Defendiendo lo “nacido en casa de uno”

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Defendiendo lo “nacido en casa de uno”

Análisis cultural de expresiones del habla cotidiana de los habitantes de una ciudad fronteriza

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“Who is to say that robbing a people of its
language is less violent than war?”[1]
(Ray Gwyn Smith)

No es fortuito parte del título de este trabajo, existe una conexión directa entre este y un sentimiento militante de defensa del que quiero hablar. Explicando una cuestión del lenguaje, intentaré desentrañar otra que, a mi ver, es apremiante que sea reconocida y estudiada. Si utilizamos algún diccionario calificado, el de la RAE siempre es buena alternativa, resulta que de la búsqueda de la palabra “vernáculo” obtenemos lo siguiente: “Dicho especialmente del idioma o lengua: Doméstico, nativo, de la casa o país propios”.[2] El remitente directo que tenemos para obtener el origen de esta palabra es vernilis, que llevado al español sorprendentemente nos conduce a la palabra “esclavo”. Pero, ¿con esto solo quiero mostrar que incipientemente puedo incluir en mis ensayos terminajos latinos? No, intento elaborar mediante esto una pertinente reflexión.

Este término es poseedor de una historia. Esta palabra que  indica “lo que se gesta dentro de la morada” o “lo que surge y es acogido en una vivienda”, prima facie resulta tener un duro contraste con su raíz si se ignora que en algún momento de la historia se utilizaba el término para hablar del esclavo que había “nacido en casa de uno”. Y, si se quita de enfrente la imagen del esclavo sometido y sumiso y, en vez de esto se piensa en la posibilidad del esclavo que servía con dignidad y era merecedor de afecto, es ya más sencillo entender los vínculos. Si lo vi nacer y crecer, si soy participe de su formación, es totalmente comprensible que sienta un impulso por protegerlo.

La palabra “vernáculo” pasa al uso común para señalar acontecimientos lingüísticos de las características que ya señalé. Las palabras, en el estado y forma que sean, también generan sentido de propiedad, pertenencia y afecto, son “esclavas” de la boca de todas las personas que tuvieron a bien convenir espontáneamente sus múltiples usos. En ocasiones, sin pensar concienzudamente en razones, se defiende por instinto lo de dentro de casa, lo que se gesta en la boca y emana de ella. Es por ello que hacer intentos por pretender que un pueblo abandone sus prácticas lingüísticas valoradas por ser suyas, genera un duro golpe de resistencia, si es que la única objeción fuera que se arrastra el lenguaje por los terrenos del “sucio” desfiguro. Quien es defensor a ultranza de los estatutos de la pureza y la “sanitización” lingüística, querrá que todo prevalezca sacrificando la inventiva, el cariño por el “producto” inventado, la economía del lenguaje que encuentra su origen en la necesidad por tener notas (aunque sean rudimentarias) de un idioma extranjero que funciona como moneda de cambio en este territorio.

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Primer acercamiento: un paneo general por la cultura de la frontera

Las expresiones cotidianas del lenguaje son una cuestión identitaria y fungen como un sello cultural en un determinado grupo social que convive en una geografía especifica. Desde un inicio hago hincapié en la cuestión geográfica porque es necesario concederle un papel preponderante al Norte. Muchos estudiosos de la cultura en nuestro país colmados de capital social e intelectual, han hecho evidente el aspecto de la importancia de las practicas lingüísticas cotidianas, ejemplo de esto son las serias investigaciones que se han hecho ad nauseam en torno al albur.

Recordemos que Alfonso Reyes, Octavio Paz y Salvador Novo colaboraron entusiastamente escribiendo rítmicos y sonoros prolegómenos a la tan conocida obra de culto titulada Picardía mexicana, escrita e ilustrada por Armando Jiménez Farías. Gabriel García Márquez aportaría a la discusión una visión fresca como “externo”, como “no mexicano” en su obra Tumbaburro de la picardía mexicana. Por su parte, Carlos Monsiváis, mostrando su veta como periodista, publicaría en la revista Proceso un no menos interesante artículo con esta misma temática que acertadamente tituló Albures y autoalbures. La vida es un camote, agarre su derecha (y asegúrese de su identidad nacional). Y es evidente que, para hacer mofa de mi persona, Monsiváis, al igual que yo, era dado a los títulos largos, solo que él si hacia un derroche de ingenio y sagacidad.

Pero, ¿por qué son importantes las prácticas lingüísticas regionalistas? Porque generan lazos de resistencia en un pueblo; porque mediante este recurso el pueblo tiene poder frente a los venidos de “fuera” y, tomando en cuenta que los de fuera, en ocasiones, pretenden venir a cambiar dinámicas de costumbres que resultan ser inofensivas para imponer las suyas a modo de normas morales, los de “fuera” caen en seria desventaja porque al intentar un acto comunicativo con los de dentro se dan cuenta de que el ruido lingüístico proveniente de la ignorancia de términos nativos los imposibilita a argüir a su favor. Cuestión que el de dentro aprovecha porque ladinamente puede obtener hasta ventaja material, y el de fuera ni tiempo tiene de “sentar sus reales” normativos con poco derecho y sin conocer la operatividad de una región.

