Cultura porno: un crimen contra la ilusión

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Cultura porno: un crimen contra la ilusión

Nadie sabría decir si el sexo ha sido liberado o no,
si la tasa de goce sexual ha aumentado o no. Tanto en la
sexualidad como en el arte, la idea de progreso es absurda.
Por el contrario, la obscenidad y la transparencia progresan
ineluctablemente, justamente porque ya no pertenecen al orden
del deseo, sino al frenesí de la imagen.

Jean Baudrillard[1]

2.

Vemos a una joven sentada tímidamente en el sillón de una oficina o habitación de hotel; está contestando preguntas sobre su edad, nacionalidad, experiencia y gustos sexuales. Pronto el entrevistador le pide que se desnude, que se incline, que abra las piernas, se hacen acercamientos a sus pechos y órganos sexuales. Todo está siendo filmado con cámara de mano y se supone real. La entrevista —ahora sabemos que es para un papel como actriz porno— continua con acercamientos físicos. Le tocan los pechos, las nalgas; luego, sexo oral con la mirada de ella fija en la cámara. Penetración por atrás, acompañada de fuertes gemidos de ambas partes. Más felación y luego una penetración anal. Después de casi media hora de cambiar de posiciones y close-up a los genitales, él eyacula, generalmente sobre su cara o pechos. La sesión termina dándole las gracias y preguntándole si le ha gustado; la respuesta esperada es: “sí”. La cámara corta. No sabemos si ha conseguido el trabajo… Se trata de los famosos Castings X de Pierre Woodman, ex funcionario de policía francés, luego fotógrafo y realizador, que se volvió un éxito en el mundo de la pornografía gracias a la exitosa serie en la que exhibe sus sesiones de casting simulados. En ellos, chicas normales (secretarias, camareras, modelos, estudiantes), jóvenes y sin experiencia, la mayoría llegadas de la Europa del Este, son “entrevistadas” por el propio Woodman u otros actores. Las escenas en que se prueba sexualmente a nuevas o futuras actrices ante la cámara han convertido a este director ya maduro, obeso y semicalvo en una singular estrella de los performances eróticos registrados como reportajes auténticos.[2]

Posted by Marco Arte Futura Mariani

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Esta y otro tipo de escenas ya canónicas del cine pornográfico satisfacen la necesidad compulsiva del espectador de ver cada vez más, de maximizar el poder de su visión. Como en aquella historia de un sultán que, loco de deseo, después de desnudar a su mujer amada, le hizo arrancar la piel para poder desnudarla aún más.[3] Este gusto o necesidad de ver, aprehender, reproducir y desnudar todo coincide con la propuesta del pensador francés Jean Baudrillard (1929-2007). Sociólogo, crítico de la cultura, filósofo y fotógrafo, Baudrillard fue profesor en la Universidad de Nanterre durante el movimiento de Mayo del 68, articulista polémico en el periódico «Libération» y escritor de medio centenar de libros revulsivos como La economía política del signo (1972), Olvidar a Foucault (1977), De la seducción (1979), La Guerra del Golfo no ha tenido lugar (1991), La transparencia del mal (1990), El complot del arte (1997) y otros. Baudrillard parece un hombre decepcionado y simultáneamente amante de la cultura global a la que perteneció. A lo largo de sus textos encontramos la consideración de que los intentos técnicos, virtuales y científicos de ver, representar, conocer, poseer, explicar y predecir todo ha terminado por aceptar todos los sentidos como posibles, reproduciéndolos ya sin relación con la realidad. A ésta se le ha suplantado con simulacros que nos han llevan a vivir en una hiperrealidad, en la que no es que no exista lo real, por el contrario: se trata de un exceso de realidad.

2.2

Respecto a la pornografía, Baudrillard afirma que en ella ya no existe ningún encanto erótico. Para él, cuando el sexo ya no se opone a la represión ni a la moral, cuando no se desvanece en la sublimación, se está destruyendo toda la ilusión de lo sexual. Su propuesta nos habla de la imagen pornográfica como una potencia superlativa de la imagen que termina en un simulacro que oculta la realidad de lo erótico. Este proceso de ocultamiento de la realidad no sólo funciona en la imagen pornográfica sino en todos los campos de la cultura: política, economía, ciencia, arte, deporte. Así, en lo que sigue, nos dedicaremos a considerar cómo la representación se ha convertido en simulación, es decir, del hundimiento de la realidad en lo hiperreal, para después centrarnos en la pornografía como analogía de la cultura occidental a la que pertenecemos y como el ejemplo más logrado de un crimen a toda ilusión. Finalmente, se propondrá la seducción como alternativa a esta condición cultural.

