Michel Foucault: La escritura de la transgresión

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Michel Foucault: La escritura de la transgresión

Reseña por Alberto Constante

 Michel Foucault De La Arqueología a la Biopolítica

Les Mots et les choses tiene un subtitulo deslumbrante: “Una arqueología de las ciencias humanas”. El prefacio, recuerdo, despliega la obra no como una historia que narra hechos, sino como una arqueología cuyos problemas de método se irán deshilvanando en una obra posterior: La arqueología del saber. Si nos vamos un poco atrás, advertimos que en La historia de la locura en la época clásica, Foucault ya plasmaba su práctica de la historia justo como una arqueología del saber. La arqueología se ocupa de las epistemes, en las que los conocimientos son abordados sin referirse a su valor racional o a su objetividad. En ese sentido, la arqueología no se ocupa de la enorme pléyade de conocimientos que pretenden una objetividad, y que sólo encuentran sentido en el presente de la ciencia.

La arqueología es una historia de las condiciones históricas de posibilidad del saber. Éstas, como dice Foucault, dependerían de la “experiencia desnuda del orden y de sus modos de ser”.[1] Entre los “códigos fundamentales de una cultura” y las teorías científicas y filosóficas que explican por qué hay un orden, existe para Foucault una “región intermedia” – “anterior a las palabras, a las percepciones y a los gestos que deben traducirla con mayor o menor exactitud […]; más sólida, más arcaica, menos dudosa, siempre más verdadera que las teorías”[2] – que fija, como experiencia del orden, las condiciones históricas de posibilidad de los saberes. La arqueología se propone analizar, precisamente, esta “experiencia desnuda” del orden.

Por qué digo todo esto? Porque estoy persuadido de que el libro que Luis E. Gómez ha coordinado, Michel Foucault, de la arqueología a la biopolítica,[3] es justo un articulado fundamentalmente arqueológico (aunque está lo genealógico, sin duda), lo señalo porque me parece que todos los textos están motivados por un movimiento del pensar que atiende a esa “región intermedia” en donde es posible advertir esa “experiencia desnuda” de ese orden al que se refiere Foucault y que habría en ellos mismos, latiendo, una de las formas de la transgresión.

En este ámbito, sólo quiero destacar algunos de los textos que me llamaron poderosamente la atención, y señalo esto porque no quiero desdeñar ninguno. Uno de ellos es el de Alan Arias, justo por la fuerza del análisis y de la tesis sostenida, polémica, esforzada, tan bien construida que casi me convence de esa filosofía de la vida que él lee en Foucault, pero que, como el mismo dice, es “escandalosamente tangencial”.[4]

Igual el diálogo imposible que logra Guillermo Pereyra entre Derrida y Foucault en su texto, aunque el escrito mismo es como el autor escribe: “un pensamiento de la huella, y la huella no tiene origen ni un fin, puesto que una huella es huella de otra huella”.[5] Me atrevo a señalar que eso es justo el territorio de la interpretación, el punto de inflexión desde donde podemos pensar y el autor lo logra de manera extrema, de forma provocativa y seductora. Y qué decir, del artículo de Maya Aguiluz, agudo, profundo, en el que aborda la cuestión de la “formación del sujeto” en los planos de la individuación y “el de la emergencia ética y política del sujeto-cuerpo”.[6]

Sin querer excluir a ninguno de los que aquí escriben, diría que en pocas ocasiones he podido asistir a una mostración de ese lado lúdico del pensamiento de Michel Foucault, un pensamiento que sigue siendo inmarcesible a las etiquetas, a las soluciones rápidas, a los entrejuegos, o a las líneas de fuga, como quería Deleuze. Sin embargo, me percato del carácter del Coloquio Internacional “Foucault veinticinco años después” que Luis E. Gómez tuvo a bien promover, pues el juego con el pensamiento de Michel Foucault, la puesta en escena en la que dio inicio ese Coloquio, y que hoy se vierte en este libro, estoy seguro que fue entendido como una “caja de herramientas”, al menos así lo señala el propio Luis al final de su introducción.[7]

Pienso que fue así porque los textos que ahí se presentaron y que ahora podemos leer en este libro, Michel Foucault. De la arqueología a la biopolítica, con mayores o menores correcciones, decantados por el paso del tiempo, mantienen ese espíritu.

