- Cotidiano escolar: regiones de frontera
La experiencia de analizar un campo tan complejo como el campo de lo cotidiano escolar nos incita a realizar un recorte en medio de tantas cosas interligadas y relacionadas, así como nos obliga a realizar un ejercicio de sensibilidad para captar algo que escape de las lógicas obsesivamente detallistas y preestablecidas sobre lo que es ese espacio nombrado cotidiano escolar. En una dirección distinta, nos posicionamos de manera más experimental, ya que pensamos que al habitar lo cotidiano experimentando la pluralidad de sus manifestaciones y modalidades configurativas, potencializamos lo que hay de más genuino en su (in)constitución – su diversidad de tramas, posibilidades y caminos; por lo tanto, nos inquieta un espacio que es, pero nos instiga aún más, aquello que está ilimitadamente siendo.
Este proceso revela una mirada diferente en relación al funcionamiento de dicho espacio. Vemos al cotidiano escolar como una región fronteriza en donde se manifiestan simultáneamente prácticas mayoritarias en educación y expresiones minoritarias de educación. Cuando resaltamos las expresiones es y siendo buscamos problematizar con esa concepción maniquea del mundo, de los espacios y de las cosas, y por eso, trazamos un paralelo con los conceptos de mayoridad y minoridad, intentando que el lector pueda comprender los procesos de coexistencia de ambos movimientos-conceptos. Mayor y menor no son proposiciones contrarias y opuestas, sino que son co-funcionales, es decir, cada cual se mueve en función de sus preocupaciones diferenciadas que son realizables, en el mejor de los casos, en consonancia transversal.[1]
En la obra Mil mesetas – capitalismo y esquizofrenia (en el ensayo Tratado de Nomadología),[2] Deleuze y Guattari ilustran esa interacción infinita a través de la relación Aparato de Estado y Máquina de guerra nómada; nos explican que la preocupación del Estado es conservar, funcionando por la soberanía; ésta, no obstante, se manifiesta cuando hay concretas posibilidades de apropiarse e incorporar aquello que es su blanco local. Paralelamente, la Máquina de guerra funciona de manera exterior, utiliza las herramientas de la guerra para la dispersión, para la descentralización de grupos y la disolución del poder. Es la difusión que se manifiesta en/por la conservación y vice-versa. Esas configuraciones, por lo tanto, no son independientes entre sí sino que son coexistentes y concurrentes, pues es por la fuerza abrupta de la disputa que ellas son potencialmente creadoras. Ya no hay juicio de valor, lo que hay son modos de funcionamiento disyuntivos-inclusivos.[3]
En ese sentido, podemos aproximarnos con menos juicios de valor al concepto menor en la obra de Deleuze y Guattari intitulada Kafka–por una literatura menor. Al comenzar la obra, afirman que solamente la expresión nos da el procedimiento, nos da las pistas sobre esta zona de convivencia del cotidiano: no hay cómo saber de antemano lo que son las cosas y cómo proceder frente a ellas, solamente por la fuerza contingente expresiva propia del cotidiano es que podemos proceder. Es decir, la educación mayor, conocida, instituida, que impone reglas y limites, que se preocupa como el Estado, por conservar, guiar y valorar, sólo existe porque paralelamente existen prácticas de fuga de una educación menor que se materializan exteriorizando esta presión interior de una mayoridad requerida. Y es justamente esta disputa-tensión que ocurre permanentemente en el cotidiano de la escuela[4].
Estar sensible al funcionamiento de esta circularidad es fundamental para que podamos experimentar políticas de resistencia a través de actuaciones pedagógicas, de forma que las potencialicemos cotidianamente. En este campo están expuestos variados sentimientos – el conflicto, el placer, el dolor, el desafío –, y por este motivo, apostamos en los movimientos autoformativos y autogestionables como las formas más claras de percibir el cotidiano en nosotros mismos. Si nosotros mismos somos un espacio siempre igual que retorna a cada instante diferentemente, ¿por qué no dejamos de lado el tener que pensar, experimentando la diversidad del cotidiano escolar que (nos) habita, cuando, de hecho, lo habitamos y nos localizamos en él? En cuanto a esto, recurrimos a Jorge Luis Borges en su cuento “Funes, el memorioso”:
Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero (…) Mi memoria, señor, es como vaciadero de basura.”
“Sospecho, sin embargo que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.[5]
Borges nos parece una de las figuras más emblemáticas en cuanto a los procesos singulares de auto-invención, por eso su presencia en este texto. En este fragmento, podemos observar su movimiento intensivo-creativo, la experiencia vivida de su escritura; podríamos intentar explicar los motivos que nos llevaron a elegir estos fragmentos del autor y no otros, pero no es posible hacerlo puesto que la singularidad de Borges está en su cotidianeidad-experimentativa en y de la escritura, y la multiplicidad reside en todo lo que cada uno puede hacer con sus escritos, es decir, este mismo escrito puede ser sentido/entendido/interpretado/requerido por diversas personas, en diferentes momentos, con diferentes intenciones. Esto es mezcla de cuerpos, esto es “Un” cotidiano. Ítalo Calvino en su obra Seis propuestas para el próximo milenio dice sobre Borges: – “Nace con Borges una literatura elevada al cuadrado y al mismo tiempo una literatura como extracción de la raíz cuadrada de sí misma: una ‘literatura potencial’ […]”[6] Esta potencia de la escritura de Borges, esta su potencia-múltiple es lo que nos hace recurrir a él y a su mundo cotidiano que retorna siempre diferentemente.
Pormenores, casi inmediatos: ¿habrá una mejor expresión para indicar el cotidiano escolar, región de fronteras, de encuentros y desencuentros, de llegadas y partidas? Más allá del pensar como generalización, nos importa pensar el cotidiano escolar como pormenores, casi inmediatos, como multiplicidad de temas menores, de aspectos menores, que, en su minoridad, producen los acontecimientos cotidianos. Nos importa pensar el cotidiano escolar como espacio-tiempo intensivo de los acontecimientos educativos, como posibilidad de resistencia y de creación.
- Mayoridad/minoridad en la lengua y en la lingüística
En uno de los ensayos del libro-continente-rizoma que es Mil mesetas, titulado 20 de noviembre de 1923 – Postulados de la Lingüística[7], Deleuze y Guattari hacen la desconstrucción de cuatro postulados básicos de la lingüística clásica, afirmando, a través de esta desconstrucción, la dimensión política del lenguaje.