 

El hundimiento de la realidad en la hiperrealidad

Pensemos en las representaciones de la opera de Beijín, bellos espectáculos que consisten en un arte escénico integral que fusiona el canto, la recitación, la actuación, la danza y las artes marciales. El maquillaje y el vestuario son algunos de los elementos característicos de la ópera de ese país. Con ellos se distingue claramente el carácter de los personajes, sean estos leales o arteros, bellos o feos, bondadosos o viles, honorables o humildes. Por ejemplo, la cara roja simboliza la fidelidad; una cara maquillada con el color violeta, la ingeniosidad y valerosidad; la negra, honestidad y franqueza; la blanca, astucia y crueldad; la azul, audacia y firmeza; la amarilla, ferocidad, y las caras maquilladas con colores dorado y plateado, por lo general representan a dioses, budas, imágenes irreales, entre otros.[4] Lo hermoso de la ópera de Beijín es su capacidad ilusionista: con un simple movimiento de dos cuerpos sobre una barca puede representarse y dar vida a un río en toda su extensión, dos cuerpos rozándose, evitándose, moviéndose uno junto al otro pueden representar en el escenario la presencia física de la oscuridad en que se libra un combate. Allí, la ilusión es total e intensa porque se remueve cualquier presencia realista de la noche y del río y porque sólo los cuerpos se hacen cargo de la ilusión natural.

En contraparte a representaciones de ese tipo y de la mano de los avances técnicos, la ilusión artística parece perderse ante el derroche de recursos y esfuerzos para llevar lo real a los espectáculos. Hoy se traerían a la escena toneladas de agua, se filmaría el duelo en infrarrojo, y se construirían escenografías a gran escala para simular un río. Baudrillard, conocido como “El gran sacerdote de la posmodernidad”, desarrolló interesantes ideas sobre el exterminio de la ilusión por un hiperrealismo en el que desparece la realidad, no porque ya no exista lo real sino porque está exacerbado. Cuando se apuesta por la perfección de la reproducción, por la alta fidelidad, en la que no queda fuera nada, en la que se pueda aprehender los más mínimos detalles, se está simulando lo real, recreándolo pero matando la ilusión y la seducción del juego de las apariencias. Como en aquella fábula de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, «Del rigor en la ciencia»,[5] en la que un emperador ordena a sus audaces cartógrafos un mapa que coincida puntualmente con el imperio hasta que logran destruir la diferencia entre el mapa y el territorio que producía el encanto de la abstracción. Con ese modelo de simulación se corre el riesgo de olvidar que algo real precedía al mapa y se empiece a vivir sobre él: sobre un desierto de lo real, en el que se liquidan todos los referentes y las apariencias entre lo real y el concepto se borran.[6]

Lola Sade, fotógrafa

Lola Sade, fotógrafa

 

Este proceso, conocido como microfísica de los simulacros, funciona en el pensamiento de Baudrillard como una metáfora en la que la potencia de lo superlativo impacta en todos los ámbitos de la sociedad. A través de la proliferación de las pantallas y de las imágenes, de los métodos de cálculo y medición milimétrica, de la producción artesanal a la re-producción en serie por las mejoras técnicas, está desapareciendo lo real bajo una tormenta de representación. La comunicación se vuelve más social que lo social, es lo hiperrelacional. La pintura es liberada de lo bello y lo feo, es más feo que lo feo, es kitsch; es más bello que la belleza, es un rostro ideal, un rostro quirúrgico. Más arte que el arte: transestética de la banalidad, de la insignificancia y la nulidad observable en la forma pura e indiferente del arte actual. La verdad no se opone a la falsedad, sino que es más verdadero que la verdad, es simulación. Lo real no se borra a favor de lo imaginario, sino a favor de lo más real que lo real: lo hiperreal.[7]

En ese orden de ideas, la pornografía se vuelve una de las concreciones más logradas de la simulación y del exterminio de la ilusión. Incluso el español Nacho Vidal, estrella masculina del porno, triunfador en la industria norteamericana, alguna vez dijo en una entrevista televisiva que su profesión “es irreal, es como vivir dentro de una pastelería”.[8] El sexo ya no se opone a la represión ni a la moral; el sexo no se desvanece en la sublimación, la represión o la moral sino que es invertido por lo pornográfico, se desvanece en lo más sexual que el sexo: el porno. Parece congruente, entonces, hablar de cierta hiperrealidad sexual.