El fenómeno del lenguaje popular al que le quiero dedicar estas páginas no ha sido objeto de exagerado escrutinio, como en el caso que ya traje a colación. No ha tenido los reflectores merecidos por varias razones, una de ellas es porque dicho fenómeno no se desarrolla en el centro o sur del país. Regiones donde per se, cobran importancia los hechos, ya que esta zona geográfica mexicana tiene el monopolio casi exclusivo de la relevancia cultural. No obstante, el albur y los pochismos (palabra que de ahora en adelante utilizaré para referirme al suceso que pretendo analizar) pueden tener en común que ambos son juegos del lenguaje que requieren de cierto nivel de inventiva, adaptación e ingenio, incluso encapsulan interesantes – y en ocasiones muy complicados – virajes semánticos.

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En un país donde todo opera de manera centralizada, el trabajo de índole intelectual serio también es parte de la lista de elementos centralizables y acompaña a cuestiones económicas, políticas, sociales, institucionales, etc. El norte es conocido como un territorio que se distingue por tener como característica central el nombre del río que lo baña, es Bravo, con mayúscula al principio. Esta tan lejos de los fenómenos “importantes” que este territorio – mi territorio – no tiene autoridad “legitima” ni en asuntos culturales, ni en casi ningún otro. Esta zona geográfica fronteriza ha sido visualizada como un agujero vergonzoso en donde se fraguan los más densos conflictos binacionales: tráficos de armas, cruce ilegal de estupefacientes, trata de blancas y otros conflictos sociales de los que da cuenta la prensa local, nacional e internacional.

Pero, salvaguardando la alegoría del “agujero” y retirando el uso tendencioso o peyorativo, me es posible mencionar que un sitio como estos – y me estoy refiriendo indistintamente al agujero y a la zona fronteriza – resulta ser una cavidad que se construye con el fin de atravesar de un lado a otro para, momentáneamente, “resguardar” algo. Si el agujero es múltiple y profundo, transitan de manera oculta y discreta muchos elementos, de todas índoles (legales, ilegales, buenos, malos, originales, adaptados, modificados, etc.). Si la alegoría propuesta no resulta oportuna, entonces pensemos: ¿a poco no nuestra ciudad, nuestro apreciado “hoyo”, no resguarda temporalmente una suma considerable de migrantes al año? Y, así como en la tierra transitan hormigas y una gran variedad de insectos que cumplen con funciones específicas para esa tierra, las manifestaciones lingüísticas y culturales, que no siempre son bien aceptadas o valoradas, cumplen también con funciones específicas de la tierra.

Es un mero lugar de transición, Ciudad Juárez no es enteramente México, en tanto que El Paso, Texas no es enteramente Estados Unidos. Son espacios culturalmente invisibilizados porque la “mexicanidad” no se manifiesta dentro de los lindes del cliché del tequila, el charro, las colosales pirámides o la comida exótica hecha a base de algún tipo de insecto. Este territorio es presa de otros clichés y mitos, muchos de estos encierran un ápice de verdad, otros no tanto: Los de “fuera” aseguran que toda mi ciudad es enteramente bilingüe, porque la frontera tiene un halo cuasi mágico a través del cual, por el solo hecho de escuchar a los “gabachos”,[3] ya se nos “pegó” el inglés con todo y acento. Y siguiendo con esta cuestión del idioma, ellos aseguran que no necesitamos cursos de inglés de alguna institución educativa, baste con sintonizar desde la primera infancia los canales en inglés que – por motivos de cercanía – tenemos a nuestro servicio gratuitamente por la televisión abierta. Se atreven a decir que cometemos hazañas tan chuscas como las siguientes: “Los niños de Juárez no van al kínder, se quedan en sus casas aprendiendo inglés viendo Plaza Sésamo en la tele”. Graciosas falacias de la generalidad que cometen, mismas que se extienden y se repiten hasta alcanzar los niveles de leyenda.

