¡La gran estafa!: la ficción de la deuda al interior del capitalismo

Home capitalismo ¡La gran estafa!: la ficción de la deuda al interior del capitalismo
¡La gran estafa!: la ficción de la deuda al interior del capitalismo

Resumen

En este artículo se busca elucidar el lugar concreto que ocupa la producción ficcional de la subjetividad endeudada dentro de la «máquina capitalista» desde una lectura crítica sobre el texto Fábrica del hombre endeudado de Maurizio Lazzarato. Asimismo, se pretende reflexionar, con base en las ideas más imprescindibles que nos arroja Lazzarato, sobre la ficción constitutiva y regulativa —entre otras tantas ficciones— más eficiente del sistema financiero en tanto cuanto posibilita y articula el ordenamiento y la verdadera fuerza propiamente económica del capitalismo moderno; siendo ella misma —la ficción de la deuda—parte fundamental del núcleo extraeconómico que articula los procesos selectivos de invención de las subjetividades capitalistas. 

Palabras clave: ficción de la deuda, producción de subjetividades, sistema financiero, máquina capitalista., Maurizio Lazzarato, economía.

 

Abstract

In this article we seek to elucidate the specific place occupied by the fictional production of indebted subjectivity within the “capitalist machine” from a critical reading on Maurizio Lazzarato’s Factory of the Indebted Man text. Likewise, it is intended to reflect, based on the most essential ideas that Lazzarato throws at us, on the constitutive and regulative fiction —among other fictions— more efficient of the financial system insofar as it makes possible and articulates the ordering and the true economic force itself. Modern capitalism; being itself ̶̶ the fiction of debt ̶ a fundamental part of the extra-economic core that articulates the selective processes of invention of capitalist subjectivities.

Keywords: fiction of debt, production of subjectivities, financial system, capitalist machine, Maurizio Lazzarato, economy.

 

Mejor ser un deudor — «¡Mejor seguir siendo un deudor
que pagar con una moneda que no lleve nuestra efigie!» —
así lo requiere nuestra soberanía.

Nietzsche, Gaya scienza, §252

 

Es de esperarse que la Modernidad, como proyecto cultural y civilizatorio europeo, no haya llegado a su “fin” en Europa misma tal como Hegel previó en sus Lecciones sobre la Filosofía de la historia universal.[1] El proyecto moderno de civilización no ha cesado de expandirse por todo el planeta. Hace mucho que quedó atrás el imperio impulsado por Carlos I en su afán de colonización una vez “descubierta” América. Imperialismo religioso, político, económico y cultural que avanzó hacia la constitución de la historia de la Modernidad. Hoy somos el devenir histórico de esos sometimientos, de esas conquistas, de esos ultrajes; hoy somos presas de una constante transformación geopolítica en la que el capital y el recurso a la deuda dan lugar a una Modernidad que evoluciona y se apodera de todos los flujos que corren y atraviesan los campos, desde las conductas presuntamente individuales hasta los grandes sistemas. El sistema colonial como pródromo de la Modernidad, organizó y estructuró desde Europa como centro, el endeudamiento económico mundial que culmina con la rapaz crisis de las individualidades que, a duras penas, viven consagrándose a la acumulación de riqueza, para hacerse acreedores de una vida que no es nunca suya.

Sin duda, el capitalismo no ha dejado de esparcir su lógica imperialista sobre la base del “gran mito de la Modernidad” justificado por los discursos del progreso y el desarrollo tecnocientífico. Actualmente, el progreso civilizatorio no se funda en el capital industrial, tal como en sus inicios creyó el mismo Hegel, sino en el llamado capital financiero, que opera mediante determinados mecanismos estratégicos inventando un sujeto específico que pone a la base de sus relaciones, no llanamente monetarias, el ser endeudado, y lo encorseta en una dirección vertical entre acreedor y deudor. En este sentido, sugerimos que es la deuda el dispositivo de mediación que articula todas las piezas de la “máquina capitalista”. Por tanto, nos proponemos analizar brevemente el funcionamiento de este mecanismo que dota de toda eficiencia al capitalismo al mismo tiempo que lo vuelve perverso. Nuestra aproximación escala a partir de una lectura del libro Fábrica del hombre endeudado de Maurizio Lazzarato. Además, pretendemos elucidar cómo la deuda, en el contexto del capitalismo, opera como una ficción reguladora que inventa a los sujetos, sus necesidades, sus afectos, sus intercambios, incluso sus libertades, haciéndoselas vivir como elegidas y propias.

