El foodporn en las redes sociales desde la perspectiva de Paul B. Preciado

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El foodporn en las redes sociales desde la perspectiva de Paul B. Preciado

Las redes sociales marcan tendencias, modelan aspectos no menores de la agenda pública, instalan modas y estereotipos; en cierto sentido construyen la realidad. Entre las tendencias fuertemente instaladas por ellas, encontramos el #FoodPorn que mas allá de lo sugestivo que parezca éste hashtag refiere exclusivamente a un modo de fotografiar la comida. Como sabemos, una etiqueta se crea a partir de la conjunción del signo numeral (#) seguido de una o varias palabras y/o caracteres sin espacios, lo que, en el lenguaje virtual permite crear un identificador y distintas claves para etiquetar mensajes en las redes sociales. Esto significa que si clickeamos uno de ellos aparecerá una lista de contenidos publicados bajo aquella etiqueta en particular con independencia de quien lo haga, desde donde o incluso en que idioma. Para decirlo de un modo sintético, un hashtag ordena publicaciones por temas y subtemas: #CoreaDelNorte, #CarnavalDeRío, #PabloEscobar, #Muro, #Brexit, #EleccionesEnUSA, #Trump, #FoodPorn, #Amor, #Arte, #FMI, #Argentina, #EducaciónPública, #Universidad y una larga lista de etcéteras de cualquier procedencia y con cualquier destino.[1]

El foodporn es un fenómeno cada vez más extendido entre los usuarios de las distintas redes sociales y consiste en exhibir alimentos, más específicamente un cierto tipo de ellos de manera exuberante, irresistible y obscena, como si se tratara de una captura o secuencia de sexo explícito, deliberadamente puesta en acto para exaltar la mirada de los otros, de ahí la apelación al porno. Colores, recipientes, disposición de los ingredientes sobre la mesa y planos especulares proyectando mensajes eróticos, sensualidad y hasta un toque de agresividad que impactarán en el receptor del mismo modo que la desnudez desmesurada frente a las cámaras fotográficas o de video. Una puerta más que se abre en el saturado mercado del placer.

 

Haciendo foco: gula y lujuria

Alejándose de la fotografía gastronómica tradicional, el foodporn es una distorsión estética que hace foco en alimentos de alto contenido calórico. Los platos e ingredientes en primerísimos planos sustituyen a los cuerpos y aunque parezca ser una moda reciente, su nominación apareció en 1984 / 1985 cuando Rosalind Coward[2] (periodista y escritora inglesa) lo acuñó por primera vez en su libro Deseo femenino afirmando que la comida, presentada de manera sugerente puede tornarse irresistible y sustituta del sexo retomando su trabajo anterior en el que analizó como el patriarcado sienta las bases de las relaciones sociales y sexuales.

Según la larga tradición cristiana los pecados capitales son siete: soberbia, avaricia, pereza, envidia, ira, gula y lujuria y, son capitales porque es a partir de ellos y sus conjugaciones que se configuran todos los demás. Claro que en el presente artículo no nos ocuparemos de éste ni de algún otro asunto de alta teología por el contrario, mas bien lo que buscaremos es acercarnos a la exultante colisión entre la gula y la lujuria en tanto irrefrenable atracción por el placer, pero cada uno secularizado de su apelación culposa. La comida y el sexo como fetiche y desorden son una provocación medular del sistema capitalista[3] y algo que a todas luces cualquier mortal o divinidad pondría en consideración, placeres de los dioses consumados en olímpicos banquetes. Algo que los cultores de la vida sana y el ascetismo alimenticio maldicen, de la misma manera que sucede con los detractores del cine condicionado considerado desde su emergencia como un afuera cultural, abyecto e impúdico.[4] La relación es lógica ya que en ambas, el higienismo[5] opera como paradigma médico-legal, regulador de las prácticas sociales.

El foodporn es hoy en día un recurso cada vez más utilizado por dos vertientes que se potencian y retroalimentan: por un lado la vertiente publicitaria con sus dildo-gigantografías y por otro, los cientos de miles de usuarios de redes sociales más o menos iniciados en el mundo de la fotografía, exaltando todo tipo de carnes, bebidas y pastelerías, “compartiéndolas” para regocijo propio y de sus seguidores. “La pornografía es teletecnomasturbación. La globalización de la farmacopornoeconomía a través de la digitalización audiovisual y su transmisión ultrarrápida sobre una multitud de soportes técnicos (televisión, ordenador, teléfono, iPod, etc.), genera un en la gestión global de los ciclos de excitación-frustración”,[6] posiblemente sea Instagram la meca virtual de la porno-gastronomía donde aparecen al día de la redacción del presente, tras un click, la obscena cantidad de ciento dieciocho millones trescientos ochenta y tres mil seiscientas cuarenta y siete publicaciones bajo este numeral. Un claro ejemplo de lo dicho encontramos en el perfil del fotógrafo del New York Times, Andrew Scrivani.