El primer postulado que contradicen es aquél que afirma que el lenguaje sería informativo y comunicativo. Según ellos, el lenguaje es político: sirve para mandar y hacer obedecer, así como para desempeñar la propia obediencia. El lenguaje es siempre un tipo de “consigna”, que implica una relación de mando-obediencia. Ellos abren el ensayo con un ejemplo particularmente interesante, justamente, por buscarlo en la educación de los niños:
La maestra no se informa cuando pregunta al alumno, ni tampoco informa cuando enseña una regla de gramática o de cálculo. “Ensigna”, da órdenes, manda. Los mandamientos del profesor no son exteriores a lo que nos enseña. Y lo refuerzan. No derivan de significaciones primordiales, no son la consecuencia de informaciones: la orden siempre está basada en órdenes, por eso es redundancia. La máquina de enseñanza obligatoria no comunica informaciones, sino que impone al niño coordenadas semióticas con todas las bases duales de la gramática (masculino-femenino, singular-plural, sustantivo-verbo, sujeto de enunciado-sujeto de enunciación, etc.). La unidad elemental del lenguaje – el enunciado – es la consigna. Más que el sentido común, facultad que centralizaría las informaciones, hay que definir la abominable facultad que consiste en emitir, recibir y transmitir las consignas. El lenguaje ni siquiera está hecho para que se crea en él, sino para obedecer y hacer que se obedezca.[8]
La orden es la redundancia en la medida que no se sostiene en nada que no sea ella misma. Esta es la fórmula usada por Deleuze y Guattari para desechar la idea de que la función de la lengua es comunicar e informar, afirmando que su función real es política, es servir como instrumento de mando y de obediencia. Esto sobresale cuando ellos evidencian que la escuela, como máquina de enseñanza oficial, inserta al niño en el contexto de coordenadas semióticas pre-establecidas, en las cuales él está entrenado –ya sea para mandar u obedecer.
Pareciendo invertir la célebre proposición de Aristóteles, que afirmaba que nosotros humanos somos seres políticos porque somos portadores del lenguaje, Deleuze y Guattari afirman que el lenguaje es político, o mejor, que nosotros hablamos porque somos seres políticos. Hablamos porque vivimos permeados por relaciones de poder que, en la mayoría de las veces, son relaciones asimétricas, del tipo mando-obediencia. Así, la función-lenguaje es transmisión de consignas.
Por consignas Deleuze y Guattari entienden:
[…] la relación de cualquier palabra o enunciado con presupuestos implícitos, es decir, con actos de palabras que se realizan en el enunciado, y que solo pueden realizarse en él. Las consignas no remiten, pues, únicamente a los mandatos, sino a todos los actos que están ligados a enunciados por una “obligación social”. Y no hay enunciado que, directa o indirectamente, no presente este vínculo. Una pregunta, una promesa, son consignas. El lenguaje sólo puede definirse por el conjunto de consignas, presupuestos implícitos o actos de palabras, que están en curso en una lengua en un determinado momento.[9]
“La pragmática es una política de la lengua”, afirman Deleuze y Guattari.[10] Esto significa que los usos de la lengua definen una práctica política. Si una lengua es definida por sus constantes morfológicas, semánticas, sintácticas o fonológicas, los agenciamientos colectivos de enunciación son usos particulares de estas constantes según variables intrínsecas a una cierta enunciación. Es, por tanto, fundamental, el uso que se hace de la lengua.
La función-lenguaje es transmisión de consignas, y las consignas remiten a los agenciamientos, del mismo modo que los agenciamientos remiten a las transformaciones incorporales que constituyen las variables de la función. La lingüística no es nada al margen de la pragmática (semiótica o política) que define la efectuación de la condición del lenguaje y el uso de los elementos de la lengua.[11]
El segundo postulado a ser combatido es aquél que afirma que habría una máquina abstracta de la lengua que no recurriría a ningún factor extrínseco. Ese postulado es deconstruido a partir de un regreso a los filósofos estoicos, que mostraron que el lenguaje es del orden del acontecimiento, esto es, que él expresa transformaciones incorpóreas resultantes de las mezclas de cuerpos.
Deleuze ya había trabajado estas cuestiones en una obra del final de la década de 1960, Lógica del Sentido, cuya tesis básica es que el sentido es producido, construido en la paradoja y no algo que está definido de antemano y que puede ser conocido por una analítica del lenguaje. Deleuze señala que los estoicos distinguían dos especies de cosas: los cuerpos, que son extensiones, realidades físicas, y los acontecimientos, que son “incorporales”.
De manera un poco sintética y esquemática, podemos decir que los cuerpos se mezclan entre sí, produciendo estados de cosas. Pero las mezclas de cuerpos producen también acontecimientos incorporales. Para los estoicos, todos los cuerpos son causas y, por lo tanto, entre ellos no se producen relaciones de causa-efecto. Estas relaciones son siempre entre causas corporales y efectos incorporales, esto es, acontecimientos. Para decirlo de otra manera, las mezclas de cuerpos implican acontecimientos. Por no ser cosas, los acontecimientos no existen propiamente, pero subsisten o insisten. No son expresados por sustantivos o adjetivos sino por verbos, siendo el infinitivo su tiempo de conjugación.
Lo que interesa particularmente a Deleuze es que con este tipo de abordaje, los estoicos subvierten el platonismo al afirmar que lo incorporal, lo ideal, es resultado de una mezcla de cuerpos, es un efecto y no una causa, como había pensado el sabio griego. Lo que nos interesa es que Deleuze aplica esta lógica estoica a la lingüística: las palabras son cuerpos, cosas o estados de cosas. Pero el sentido es el efecto de la mezcla de los cuerpos: el sentido es del orden del acontecimiento. Por lo tanto, el sentido no es anterior al lenguaje, sino producido por la mezcla de las palabras y de sus estados. El sentido es imprevisible, por ser devenir. El sentido es resultado de los usos del lenguaje. En la formulación nietzscheana de Deleuze, los sentidos dan “efectos de superficie”, están en la “epidermis de las palabras”, no en la profundidad de los enunciados.
De ahí el sentido de la “fecha” para los estoicos, en la medida en que ella es la marca del acontecimiento en el tiempo, la delimitación en su efectuación. Observen que todos los ensayos que componen Mil mesetas están fechados en su título, precisamente para demarcar el acontecimiento que sirve como punto de partida para aquello que está pensado en cada ensayo. Es por eso, por ser del orden del acontecimiento, que el acto lingüístico es una intervención y no una representación: “Expresando el atributo no corporal, y atribuyéndolo al mismo tiempo al cuerpo, no se representa, no se refiere, en cierto sentido se interviene, y es un acto de lenguaje.”[12]
La contribución de la filosofía estoica lleva a una identificación de la naturaleza de los agenciamientos:
Según un primer eje, horizontal, un agenciamiento incluye dos segmentos, uno de contenido, otro de expresión. Por un lado es agenciamiento maquínico de cuerpos, de acciones y pasiones, mezcla de cuerpos que actúan unos obre los otros; por otro, agenciamiento colectivo de enunciación, de actos y de enunciados, transformaciones incorporales que se atribuyen a los cuerpos. Pero, según un eje vertical orientado, el agenciamento tiene por un lado partes territoriales o reterritorializadas, que lo estabilizan, y por otro, máximos de desterritorialización que lo arrastran.[13]
Esa ambivalencia de los agenciamientos ya fue abordada por Deleuze y Guattari en la obra que escribieron sobre Kafka, obra en la cual intentan demostrar que el trabajo de Kafka no se presta a un análisis psicoanalítico que estaba tan de moda en esa época, a mediados de los años setentas, sino que se abre para una producción de sentidos, en la medida en que es la expresión de una literatura menor, especie de agenciamiento colectivo de enunciación.