WILHELM LEHMBRUCK, “EL DERROCADO” (1915)

 

Producciones ficcionales: un modo de supervivencia del capitalismo

Un hombre derrengado, con la frente pegada al suelo y el rostro oculto como de vergüenza, aplastado por el peso de una condena; lo vemos prosternado en posición de súplica eterna. Wilhelm Lehmbruck en el año 1915 esculpe “El derrocado”, una figura que nos acerca al escenario del hombre caído que ha perdido el paraíso a causa del acto de desobediencia capital. En el Génesis se relata la falla primordial a la que se debe el hombre y por la que se lleva inexcusablemente el estigma de una deuda. Hombre maldito, arrancado del paraíso, arrojado hacia el trabajo infatigable y el padecimiento constante. Rebelde, transgresor, su desobediencia abrió una grieta entre su vida que era un don incuestionable y su nueva vida, producto de una violación. El hombre caído es el hombre que ha fracturado su inmanencia con lo viviente y ha alienado su relación con la tierra, obligándose a labrarla y a humillarse hasta la extenuación con la única suerte de hacerse merecedor de su vida. Trabajar es asumirse como culpable y, al mismo tiempo, su consolación, única actividad que promete expiar la deuda contraída por su insumisión. Aquél que desee vivir debe pagar con su propia vida, lo que es lo mismo que agotarse en el trabajo y prescindirse de vivirla. Este panorama nos coloca en medio de esa excrecencia del capitalismo de la que aquí hablaremos: el sujeto endeudado.

El capitalismo, la Gran máquina de producción, no puede funcionar sin la construcción simultánea de múltiples ficciones que invisten cada uno de los flujos que circulan, seleccionan y procesan el input y el output de la máquina de aglutinamiento planetario. Todos los desplazamientos que operan dentro de la gran máquina tienen que ser inventados para su propia supervivencia, es decir, para su proceso de absorción y reinvención. En este sentido, la máquina capitalista necesita crear para sí ciertas ficciones que encubran sus fallas, como las ideologías opresivas y la presencia de las mercancías desvinculadas de sus condiciones de producción. De esta manera, el capitalismo designa funciones, labores y específicas posiciones sociales y económicas de la misma manera en que fabrica mercancías y monta la parafernalia de la publicidad. Todas las ficciones se presentan como de uso privado, esto quiere decir que fundan una individualidad sin urdimbre colectiva, efectuando la reproducción de las condiciones socioeconómicas de exclusión, subyugación y represión; estas ficciones del capitalismo se pueden ver también como formas de socialización que aletargan la liberación de los sujetos interiorizando en ellos un modo específico de ser y de hacer, que sirve para el mantenimiento unívoco del hacinamiento sin fin de capital. Lazzarato escribe: “La especificidad del poder capitalista no deriva de una simple acumulación de poder adquisitivo, sino de la capacidad de reconfigurar las relaciones de poder y los procesos de subjetivación”,[2] se diría a la postre que, detrás de la acumulación estrictamente económica, subyace la más imprescindible eficacia del capitalismo, aquella que estriba en controlar los flujos materiales[3] de la producción por virtud de la fabricación de ficciones constitutivas. Ficciones sin las que el capitalismo no puede expandir su propio límite, su propia autovaloración.

MAURICIO LAZZARATO

Así, según Deleuze y Guattari,[4] el capitalismo es la máquina social que funciona por desmembramiento y reincorporación de las significaciones en un mismo sistema homogéneo del que nada escapa, haciendo convivir contradicciones impensadas en ninguna otra formación social. Para ello, el capitalismo produce sus axiomas —principios de subsunción que trabajan con todo tipo de contradicciones en el sistema— como también produce ficciones, paradojas, fugas, vehículos de resistencia funcionales, tensiones estructurales que posibilitan las integraciones totalizantes. En palabras del pensador francés:

“Si es verdad que en el capitalismo los flujos se descodifican, se desterritorializan constantemente, es decir que el capitalismo produce al esquizo como produce dinero, toda la tentativa capitalista consiste en reinventar territorialidades artificiales para inscribir a las personas […] Y ahí donde todas las territorialidades son flotantes, se procede por reterritorialización artificial, residual, imaginaria.”[5]

Es la “reinvención de territorialidades artificiales” que confinan a los sujetos al interior de una subjetividad funcional que embone en el mundo de la productividad del trabajo. De ahí que el capitalismo sea la Gran Estafa, fuente de todas las “reincorporaciones ficcionales” que producen las condiciones materiales —desde los medios de producción, las mercancías hasta la fuerza de trabajo y la subjetividad de los agentes corporales— desde soportes vacíos, elucubraciones sinsentido y dementes:[6] desde la invención de ficciones que se han hecho necesarias, indispensables, inquebrantables.