 

Capitalismo pornográfico

“Una representación va a adquirir estatuto de pornográfico cuando pone en marcha el devenir público de aquello que supone privado”[7] lo que sencillamente puede decirse: dispositivo de publicación de lo privado.

La hipótesis del presente trabajo es que, entre las últimas dos décadas del siglo pasado y la primera del presente, las formas de mercantilización del placer han ingresado en una nueva fase de su desarrollo, que involucra tanto la transformación de sus prácticas de consumo como de los modos de su circulación y producción. Siguiendo a Paul B. Preciado, filósofo español y reconocido teórico de la intrincada trama que se teje entre sexualidad y capitalismo, en su libro Testo yonqui (2008) define que “la pornografía es un dispositivo virtual (literario, audiovisual, cibernético) masturbatorio” y que “lo que caracteriza a la imagen pornográfica es su capacidad para estimular, con independencia de la voluntad del espectador”,[8] podemos decir que es una imagen que se hace cuerpo. En consecuencia, el porno es un espacio de reproducción de imágenes y placeres. Es espectáculo, información y representación pública y estetizada,[9] donde pública refiere directamente a comercializable porque mas allá de la consideración moral que se pueda tener de éste, el porno reviste las mismas características que cualquier otro producto de la industria, a saber: virtuosismo, posibilidad de reproducción técnica y práctica performática. Una reorganización biopolítica del binomio público-privado y una nueva forma de producción cultural donde se construyen los límites de lo socialmente visible y lo placenteramente experimentable. Sexo y comida como performance, representación pública y proceso de repetición social políticamente regulada.[10]

Lo propio de la pornografía, va a decir Preciado es la imagen por lo que resulta más una cuestión de escenografía, iluminación, coreografía y teatralización que de contenido, ya que solo “basta con un cuerpo (natural o artificial, vivo o muerto, humano o animal)” que mientras esté mas deseablemente representado mas inaccesible se torna, provocando así un deseo irrefrenable en el espectador. Es en este sentido que nos interesa comprender el fenómeno al que referimos donde a la gastronomía se le añade un valor masturbatorio suplementario capaz de exaltar todos los sentidos, porque lo que busca capturar y reproducir es una ilusión con pretensión de realidad. “En la ciudad ciberextensa farmacopornográfica, el proceso material de trabajo se puede describir como un conjunto de tracciones sexuales, de instintos psicosomáticos, de elevaciones hormonales, como puesta en marcha de conexiones sinápticas y emisión de excreciones químicas”.[11] Estamos inmersos en una pornofábrica, ya que Preciado entiende que la producción de pornografía va mas allá del mero sexo explícito como hemos dado cuenta, sino que refiere a todo material audiovisual sexualmente activo, capaz de modificar la sensibilidad, la producción hormonal y de poner en marcha ciclos de excitación, lo que funciona como una prótesis de la subjetividad.

Así que el siglo XXI también trajo consigo un nuevo modo de contar la sexualidad en versión fashionista, con locaciones minimalistas que sirven de telón de fondo para la exultante voluptuosidad de la starlet como su único centro, del mismo modo las composiciones estéticas de los platos, así como los distintos logros de encuadre y montaje permiten una expresividad inédita tanto para fotógrafos experimentados como para cualquiera de nosotros, teléfono-cámara en mano alrededor de una mesa cualquier noche de entrecasa, la tentación de fotografiar y compartir bebidas y comidas es un signo de nuestro tiempo hipersexuado y colmado de ausencias, que apela a producir permanentes irrupciones de ilusión visual y goces simultáneos, mixtos y cómplices. A mitad de camino entre la realidad y la ficción.