De este modo, hay como un pliegue de la lengua, que articula su adentro y su afuera: de un lado, la pragmática interna de la lengua, con sus propios factores; del otro, la pragmática externa de los factores no lingüísticos llevados al interior de la misma lengua, como los agenciamientos colectivos que marcan sus usos. Debido a esta dinámica, Deleuze y Guattari afirman que el modelo arborescente no logra pensar la pragmática lingüística: como veremos adelante, es necesario recurrir al rizoma.
El tercer postulado de la lingüística tomado por Deleuze y Guattari, afirma que habría constantes universales de la lengua que permitirían definirla como un sistema homogéneo. Según ellos tal postulado es falso ya que la homogeneidad existe cuando miramos a la lengua mayor, pero en la lengua menor lo que hay es heterogeneidad. No existe una sola lengua…
El problema es que somos llevados a pensar la lengua a través de un modelo arborescente que opera por ramificaciones. Deleuze y Guattari recuerdan los árboles chomskianos, que no nos dan absolutamente nada cuando los hacemos proliferar:
[…] cuando uno se esfuerza en hacer brotar los árboles chomskianos, y en romper el orden lineal, nada se ha avanzado verdaderamente, no se ha constituido un rizoma, en tanto que las componentes pragmáticas que marcan las rupturas se sitúen en lo más alto del árbol, o se eliminen en el momento de la derivación. En verdad, el problema más general concierne a la naturaleza de la máquina abstracta: no hay ninguna razón para ligar lo abstracto a lo universal o a lo constante, y para borrar la singularidad de las máquinas abstractas en tanto que están construidas en torno a variables y variaciones.[14]
Las lenguas están compuestas por variables, están atravesadas por variaciones. Estas variaciones, a su vez, operan de forma rizomática y no arborescente. Ellas no se ramifican jerárquicamente, ellas proliferan sin ningún control, atravesando y siendo atravesadas por múltiples variables, creando nuevas posibilidades. La referencia es la música: el tema y sus variaciones, y muchas veces, como en el jazz, el tema es la propia variación. Es lo que Deleuze y Guattari llaman de un cromatismo generalizado de la lengua: “son lenguas cromática muy próximas a una notación musical. Una lengua secreta no sólo tiene una cifra o un código oculto que sigue procediendo por constantes y forma un subsistema; también pone en estado de variación el sistema de las variables de la lengua pública.”[15]
Ellos llaman estilo a esta variación continua de la lengua. Los diferentes estilos de una misma lengua son proliferaciones rizomáticas que se producen y no paran de ser producidas por diferentes conexiones (y las conexiones son siempre acontecimientos, por lo tanto, del orden de lo imponderable). Un estilo no se inventa así, pura y simplemente. Un estilo surge como fruto de agenciamientos colectivos de enunciación, no es una mera creación psicológica individual. Como ejemplos, ellos citan a Kafka y Beckett, entre otros, escritores que estuvieron siempre en la frontera de las lenguas que utilizaron, que muchas veces eran bilingües, siendo su estilo el resultado de este mestizaje lingüístico.
El problema de la lingüística es su opción por operar en una especie de modo mayor, despreciando el cromatismo de las lenguas:
En general, la lingüística todavía no ha abandonado una especie de modo mayor, una especie de escala diatónica, un extraño gusto por las dominantes, las constantes y los universales. Entre tanto, todas las lenguas están en variación continua inmanente: ni sincronía ni diacronía, sino asincronía, cromatismo como estado variable y continuo de la lengua. A favor de una lingüística cromática, que dé al pragmatismo sus intensidades y valores.[16]
Contra este modo mayor de la lingüística, Deleuze y Guattari abogan por la posibilidad de un uso menor de la lengua, un uso revolucionario y de resistencia, que haga hablar a la lengua de otra manera. Hacer la lengua balbucear es producir variaciones infinitas que hacen que escape del modo mayor que la aprisiona. Esta perspectiva queda aún más clara en el ensayo solo de Deleuze (Balbució…), escrito un tiempo después y publicado en Crítica y Clínica. Acompañemos su raciocinio:
No se trata de una situación de bilingüismo o de multilingüismo. Cabe concebir que dos lenguas se mezclen, con pasos incesantes de una a otra: aun así cada una sigue siendo un sistema homogéneo en equilibrio, y la mezcla se hace en palabras. Pero no es así como proceden los grandes escritores, pese a que Kafka sea un checo que escribe en alemán, y Beckett, un irlandés que escribe (a menudo) en francés, etc. No mezclan dos lenguas, ni siquiera una lengua menor y una lengua mayor, pese a que muchos de ellos estén vinculados a unas minorías como al signo de su vocación. Lo que hacen es más bien inventar una utilización menor de la lengua mayor en las que se expresan por completo: minoran esa lengua, como en música, donde el modo menor designa combinaciones dinámicas en perpetuo desequilibrio. Son grandes las fuerzas a minorar: hacen huir la lengua, hacen que la enfile sobre una línea mágica, que se desequilibre continuamente, que se bifurque y varíe en cada uno de sus términos, siguiendo una incesante modulación. […] Es un extranjero en su propia lengua: no mezcla otra lengua con su lengua, talla en su lengua una lengua extranjera y que no preexiste.[17]
Hacer una lengua operar en un modo menor, minorar el uso de una lengua establecida es hacer un uso político de la lengua. En general, las minoridades son agenciamientos colectivos de enunciación, aunque sean frutos del trabajo de un escritor singular, como los ejemplos de Kafka y Beckett, ampliamente citados por Deleuze. Pero también podemos ver minoridades de la lengua en usos colectivos hechos por determinados grupos sociales que hacen balbucear la propia lengua, hacen funcionar nuevas posibilidades.