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Este asombroso sincretismo del lenguaje que, como anteriormente vimos, se ha llegado a convertir en leyenda, se vive exactamente con la misma intensidad en el ámbito culinario. Es asombrosa la adaptación que la hamburguesa americana y las enchiladas mexicanas, respectivamente, pueden lograr en cada una de las ciudades fronterizas. Por el momento, solo discutiré el caso del platillo norteamericano. Una hamburguesa juarense, proveniente de algún puesto de la calle de un sector de mucha afluencia, puede tener carne al pastor y, sin caer en el exceso ni en la mentira, puede llegar a tener también las regionalmente famosas “colitas de pavo”. Que no es más que la cola y otros restos de piel del guajolote freídas en aceite, uno de los más representativos encantos gastronómicos de este lugar. Dicha hamburguesa tiene el pan tradicional de ajonjolí, queso americano, la carne tradicional, pero… también lleva colitas de pavo, aguacate y mucho chile. Panorama adverso y poco deseable para un norteamericano fundamentalista con sus tradiciones y su comida, mismo que tal vez podría pensar que lo menos que desea tener en su boca es el rabo de un animal (a quienes estén leyendo esto, les ruego no me acusen por falta de seriedad o de argumentación lacónica, recuerden que el humor resulta ser también un arma dialéctica).

Extrapolando parte de este sincretismo sui generis de la gastronomía, mostraré la mecánica de un pochismo. Tomaré un ejemplo asequible y popular, la palabra “yonke”. Que no se entienda otra cosa por yonke más que lo que al centro y sur de la región tienen por costumbre denominar “deshuesadero”, lugares donde se acumulan automóviles inservibles para el uso diario, pero que pueden ser empleados como materia prima de otros autos a modo de refacciones. ¿Cuál es la parte proporcional de esta palabra que atiende a una voz extranjera? ¿Cuál es el “pan y la carne tradicional” de la hamburguesa? La palabra “base” de este pochismo es junk, que podemos traducirla básicamente como “desecho” o “basura”. Ahora bien, la parte proporcional de adaptación vernácula juarense es, evidentemente, el cambio de “j” por “y”, mismo que reafirma un rasgo distintivo de nuestra entonación: la exagerada fuerza y contundencia a la hora de emitir consonantes. También no puedo olvidar mencionar que utilizamos la palabra y como aportación original pedimos prestada una “e” para el final.

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La suavidad y la moderación de la “j” no puede más que ceder ante la necesidad de expresión de fuerza y poderío que si esta en condición de brindar la “y”. Y esto refleja una cuestión que también puede ser efectiva en el carácter: muchos de los americanos  (gabachos) pasan ante una la mayoría de los juarenses como ilusos, inocentones, delicados, cándidos o bobos. Reiteradas expresiones anímicas y actitudinales de la fonética de una “j”. En tanto que casi todos los sujetos juarenses quieren tomarle la delantera a los “güeros”, ser “truchas”, “verles la cara nomas por diversión”, llegan al extremo de pedirles que repitan tal o cual palabra complicada de raíz indígena como Tezcatlipoca, con la finalidad de reírse con su enredo y su imposibilidad lingüística, los americanos sin pena aceptan el reto.

Cosa que no suele pasar con el juarense, tienen mucho pudor de “pronunciar mal” de hablar el inglés “bien mexicanote”, trabajan  en lo privado para borrar de lleno el acento. El acento los separa, según ellos, de su máxima aspiración: Llegar con el inglés íntegro para el examen de la ciudadanía y tener “los buenos papeles”. Se niegan, se avergüenzan de sus gustos y de su habla, quieren ser del que se burlan. Pero cuando les llegan los “papers”, en cuanto pueden, “cruzan el puente” para venirse a comer una torta de “colitas” con una coca de botella porque “la coca de plástico del chuco no sabe igual”.

Para terminar el análisis de esta palabra quiero comentar el caso de la “e” al final, misma que provino de nuestro intento por sacar a flote la interpretación y estudio de la palabra yonke. La cultura juarense reutiliza. Lo hace por economía o por encontrarle una especie de fascinación al objeto “de segunda”, pues esta pueda ser una perfecta oportunidad para seguir practicando y refinando sus formas de apropiación, para lo cual usan por guía su personalidad, su gusto y su necesidad. ¿Qué se entiende por segunda? ¿A qué se refieren cuando dicen “vamos a una segunda”? La historia de este término podría explicar muchas cosas, acerca de esto empezaré diciendo que también es un concepto “adaptado” que toma forma de la expresión americana second hand. Dicha expresión se refiere a las tiendas que los sectores populares frecuentan, donde se venden diversos artículos como ropa, zapatos o electrodomésticos que están en condiciones de ser utilizados por segunda o – en peligro – tercera ocasión. En mi ciudad las tiendas de segunda no son negocios formales establecidos, son bazares callejeros que tienen enorme popularidad. Se establecen a lo largo y ancho de las avenidas populares y ocupan cuadras enteras. Las personas destinan las tardes de su fin de semana y al menos una pequeña parte de su presupuesto semanal “para llevar algo que gastar en la segunda”. La gente de mi ciudad, es “segundera” en más de un aspecto; si volvemos a lo culinario, las colitas de pavo a las que se les rinde culto no son más que las sobras del animal que se sazona y se adapta. No dudo que otras culturas solo tengan en mente destinarle a estos restos un lugar, pero no en su corpus alimenticio, sino solo en la basura.

