Teresa es pequeña y tiene una edad impredecible. A los dieciocho años sus padres la llevaron al hospital psiquiátrico. Ahora me dice que tiene cuarenta y que quiere hablar conmigo porque tiene una inquietud.
—¿Usted conoció a Enrique Pérez? —me pregunta—. Era paciente de aquí y murió de leucemia en el 2005.
Mi memoria se abrió y me colocó en la escena de la puerta cuando le dije a Enrique que llevara a Teresa al consultorio para que no perdiera más, para que no siguiera perdiendo.
Pero Teresa al parecer ya perdió todo, está devastada con su uniforme de loca y parece que tiene muchos años, lleva en su rostro el color gris de la muerte.
—Pues si, como le decía, Enrique se murió. Pero eso ya pasó hace muchos años. Con él fui muy feliz. Yo lo quería muchísimo aunque mi familia nunca lo quiso porque no sabía leer “¿Cómo puedes dormir con un albañil?”, decían. Y si, dormía con el analfabeta. Todos los días sentía que era como un niño. Él tenía veinte años cuando murió y yo tenía veintiocho. Yo diario dormía con un albañil, que era él, desde el día en que me dijo: “Vámonos de aquí a vivir solos tú y yo”. Y ahí fue que empezamos a perder los hijos porque no perdí uno, sino cinco. A los ocho meses se morían en mi vientre. Y yo creo que fue por tantas pastillas que me dieron aquí desde los dieciocho años porque yo soy bipolar. Eso ya me lo dijeron los psiquiatras y qué le vamos a hacer. Mi mamá también estaba enferma y por eso también venía aquí, pero a la única que internaban era a mí.
La primera vez fue porque me salí de la casa, me eché a andar y dijeron que estaba loca. Pero es que mi mamá siempre me decía que esa no era mi casa y me corría a casa de mi hermana Rebeca, que es doctora. Ella se fue y nunca volvió, pero yo no tuve esa suerte, porque cada vez que me trataba de ir, me traían al hospital y, como le dije, me dieron muchos tratamientos, electroshocks y todo. En mi casa no me quieren ni mi mamá, ni mi papá, ni mis hermanos, que son todos profesionistas. Sólo Rebeca, la mayor, la que le digo que se fue. Me manda dinero para las medicinas. Yo me quedé en el séptimo semestre de ciencias de la educación, pero ya perdí el interés por estudiar. Ahora quiero trabajar para demostrarles que puedo, aunque ya para qué demostrarles, ¿verdad? Mejor quiero trabajar para mí misma. Así me dice Raul porque ¿sabe? Yo vivo con Raul desde hace dos años, pero mis papás no lo quieren y me dicen que él tampoco me quiere. Eso también me dice el psicólogo, que quiere que lo deje y que trabaje para ayudar a mis papás, que ya están muy viejitos, pero, ¿usted qué cree?
Cuando habla de Raul, a Teresa se le ilumina la cara, el gris de su piel se torna vivo y le pido que me hable de Raul.
—Lo conocí cuando iba a recoger a mi sobrina a la escuela porque yo trabajaba con mi hermana. Empezamos a platicar y me dijo que estaba solo como yo. Nos gustamos y decidí irme a vivir con él a su cuarto. Yo sentí luego, luego que lo quería, pero él me confesó que lo dudaba hasta que… (acérquese para que le hable bajito)…. Hace poco lo secuestraron, estuvo prisionero varios días. Yo no lo sabía porque en ese tiempo estaba en Macuspana con mi familia, pero me sentía mal de estar lejos de él. Ah, pues Raul dice que en esos días tan difíciles sólo le dolía la posibilidad de no verme más y supo que me quería muchísimo. Yo soy muy feliz de haberlo encontrado porque fijese, hay otra cosa, él oyó la voz de Enrique que me encargó con él, le dijo que me cuidara ¡Imagínese que suerte! Él fue el que me trajo al hospital porque tuvo que irse a México por un problema de su hijo (él esta separado de una mujer con la que tuvo dos hijos) y no sabía con quien dejarme, entonces se discutió con mi papá, que no quiso hacerse cargo de mi y por eso me alteré y decidí que me trajera acá, pero de eso hace dos semanas y no ha venido. El psicólogo me dice que probablemente tenga otras mujeres como mi papá, pero hay cosas que no entiendo porque yo vivo con Raul en una casa de renta. Él paga 3800 al mes y mi papá le había pedido que nos fuéramos a vivir con él y mi mamá, que tiene parkinson. Y, aquí entre nos, creo que esa enfermedad tan fea le vino por lo mal que se ha portado conmigo, por haberme venido a botar aquí desde los dieciocho años, por haberme destruido la vida.