Hiperrealidad sexual

Como Román Gubern rastrea en La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, las representaciones icónicas de los falos erectos y de prácticas sexuales existían ya en la cultura hindú, en la Grecia y la Roma paganas. Sin embargo, la reproductibilidad masiva e hiperrealista de la fotografía, y luego el cine, le da a las representaciones eróticas un estatuto sociológico cultural propio. No es lugar de este trabajo llevar a cabo una historia de la imagen pornográfica[9] con la cual podríamos notar la conquista paulatina de la imagen erótica en el cine, el tránsito del porno soft al hard, la despenalización o tolerancia del cine porno duro, la evolución y diversificación del género, así como el origen los subgéneros más extraños como el porno peluche con actores disfrazados de ositos o el Hollywood en triple X en que se toma el tema, el look y los personajes de alguna película o serie popular para trasladaros al cine para adultos. A pesar de las particularidades de la industria pornográfica, ésta presenta una previsibilidad de formas, rigideces y redundancias. Tanto es así que, el escritor americano Robert Rimmer redactó un catálogo o código de 25 convenciones o situaciones típicas canónicas del género heterosexual pornográfico, que continúa siendo dominante, aunque el sadomasoquista le sigue de cerca. El código propuesto incluye que el actor raramente eyacula dentro de la mujer, lo hace sobre sus pechos, labios o estómago; hay muy poca conversación entre el hombre y la mujer antes o durante el acto sexual; el preámbulo es muy limitado, el hombre es usualmente excitado por vía oral por la actriz y aunque él raramente lo hace con la vulva de ella, cuando la penetra ya está totalmente lubricada; la mayor parte de los actores han sido circuncidados; y las actrices raramente tienen los pechos caídos.[10]

Lola Sade, fotógrafa

Lola Sade, fotógrafa

El propio Gubern describe la imagen clásica de la pornografía de la siguiente manera, y hace responsable de la frecuencia de este modelo a la necesidad de ver cada vez más:

Es frecuente el encuadre del cuerpo frontal de la mujer copulando, ante el varón que la penetra desde atrás o desde debajo, registrado en plano general con el eje de la cámara oblicuo, para que su cuerpo se extienda en su máxima longitud, a lo largo de la diagonal de la pantalla. Y la no infrecuente mirada de la mujer al objetivo de la cámara ([rompiendo la cuarta pared y] transgrediendo con ello un código dominante en el cine narrativo tradicional) busca el efecto de complicidad con el espectador, para introducirlo psicológicamente en el espacio virtual de su escena. A veces esta interpelación al mirón va acompañada de una sonrisa, o de un movimiento provocador con la lengua. El efecto de la mirada se potencia eficazmente en las modelos de ojos claros, pues su excitación se hace patente en la dilatación de sus pupilas.[11]

Lola Sade, fotógrafa

Lola Sade, fotógrafa

Esta tendencia en la pornografía, con grandes orgías sexuales de mujeres y hombres cuyo interés primordial es el de copular largamente, muestran escenarios que parecen ser fiestas de las que estamos excluidos como humanos corrientes. Los grandes pechos casi “anormales” de las modelos, los prominentes falos de los actores, las interminables jornadas de sexo que no fatigan, llevan al ejercicio sexual a un frenesí ilimitado y a un consumo exacerbado del deseo y el goce. Pero no parece haber fantasía en la pornografía. A diferencia de las imágenes que engañan al ojo jugando con la perspectiva, los efectos ópticos y otras técnicas, para sustraer una dimensión a lo real, el porno, nos dice Baudrillard, añade una dimensión al espacio del sexo: lo hace más real que lo real sin incluir seducción alguna. Toda fantasía está eliminada del porno por el exceso de “realidad”, es hiperreal. En la pornografía todo es demasiado real, demasiado cercano para ser de verdad. Incluso, la generalización de la depilación de los pubis femeninos responde a una mejora de la visibilidad.[12]