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Está también el tan sonado caso de las “rutas” o “ruteras”, nombre que recibió desde hace más de 40 años el transporte público juarense, debido a que sus distintivos son el color “chillón” del cual está pintado y la palabra “RUTA”, seguida del número del camino programático que va a tomar. Esta palabra se pinta de color negro y en tamaño grande en la parte delantera superior de la unidad, pues la parte trasera inferior no se encuentra libre de algún gráfico o leyenda. Aquí, con pintura blanca en la defensa o en el cristal de la puerta se pueden leer cosas como las siguientes: “Tu envidia me bendice”, “Tan bonito para qué”, “No hay pa más”, entre otras. A mi modo de ver, el caso de las “rutas” es merecedor de un escrutinio estético aparte, la característica que si tiene roce directo con el doble uso y la adaptación es que estas grandes y torpes estructuras de cuatro llantas son procedentes del transporte escolar de las elementary school de ciudades norteamericanas aledañas que fueron sustituidas por modelos más recientes. Las rutas de más moderno modelo que circulan por la ciudad provienen – desde luego ya usadas – del centro o del sur del país.

Existe un claro ejemplo de “adaptación para el segundo uso”, y es que muchas personas que no pertenecen a esta ciudad se llegan a preguntar la manera en la cuál con un presupuesto pequeño los oriundos de la frontera pueden adquirir automóviles o, más bien, “carros”, con corrección así se les dice en esta localidad. El trabajo formal de mucha gente de esta comunidad es asistir a los remates de coches a manera de subasta que se llevan a cabo en ciudades norteamericanas vecinas. Muchas de estas subastas las lleva a cabo el gobierno norteamericano con el fin de deshacerse de cientos de coches incautados o rescatados, de allí que se pregunte a la hora de adquirir uno: ¿El carro es “salvich”?. Salvage, rescatado. Los coches cruzan la frontera, se regularizan gubernamentalmente para su uso, se arreglan y modifican para al final encontrarles un nuevo dueño.

Lo mismo que sucede con “las colitas de pavo”, con las “rutas”, con las “segundas” y con los “salvich”, sucede con la letra “e” de la palabra “yonke”. Los oriundos de Juárez adquieren cosas que ya fueron utilizadas, pero no permanecen tal cual, estas adquieren un halo de novedad cuando se las apropian: a la blusa que compran en la segunda le hacen ajustes y al carro salvich lo pintan del color de su gusto, le cambian partes para exagerar el diseño o de lleno lo “alteran”, lo “tunean”. [4]  Exactamente lo mismo sucedió con la “e” al final de la palabra yonke. A los juarenses les da por “tunear” las palabras. Extrapolamos nuestras prácticas locales cotidianas al lenguaje; tomamos elementos norteamericanos y, sin vergüenza ni actitud de humillados, le compramos al “gringo” sus migajas, lo que ya no quiere y ya no usa, pues él si tiene la oportunidad de estarse modernizando y “poniéndose al corriente” en cuestión de objetos materiales y artilugios. La mayoría de los juarenses toman la decisión de adoptar la más práctica de las posturas ante esto: “si compro “usado” no me importa, no es para presumirlo, es precisamente para usarlo”.

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Puede haber varias motivaciones para llevar a cabo estos hechos, y con esto me refiero a las transacciones de artículos y a las lingüísticas, solo me quedaré con la siguiente: El juarense toma del americano lo que ya no le sirve, sin pudor de estar recibiendo lo que queda, él sabe que le dará un muy honorable uso, “haciéndolo a su modo” demuestra que mientras el americano indiscriminadamente y sin apego cambia y desperdicia, el Juarense valora, se esfuerza y dignifica las “sobras”, eleva los restos por medio del acto creativo del rediseño y la adaptación. He aquí un motivo fuerte para aumentarle una “e” a una palabra.

Las expresiones culturales del desierto se aparejan al color de su arena, de sus médanos: Sencilla, liviana, dinámica y de rítmicos fluidos. La parquedad de las expresiones culturales, paisajísticas y estéticas del norte pueden desmerecer ante el aparatoso escenario del centro y sur: el albur frente al pochismo, la caducifolia frente a la cactácea o las quesadillas de huitlacoche frente a los “burritos de verde”.  Se puede llegar a pensar que en la comparación, el norte no sale bien librado, no obstante hay cualidades que en ambos casos son dignas de ser reconocidas. Diré que la sencillez y la simpleza no son una y la misma cosa. Al menos, bajo mi entendimiento, hay una diferencia de grado. La simpleza no exige, vive incompleta esperando que algo llegue a animarla, a dotarla de sentido. En tanto que la sencillez no da tregua, para ella se requieren los más altos estándares de sobriedad, geometría, frugalidad y mesura.