El cuarto y último postulado enfocado en el ensayo de Mil mesetas afirma que sólo es posible estudiar científicamente la lengua bajo las condiciones de una lengua mayor o padrón. Según ellos, esto es falso en la medida que toda lengua conlleva lenguas menores. La unidad de la lengua es política; es una forma de dominación:
Formar frases gramaticalmente correctas es, para el individuo normal, la condición previa a toda sumisión a las leyes sociales. Nadie puede ignorar la gramaticalidad, los que la ignoran dependen de instituciones especiales. La unidad de una lengua es fundamentalmente política. No hay lengua madre, sino toma de poder por una lengua dominante, que unas veces avanza sobre un amplio frente, y otras se abate simultáneamente sobre diversos centros.[18]
Si el uso mayor de la lengua, la afirmación de su unidad, es un acto de poder, hacer proliferar las minoridades lingüísticas (que Deleuze y Guattari llaman idiolectos) también lo es. Nos quedamos en un constante juego de poder, con afirmaciones y resistencias, reflujos y contra-flujos, que sólo hace proliferar los usos de la lengua. Así, los autores enfatizan que no se trata de dos tipos de lenguas, las mayores y las menores, sino que son dos abordajes posibles, dos usos o dos funciones de una misma lengua. Uso mayor y uso menor de la lengua se oponen y, a veces, entran en conflicto en el juego político; pero no son excluyentes. Una lengua solo puede ser mayor cuando se cristaliza en reglas y gramaticalidades, pero lo hace precisamente para regular e intentar impedir sus usos menores. Por otro lado, un devenir-menor de la lengua sólo es posible frente al ejercicio de su mayoridad: ellas no son mutuamente excluyentes.
El uso menor de la lengua se caracteriza por una doble tendencia: por un lado, operar una especie de “empobrecimiento” de la lengua, un agotamiento de la forma, una simplificación de la sintaxis; pero, por el otro, es este mismo “empobrecimiento” que potencializa las variaciones, los cambios, estableciendo un gusto por la sobrecarga.
Sustraer y poner en variación, suprimir y poner en variación, es una sola y misma operación. Las lenguas menores no se caracterizarían por una pobreza y una sobrecarga con relación a una lengua mayor o standart. Hay una sobriedad y una variación que son como un tratamiento menor de la lengua standart, un devenir menor de la lengua mayor. El problema no es el de la distinción entre lengua mayor y lengua menor, sino el de un devenir. La cuestión no es reterritorializarse en un dialecto o en un patois, sino desterritorializar la lengua mayor. Los negros americanos no oponen el black al english, sino que hacen con el americano, que es su propia lengua, un black-english.[19]
Podríamos decir lo mismo hoy en relación a la mezcla de dos lenguas en el territorio americano, el inglés y el español, que algunos han llamado spanglish. El mestizaje lleva a una desterritorialización tanto del inglés como del español, generando, por el uso absolutamente político de las dos lenguas, un devenir-menor del modelo inglés norteamericano. Y marca una diferencia, es otro devenir-minoritario, en relación al uso de la lengua por los negros. A continuación, los autores resaltan la no independencia de las lenguas menores:
Las lenguas menores no existen en sí mismas: sólo existen con relación a una lengua mayor, también son torsiones [invetissements] de esa lengua para que devenga menor. Cada uno debe encontrar la lengua menor, dialecto o más bien idiolecto, a partir de la cual convertirá en menor su propia lengua mayor. […] Uno es bilingüe o multilingüe en su propia lengua. Conquistar la lengua mayor para trazar en ella lenguas menores todavía desconocidas. Utilizar la lengua menor para hacer huir la lengua mayor. Un autor menor es aquél que es extranjero en su propia lengua. Si es bastardo, si se vive como bastardo, no es por combinación o mezcla de lenguas, sino más bien por sustracción y variación de la lengua suya, a fuerza de desplegar en ella tensores.[20]
Ser extranjero en su propia lengua: desde adentro de la lengua mayor, instrumento de poder y de la dominación, instaurar lenguas menores, devenires minoritarios de la lengua, estrategias de resistencia y contra-poderes. Lanzar nuevos datos sobre el tablero del juego político. Según Deleuze y Guattari, podemos distinguir la lengua mayor, las lenguas menores y los devenires minoritarios de la lengua mayor. Cado uno de estos elementos son diferentes aspectos, diferentes piezas en este juego político.
Si entendemos lo mayoritario, la lengua mayor, como estado de poder y de dominación, ella presupone la sistematización y el esquematismo, lucha para ser modelo y para mantenerse modelo. No obstante, en el ámbito de la lengua menor el juego es otro. El devenir minoritario es la potencia de creación que se contrapone a un orden establecido que ya no puede crear. Es por esto que la lengua mayor necesita de lenguas menores: para mantenerse en tanto tal, para estar viva, ella necesita estar atravesada por los devenires minoritarios, por los potenciales creativos. Es también por esta razón que no se puede hablar de un “devenir-mayor”: si lo mayoritario es el sistema homogéneo, entonces él ya lo es de antemano, no puede llegar a ser. Lo minoritario, por el contrario, precisamente no puede ser el sistema homogéneo, lo establecido, puede devenir, puede llegar a ser, puede crear y proliferar.
El devenir minoritario es, según Deleuze y Guattari, la autonomía:
Hay una figura universal de la consciencia minoritaria, como devenir de todo el mundo, y es ese devenir el que es la creación. Pero no se consigue adquiriendo la mayoría. Esa figura es precisamente la variación continua, como una amplitud que no cesa de desbordar por exceso y por defecto un umbral representativo del patrón mayoritario. Erigiendo la figura de una consciencia universal minoritaria, uno se dirige a las potencias de devenir que pertenecen a otro dominio que el del Poder y la Dominación. La variación continua constituye el devenir minoritario de todo el mundo, por oposición al Hecho mayoritario que es Alguien. El devenir minoritario como figura universal de la consciencia se llama autonomía. Por supuesto, no se deviene revolucionario utilizando una lengua menor como dialecto, haciendo regionalismo o ghetto; utilizando muchos elementos de minoría, conectándolos, conjugándolos, se inventa un devenir específico autónomo, imprevisto.[21]
En resumen, el devenir-revolucionario es molecular: opera en los pequeños estratos, en el ámbito de una microfísica del poder. La macrofísica, la política mayor, es del ámbito de la Dominación. Es imposible producir acciones políticas creativas y transformadoras en este ámbito, que es la esfera del Estado. Sin embargo, es posible oponer la resistencia dentro del propio corpus del Estado, como un virus que lo hace funcionar mal. Es así como es posible introducir virosis en la lengua mayor, hacerla balbucear, proliferando devenires menores de la lengua, lenguas menores. Poder mayúsculo que lucha para mantenerse; poderes minúsculos que le escapan todo el tiempo, proliferando diferencias y otras posibilidades.
La lengua es siempre instrumento de poder. Lengua mayor homogénea que opera por consignas; lenguas menores heterogéneas que balbucean, que hacen balbucear la lengua mayor. Política del Estado y políticas minoritarias, unas atravesando a las otras.
Mayoridad/minoridad en la política: aparato de Estado y máquina de guerra
Para abordar el tema “política” en las obras de Deleuze y Guattari, es necesario agregarle una s a dicha palabra – Políticas. Pensar la política, o mejor, políticas para estos autores es, ante todo, el proceso de experimentación del mundo a través de un bando, de una manada, de un pueblo, es pensar minorías.