Nosotros tratamos aquí, como una ficción esencial para el capitalismo, la deuda, dúctil mecanismo que sostiene moviliza y encubre las estratificaciones, los desequilibrios y las conclusiones que hacen posible la estabilidad de la máquina. A propósito de las disimetrías que produce la deuda, es sensato no soslayar que los ultrajes y las desposesiones por las que la modernidad europea ensanchó sus arcas para sostener un estilo de vida desarrollado ha empobrecido y condenado a una deuda sin par al mundo colonial al que explota despiadadamente, creando un abismo insalvable entre el endeudamiento del hombre europeo y la misérrima realidad del hombre colonizado. La cuestión que nos aqueja es: ¿en qué consiste la ficción de la deuda? ¿En qué sentido la deuda es uno de los dispositivos de explotación más eficaces del capitalismo? Buscaremos esclarecer estas cuestiones en lo que sigue.

La ilusión de la deuda: un modo de subjetividad capitalista

La deuda, nos dice Lazzarato leyendo explícitamente a Nietzsche, es la “promesa de un pago futuro”. De esta manera es inexcusable para la formación capitalista la constitución de un tipo específico de sujeto-pasivo que haya “¡[…] llegado a ser él mismo calculable, regular, necesario, también a sus propios ojos, para al final, al modo en que lo hace quien promete, poder responder de sí mismo como futuro!”[7] Sólo sujetos “capaces de prometer” pueden hacerse ellos mismos previsibles, autárquicos, sin quiebres ni fisuras. Sólo mediante la proyección continua de sí mismos en un futuro imaginable los sujetos pueden hacerse garantes de ese futuro,[8] pueden disponer de él como de ellos mismos, pueden objetivar y cuantificar ese futuro, un tiempo próximo, tanto como objetivar y cuantificar su propia corporalidad. Así, aquél que es dueño de sí mismo potencialmente es dueño del futuro del que dispone: de su frágil memoria y de un tiempo inexistente. Sus inclinaciones, sus deseos, sus creencias también deben pasar a través de la criba de un control minucioso que prevé la certeza del pago. Es decir, a los sujetos se los alimenta con esta promesa: ¡un día pagarás, pero no hoy, mientras tanto, sigue trabajando! Como bien apunta Lazzarato “[…] el performativo de la promesa, si bien, realiza el acto de prometer, en lugar de describirlo, no constituye en sí mismo el reembolso de la deuda”;[9] y es que la deuda no puede ser saldada inmediatamente porque sólo funciona mediante la “ficcionalidad” que hace del tiempo una linealidad extensa, una cosa regular, inalterable y continua. El préstamo, el crédito, subsume la espontaneidad y el azar del tiempo a lo esperado, a lo constante, a lo impasible, al fetichismo del capital que hace como si el tiempo fuera estable, fijo y sin desviaciones, mutaciones o perturbaciones. Ciertamente, “[…] toda la innovación financiera no tiene más que una finalidad: objetivar el futuro para poder disponer de él de antemano”.[10] Asimismo, es a partir de la ficción de la deuda —de la consigna que el acreedor delega arbitrariamente al deudor— que hace de un tiempo futuro en potencia una actualidad calculable, vuelta objeto de una creencia, como pueden las finanzas aumentar la riqueza, potencializar ese aumento mediante el dominio cuantitativo del tiempo que no ha tenido lugar en el presente, el tiempo vacío del devenir. En consecuencia, esa toma del tiempo necesita homogeneizarse, diseminarse por todas las estructuras subjetivas, pues, ¡qué es este tiempo regulable sino una mera percepción de una subjetividad esclavizada por el trabajo! De ahí que sea necesario fijar esta temporalidad ficcional que naturaliza el mundo de la producción demente del capital bajo el disfraz de una moralidad[11] compatible, una moral que invente un modo de ser asimilable a la culpa y un modo de hacer correcto, adecuado, moldeable a la ley represiva, a la normatividad unívoca. De esta forma el deudor, es atravesado por el crudo sentimiento del remordimiento, motor que lo impulsa adoptar una conducta sumisa capaz de retribuir lo que ante todo está fuera de su alcance. Para lograrlo, tiene que recurrir a métodos de instigamiento que mantengan despierta la memoria, forzarla a que no olvide que ella obedece a un plazo que debe cumplir, a que tome conciencia de las consecuencias que suceden a sus acciones. Efectivamente, “[…] nada hay más terrible y más inquietante en toda la prehistoria del hombre que su mnemotécnica”[12] de la crueldad: aquellos mecanismos que provocan dolor y sufrimiento con vistas a adiestrar los cuerpos bajo determinados hábitos, para así implantarles una memoria, una temporalidad programada sincrónicamente. Por tanto, “[…] la memoria, la subjetividad y la conciencia comienzan a fabricarse en la esfera de las obligaciones de la deuda”.[13] A decir verdad, en las exigencias de la deuda se constituye un modo de sujeto seguro de sí mismo, de su inmutabilidad, en condiciones legítimas y perfectamente normalizadas de recompensar, de devolver.

