Eugenesia Social: Configuraciones del Poder en Tiempos de Muerte en Vida

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Eugenesia Social: Configuraciones del Poder en Tiempos de Muerte en Vida

Eugenesia Social, Configuraciones del Poder en Tiempos de Muerte en Vida, Córdoba, El Agora, 2015.

 

Con una perspectiva crítica el libro explica el recorrido de la Eugenesia Social desde los albores de la modernidad hasta nuestros tiempos. Precisamente se trata de un discurso que se fue construyendo históricamente como organizador del poder gubernamental hasta nuestros días. 

Por su profundidad y actualidad en el mundo contemporáneo, interrogarse por sus manifestaciones, explorar críticamente su espesor conceptual y analizar simultáneamente su recorrido genealógico, así como los registros arqueológicos de las diferentes tramas discursivas, jurídicas, biomédicas y económicas, la Eugenesia Social se constituye en una categoría biopolítica asociada al proyecto contemporáneo de sometimiento colectivo, de servidumbre e indignidad ante la vida.[1] 

Como categoría biopolítica, Eugenesia Social, abreva en la utopía de libertad e igualdad y está asociada al proyecto contemporáneo de sometimiento e intervención de los poderes públicos sobre cuerpos y seres vivos. Como tal, resulta una falacia hablar de Derechos Humanos cuando el escenario político de la vida está dominado por la devastación de lo humano, por la vida insalvable, por la pregunta de ¿quién es humano y quién no lo es?  

Esta nueva Biopolítica – contiene dos mensajes simultáneos: el despliegue de la vida y la sumisión colectiva; simbolizada por el aforismo “hacer vivir-dejar morir en vida”. Es la combinación del formato de afirmación de la existencia – concebido para garantizar las condiciones que auspician la potencialidad de la vida, prolongando y estirándola mediante la gestión de calidad, promoción de la natalidad, impulso a la sexualidad, racionalización del cuidado de sí – con el de negación, desigualdad, discriminación y abandono colectivo -bajo condiciones mínimas de sobrevivencia, de excepcionalidad permanente y muros de separación-. Representa el escenario de desigualdad entre minorías que concentran el poder y mayorías atrapadas, explotadas -ejércitos de excluidos: desempleados, marginados, melancólicos, deprimidos, solos, pobres, asistidos, no asistidos, desamparados, migrantes, asalariados, indigentes, locos, marginales, desplazados, niños, jóvenes, etc.

En otras palabras, el gobierno de la vida no es neutro. El poder elige dividir entre vida digna e indigna. Selecciona a los destinatarios de la salvación. Los primeros corresponden al “haras humano”; los segundos, a las “razas inferiores”: Estos últimos, son hoy las poblaciones esclavizadas, sometidas, los homines sacri que, en sus diferentes formas, viven en condiciones de inferioridad, en los espectros, en el exilio interno; sus “errores” insalvables manifiestan el derrotero de imposibilidades. 

Esta forma de comprender la muerte en vida recupera y renueva los conceptos de “nuda vida” de Agamben, de “muerte en vida” en Deleuze, Blanchot o Ludueña Romandini, de “asesinatos indirectos” según Foucault ó de ejército supernumerario que sostiene Castel para el cuarto mundo. 

Aún más, fundamenta los criterios por los cuales trascendencia e inmanencia, soberanía y gobernabilidad, se enlazan indiferenciadamente en nuestra época. Pero también revela la contradicción entre dicho poder trascendente y la gobernabilidad de la vida en relación con el estiramiento y expansión de la existencia y las condiciones de desigualdad y sometimiento al cual están sometidas las mayorías indeseables. Paradójicamente, ellas sacrifican sus vidas por el poder pues esperan, replegadas en su exilio interior, la prometida salvación… el tan esperado derrame!

  

En este contexto, se inscribe el planteo sobre la dignidad e indignidad de la vida; un horizonte de seguridad para los mejores, los elegidos, los deseables- a quienes les espera un propósito ideal, feliz y perfecto-; en cambio para las mayorías indeseables la vida permanece en la esperanza de alcanzar, algún día, la dignidad, y ser salvados sólo y únicamente en este mundo que no es más que el mejor de los mundos posibles.

Eugenesia Social responde a una construcción teológica política. Tanto la fe teológica como la racionalidad económica repiten la misma lógica respecto a la desigualdad, el mal y la salvación. La Teodicea original que plantea Leibniz como la Teodicea Económica de estos tiempos mantienen incólume las preguntas sobre las fuerzas que se disputan el gobierno del mundo, los principios sobre el orden y el mal, la búsqueda de perfección o la salvación para los elegidos.

Aunque no se puede decir que la economía moderna equivalga a la teología cristiana, sí se puede afirmar que en la teología cristiana se preparan las bases para la economía liberal, y que ésta se asienta en aquellos fundamentos teológicos.

Precisamente, al tiempo que la modernidad se consolida mediante el triunfo del capitalismo, se reafirma y profundiza la discusión biopolítica sobre eugenesia y racismo. No hay dudas de que la idea del progreso que propone el capitalismo vaya de la mano con la expansión del colonialismo y la dominación racial de élites dominantes en el gobierno y administración de la vida así como en los cálculos económicos que gestionen la supervivencia y la conservación de la vida en la zoé.

Es más, desde el punto de vista de la selección humana el recorrido de la eugenesia en la modernidad ha estado destinado, a conservar la pureza de la especie orientando, extendiendo, transformando, dominando el sustrato biológico. La exposición, el abandono, o los criterios de selección han sido argumentos de dominación creados por selectas minorías para garantizar la salud moral y física de la vida y de este modo limitar la participación de los considerados menos aptos a la lucha por la subsistencia.