Las minorías no se distinguen de las mayorías numéricamente. Una minoría puede ser más numerosa que una mayoría. Lo que define a la mayoría es un modelo al que hay que conformarse: por ejemplo, el Europeo medio, adulto, masculino, urbano… En cambio las minorías carecen de modelo, son un devenir, un proceso.[22]
Cuando se habla en política, la dificultad que tenemos de realizar este movimiento plural es precisamente porque entendemos la Política directamente relacionada con un modelo; el artículo definido la ya presupone este modelo que estará en la base de toda concepción identitaria-modelista que iguala hombres a estados de cosas. Vimos con Aristóteles[23] que el concepto clásico de política se define por ser ésta una ciencia responsable de la felicidad humana, dividiéndose en dos segmentos: el primero designado Ética, que sería responsable por la felicidad individual del hombre en la polis, y la segunda que es la Política propiamente dicha, responsable por la tan deseada felicidad colectiva de la misma polis. En este sentido, las preguntas que no cesan de aparecer son: ¿La política conseguiría realmente trazar un plano de felicidad común a todos a través de la investigación del funcionamiento de un Estado? ¿Qué sería entonces esta felicidad, ese bienestar común? ¿Cómo funcionaría?
Para Deleuze un pueblo se crea, se autogestiona, a través de sus encuentros con/ a través del arte, de los (des)encuentros de sus diferencias. Es decir, para él, esta política es arte, es por medio del arte que hay resistencia; no obstante, este pueblo no se ocupará del arte, al contrario es éste quien hará que el pueblo reencuentre algo perdido en el tiempo y en el espacio. En este sentido, el concepto de utopía, muy utilizado cuando nos referimos a la política (modelo), no es adecuado, pues no cesa de crear ilusiones (metafísicas) sobre un bienestar imposible de concretarse dadas las ricas y potentes diferencias vigentes. “La utopía es un mal concepto: más bien hay una “fabulación” común al pueblo y al arte.”[24]
Desde otra perspectiva, llevamos nuestras miradas, juntamente con Deleuze, hacia este pueblo-bando que se configuraría como una minoría creadora. El artículo indefinido entra en escena: Una política, o incluso, Políticas. Una minoría, según él, que hasta puede querer volverse mayoría a través de esos modelos, pero, aun cuando esto ocurra, no se pierde la potencia de esa minoridad anterior que es siempre perversión y creación. “El pueblo siempre es una minoría creadora que permanece como tal aun cuando alcance una mayoría: las dos cosas pueden coexistir, ya que no se experimentan en el mismo plano.”[25]
En la obra Diálogos, Deleuze elabora un capítulo que lleva por título precisamente Políticas, y ahí explícita tres grandes líneas que nos constituyen: la primera es la línea molar, que se caracteriza por su dirección única y su dureza, es una segmentaridad rígida, designa lo macro; la segunda es la línea molecular, que proporciona la flexibilidad, la movilidad, los flujos continuos, los umbrales, es el funcionamiento del micro; la última línea es de naturaleza totalmente distinta, la línea de fuga, traída desde los segmentos, pasando por los umbrales en dirección a lo desconocido; esta línea recorre el camino del alma, abstracta y simple, pero que por su expresión sinuosa se vuelve menos detectable. En cualquier caso lo cierto es que las tres líneas son inmanentes, están imbricadas unas en otras. Tenemos tantas líneas enmarañadas como una mano. “Somos tan complicados como una mano. Lo que nosotros denominamos de diversas maneras […] no tiene otro objeto que el estudio de estas líneas, en los grupos o en los individuos.”[26]
La primera línea (molar) comporta segmentos que explicitan el funcionamiento de sus agenciamientos.[27] Estos segmentos operan primero a través de máquinas binarias que funcionan dicotómicamente, desarrollan dispositivos de poder diferentes entre sí, y, finalmente, se relacionan a través de un plano organizativo consistente que objetiva, que busca trazar formas y desarrollos de los sujetos en sus inserciones formativas, es decir, esta línea está relacionada con el proceso de estabilización-armonización de cosas y personas en el espacio. Es la línea que constituye el Aparato de Estado.
Las otras líneas, por su parte, no proceden por medio de esta “ley” sino por umbrales, entrecruzamientos, construyendo devenires. Es la Máquina abstracta (nómada). Los planos en donde operan las distintas máquinas también difieren, aunque se mezclen: el primer plano es de consistencia y el segundo es de inmanencia. En este sentido, lo importante es resaltar que tales configuraciones aparentemente disyuntivas, en verdad son inclusivas, es decir, los planos están siempre siendo entrecortados y las máquinas metamorfoseándose. La operación a ser captada no es de un binarismo sino de una multiplicidad, los estados de cosas están en eterna coexistencia, conjunción; un Aparato de Estado no existe sin tener sus configuraciones puestas en jaque por la Máquina de Guerra, así como ésta no existe sin las capturas incesantes del Estado.
Nosotros no hablamos de un dualismo entre dos tipos de “cosas”, sino de una multiplicidad de dimensiones, de líneas, de direcciones en el seno de un agenciamiento. […] Ni hay deseo de revolución, ni deseo de poder, ni deseo de oprimir o de ser oprimido; revolución, opresión, poder, etc., son líneas componentes actuales de un agenciamiento dado. No que estas líneas preexistan, sino que trazan, se componen, inmanentes unas respecto a otras, enmarañadas unas en otras, al mismo tiempo que se crea el agenciamiento de deseo, con sus máquinas imbricadas y sus planos entrecortados.[28]
Estas tres líneas: la molar relacionada al sedentario, la molecular ligada al migrante y la de fuga diseñando al nómada, hacen que ya no encaremos la política a través de prismas fijos-molar-sedentario, molecular-movimiento o fugitivo-deslizante, sino a través de esos estados entrelazados en simultánea perpendicularidad, movimientos transversales que hacen que la mayoridad del Estado esté en eterna consonancia fronteriza con la minoridad de la Máquina de Guerra. Por este motivo, la política es una experimentación. “La política es una experimentación activa, puesto que nadie puede saber de antemano lo que va pasar con una línea. Hacer pasar la línea, dice el contable: sí, sí, de acuerdo, el problema está en que se la puede hacer pasar por cualquier parte.[29]
Según Deleuze, todas las problemáticas en Política nunca fueron de orden ideológico sino organizacional, es decir, siempre hay un modelo previo de organización política que dibuja este Aparato de Estado. Sin embargo, nos parece que la política de la cual nos habla Deleuze está más acá y más allá del Estado, está, ante todo, en los modos de comprensión y conjuración de esas líneas de fuerza, en cómo funcionan, se manifiestan y crean. Es exactamente por lo que hay de incontrolable en estas líneas que experimentaríamos Políticas genuinamente diferenciadas.