Esto se evidencia cuando nos asomamos a los lenguajes con los que fueron escritos los textos, pues ellos nos dicen de inmediato que escribir en foucaultiano, es decir, que repetir las formas lingüísticas, las metonimias, los ripios, las fórmulas construidas, el lenguaje foucaultiano, en suma, no es garantía de una fidelidad teórica, sino, más bien, de las variadas formas de repetición en la que por desgracia se ha tornado su pensamiento. Al parecer esto nadie lo cuestiona, la academia es perversa en este sentido, justo porque ese lenguaje se institucionaliza, se legitima, queda canonizado y poco pensado, llegando a establecerse, como signo de un buen seguimiento, de rigor filosófico, la mímesis del lenguaje, sólo para reificarlo, al tiempo que queda relegado el sentido del lenguaje, dejándolo sin pensar. El texto de Luis E. Gómez, como otros más, es una forma contraria a esa soldificación del pensar de Foucault, se nos muestra como un precipitado contrapuntístico, porque éste es un escrito que está pensado desde los márgenes del lenguaje foucaultiano, se necesita haber comprendido en su amplitud a Foucault para poder hacer una biografía política de este pensador, y no caer en los lugares comunes, en la sobada división de su obra, por ello este texto es, no sólo arriesgado, sino transgresor de la medianía filosófica en la que se le ha colocado a Foucault.

Ángel Gabilondo ha escrito que el “llevar al límite las posibilidades de este pensar, implica un auténtico tomar la palabra en el que el análisis estricto del decir como discurso resulta insuficiente”.[8] Y esto es exactamente lo que leemos en este libro que hoy presentamos. Creo que no podía ser de otra manera. Pues como el mismo Foucault señaló: “[…] no se trata de construir un sistema sino un instrumento, una lógica propia a las relaciones de poder y a las luchas que se comprometen alrededor de ellas; – que esta búsqueda no puede hacerse más que poco a poco, a partir de una reflexión (necesariamente histórica en algunas de sus dimensiones) sobre situaciones dadas”.[9]

El libro Michel Foucault. De la arqueología a la biopolítica es exactamente eso, una estrategia, un instrumento, un centelleo, una lógica en la que se han vertido las luchas que se dan alrededor del poder. Este libro, sin más, es la exigencia de cómo alojar una palabra, un pensamiento, como si éstos no hicieran más que animar, por algún tiempo, un segmento sobre esta trama de posibilidades innumerables. Este libro, en lo que me gusta, me dice cómo es que se debe pensar con Foucault: hacer de la teoría una “caja de herramientas”.

Porque si bien el libro recorre una amplia gama de intereses como lo dice el título del mismo, De la arqueología a la biopolítica, me parece que también tiene que ver con el lugar de Foucault, es decir, con lo que nos dice hoy para pensar nuestro presente. Recuerdo que en el famoso encuentro internacional que se organizó en París en 1988, en memoria y como homenaje a Foucault, Cangüilhem señaló que había llegado el momento preciso en que la metodología instrumentada por Foucault, es decir, los análisis del discurso y del poder, así como la genealogía, y, sin lugar a dudas, la interpretación, tendrían que aplicarse a su propia obra. Con ello quedábamos emplazados a llevar a cabo una analítica del discurso sobre el discurso, o una genealogía de la genealogía foucaultiana.[10] Esto no fue más que una expresión de las muchas que se harían en el tiempo al querer descubrir al Foucault verdadero, real, así como establecer la constitución de tesis fuertes en torno al sentido general y definitorio de los escritos de Foucault. Pero la dificultad de definir el espacio de sus reflexiones, de situarlo en un esquema de pensamiento, de establecer cuáles eran esos juegos de verdad en los que el ser humano se piensa a sí mismo cuidándose y ocupándose de sí mismo y de los otros, del decir como zona de emergencia de una verdad posible o de una construcción teórica data este libro que recorre una franja enorme del pensamiento de Foucault: De la arqueología a la biopolítica. Esto sólo con leer los cuatro primeros artículos del libro, el de Luca Paltrinieri, el de Jean Francois Bert, el de Luis E. Gómez y el de Marco A. Jiménez. Todos ellos en esta tesitura, redoblando esfuerzos argumentales para interpretar ese pensamiento