Este “auténtico trabajo del hombre sobre sí mismo” del que nos habla Nietzsche, conforma la producción moral del hombre endeudado. Sólo la moralidad puede lograr la interiorización de un sentimiento de falta, del remordimiento que se formaliza en un principio ético de deber. El sujeto que asume la deuda desde su auténtica voluntad (en un querer pagar) está condicionado a aceptar que sólo “[…] se es libre en la medida en que asume el modo de vida […] compatible con el reembolso”.[14] Sólo pagando la deuda, sólo retribuyendo al otro que está por encima de mí, respaldado por toda ley, por toda la estructura económica que legitima las relaciones asimétricas, se puede vivir libremente con la conciencia tranquila, exento de la difamación, del hostigamiento y de la crueldad social o del uso del derecho penal y los aparatos jurídicos en la asignación de pugnas. Un sustento moral de la economía de la deuda es lucrar con la dignidad de las personas: “[…] el crédito explota y postula no el trabajo, sino la acción ética y el trabajo de constitución de sí mismo en un nivel a la vez individual y colectivo”.[15] Las finanzas, con el mecanismo de la deuda, no sólo explotan la fuerza de trabajo de los obreros, sino que van más allá de las demandas del capital industrial para acelerar la producción y sacar provecho de la constitución del humano en tanto ser ético. Es decir, la relación acreedor-deudor es inversamente proporcional en la medida en que el acreedor crece y se supera debido al decrecimiento (moral, espiritual, social, económico, político) de la vida del deudor. Esta relación violenta se nos presenta como exclusivamente económica, pero está directamente interconectada con la instrumentalización del Otro en tanto deudor y de la superioridad del acreedor que en tanto “yo solipsista” que ve en el Otro la fuente de sus meras satisfacciones personales. Hacer del Otro un medio para la reproducción de las condiciones indispensables para sostener las vidas “privilegiadas”, merecidas, es el mismo uso que la ambición irracional capitalista le ha dado a la Naturaleza. Le ha atribuido valor transformándola en un objeto servil que en sí mismo implica ser consumido y dilapidado vorazmente a expensas de su propia aniquilación rebasando la dignidad incondicional de la vida misma (humana y no humana). El capitalismo, en gran medida por la deuda, se ha engrandecido a sí mismo de tal manera que ha socavado y acribillado la Vida en el planeta y ha hechos de los otros, de sus tierras y riquezas, especialmente de los radicalmente ajenos dentro de una visión individualista, bienes expropiables por derecho de conquista (militar, económica o política).

La usurpación colonial y los demás efectos de dominación en las relaciones productivas capitalistas de alguna manera están atravesados por la deuda. La deuda está sostenida por la producción económica-material intrínsecamente dependiente de la producción ficcional de determinados valores y sentidos que articulan los márgenes disponibles según los cuales la vida debe proliferar y reproducirse. Razón por la que “[…] aquello que definimos como economía sería lisa y llanamente imposible sin la producción y el control de la subjetividad y de sus formas de vida”.[16] Sin duda, la producción material capitalista no puede prescindir de ciertas mediaciones discursivas que regulan las prácticas aceptables, los procesos de constitución de los individuos y las condiciones sociales que posibilitan todo tipo de transacciones y de intercambios capitalistas. En este sentido, la deuda es un punto de conexión más (presentada en su forma individualizada) dentro de la red inmanente de relaciones que configuran la realidad social inaugurada por el capitalismo.