Y ¿Cómo se ve la ciudad? ¿es cierto que la ciudad es gris? El color marrón en su expresión más tenue y ligera y el gris recargado son la combinación de colores que se acompañan si se viaja por “la Panamericana” y se encuentra atravesando el Desierto de Samalayuca, que no podía ser más adecuado anuncio de que a Juárez se está por llegar. El marrón ligero, producto de la acumulación de milimétricos granos de tierra que recienten los movimientos del viento agresivo, también característico de la región, combinación que resulta ser ingeniosa si se toma en cuenta la manera en como el viento le dibuja franjas interminables a los kilómetros de desierto abierto. Llegas a la puerta de la ciudad, te topas a un Benito Juárez que apunta don el dedo índice la dichosa “zona de progreso”, y se es testigo de que las arenas lechosas se perdieron completamente. Ya por entero la ciudad va a estar cubierta del gris, o más bien de muchos grises de asfalto, de casas solas o de cuadrados y enormes edificios muy concurridos: Las “maquilas”.

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La dinámica social de las maquiladoras ha dado lugar a mucha o gran parte del slang al que hoy le ando siguiendo el rastro. Allí se dan citas personas de todos lugares que fomentan la actitud sincrética que es la génesis de la original mezcla: orientales que ocupan puestos claves directivos y de mando creativo en estas empresas; americanos y europeos que en ocasiones solo por un tiempo definido llegan a la ciudad y se insertan con miedo a la dinámica urbana; personas del sur y del centro del país que llegaron aquí desde hace ya algunos años motivados por las historias que les contaban amigos y familiares, mismos que aseguraban que en esta ciudad “se puede levantar del piso con escoba y recogedor los dólares” debido a la bonanza económica; personas de alguna otra zona del país que, fue deportada y repatriada y que se negó a regresar – por vergüenza o por desición propia – a su lugar de origen.

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Los trabajadores de la “maquila”, desde el obrero que se encuentra “al final de la línea” hasta el ingeniero especializado en sofisticados sistemas de operación, están igual de alienados, la única diferencia es el sueldo que obtienen. Tres cuartas partes de su día permanecen en ese lugar de sonidos peculiares y estridentes provenientes de cortadoras, ensambladoras, tornos, perforadoras, hornos o máquinas de coser. Enormes cubos grises que dan cabida a miles de sujetos que mueven las manos de manera veloz teniendo en mente la esperanza de “ganarse el bono de producción en la quincena” o poder obtener un cambio de línea de producción. Una sola actividad es repetida por todos en unísono, si el ritmo se pierde ha de ser porque un instrumentista ejecuta a destiempo, igual que en las orquestas.

Debo salvaguardar algo presente en Paz y en Ramos, que si no lo hago en este momento de análisis cultural, no podré volver a esto más adelante. ¿Todos los juarenses se avergüenzan de su condición y quieren el lugar del “gabacho”? La respuesta es no. Los patrones culturales identitarios no van a funcionar como una gran ola aglutinante que los recubra a todos. Me estoy refiriendo a que existen actitudes que se reproducen y llegan a ser los patrones sobresalientes. No podemos negar que existen “personajes” que ostentan ciertos modos que pueden caer en la crítica mordaz del resto del grupo, aquellos que a cambio de la green card  se borran el acento, la familia y los recuerdos. De manera personal, no me atrevo a hacer un juicio de valor ante esta actitud, pero no me quiero privar de señalar que estos personajes suelen provocar algún tipo de estupor desagradable.

Análisis filosófico: los motivos de la “decoloración”

Acabo de describir mi ciudad, ofrecí las características que la motivan a expresarse culturalmente de manera extraña, pero a la vez atrayente. El último paso de este trabajo es ver cómo afecta toda esta óptica de expresiones sociales y materiales al análisis e interpretación de la jerga específica que ahora estudio: el pochismo.

Empezaré diciendo que la gran limitante que ha sido un reto a la hora de proponerme labrar una filosofía de esta cuestión es la casi nula presencia de fuentes escritas. No obstante, existe algún número de estudios que han permanecido en los márgenes, propios de la curiosidad de uno que otro académico, estudioso de los fenómenos de lingüística en las universidades norteamericanas. Justo en uno de los análisis de este tipo es que me encontré con el indicio, la causa primera de la palabra. William Wilson, de la Universidad de Chicago, comenta lo siguiente acerca del esqueleto de tan peculiar estilo de palabras:[5]

“POCHISMO, derived from pocho, an adjective which originally meant discolored, has now come to mean a type of popular slang in Mexico. In the evergrowing list of pocho expressions are many hybrid words, artificial combinations of English and Spanish. Indicative of its spread is the inclusion of many words of this type in a Spanish vocabulary list prepared for U. S. Border Patrol Trainees.’ with the remark that “those words underlined are colloquialisms but are often used on the Mexican border and the officer will get better results if he understands them”.[6]