Lola Sade, fotógrafa

Lola Sade, fotógrafa

A diferencia de la pornografía escrita, que permite imaginar, o mejor, que activa la imaginación del lector, la imagen pornografía icónica bloquea la imaginación del voyeur, sujeto a la imposición de lo imaginado y lo visualizado por otro.[13] El hiperrealismo en la pornografía tal vez no sea ya un voyerismo sexual sino uno de la representación y de su pérdida. Se puede comparar a la pornografía con los sistemas de grabación y reproducción de sonidos holofónicos en cuatro dimensiones: tres de espacio y una de tiempo. En salas idealmente acondicionadas es posible escuchar música “perfecta” de compositores como Bach y Mozart que, de entrada, no fue hecha para ser oída así. El porno es la cuadrafonía del sexo; reina en él una alucinación al detalle que añade dimensiones al acto sexual. Esta fascinación por la perfección técnica, por la “alta fidelidad”, no es exclusiva de la pornografía. Baudrillard la encuentra incluso en la ciencia:

La ciencia ya nos ha acostumbrado a esta microscopía, a este exceso de lo real con su detalle microscópico, a este voyerismo de la exactitud, del primer plano de las estructuras invisibles de la célula, a esta noción de una verdad inexorable que ya no se mide en absoluto con el juego de las apariencias y que sólo puede revelar la sofisticación de un aparato técnico. Fin del secreto.[14]

Posted by Marco Arte Futura Mariani

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En este momento podemos perfilar que la pornografía, dentro del pensamiento de Baudrillard, más que ser una postura moral, funciona como una gran analogía con la cultura en general en la que ya no existen las apariencias. La cultura porno será aquella que siempre apunta a lo real, en la que todo se exalta por lo concreto de producción o por lo concreto del placer y no ya de la ilusión. En la cultura porno persiste la ideología de lo concreto, de la factico, de una preeminencia del valor de uso, de la infraestructura material de las cosas, del cuerpo como infraestructura material del deseo. En la cultura porno todo se materializa bajo las especies más objetivas. Es, precisamente, la ilusión la que se ha asesinado a través de la proliferación de las imágenes, métodos de cálculo y medición cada vez más exactos.

2.8

Baudrillard comienza su libro El crimen perfecto así: “Esta es la historia de un crimen, del asesinato de la realidad. Y del exterminio de una ilusión, la ilusión vital, la ilusión radical del mundo. Lo real no desaparece en la ilusión, es la ilusión la que desaparece en la realidad integral”.[15] Tenemos que descifrar el mundo y aniquilar, por tanto, su ilusión primera. ¿Y porqué tenemos que descifrarlo, en lugar de dejar que irradie su ilusión como tal, en todo su esplendor? ¿Porqué tenemos también que buscar una verdad desnuda? Es como el intento pornográfico y obsceno de verlo, sentirlo y tocarlo todo, ya no existe ningún encanto erótico. Pero “existe algo más fuerte que la pasión: la ilusión. Existe algo más fuerte que el sexo o la felicidad: la pasión de la ilusión”.[16] Sólo la seducción puede rescatar a la ilusión: esa es la apuesta de Baudrillard.

2.9

Seducción contra producción

El propósito de nuestra cultura, con obscenidad como condición natural, busca que todo sea producido, que todo se lea, que todo suceda en lo real, en lo visible, en la eficacia; que todo se transcriba en relaciones de fuerza, en sistemas de conceptos, en energía computable; que todo sea dicho, acumulado, enumerado: como el sexo en el porno. Pero, por todas partes, la seducción se opone a la producción, ya que ella, la seducción, retira algo del orden de lo visible en vez de sumarle dimensiones. Bajo la lógica de circulación acelerada, se impone el imperativo sexual naturalizado «tienes un sexo, debes encontrar su buen uso». Bajo esa lógica, la sexualidad se vuelve un modo de producción y de circulación de cuerpos. Tenemos que ser productivos con el capital sexual, y también con el económico, social, político, psíquico; la razón instrumental invade todo.

Naturalmente lo porno, naturalmente el trato sexual no ejercen ninguna seducción. Son abyectos como la desnudez, abyectos como la verdad. Todo eso es la forma desencantada de la seducción, como el valor de uso es la forma desencantada de los objetos, como lo real en general es la forma abolida y desencantada del mundo,[17]

afirma Baudrillard. Sin embargo, existen lógicas seductoras que escapan de lo productivo.