Mis hermanas creen que yo fui la que la enfermé; que le dio por cuidarme. Y dicen que a ellas no les voy a hacer lo mismo, que me vaya, con perdón de usted, a la fregada. Pero no dejan de ser mis hermanas ni mis papás. Y yo siento que los quiero, pues aunque no me quieran, soy su hija y su hermana, pero eso es otra cosa.
Ah bueno, pues si, esta vez me trajo Raul, pero porque yo se lo pedí. Pero me pone muy triste eso que me dijo el psicólogo. Pero, ¿verdad que eso él no lo puede saber? Yo creo en Raul y aquí lo voy a estar esperando. Y le voy a decir otra cosa: ¿Usted cree en los entes?
—¿Qué es eso?
—Es otra persona que está en uno. Yo creo que Enrique está en mí como un ente. Él quiere que yo me vaya con él, que tome veneno para que nos volvamos a reunir. Me da mucho miedo, pero yo siento que es así, que él me quiere con él, que no se resigna a estar solo en la muerte. Yo estaba de acuerdo en irme, pero cuando conocí a Raul y Enrique me encargó con él, todo cambió, pero no entiendo por qué de todos modos no se quiere ir. Yo lo siento dentro de mí. Un día me desmayé en la calle y un señor me tocó la frente y quería sacarlo. Decía que era un espíritu inocuo y le hablaba: “te la querías llevar”. Y yo empecé a convulsionar. Tanto me quiere que me quiere llevar con él y no me deja ser feliz.
Enrique tenía tres espíritus: Santa, María Dolores y el de dos niños. Y hablaba en lenguas, no sabía escribir, pero cuando estaba en posesión de los espíritus, sí escribía en lenguas. Era muy violento. Y como luego fui a un exorcismo, de verdad me convencí de que la persona que me tiene así es él. Y recordé que Enrique, cuando iba a morir, me dijo que no quería irse de aquí, que quería que lo enterraran ahí en la casa donde vivimos, donde ahora está mi papá, pero su papá vino de Sánchez Magallanes, de donde era y se lo llevó. No pude hacer nada, era su papá.
Enrique no está en la luz, está en la oscuridad, en la magia negra tal vez y lo que hizo. Porque ¿se acuerda que tenía un proceso legal por violar a una niña?
Pero a mí eso nunca me importó. Nos queríamos mucho y pudo haber cometido un error. Yo no era quién para juzgarlo, pero los que hicieron el exorcismo dicen que está en las tinieblas y que allí es a donde me quiere llevar. Y a mí me da miedo. Esto no se lo había dicho a nadie, pero ahora que se lo estoy diciendo a usted siento que es más real la voz que le habló a Raul para decirle que me cuidara y eso me da mucha tranquilidad.
Es extraordinario lo que me dice Paola hoy. Enrique es un ente que está en ella y se la quiere llevar. Enrique la reclama en el otro mundo ¿qué haces en la tierra sin mí? Parece preguntarse, tómate muchas pastillas, ven conmigo. No oigo una voz, sólo lo que me dice Teresa, pero Raúl aparece en su vida, como el cuidador de Ajó.[1] Raúl recibe un mensaje de Enrique que le dice que cuide a Teresa. Teresa siente que ama a Raúl, que su vida está con él. En ese mensaje está la salvación de Teresa, hay un acto de transmisión. El poder pasa del cuidado de Enrique (muerto) al cuidado de Raúl (vivo). Ella es el objeto que Enrique reclama, pero que en esa frase cede a Raúl y permite que el duelo se efectué.
Pero, ¿dónde está el sacrificio? El sacrificio, creo yo, son los hijos perdidos y que ahora parece aceptar no tener. Teresa renuncia a la escuela, a la ropa, a los objetos. Y aún a su propia familia. Raúl no le compra nada y ella con él sólo quiere comida y el saberse viva para trabajar y poder comprarse lo que vaya necesitando, quiere también darles dinero a sus papás y contar para ellos a través del dinero que ella se vaya ganando. ¡Quiere vivir!
[1] El personaje de: Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura de Kenzaburo Oé, Anagrama, Barcelona, 1995.
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