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¿Qué asuntos interesantes para nuestro escrutinio arrojó la cita anterior? Resulta pues que este adjetivo es el más indicado para referirnos a una práctica lingüística producto de una mezcla sincrética en más de un sentido, propia de los habitantes de la zona fronteriza México – E. U. A. Desde los cuarentas – década en la que se escribió este artículo – hasta la fecha, la lista de palabras ha aumentado, pero no solo eso, algunas han caído en desuso o han tenido un viraje en la práctica. Con esto me refiero a que el pochismo “esteche” – de la palabra stage, “período” o “tiempo” – ya no se encuentra vigente y solo una persona de edad avanzada o bien informada de asuntos lingüísticos locales sabría en qué situación se podría emplear.

La segunda parte de la cita es la que particularmente llama mi atención. Se mencionó que el gobierno de los Estados Unidos se dio a la tarea de preparar una lista que facilitaba a los próximos agentes de la patrulla fronteriza, identificar a un grupo por medio del léxico que utilizan. Las personas que suelen integrar un pochismo a su expresión oral nunca han sido bien vistas por los americanos ni por algunos mexicanos que se niegan a aceptar que el lenguaje es dinámico y tiende a adaptarse a necesidades y ambientes específicos. El habla pocha es asociada con el mal gusto y lo mismo suecede con lo susceptible, que es asociado a lo delincuencial, lo poco refinado, lo vandálico y lo anómalo. Tanto es así que ya ofrecí como evidencia que los pochismos son una de las pistas para detectar el origen de los compatriotas que se arriesgan a cruzar la frontera, tomando en cuenta que saber el origen de un individuo es elemento necesario para una repatriación, y estar ilegalmente en un país, al menos en el Código legal de E. U. A si está tipificado como un delito.

He llegado a la parte más importante de mi trabajo, aquí expondré la argumentación que me es necesario probar, ya que no pretendo que esto se reduzca a expresar mi sentir como nacida, habitante y deambulante de una franja fronteriza. Esto debe dar mucho más pasos y lograr consolidarse como una de las primeras notas de una empresa filosófica seria. Por ello quiero mostrar dos cosas: que existe una conexión directa entre el status social que los círculos de poder culturalmente dominantes conceden y el hecho de llevar a cabo estas prácticas lingüísticas en esta zona geográfica particular, dicha conexión deviene en serios ataques discriminatorios y humillaciones. Lo segundo que quiero mostrar es que el valor de esta manifestación ha quedado velado, ya que  los estudios culturales se escinden – casi por completo –  a los estudios del folklor de las culturas populares indígenas del sur del país. Y si es que se piensa en el norte, todo se reduce a la cerámica de Mata Ortiz. Ni siquiera se ha entrado a fondo en los análisis de la estética o el lenguaje Tarahumara. Es por ello que pienso seriamente en la siguiente pregunta: ¿Tenemos que ser parte de un grupo étnico para ser blanco de un estudio cultural?

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Esto no es producto de la melancolía resultante de un discurso sintético útil para exaltar una especie de patrioterismo que tocará fibras sensibles del mexicano por medio de una supuesta conexión directa con un pasado indígena de bronce. Con esto no pretendo ofender o ser reaccionaria contra los grupos indígenas que milenariamente han conformado un rico y basto acervo cultural, artístico, estético y  lingüístico, sin olvidar sus costumbres y tradiciones. Estas manifestaciones son merecedoras de reconocimiento, estudio y  difusión para que la legitimación traiga consigo dignidad de la práctica. Si asumimos que el hibridismo que me he dado a la tarea de exponer cae completamente en la descripción de cultura popular, ¿por qué creemos qué exclusivamente lo susceptible a un estudio tiene que formar parte de una etnia? ¿Lo que los Chavochis[7] expresemos y culturalmente construyamos no tiene valor? ¿De dónde viene y porque seguimos teniendo una fascinación desmedida por las manifestaciones indígenas? No hay ningún problema con experimentar y fomentar dicha fascinación, el conflicto cultural que surge es ver de manera reduccionista y recalcitrante la manifestación indígena como la única poseedora, gestora y creadora de valor.