Como sucede en la película El imperio de los sentidos[18] (1930), basada en un hecho ocurrido en Japón. El film cuenta la historia de una ex prostituta que ahora trabaja como parte de la servidumbre de un hotel. Conoce allí al propietario del hotel, casado con la ama, y muy activo sexualmente. Ambos se hacen amantes y buscan experimentar intensamente tanto en lo sexual como en muchas otras autocomplacencias. Al principio vemos a una pareja entregarse al goce del acto sexual dentro del orden de la producción, pero pronto se sumergen en una lógica distinta en la que el goce no es la finalidad. De la lógica del placer pasan a la lógica del desafío y de la muerte, a una lógica seductora y agónica. En la primera, la mujer no es más que el objeto del sexo, en la segunda ella se hace dueña del juego tanto que lleva a la muerte a su amante. Vemos que no hay que confundir la seducción con la sexualidad, a la que generalmente se le rebaja. Lo sexual es la forma reducida de seducción, expresada en términos energéticos de deseo. Pero la seducción es más fuerte que la producción. Es un proceso circular, reversible, de desafío, de muerte. Así, la propuesta de Baudrillard es buscar lo irónico, el juego, lo fatal, lo diabólico como estrategia y destino para esta cultura en la que las cosas son claras, para este mundo que está desnudo.

Bibliografía

  1. Jean Baudrillard, Cultura y simulacro, Kairós, Barcelona 2002.
  2. Jean Baudrillard, BAUDRILLARD, De la seducción, Cátedra, Madrid, 2007.
  3. Jean Baudrillard, El crimen perfecto, Anagrama, Barcelona, 2009.
  4. Jean Baudrillard, El otro por sí mismo, Anagrama, Barcelona, 1997.
  5. Jorge Luis Borges, “Del rigor en la ciencia” en Historia universal de la infamia, Alianza, Madrid, 1987.
  6. Nagisa Oshima, El imperio de los sentidos, Japón-Francia, Argos Films. Film. 1976
  7. Román Gubern, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, Anagrama, Barcelona, 2005.
  8. Robert H. Rimmer, The X-Rated Videotape Guide, Nueva York, Arlington House, 1984.

Notas

[1] Jean Baudrillard ,El otro por sí mismo. Barcelona, Anagrama, 1997.
[2] Román Gubern, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas. Barcelona, Anagrama, 2005, p. 55.
[3] Leyenda referida en Román Gubern, ídem, p. 56.
[4] Historia de la Opera de Beijing, China Radio International, http://espanol.cri.cn/chinaabc/chapter19/chapter190103.htm, consultado el 6 de marzo de 2016.
[5] Jorge Luis Borges, “Del rigor en la ciencia” en Historia universal de la infamia. Madrid, Alianza, 1987, p. 136.
[6] Jean Baudrillard, Cultura y simulacro. Barcelona, Kairós, 2002, p. 10.
[7] Básicamente, la propuesta de la microfísica de los simulacros es que todas las “mejoras” en la representación provocan: 1) La desaparición de la razón referencial con el mundo; 2) El ocultamiento o hundimiento de la realidad; y 3) Que vivamos en un mundo ya no real sino hiperreal. Se puede revisar más sobre ella en textos de Baudrillard como Cultura y simulacro, La transparencia del mal. Ensayos sobre los fenómenos externos, El crimen perfecto, entre otros.
[8] Román Gubern, ídem, p. 54.
[9] Recomendamos, sin embargo, a los interesados en el tema de la historia de los medios de comunicación, revisar el ya mencionado libro La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas de Gubern. En él se incluye una revisión de la imagen religiosa, la proletaria, la nazi y, finalmente, la imagen cruel.
[10] Robert H. Rimmer, The X-Rated Videotape Guide. Nueva York, ArlingtonHouse, 1984, p. 19.
[11] Román Gubern, ídem, p. 57.
[12] Pero también resulta legítimo considerar que los pubis depilados, que abundan en las pantallas, tienen el objetivo de estimular la fantasía masculina de estar con una menor de edad. Sin embargo, el resto de los rasgos de la mujer, como la cara y los pechos exageradamente grandes, apuntan más a que se trate de una mejora de la visibilidad del cuerpo de la mujer, de una optimización óptica.
[13] Román Gubern, ídem, p. 17.
[14] Jean Baudrillard, De la seducción. Madrid, Cátedra, 2007, p. 35.
[15] Jean Baudrillard, El crimen perfecto. Barcelona, Anagrama, 2009, p. 9.
[16] Jean Baudrillard, ídem, p. 18.
[17] Jean Baudrillard, De la seducción. Madrid, Cátedra, 2007, p. 46.
[18] El imperio de los sentidos. Nagisa Oshima. 1976; Japón-Francia: Argos Films. Film.

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