer posible una experiencia de lo humano en que participe el sujeto y su pensamiento desde esta racionalidad poética en la apertura de nuevas experiencias originarias, transformadoras y creativas, enfocadas a la búsqueda de una región originaria, vital, personal, social e histórica.

Bibliografía

  1. Ortega Muñoz, Juan Fernando, Introducción al pensamiento de María Zambrano, FCE, México, 1994.
  2. Zambrano, María, El sueño creador, Universidad Veracruzana, Xalapa-Ver, México, 2010.
  3.                              -Los sueños y el tiempo, Siruela, Madríd, 1998.
  4.                                  –Los bienaventurados, Siruela, Madrid, 2004.

Notas

[1] Citado por Juan Fernando Ortega Muñoz en Introducción al pensamiento de María Zambrano, México, FCE, 1994, p. 87.
[2] La intensidad de este reproche epistemológico-existencial refiere a la urgente superación del solipsismo en la que se encuentra el hombre contemporáneo. Solipsismo es equivalente al abismo, al vacío, que introduce sus perímetros en el terreno nihilista, aunque propiamente la autora no distinga éste término como tal, pero sí sus fieles elementos que lo caracterizan. Así Zambrano desde el suspiro scheleriano intenta la rehabilitación de la extensión afectiva del hombre como vía por la cual se da la apertura originaria a la totalidad de lo real, enraizado en el sentir originario (compréndase éste último como la articulación de razón y corazón). Tales afirmaciones han llevado a pensar que Zambrano teorizará sobre un pensamiento de la crisis (como Sartre fabula en la Náusea como «una linda crisis que sacude de arriba a abajo». La Náusea que no abandona, que encarna el elemento sartreano en confirmar la penetrante existencia del ser y del mundo, y que al mismo tiempo produce el estrago de la indiferencia, al ser la náusea el propio yo) que intuye ampliamente la situación del hombre contemporáneo en el Universo, como el mortal que respira el valor de la nada en su existencia y experiencia abisal. Así, en el fondo-abismático, qué se busca, si no es por la esperanza del ascenso, de la iluminación que sirva de guía para concretar el movimiento de anábasis, ascensión. Si confrontamos la náusea-existencial en la cobertura sartreana con el vacío-existencial en la recepción zambraniana, tenemos una articulación conjunta a partir de la sensación náusica y la experiencia abisal en el momento en que se pierde la apariencia de “categoría abstracta” desentrañando así la raíz sujeta a la existencia.

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