El día que encontré a Maricela en la sala de mujeres salí inmersa en la locura, impregnada de ese sonambulismo que arrastra los pies y las palabras como si los neurolépticos y los electroshocks me hubieran incluido en sus efectos.
Maricela parecía golpeada y comía de pie, parecía drogada también. Sé que es lesbiana porque me lo han dicho otros y no sé por qué lo recuerdo en ese momento. Me avergüenza el hecho de que en realidad nunca hemos tenido una conversación, no sé nada de ella, no sé ni siquiera por qué está internada. Tiene fama de ruda y golpeadora pero la percibo tan frágil y tan sola en su imagen tambaleante que sólo atino a pedirle que hablemos la próxima vez que vaya.
Acudo a buscarla, hace aire. Llovió y las sillas de la visita están en el pasillo techado.
Me da gusto encontrarla entre las mesas sucias e incómodas; me da gusto que haya sillas, que el chicozapote siga aquí dando frutos; que pase la gente y me salude.
Maricela está con su mamá pero parecen extrañas, desconfían una de la otra ¡desconozco tanto a Maricela!
Me apena. Ella me sonríe, siento que tiene muchas cosas guardadas. Maricela y su madre sentadas en la mesa permanecen mudas, cada una ve hacia otro lado, no tienen nada que decirse. Son cinco para las doce, hora en que termina la visita y esperan impacientes a la trabajadora social a diferencia de otros pacientes que quisieran alargar el tiempo. Finalmente, como no viene, Maricela se levanta y le dice a la madre que se va, pero antes le pide dinero; la mamá titubea y hablándome en plural pregunta
-“¿Será que ellos lo necesitan? yo no la veo bien… es agresiva”.
Maricela mira a la madre en silencio como si no pudiera comprender que es su madre la que busca la palabra de otro frente a ella. Le digo que sí, que le de dinero,
-Aquí hay una tienda ¿verdad Maricela?
-¿Será que lo pierda?
-No, señora, no lo pierde.
Le da diez pesos, lo que le parece poco a Maricela y se los regresa; la madre a regañadientes le da otros diez y ella guarda los veinte en su bolsa de tristeza.
Días después
La vi en la reja de rehabilitación o más bien ella me vio y me habló.
-Oiga quiero contarle allá afuera pero me da pena; la saludé y le dije que iría más tarde por ella. Salimos, el día era lluvioso pero decidí no obstante quedarme en la banca del patio como ella había sugerido. Desde que salimos del gran salón empezó a hablar como si las palabras no pudieran ya caber dentro de ella.
-Esa Doña Olga me da miedo.
-¿Quién es Doña Olga?
-Es una que está allá en la sala, es nueva pero a mí se me hace que yo la conocía ¿será la misma que estaba en la oficina donde yo trabajaba? Es que mi mamá siempre me dice: “es que a ti te sigue el malo”, ¿será esa?
-Tengo miedo de que esa mujer me quiera tocar, que quiera hacer algo conmigo pero me da pena decirle más. Esa señora es mala yo no sé por qué está ahí, me da miedo que se me acerque, ¿qué quiere?
-Qué bonito es estar aquí afuera, vamos a seguir platicando, no se vaya todavía, me decía Maricela de tanto en tanto mirando hacia los árboles, hacia el verde del jardín donde el aire y la lluvia ocultaban la alegría del sol.
El cuerpo de Maricela delata una vida de sufrimiento, marcas en su piel, manchas, la carne maltratada, los años perdidos y el peso de la soledad son su carta de identidad. La expresión de su cara no es de tristeza sino de una especie de perplejidad, de extranjería en un mundo que la repele, al que se acomoda “a fuerza”.
Frases sueltas dichas de pronto como sacadas de un viejo cajón van conformando una vida apenas vivida como si se ocultara a sí misma al haberse fragmentado.
Maricela no recuerda por qué vino al hospital la primera vez.