La obra titulada Las verdades nómadas & General Intellect, poder constituyente, comunismo, escrita por Guattari y Negri, trata de esos otros experimentos políticos, de cómo el problema del cual hablaba Deleuze más arriba, no es de orden exterior, ligado únicamente al Estado, sino potencialmente subjetiva y ligada a los bandos, a una colectividad.
A partir de ahora organizar significa sobre todo operar sobre sí mismo, en cuanto que colectividad singular, construir, reconstruir, continuamente esta comunidad en un proyecto multivalente de liberación. No en referencia a una ideología directriz, sino dentro de las articulaciones de lo real.[30]
Además, percibimos que lo que difiere son los mecanismos de funcionamiento del Estado y de la Máquina: mientras la preocupación del primero está en conservar, controlar y dividir-fragmentar espacios, en suma, territorializar, la segunda opera deslizándose por el espacio, dispersa, desterritorializando. Sin embargo, son los procesos de reterritorialización que caracterizan las modificaciones de ambas en sus relaciones. La Máquina de guerra se agarra de la disciplina para resistir indisciplinadamente contra las maniobras del Estado, mientras éste utiliza la soberanía para su necesaria retroalimentación con la primera. En resumen, el Estado solamente existe en tanto tal porque interioriza y se apropia de la Máquina, lo que hay ahí es una fagocitosis, en paralelo, la Máquina existe exteriorizándose en relación al aparato de Estado.
No basta con afirmar que la máquina es exterior al aparato, hay que llegar a pensar la máquina de guerra como algo que es una pura forma de exterioridad, mientras que el aparato de Estado constituye la forma de interioridad que habitualmente tomamos como modelo, o según la cual pensamos habitualmente.[31]
De este modo, hay la exterioridad (expresión y resistencia) como potencia de la Máquina de Guerra y la interioridad (control y soberanía) como potencia del Aparato de Estado. Esas dos potencias se encuentran coexistiendo, funcionando distintamente. El espacio del Estado es estriado (dividido, estratificado, controlado por sus facciones), el espacio de la Máquina de Guerra es liso, es el propio desierto, la estepa, en donde las bandadas se reúnen y viven-experimentan las fugas. Los guerreros, los agrupamientos nómadas no se desplazan como los migrantes ignorando los puntos por los cuales pasan, los nómadas hacen de sus propias tierras algo desterritorializado en el que todos los puntos son importantes, tienen relaciones y se comunican, es decir, el nomos – espacio nómada – se distingue de la polis – espacio del sedentario – porque el primero no es lugar de divisiones sino de deslizantes multiplicaciones, el espacio nómada es el espacio de frontera.
Al contrario de lo que es habitual pensar, el nómada tiene un territorio y a través de su caminar nunca ignora los puntos que existen subordinados a sus trayectos. Los puntos existen para ser abandonados, es decir, los puntos son, para los nómadas, alternancias que sirven de conexión de los caminos. Es fundamental entender que el espacio entre un punto y otro tiene una consistencia, autonomía y dirección muy propias; por esto, así como el rizoma, la vida nómada es intermezzo. El nómada es un ocupante sin-lugar, él se diferencia del migrante en función de esta condición, porque en tanto el migrante se desplaza de un punto a otro sin la preocupación de su localización, el nómada se mueve por una cuestión de consecuencia y necesidad de hecho.
Toda vez que confundimos la máquina de guerra con los fines del Estado dejamos de ver su exterioridad con relación a ese aparato burocrático y sedentario. La vida del guerrero es, en esencia, una vida nómada. Sus relaciones no se establecen de la misma forma que las de un hombre común; su vida está lejos de tener la seguridad de aquellos que ejercen profesiones sedentarias […][32]
Por tanto, pensar la relación mayoridad/minoridad en la política a partir de esas configuraciones, nos obliga a entender el cotidiano escolar como un espacio que es regido por leyes de este Estado mayor – que dice sobre sus configuraciones y funcionamientos-, pero también dibuja otras experiencias micropolíticas escapando-resistiendo a lo instituido. En este mismo cotidiano observamos las más variadas expresiones de sus líneas erráticas con sus fuerza-potencia nómada, presenciamos la experiencia fundamental de la política con y no de la política para. De esta manera, hay la “política experimentada” con subjetividades involucradas (minoridades) y hay también la “política anhelada” para sujetos e instituciones (mayoridades), las dos conviviendo en esta ilimitada circularidad que las hace distintamente singulares y simultáneamente plurales. Este es un desafío contemporáneo, el de saber vivir y experimentar la riqueza de los estados de coexistencia que dibujan mundos.
- Cotidiano escolar: heterotopías y prácticas de resistencia
Habiendo hecho el recorrido por la cuestión de la mayoridad/minoridad en la lengua y en la lingüística, así como en la política, estamos en condiciones de finalizar este texto con una exploración del cotidiano escolar como espacio de producción o de líneas de fuga, como espacio-tiempo de producción de prácticas de resistencia, de una educación menor, nómada, más allá de todo estriamento producido por el aparato de Estado que aprehende la educación en su mayoridad. Para ello, recurriremos al concepto foucaultiano de heterotopía.
No es raro que la educación sea vista como una especie de utopía. El termino utopía, el no-lugar, hace referencia a un espacio irreal, sin lugar, o todavía sin lugar. Foucault subrayó esto en una conferencia de 1967 para arquitectos, titulada Otros Espacios:
Tenemos en primer lugar las utopías. Las utopías son los lugares sin espacio real. Son los espacios que entablan con el espacio real una relación general de analogía directa o inversa. Se trata de la misma sociedad en su perfección máxima o la negación de la sociedad, pero, de todas suertes, utopías con espacios que son fundamental y esencialmente irreales.[33]
Si las utopías son espacios irreales, son usadas precisamente como instrumento político de crítica, como forma de mostrar que todo puede ser diferente, que otras realidades pueden ser construidas. Desde la planificación social de Platón, que tenía el sistema educacional como eje a partir del cual todo lo demás se estructuraba, esto parece haberse convertido en una constante en la teoría educacional. Los monjes medievales planificaban la vida en sus monasterios, para que ella fuera la vía de acceso a lo divino; en la modernidad, la lógica del poder disciplinar implicaba precisamente una planificación y racionalización del espacio escolar. Pero si hay algo que la escuela moderna no es en nuestros días es precisamente una utopía. La institución escolar moderna es absolutamente tópica, lugar instituido.