 

Bibliografía

  1. Alba Ferrer, Franquesa. Cultura y color. Universitat Oberta de Catalunya, Barcelona, 2008.
  2. Brey, Antonio. La sociedad de la ignorancia y otros ensayos. Zero factory ediciones. Barcelona, 2009.
  3. Gubern, Roman. El eros electrónico, Editorial Taurus, Madrid, 2000.
  4. La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, Anagrama, Barcelona, 2005.
  5. Preciado, Beatriz. Conferencia “Políticas transfeministas y queer: Tecnologías de disidencia de género” en Universidad del Claustro de Sor Juana, México D.F., junio de 2010.
  6. Manifiesto contrasexual, Editorial, Opera Prima, Madrid. 2002.
  7. Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en “Playboy” durante la guerra fría, Anagrama, Barcelona, 2010.
  8. Testo yonki. Sexo, drogas y biopolítica, Paidós, Buenos Aires, 2008.

 

Notas

[1] La red social que impulsó el hashtag para unificar mensajes por temas y subtemas fue Twitter. Sin embargo, hoy el uso alcanzó a todas las demás, como Facebook, Instagram o Google Plus, ya que permite acceder de manera sencilla y ordenada a listas de publicaciones relacionadas.
[2] Conocida como Ros Coward es periodista, escritora. Ecologista y profesora universitaria de nacionalidad inglesa.
[3] Junto con las transformaciones del capital financiero, tecnológico y pospornográfico –y con la misma doble faz posibilitadora y destructora– la producción de deseo se ha modificado dramáticamente; amplificado, mutando y ramificando los soportes de consumo de su mercancía (producto y relación social): el placer. en tanto mercancía de consumo masivo, ha alterado sus medios de circulación, sus formas de administración y, por consiguiente, la (re)presentación misma de los cuerpos intervinientes.
[4] La matriz comercial que pone a andar los dispositivos vinculados a la producción de placer como mercancía es la pornografía; imbricada, obviamente, con las nuevas tecnologías de la comunicación, los nuevos hábitos de consumo, los desarrollos de fármacos y la cambiante noción de abyección. La pornografía forma parte de un régimen más amplio (capitalista, global, mediatizado) de producción de subjetividades a través de la gestión técnica de imágenes, sonidos y texturas, que intervienen en la creación de disposiciones de deseo estandarizadas.
[5] La noción de pornografía surge en la historia a mediados del siglo XIX como una de las retóricas del higienismo, junto a la metrópolis. Pornografía nombra al conjunto de medidas higiénicas desplegadas por el urbanismo, fuerzas policiales y sanitarias para gestionar la actividad sexual en el espacio público, regulando la venta de servicios sexuales, pero también incluía a la basura, los animales muertos y otras carroñas. En los estudios higienistas pornográficos se incluyó la discusión sobre residuos cloacales, patológicos y la administración de burdeles. El objetivo principal del museo secreto es el celoso cuidado de que ciertos objetos y representaciones que exalten los sentidos, no estén al alcance de mujeres y niños. La pornografía como categoría higiénica es ante todo un mecanismo de regulación de la sexualidad de las mujeres en relación a los espacios públicos, así como la regulación de la oferta de servicios sexuales por fuera de las instituciones del matrimonio y la familia.
[6] P. Preciado, Testo yonqui, Ed. cit., p 180.
[7] ídem.
[8] ibídem, p. 179.
[9] Preciado intenta explicar lo que podríamos denominar una biopolítica de la representación pornográfica partiendo de las siguientes preguntas: ¿cuándo aparece la pornografía como discurso y saber sobre el cuerpo? ¿cuál es la relación que existe entre porno y producción de subjetividades? ¿cómo funciona la pornografía dentro de los mecanismos políticos de normalización del cuerpo y de la mirada en la ciudad moderna?
[10] Y en su Pornotopia, mediante el análisis de lo que supuso la irrupción de la estética Playboy para la arquitectura, la división sexual del trabajo, la reorganización política del binomio público/privado y la apertura de una nueva versión del sueño americano, queda claro que la pornografía es una forma de producción cultural a la que concierne el debate sobre la construcción de los límites de lo socialmente visible y lo placenteramente experimentable del sexo. Debate que repara en las relaciones con la historia del arte, las estrategias biopolíticas de control del cuerpo y de producción de placer a través de aparatos de intensificación de la mirada. Desde sus inicios, la industria del placer ha cosechado defensores y detractores y, por su carácter controversial, el debate ha quedado generalmente limitado a la posibilidad de su existencia o no, sin avanzar más allá, siendo cooptado por discursos morales, religiosos y sus respectivas influencias políticas.
[11] P. Preciado, Testo yonqui, ed. cit., p. 185.

 

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