Entonces, si proponemos que la deuda es una ficción que regula los comportamientos, las actitudes y los deseos necesarios para sostener la contradicción de la vida capitalista, ello no implica que por ser ficción sea menos real, menos material o menos concreta. Por el contrario, sugerimos que la deuda es una invención de la lógica financiera que configura un tipo de sujeto en la medida en que tiene intervención efectiva en las diversas configuraciones que hacen que la gran máquina produzca lo real, es decir, la realidad inmediata siempre escindida del marco total de inscripción que le da lugar. Nos dice Lazzarato: “El capital tiene un poder sobre el flujo de poder adquisitivo de los obreros, ante todo, porque es amo y señor, pues, del tiempo, de las elecciones y de las decisiones”[17] que fijan las posibilidades de las estructuras sociales y de las configuraciones subjetivas. Es el capital financiero el que autoriza los marcos de inteligibilidad vigentes y aceptables decidiendo las formas de producción, de intercambio y de consumo dentro de la esfera de la deuda.

Y como estratagema de su “verdad”, el capitalismo monta sobre sus piezas y engranajes el gran teatro de la disimulación:[18] tiene que incitar confianza[19] en los modelos objetivos y en los ideales subjetivos de la vida capitalista. En este tenor, es la deuda la que enmarca las diferentes figuras teatralizadas por el capitalismo: desde el “empresario de sí mismo” —de la que nos habla Foucault—, el profesionista, el patrón, el pobre, hasta la objetivación más refinada y civilizada del deseo manifiesta en la búsqueda de la comodidad, del entretenimiento, de las vacaciones (en el consumo de tiempo libre), del placer, de la felicidad y las satisfacciones personales a costa de ampliar la deuda hasta volverla infinita. Por tanto, la ficción del hombre endeudado transgrede el plano meramente económico porque sólo así puede articular una situación colectiva de opresión que colabore en todos los niveles para la acumulación de la tasa de ganancia.

A manera de conclusión, a pesar de que los sujetos son las piezas indispensables de la producción capitalista, ellos sólo pasan a ser parte derivada del capital privado y de este sistema impersonal portando sobre sus cuerpos, en su propia existencia material, el sello de la deuda permanente que han contraído y a la que han sido inducidos, irremediablemente, a pagar:

“A diferencia de lo que sucede en los mercados financieros, el usuario transformado en ‘deudor’ no tiene que hacer sus reembolsos en dinero contante y sonante, sino en comportamientos, actitudes, maneras de actuar, proyectos, compromisos subjetivos, tiempo dedicado a la búsqueda de empleo, tiempo utilizado para formarse de acuerdo con los criterios dictados por el mercado y la empresa, etc.”[20]

Tremenda condena arrojada sobre nuestros hombros bajo el engaño de la embriaguez momentánea, bajo el descanso mediocre, pero “bien ganado”, bajo el desperdicio irrisorio de nuestras fuerzas, anunciando el fracaso y lo fútil de nuestro agotamiento constante. Explotar el cuerpo, alcanzar riquezas, abundancia y una vida exitosa, superarse a sí mismos en el trabajo: con tal que la vida, nuestra necesidad de sosiego vital, ya no puede gozarse porque prolifera la extenuación universal. ¡Que época tan paradójica![21] Llena de refugios ensordecedores, de supuestas estabilidades, de seguridades, de entretenimientos, de espacios propicios para la des-subjetivación, para el olvido de sí mismos y, al mismo tiempo, qué obligada necesidad de respuestas, de voluntades “libres”, de subjetividades completas, absolutas, siempre dispuestas, en última instancia, a pagar las consecuencias rastreras de ser meros productos ficcionales disfrazados de sujetos conscientes de sí mismos ¿Cuál será la proporción a pagar del hombre que ni con su última derrota sacia la máquina discreta, la máquina indecente? Si en algo se volvió afín el hombre de las colonias y el hombre imperialista europeo, fue que éste le inoculó su deuda hasta las entrañas. Mas, permítaseme la ironía: si en algo se distingue uno y otro, ellos y nosotros, es que el europeo heredó civilidad a un alto precio y nosotros, servil colonia hasta nuestros días, no nos alcanza ni para legar nuestra vergüenza. ¡Qué empobrecimiento nos ha traído el ser deudores de esta manera de vivir y de pensar, el ser deudores en este sistema capitalista!