La construcción de una identidad cultural nacional responde a los intereses y al discurso del sector político dominante y poderoso, mismo que sesga y elige lo que es digno de representar y de mostrar. Esto tuvo a bien apuntar Nestor García Canclini en Culturas hibridas. El argentino menciona:

“[…] en México la constitución de la modernidad, y dentro de ella la formación de un campo culto autónomo, se realizó en parte a través de la acción estatal…la separación entro lo culto y lo popular fue subordinada, en el período posrevolucionario, a la organización de una cultural nacional que dio a las tradiciones populares más espacio para desarrollarse y más integración con la hegemónica que en otras sociedades latinoamericanas […]”.[8]

La “acción estatal” comandada desde el centro del país, confecciono los arquetipos de “cultura popular” y “alta cultura”, si ya con esto quedan en desventaja muchas manifestaciones de esa región, con más razón lo que corresponde a las lejanías del polvoriento desierto agreste. Como momento clave figura la época posrevolucionaria y, ¿qué y quienes influyeron para dictar las pautas? Hay que recordar que el centro del interés de las temáticas de la época pueden ser observados en el movimiento muralista: pasado indígena y marxismo. Solo por rozamiento, la única temática norteña expresada en este movimiento cultural fue la vida obrera, pero vista desde la devoción marxista de Diego Rivera y compañía. Es cierto, este momento histórico le abrió la puerta a la cultura popular. Pero la cultura popular que le interesaba y le gustaba a un grupo exclusivo, lo demás no cabía aquí y, como ya lo expuse, era atacado por los sectores dominantes, no había otro futuro que la invisibilización. No puedo negar que el tema del hablar pocho no haya sido de los estudiosos de la cultura popular, se pueden rastrear otros estudios que proceden de esas épocas. No obstante, la manifestación procedía de la interacción de las personas de origen mexicano que ya habían logrado nacer en los Estados Unidos, los llamados “chicanos”. Para cuestiones prácticas actuales, ¿No vendría bien democratizar un poco más el valor que socialmente se le va a asignar a las manifestaciones culturales? De esta manera evitaríamos la aparición o el reforzamiento de prejuicios sociales que pretendan segregar a algunos grupos sociales.

De una u otra forma, debo reconocer que no estoy “abriendo camino nuevo”, ya mencione que la cultura chicana en los Estados Unidos utiliza – con sus características particulares – el recurso del lenguaje estudiado. En la época de los ochentas y noventas el movimiento chicano toma mucha fuerza motivado por los estudios culturales y literarios procedentes de las mujeres feministas.  Una ardúa y brillante labor de defensa de las manifestaciones lingüísticas sincréticas lo llevo a cabo la poeta Gloria Anzaldúa que, aparte de tener toda la autoridad académica para hablar del tema, fue blanco de violencia y hostigamiento por sus expresiones. Con el estilo poético particular que la caracterizaba, da cuenta de esto:[9]

“I remember being caught speaking Spanish at recess, that was good for three licks on the knuckles with a sharp ruler. I remember being sent to the comer of the classroom for “talking back” to the Anglo teacher when all I was trying to do was tell her how to pronounce my name. “If you want to be American, speak ‘American’. If you don’t like it, go back to Mexico where you belong.”

I want you to speak English. Pa’ hallar buen trabajo tienes que saber hablar el inglés bien. Que vale toda tu educación si todavía hablas ingles con un ‘accent’: my mother would say, mortified that I spoke English like a Mexican. At Pan American University, I and all Chicano students were required to take two speech classes. Their purpose: to get rid of our accents. Attacks on one’s form of expression with the intent to censor are a violation of the First Amendment. El Anglo con cara de inocente nos arrancó la lengua. Wild tongues can’t be tamed, they can only be cut out”.[10]

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Está presente de manera real la experiencia de estar “en medio”, de ser una practicante espontanea del pochismo, de hacerlo por necesidad y no por exotismo. Los recién llegados a los Estados Unidos utilizan esta práctica por no tener de otra, como mecánica de sobrevivencia, su inglés es básico y rudimentario, el español es la pieza complementaria para expresar y comunicarse cotidianamente. El pasaje anterior expreso el asunto que yo encuentro molesto y conflictivo: violencia y amedrentación hacia un grupo porque su práctica lingüística dista mucho de la “superior” y establecida. La aceptación social llega cuando el “venido de fuera” acepta desposeerse de sus costumbres, olvidar las prácticas de su pasado y “sanitizar su habla” por medio del olvido de las palabra y la “decoloración” del acento (recuerden que la fuente de “pocho” es “decolorado”, no pudo tener mejor engarce situacional).

En la medida en la que las personas se parezcan menos a lo que son, serán aceptados y dignos de oportunidades académicas o laborales. Vivir bien en ese país es sinónimo de “doblar las manos”, hacer “tabula rasa” cultural y lingüística. En resumen, aceptar ser domesticados – como la propia Gloria lo menciona – por la cultura hegemónica y terrorífica en la que se encuentran viviendo. La cultura norteamericana inserta a los migrantes en un falso impass: “Tu cultura originaria o tu nuevo y prometedor estilo de vida”. Y lo mencione con corrección, esto es “falso” porque existe una tercer vía, esta es vivir con dignidad y respeto en una sociedad tolerante a expresiones culturales y lingüísticas externas, ya que se sobre-entiende que estas no mellan el valor moral o el desempeño cultural de una persona.