Viejos y nuevos escenarios expresan que el capitalismo precisa explotar y al mismo tiempo denigrar y desligarse de las masas superfluas, colocándolas en los umbrales de la vida.

En otras palabras, el incentivo que formula la eugenesia abastece al poder para justificar la esclavitud de las mayorías, ahonda las diferencias y promueve la selección jerárquica que privilegia al bien nacido- al blanco, a lo bello y bueno-, en fin a la sangre noble.

Consideramos pertinente conciliar el concepto de “campo” agambeniano con el recorrido que plantea Foucault sobre la locura para comprender las huellas que tiene la lógica manicomial en el sometimiento de estos tiempos.

La Eugenesia Social, reescribe una versión actualizada del encierro y de la locura, los cuales nutren los fundamentos de variadas y multiformes tecnologías de sometimiento.

Si la vida se ha convertido en el objeto y el objetivo de la política, es la metáfora manicomial, la que constituye el persistente laboratorio de prueba y ajuste constante que es situarse simultáneamente dentro y fuera del orden institucional. Como tal abona a las políticas públicas las que dirimen junto al mercado la lógica opresiva y de sumisión colectiva. 

El campo manicomial es el espacio donde la nuda vida y la norma entran en el umbral de indistinción. Es interior y exterior porque el ser está incluido por medio de su propia exclusión. Es más, grafica la exclusión pero simultáneamente suprime dichos limites, indiferenciando entre el adentro y el afuera, entre inclusión y exclusión. Aunque parecen existir como estructuras diferenciadas y excluyentes, entre el afuera y el adentro los límites resultan difusos, indiferenciando la exclusión como condición inclusiva.

En otras palabras, el poder opera dictaminando quién es normal y quién no lo es; quién está dentro y quién afuera; quien es digno y quien no lo es; para ello genera las condiciones del doble acto simultáneo y contradictorio que proporciona legitimidad al planteo acerca de la inclusión-exclusiva hacia las mayorías por el cual sus vidas quedan confinadas, atrapadas, esclavizadas.

Aunque el encierro esté graficado en la figura manicomial, las evidencias señalan que su expansión excede los muros institucionales; de este modo, su enraizamiento demuestra que representa uno de los pilares centrales del poder.

Tal como ocurre muros adentro y afuera, el encierro se concreta en el exilio porque es donde se legitima el estado en que la vida no es ni vida ni muerte; la vida es muerte en vida. Insistimos, el argumento que justifica la vida como producción material es cuando no hay producción, no hay existencia; tal es el mensaje del capitalismo; condiciones de vida cada vez más exigentes y cada vez más desiguales, suprimen la vida digna, despojan al sujeto de singularidad, se cierran a los vulnerables. El despojo reduce el sujeto a su cuerpo para que todo ciudadano sea igual a otro, logre ser reemplazado en la cadena productiva y se discipline al servicio de la maximización económica.

Finalmente, enfrentados a los muros del adentro y del afuera los sujetos quedan replegados al exilio de sí; no son más que cuerpos arrasados en su subjetividad y expuestos a la nuda vida, puros cuerpos, con deseos controlados para el consumo y la producción, sus derechos violados, pisoteados, triturados. Hoy, es la muerte en vida el objeto fundamental del poder soberano encarnado en el neoliberalismo; la soberanía que se ejerce sobre el homo sacer se ejecuta de modo abierto, sin ocultamientos, sobre una vida desnuda.

Subrayamos que en nuestros tiempos el modelo biopolítico neoliberal triunfante encuentra en el mal radical el argumento apropiado para justificar la dominación, aniquilar la subjetividad, condicionar conciencias, exponer cuerpos y aportar justificativos a la selección social.

Las poblaciones, sus vidas desnudas, laceradas en su subjetividad y convertidas en nuda vida están sometidas a condiciones de intrascendencia hundidos en el pozo de la mera zoe. Colocadas bajo la mirada del poder soberano -Estado y mercado-, exponen sus cuerpos cotidianamente a la muerte en vida; son cuerpos que viven suspendidos en la sobrevivencia. Son “muertos en vida” o “mentalmente muertos”, vidas desnudas, asesinables, expuestas a la máxima expoliación, suspendidas en Estado de excepción permanente. Quienes mueren en vida, los homines sacri, siempre están en el umbral entre la vida y la muerte. Son los condenados a la vida indigna de ser vivida y por eso justificable de ser suprimida, asesinable en vida. 

Se trata de muertos en vidas invisibilizados; por esta razón el poder dispone de ellas impunemente y por ello ni es juzgado ni es penado.

La eficacia que busca el poder es ocultar y anular la fuerza que despiertan las pasiones -el escenario tan temido de las pasiones- y con ello cualquier acción colectiva; pero a pesar de estos esfuerzos la tenacidad de la resistencia, revela al mismo tiempo la imposibilidad por doblegarla y por ello el enfrentamiento se inscribe en lucha permanente contra la sometimiento.

 

Notas

[1] Nota del autor: La idea sobre la Eugenesia Social surge en un Congreso sobre Biopolítica en una Universidad de Buenos Ares. En dicho encuentro se discutía sobre actualizaciones y vinculaciones entre la cuestión biopolítica y la eugenesia. Sin embargo, el desarrollo de las diferentes ponencias, invitaba a pensar en un aspecto no explorado hasta ese momento y que diera cuenta del poder y sometimiento de estos tiempos. Como conclusión de ese encuentro, se abre la posibilidad de ampliar dicha reflexión con una nueva categoría que contribuyera a dar cuenta sobre las características de la muerte en vida en estos tiempos. Casi simultáneamente mi participación como Director de un Hospital Psiquiátrico, en un proceso antimanicomial contribuyeron a fortalecer la hipótesis sobre la importancia visible e invisible que tiene el encierro y la locura en la conformación de las estructuras políticas del poder.

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