Para hablar de espacios distintos a los utópicos, pero presentes en todas las culturas, otros espacios de producción, de creación y de vida, Foucault acuñó el concepto de heterotopía. Y lo caracterizó, en la conferencia citada, de la siguiente manera:
Hay de igual modo, y probablemente en toda cultura, en toda civilización, espacios reales, espacios efectivos, espacios delineados por la sociedad misma, y que son una especie de contraespacios, una especie de utopías efectivamente verificadas en las que los espacios reales, todos los demás espacios reales que pueden hallarse en el seno de una cultura están a un tiempo representados, impugnados o invertidos, una suerte de espacios que están fuera de todos los espacios, aunque no obstante sea posible su localización. A tales espacios, puesto que son completamente distintos de todos los espacios de lo que son reflejo y alusión, los denominaré, por oposición a las utopías, heterotopías.[34]
En la búsqueda por comprender mejor la dinámica de estos lugares, Foucault los clasificó en dos tipos. Heterotopías de crisis (presentes en las sociedades primitivas): lugares reservados a situaciones especiales, como el de las mujeres después del parto o que están en su ciclo menstrual, para los adolescentes en ritos de pasaje, para los viejos. Pero aún en nuestros días ese tipo de espacios están presentes: los colegios exclusivamente para niños y niñas; el servicio militar para los varones; etc. El segundo tipo, más presente en las sociedades actuales, lo llamó heterotopías de desvío, de los cuales podemos citar como ejemplos las clínicas psiquiátricas y las casas de reposo.
Lo que hay en común entre estos dos tipos, son los lugares reservados para situaciones específicas. Un lugar para las mujeres después del parto, cuando no deberían encontrarse con hombres; un lugar para los adolescentes en su rito de pasaje para que se vuelvan guerreros; un lugar para el aprendizaje específico de los niños, otro para las niñas; y en el caso de las sociedades actuales, un lugar para tratar los locos o para que un individuo pueda sanarse del estrés cotidiano. Esas heterotopías son lugares de pasaje y no lugares de permanencia.
Foucault pensó en seis principios que definirían los lugares sociales clasificados como heterotopías:
- Ellas están presentes en todas las culturas;
- Cada heterotopía tiene su funcionamiento preciso en una sociedad determinada, pero él puede ser distinto en otra sociedad u otra cultura;
- Las heterotopías yuxtaponen, en un único lugar, varios espacios distintos incompatibles entre sí, esto es, la heterotopía es una multiplicidad;
- Las heterotopías implican un corte en el tiempo, como si se colocaran “fuera del tiempo” de una determinada sociedad;
- Ellas son a la vez aisladas y penetrables. Aisladas porque demarcan un lugar específico, no confundiéndose con su entorno; pero penetrables, puesto que están en interacción con las sociedades en las cuales se encuentran;
- Su función en relación al espacio restante es la de denunciar lo ilusorio de este espacio, al presentarse ella misma como ilusión, o para servir como compensación a ese espacio (lo que nos lleva a dos tipos específicos: las heterotopías de ilusión y las heterotopías de compensación).
La propuesta de este texto es de, en sentido contrario al movimiento de la educación y de la escuela moderna, utilizar ese concepto foucaultiano para pensar lo cotidiano escolar como otro espacio, otro lugar, en que otras relaciones sean posibles, en que la creación sea posible. No un local de permanencia sino un lugar de pasaje, entre-lugar. Considerar el cotidiano escolar como heterotopía, como otro lugar distinto de los espacios sociales, pero también como un lugar en relación a la escuela instituida, estableciendo relaciones otras, instituyentes. En otras palabras, considerar el cotidiano escolar como el entre-lugar de la educación mayor, aparato de Estado estratificante y segmentarizador y de la educación menor, máquina de guerra nómada, alisadora y productora de líneas de fuga.
Podemos pensar en la posibilidad de creación de heterotopías en lo tópico porque, como afirmó Foucault, las heterotopías son multiplicidades, y en esta medida, se yuxtaponen, en un único lugar, varios espacios distintos e incompatibles entre sí. Esto es, la creación de otros espacios de relaciones instituyentes y creativas en el espacio instituido (tópico). Como dijo Deleuze y Guattari, promover experiencias de desterritorialización en el territorio instituido, inventando líneas de fuga.
Si el topos de la escuela moderna es aquel del poder asimétrico, de normalización de los cuerpos por la disciplina y de la planificación social por la biopolítica, debemos atrevernos a la yuxtaposición de otros espacios, de un poder simétrico ejercido como juego, de relaciones experimentales y libertarias en donde el enseñar y el aprender sean aventuras del pensamiento. Yuxtaponer y transversalizar un espacio en que la relación pedagógica sea inventada en la simetría, por más que las posiciones de maestro y aprendiz sean asimétricas.
Son esas heterotopías en lo tópico que podemos llamar educación menor, nómada. Una educación menor es trinchera (o, para decirlo como Deleuze y Guattari, cubil, resultado de un devenir-animal), espacio de resistencia y no un programa. Posicionarse a la deriva, como barcos en aguas desconocidas. Y, en la repetición de estas experiencias, crear lo diferente. Contra un modelo moderno de escuela, agotado, pero insistentemente reformado, renovado por nuevas planificaciones, en que las relaciones hace mucho dejaron de ser políticas para volverse policiales y en que los muchos ojos de la disciplina y los muchos ojos mecánicos del control impiden la aventura y la errancia. Yuxtaponer, en el mismo espacio, la experiencia, la aventura, la política como la emergencia de lo inusitado en las relaciones.
El cotidiano escolar es el pliegue de la escuela, su adentro (educación mayor, aparato de Estado, utopía) y su afuera (educación menor, máquina de guerra, heterotopía). El cotidiano hace balbucear la lengua escolar; pone en marcha invenciones creativas en aquello que, en principio y por principio, no pasa de consignas[35], palabra del orden. Rencontramos aquí el devenir minoritario de la autonomía: el cotidiano escolar es el espacio de construcción de autonomía de profesores y estudiantes. Podemos enclaustrarnos en los estriamentos de la educación modelar y serial como aparato de Estado; pero también podemos oponer resistencia a este proceso, inventando heterotopías en el cotidiano escolar, espacios libertarios y autónomos en los pliegues del poder estratificado.
Como es un devenir minoritario, conforme subrayamos antes, con Deleuze y Guattari, la construcción de la autonomía como proyecto educativo no puede ser sino utopía, como fue el proyecto moderno. Pero utopía en su sentido negativo, como espacio inexistente, proyecto irrealizable. Querer producir la autonomía como mega-emprendimiento, como planificación, como educación mayor, es abogar por la heteronomía, por la proliferación de palabras de orden. La producción de la autonomía, en tanto devenir, en tanto proyecto minoritario, colectivo, pero producido por cada uno y “desde abajo”, está más inclinado hacia la heterotopía, esto es, hacia la invención de otros espacios en el contexto de los espacios instituidos, en que las relaciones libertarias y autónomas sean inventadas e instituidas, en contraposición a las consignas. El cotidiano escolar, como espacio-tiempo de una educación menor, región de frontera y de proliferación de las diferencias, es el espacio posible de creación de la autonomía como líneas de fuga. No un programa ni modelo, sino una constante invención de posibilidades que se multiplican.