 

Bibliografía

  1. Deleuze, Gilles y Félix Guattari, El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, Paidós, España, 2004.
  2. Deleuze, Gilles, Derrames entre el capitalismo y la esquizofrenia, Cactus, Buenos Aires, 2013.
  3. Dussel, Enrique, 1492 El encubrimiento del otro. Hacia el origen del “mito de la Modernidad”, Plural editores, Bolivia, 1994.
  4. Lazzarato, Maurizio, Fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal, Amorrortu, España, 2003.
  5. Nietzsche, Friedrich, “La ciencia jovial” en Tomo I, Gredos, Barcelona, 2014.
  6. _____, La genealogía de la moral, Edaf, España, 2007.

 

Notas

[1] Cfr. Un interesante y buen análisis de la Modernidad colonial eurocéntrica por Enrique Dussel, ed. cit., pp. 13-23.
[2] Lazzarato, ed. cit., p. 99.
[3] O sea, de producción social e inmediatamente de producción deseante tal como Deleuze y Guattari proponen en su análisis de El Antiedipo.
[4] Cfr. Deleuze et al., ed. cit., capítulo III, pp. 229-283.
[5] Deleuze, Derrames entre el capitalismo y la esquizofrenia, ed. cit., p. 30. Las cursivas son mías.
[6] “No hay uno solo de esos aspectos, ni la menor operación, ni el menor mecanismo industrial o financiero que no manifiesten la demencia de la máquina capitalista y el carácter patológico de su racionalidad (no del todo falsa racionalidad sino verdadera racionalidad de esta patología, de esta demencia) «pues la máquina funciona estén seguros de ello».” (Deleuze et al., Antiedipo, pp. 383-384).
[7] Nietzsche, La genealogía de la moral, ed. cit., segundo tratado, §1.
[8] “El orgulloso saber del extraordinario privilegio de la responsabilidad, la consciencia de esta rara libertad, de este poder sobre sí mismo y el destino […]” (Ibidem, §2).
[9] Lazzarato, op. cit., pp. 46-47.
[10] Ibidem, p.53.
[11] La relevancia de determinadas formas de moralidad en la construcción de las subjetividades capitalistas radica en que “Mediante la moral, cada individuo es entrenado para ser una función del rebaño y para asignarse un valor en sí mismo sólo como tal función” (Nietzsche, La ciencia jovial, ed. cit., §116).
[12] Nietzsche, La genealogía de la moral, op. cit., §3.
[13] Lazzarato, op. cit., p .46.
[14] Ibidem, p. 37
[15] Ibidem, p. 63.
[16] Ibidem, p. 37.
[17] Ibidem, p. 97.
[18] “Así la confianza es la condición de todo acto de creación, trátese de creación artística, creación ética o creación política” (Ibidem, p. 79).
[19] Tan imprescindible es la ficción de la confianza en los modelos e ideales de la vida capitalista que sólo ese instrumento de fe puede lograr nuestra complacencia en la promesa de volvernos una civilización superior a las ya existentes. Pero esa supuesta superioridad sale costosa cuando tiene que canjearse por una vida apresurada y por el contento que nos produce sentir que no somos mediocres cuando excluimos el deseo de la demora para creer que nos engrandezcamos a nosotros mismo mientras más rápido nos superponemos frente a los demás. Aunado a ello, “Hoy uno se avergüenza incluso del reposo; una larga meditación casi provoca remordimientos de conciencia. Se piensa con el reloj en la mano, como también se come al mediodía con los ojos puestos en las noticias del mercado de valores —[en realidad] se vive como si constantemente no se «llegara a tiempo» a algo” (Nietzsche, La ciencia jovial, op. cit., §329).
[20] Lazzarato, op. cit., p. 121.
[21] El capitalismo no sólo consume la fuerza material de sus súbditos sino el Tiempo en su totalidad, en su inconmensurabilidad, en su absoluta integración; aun cuando tal cosa sea imposible de suyo. El capitalismo ha afirmado la paradoja: evidencia el vacío de la existencia, pero lo suprime mediante sus grandes ficciones. El capitalismo supone la permanencia de la vida presente y futura y anula la irrefutable necedad de la muerte, en ese sentido se ha edificado sobre lo que no ha debido ser: el tiempo del hambre, de la miseria, de la injusticia, de la crueldad y, sin embargo, ha hecho que sea.

Leave a Reply