Ya en la introducción que escribe Luis, señala ese conflicto, o más bien, la misma imposibilidad, porque el pensamiento de Foucault es sobre “lo no dicho”. Este libro es entonces un gesto que reconduce el esfuerzo de un pensamiento a sus límites y por ello testimonia las formas en que esa imposibilidad está presente y su problemática siempre abierta pues en el abanico de posibilidades, todos los trabajos ahí tramados, toman una ruta distinta, se conforman en líneas de abordaje tentativos, revisiones de un aparato conceptual siempre cambiante, y de posicionamientos frente a problemas contemporáneos. Quizá lo que nos enseña de inmediato este libro es a recelar de todo lo que se ha canonizado en torno a este pensador que resulta inclasificable.

En la clase del 7 de agosto de 1986, sobre “La cuestión práctica y los postulados de la microfísica del poder”, Deleuze hablaba de las luchas transversales, y con ello quiero ilustrar el proceso que veo y leo en este libro. Decía que en oposición a las luchas centralizadas aquéllas luchas carecen de representantes, nadie se hace representar, nadie puede decir “yo represento a estos”. Lo que captó Foucault cuando escribió Vigilar y castigar, “Captó algo al menos curioso a través de las prisiones: que las personas no paraban de hablar por los prisioneros, pero que los prisioneros nunca hablaban”,[11] Todo mundo hablaba sobre los prisioneros excepto ellos mismos. “Había una única persona, dice Deleuze, que no tenía derecho a hablar de la prisión: la que estaba o había estado en ella”.[12]

Este libro es como una voz que se multiplica, que se difracciona en múltiples líneas de fuga, aquí no hay una mirada, un gesto, o un sentido que marque el hilo conductor de los textos, no pretende una falsa unidad, una coherencia interna, diríamos que rompe con el estado de la representación soberana, pues no hay una voz que unifique, ni dé encadenamiento a todo lo que aquí se plasma, lo que leemos aquí son voces, cada una, como las de los prisioneros, que hablan desde su propia interpretación del mundo, sabedores de que lo dicho no es más que la expresión de un atravesamiento de procesos, “movimientos de fuerzas”; esos que de algún modo conocemos y que nos viabilizan a adoptar ese “rol del filósofo” del que hablaba Foucault, un rol que consiste en “ser, sin duda, el diagnosticador de estas fuerzas, diagnosticar la realidad”.[13] Es en este sentido como debemos celebrar este libro.

FICHA

Luis E. Gómez, Michel Foucault, de la arqueología a la biopolítica, Ed., El Lirio/UNAM, México, 2015

 

Notas

[1] Michel Foucault, Les Mots et les choses, Une archéologie des sciences humaines, Avec un dépliant Collection Bibliothèque des Sciences humaines, Gallimard, 1966, p. 13.
[2] Ibídem., p. 12.
[3] Luis E. Gómez, Michel Foucault, de la arqueología a la biopolítica, Ed., El Lirio/UNAM, México, 2015.
[4] Ibídem., p. 315.
[5] Ibídem., p. 366.
[6] Ibídem., p. 390.
[7] Ibídem., p. 28.
[8] Ángel Gabilondo, El discurso en acción. Foucault y una ontología del presente, Ed. Anthropos, Barcelona, 1990, p. 9.
[9] Michel Foucault “Poderes y Estrategias”. En: Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Alianza Ed., Madrid, 1985, p. 85.
[10] Cfr., José Luis Castilla Vallejo, Análisis del poder en Michel Foucault, Universidad de la Laguna, col., Estudios y Ensayos, La Laguna, Santa Cruz de Tenerife, 1999, p. 31.
[11] Gilles Deleuze, El poder, curso sobre Foucault, Ed. Cactus, Buenos Aires, 2014, p. 22.
[12] Ídem.
[13] Michel Foucault, Dit et écrits, (1954-1988), tome II: 1976-1988, Édition publiée sous la direction de Daniel Defert et François Ewald avec la collaboration de Jacques Lagrange, Collection Quarto, Gallimard, Paris, 2001 p. 573

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