En cuanto al estilo de práctica lingüística entre una persona chicana y una fronteriza, es obvio que hay diferencias. Los chicanos abusan del recurso. Por diversión y por resistencia, la mezcla de los idiomas es insistente; en el caso de los fronterizos el asunto se manifiesta con frugalidad, economizan el lenguaje para intentar ser “bilingüemente” comprendidos. Ambas actitudes son válidas, ricas en su análisis y dignas de ser practicadas. Lo que a mi modo de ver resulta lamentable, es que ambos viven con miedo a mostrar en algunos círculos su pasado y su historia, socialmente se recorta el derecho de expresión y no hay que olvidar que en ocasiones el rigor social es más doloroso que el jurídico: las personas de aquí estamos obligadas a guardar “pochamente” silencio.

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Bibliografía

  1. Anzaldúa, Gloria, How to Tame a Wild Tongue, http://www.everettsd.org/cms/lib07/WA01920133/Centricity/Domain/965/Anzaldua-Wild-Tongue.pdf
  2. Diccionario Español-Tarahumara en línea AULEX, (http://aulex.org/es-tar/)
  3. García Canclini, Néstor, Culturas hibridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, El porvenir del pasado, Grijalbo, México, D. F., 1990.
  4. RAE, http://dle.rae.es/?id=beZBwV4
  5. Wilson, William E., “A note on “Pochismo”, en The Modern Language Journal, No. 6, New Jersey, Wiley on behalf of the National Federation of Modern Language Teachers Associations, octubre de 1946 .

Notas
[1] ¿Quien dijo que robarle a un pueblo su lenguaje es menos violento que la guerra?
[2] http://dle.rae.es/?id=beZBwV4, consultado el 17 de Agosto del 2016.
[3] Término que los juarenses emplean para referirse a los americanos.
[4] La palabra “tunear” tiene su origen en el término procedente del habla inglesa tunning, que puede pasar al español como “ajuste”. En muchas ciudades del país, no solo en las fronterizas, la práctica del tuneo ha tomado dimensiones impresionantes; para esta actividad los dueños de los coches le dedican grandes presupuestos, logrando con esto que tanto mecánica como estéticamente el coche sea único.
[5] “POCHISMO, derivado de pocho, un adjetivo que originalmente significa decolorado, ha tomado ahora el significado de un tipo de jerga popular en México. En la creciente lista de expresiones pochas están muchas palabras hibridas, combinaciones artificiales de Inglés y Español. Indicador de su propagación es la inclusión de varias palabras de este tipo en una lista de vocabulario en Español preparada para los oficiales en capacitación de la Patrulla Fronteriza de E. U. A. con la observación de que “aquellas palabras subrayadas son coloquialismos pero pueden ser usadas en la frontera mexicana y el oficial tendrá mejores resultados si los entiende”.
[6] Wilson, William E., “A note on “Pochismo”, en The Modern Language Journal, No. 6, New Jersey, Wiley on behalf of the National Federation of Modern Language Teachers Associations, 1946, pp. 345- 346.
[7] La palabra Chavochi es de origen tarahumara, el grupo étnico la utiliza para designar a todos aquellos que no forman parte de su etnia, los criollos y mestizos fronterizos de ciudad. Véase: Diccionario Español -Tarahumara en línea AULEX, (http://aulex.org/es-tar/), consultado el 17de Agosto del 2016.
[8] García Canclini, Néstor, Culturas hibridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, El porvenir del pasado, Grijalbo, México, D. F., 1990. Pág. 198.
[9] “Recuerdo estar atrapada hablando Español en descanso, que era bueno para tres lamidas en el nudillo con una regla afilada. Recuerdo haber sido mandada a la esquina del salón por “responder” a la maestra Anglo cuando todo lo que estaba intentando hacer era decirle a ella como pronunciara mi nombre. Si tú quieres ser Americana habla “Americano”. Si no te gusta eso, regresa a México a donde tu perteneces.
“Te quiero hablando inglés. Pa´allar buen trabajo tienes que saber hablar inglés bien. Qué vale toda tu educación si todavía hablas inglés con un accent,” mi madre diría, mortificada que hablo inglés como un Mexicano. En la Universidad Panamericana, yo y todos los estudiantes chicanos se nos requería tomar dos clases de lenguaje. Su propósito: corregir nuestros acentos.
Ataque a nuestra forma de expresión con el intento de censurarla es una violación a la Primera Enmienda. El Anglo con cara de inocente nos arrancó la lengua. Las lenguas salvajes no pueden ser domesticadas, solo suprimidas”.
[10] Anzaldúa, Gloria, How to Tame a Wild Tongue,
http://www.everettsd.org/cms/lib07/WA01920133/Centricity/Domain/965/Anzaldua-Wild-Tongue.pdf, consultado el 17 de Agosto del 2016.

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