Bibliografía
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- Aristóteles, Ética a Nicômacos, Ed. UnB, Brasília, 1992.
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- Gallo, Silvio, Acontecimento e resistência: educação menor no cotidiano da escola. In: Camargo, A.M.F.; Mariguela, M. (orgs.). Cotidiano Escolar – emergência e invenção, Jacintha Editores, Piracicaba, 2007.
- Guattari, Félix, Negri, Antonio, Las verdades nómadas & General Intellect, poder constituyente, comunismo, Ediciones Akal, Madrid, 1999.
- Schöpke, Regina, Por uma filosofia da diferença: Gilles Deleuze, o pensador nômade. Contraponto, Rio de Janeiro, Edusp, São Paulo, 2004.
- Vergnières, Solange, Ética e Política em Aristóteles – physis, ethos, nomos, Ed. Paulus, São Paulo, 1998.
- Zourabichvili, François, Le vocabulaire de Deleuze, Ellipses, Paris, 2003.
Notas
[1] Félix Guattari utiliza el concepto de transversalidad en el intento por sustituir el concepto de transferencia en la teoría psicoanalítica. Es decir, mientras que el primero se caracteriza por su movilidad y por derivar de una relación no localizable sino deslizante e intensiva, el segundo se realizaría de forma jerárquica, unitaria y localizable. En este sentido, consonancia transversal es una armonía intensiva, un acontecimiento en tanto mezcla de cuerpos que se efectúan sin que haya una pre-condición, un control, pura fuerza intensiva de atracción. Así se procesa el funcionamiento de un cotidiano escolar, singularidad y multiplicidad consonando transversalmente. Cf. Gilles Deleuze, Félix Guattari, Mil mesetas, trad. José Vázquez Pérez, Pretextos, Valencia, 2010, p. 29.
[2] Ibid, pp. 359-432.
[3] Entendemos a priori que toda relación disyuntiva es necesariamente de exclusión, no obstante, lo que Deleuze nos enseña es que hay una relación en la disyunción. En las palabras de Zourabichvili (2004) “[…] la no-relación se vuelve una relación” François Zourabichvili, Le vocabulaire de Deleuze, Ellipses, Paris, 2003, p. 100. A diferencia de la dialéctica hegeliana, en donde los términos se relacionaban a partir de la negación, lo que confirma la noción común de disyunción, Deleuze nos enseña que la disyunción es ella misma inclusa, las relaciones de los términos en cuestión se vuelven a la vez ilimitadas, no separables y desiguales a sí. El concepto de membra disjuncta reforzará/potencializará el concepto de Diferencia y Multiplicidad en las obras del autor.
[4] Respecto al tema educación mayor/educación menor, ver los textos de Silvio Gallo: Deleuze & a Educação. 2ª ed., Ed. Autêntica, Belo Horizonte, 2008 y Acontecimento e resistência: educação menor no cotidiano da escola in A.M.F Camargo, M. Mariguela (orgs.), Cotidiano Escolar – emergência e invenção, Jacintha Editores, Piracicaba, 2007.
[5] Cf. Jorge Luis Borges, Ficciones, Alianza , Madrid, 2002, pp. 131y135.
[6] Ítalo Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio, trad. Aurora Bernárdez y César Palma, Ed. Círculo de lectores, Barcelona, 2000, p. 58.
[7] Gilles Deleuze, Félix Guattari, Mil mesetas, trad. José Vázquez Pérez, Pretextos, Valencia, 2010, pp. 81-116.
[8] Ibid, p. 81-82.
[9] Ibid, p. 84.
[10] Ibid, p.87.
[11] Ibid, p.90.
[12] Ibid, p. 91.
[13] Ibid, p. 92.
[14] Ibid, p. 96.
[15] Ibid, p. 100.
[16] Ibid, p. 101.
[17] Ibid, p. 152-153.
[18] Ibid, p.104.
[19] Ibid, p. 107.
[20] Ibid, p. 107.
[21] Ibid, p. 108.
[22] Ibid, p. 271.
[23] Ver La Política y Ética a Nicômaco. Para un análisis profundo del tema, sugerimos Ética e Política em Aristóteles – phisis, ethos, nomos, de Solange Vergnières.
[24] Gilles Deleuze, Félix Guattari, Mil mesetas, trad. José Vázquez Pérez, Pretextos, Valencia, 2010, p. 272.
[25] Ibid, p. 271-272.
[26] Gilles Deleuze, Claire Parnet, Diálogos, trad. José Vázquez Pérez, Pretextos, Valencia, 2004, p. 142.
[27] El concepto de agenciamiento recorre toda la obra de Deleuze y es especialmente trabajado por él y Guattari en la obra Kafka por una literatura menor (1977). Este concepto se refiere a las instituciones fuertemente territorializadas y contiene dos segmentos: el contenido (agenciamiento maquínico de deseo) y expresión (agenciamiento colectivo de enunciación). Todo agenciamiento contiene estas líneas molares, pues son éstas las que caracterizan este funcionamiento territorial, pero también contiene líneas moleculares, de bordes o de fuga. Lo que es importante entender de un agenciamento es precisamente su multiplicidad, las metamorfosis por las cuales él pasa en un instante, sin realmente saberse cómo se procesa tal movimiento maquínico. “El dispositivo [agenciamiento] no sólo tiene dos caras. Por un lado es segmentario, él mismo se extiende a lo largo de muchos segmentos contiguos, o se divide en segmentos que son a su vez dispositivos [agenciamientos].” Gilles Deleuze, Félix Guattari, Kafka: Por una literatura menor, trad. Jorge Aguilar, Era, México, 1978, p. 123.
[28] Gilles Deleuze, Claire Parnet, Diálogos, trad. José Vázquez Pérez, Pretextos, Valencia, 2004, p. 150.
[29] Ibid, p. 156.
[30] Antonio Negri, Félix Guattari, Las verdades nómadas & General Intellect, poder constituyente, comunismo. Ediciones Akal, 1999. p.68.
[31] Gilles Deleuze, Félix Guattari, Mil mesetas, trad. José Vázquez Pérez, Pretextos, Valencia, 2010, p. 362.
[32] Regina Schöpke, Por uma filosofia da diferença: Gilles Deleuze, o pensador nômade. Rio de Janeiro: Contraponto, Edusp, São Paulo, 2004, p. 168.
[33] Michel Foucault, Otros Espacios, texto eletrónico, In
https://docs.google.com/document/d/1A9XHxF6IEx-usipxhs2iFcnlqoxPF1WL4ZquozbnG78/edit?pli=1 (doc. consultado el 01/04/2016), p. 2.
[34] Idem.
[35] N.T: la traducción del concepto de consigna de Deleuze y Guattari en portugués es palabra de orden, por eso el juego que el autor hace entre palabra de orden y palabra del orden.
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