Fue hace mucho, no recuerda siquiera si fue después de haber estado en el convento de las capuchinas o después de haber trabajado en una oficina de gobierno. Recuerda sí, que hace pocos días la volvió a traer su mamá porque se tomó una pastilla de ella que era para la diabetes pensando que era para la cabeza y recuerda también que antes de venir acá no estaba loca ahora sí, me dice
-¡Imagínese si no voy a estar loca después de tantas medicinas!
Me pide un cigarro, se lo doy, empieza a toser pero no lo suelta y lo fuma hasta que no queda nada se aferra sin pensar por un instante, a ese pedacito de placer.
Yo no sé si soy hija de rico o de pobre, bueno si sé porque soy hija de Juan González y ese Juan González no hacía daño, hacía comida para vender por eso sé que debemos caminar “repito” yo anduve también en mi “arrechurramiento”.
-¿Qué es eso?
-De arrecha[1] (me aclara). ¿Usted cree que es malo que a las mujeres les gusten las mujeres?
-No, yo creo que es cuestión de gustos de cada quien
-Ah si, eso es si uno quiere ¿verdad? por ejemplo si yo me caso con un niño… pero dicen que es una enfermedad el machorrismo y a usted ¿le gusta la riqueza?
-Bueno, no tanto, le contesto confundida con su pregunta que viene a mi de improviso.
-Fíjese que es buena, yo conozco a algunos ricos que son limpios, callados, no pelean; le hacen caso a sus padres, algunos…
-A mí me dicen que nací para curandera y eso me da miedo.
-Mi abuelita Andrea, la mamá de mi mamá, no era mala la verdad, pero no sé por qué murió, no he sabido nada de ella, no sé si ya murió, será por su vida sufrida, no sé.
-Recuerdo que ahí estaba yo con ella acostada en su cama y me achechaba.[2] La niña más chica dice que yo hice el sexo con ella no me acuerdo.
-No sé si es pecado el sexo, lo que si recuerdo es que allí estaba también mi abuelito Pascual que ya era muy viejito y barría las calles.
-Ore usted siempre por mí porque me da miedo estar aquí, a mí me gusta orar, yo oro, me da mucho miedo esa Doña Olga que le dije.
-Tengo miedo a que me maten aquí porque digo la verdad, a muchos hombres o mujeres nos tratan mal y lo digo, digo la verdad y eso me da miedo.
Yo quise hablar con usted porque usted es buena, usted es religiosa la conozco de cuando estuve en el convento, usted es directora ¿verdad?
-No, yo creo que me confundió a lo mejor me parezco a la directora de la que usted habla. Directora de ¿qué?
-Del convento donde yo estuve de las capuchinas, ¿conoce usted a las capuchinas?
-Si sé que existe esa orden pero no la conozco, platíqueme de cuando estuvo allí
-Yo quise entrar pero no me admitieron porque las monjas son bonitas ¡si son bonitas y yo no! entré y me enamoré de la madre María Elena, luego me echaron del convento, me dijeron que no sabía orar, también trabajé en una oficina de gobierno, allí conocí a Sara y a ella le gustaban las mujeres pero de eso me da pena platicarle y ya no le quiero decir.
-Doña Olga, ¿no será una que trabajaba en la oficina?, ¿no será la misma? ¿Por qué se fija tanto en mí?, yo tengo miedo. Tengo un hermano que es joto fíjese y él fue el que me enseñó el sexo. Me preocupa que ese hermano viva con mi mamá, a mí me gusta más estar en mi casa que aquí porque allí siquiera como un taco de frijoles, como lo que cocina mi mamá, pero bueno me trajeron aquí porque me tome esa pastilla ya se lo dije ¿verdad?
Usted es directora verdad, a mí me gustaría que fuera directora y nos dejara salir ¿qué le parece?
Notas
[1] Peleonera, machorra
[2] Achechar, modismo que se usa en el sureste que quiere decir consentir, acurrucar
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