Porque sepa dios quien son los acreedores del hombre

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Porque sepa dios quien son los acreedores del hombre

Tiempo. De mí no se puede huir.
Tierra. Dices bien, Tiempo, aquí está.
Tiempo. Hombre, paga; el Tiempo soy.
Hombre. Harto me pesa de verte.
¿Mas qué te debo? aquí estoy.
Tiempo. Por un poder de la muerte,
que yo otras veces le doy,
vengo a pedirte la vida.

Lope de Vega

Resumen

El presente texto pretende rastrear el origen de la deuda que existe en la relación acreedor-deudor y cómo dicha relación ha influenciado a la subjetividad de los seres humanos inmersos en el mundo capitalista del que somos parte. Para esta breve genealogía de la deuda, me enfocaré en tres autores: Friedrich Nietzsche, Maurizio Lazzarato y Félix Lope de Vega, quien, con un auto sacramental, atisbó en el siglo XVII la forma esquizoide en la que devendría el capitalismo actual.

Palabras clave: Deuda, crédito, capitalismo, acreedor, deudor, Maurizio Lazzarato, Friedrich Nietzsche.

 

Abstract

This paper aims to trace the origin of the debt that exists in the relationship between creditor and debtor. Furthermore, the text will prove how this relationship has influenced the subjectivity of human beings who are immersed in the capitalist world. For this genealogy of debt, I will focus on three authors: Friedrich Nietzsche, Maurizio Lazzarato and Félix Lope de Vega, who in the 17th century, with an auto sacramental, saw the schizoid shape in which contemporary capitalism would turn into.

Keywords: Debt, credit, capitalism, creditor, debtor, Mauricio Lazzarato, Friedrich Nietzsche.

 

Todo en nuestra vida cotidiana nos dice y nos demuestra imprevistamente que somos sujetos endeudados, ya sea por el servicio de internet y teléfono, la luz, el agua, la hipoteca, el auto o el celular nuevo. Prácticamente todo nos hace deudores, sabemos qué debemos y a quién debemos pagar, pero este proceso nos remite a un acreedor infinito que en realidad no logramos identificar. Entonces, ¿cómo podemos conocer o identificar a este acreedor que se nos presenta enmascarado?

El banco, el gobierno, el del servicio al cliente, todos estos seres que, caritativamente nos prestan o brindan algún servicio, aparecen como nuestros acreedores, pero son acreedores enmascarados. El verdadero rostro de estos no parece evidente, sin embargo, un poco de conocimiento sobre Marx y su crítica a la economía política, nos revela inmediatamente el rostro detrás de la máscara del Demonio, uno de los acreedores: el capitalismo. No obstante, existen otros dos acreedores que, de igual manera, portan máscaras: Dios y el Hombre mismo.

¿De dónde surgen estos acreedores enmascarados? Lo que realizaré en este ensayo es exponer estas tres máscaras que reconocí en un auto sacramental de Lope de Vega que, convenientemente, se titula “Los acreedores del hombre”. En dicha obra los tres personajes antes mencionados revelan su influencia en lo social. Aunque el texto carezca de herramientas teóricas, nos muestra cómo se educaba a la población del siglo XVII y, de la misma forma, sigue siendo vigente en la sociedad de la deuda de la que somos parte en la actualidad.

Me baso en La fábrica del hombre endeudado de Maurizio Lazzarato, a partir de la cual esbozo la evolución del capitalismo y cómo, desde su forma simple de intercambio hasta la relación acreedor-deudor, no ha dado lugar a la libertad del ser humano. Expongo también la influencia de la religión cristiana ayudándome del texto de Lope de Vega, así como del de Lazzarato, pues considero que ambos muestran el papel fundamental de la deuda y de la religión en nuestra constitución como seres humanos inmersos en la sociedad capitalista. Por último, demuestro cómo aquellos personajes se encuentran a lo largo del proceso histórico que nos constituye en la actualidad y cómo, todavía, fungen como titiriteros. Desde esta perspectiva los seres humanos no somos más que las marionetas subyugadas al Capitalismo, a Dios y al Hombre en su forma más monstruosa.

 

Contexto histórico de “Los acreedores del hombre”

El capital comienza a ser molesto en la Edad Moderna temprana, en los comienzos del Renacimiento. Lo anterior debido a que, toda Europa en general y España en particular, estaban saliendo de la Edad Media, en donde existía un modo de producción feudal basado en el contrato entre un señor feudal, que representaba a la nobleza, y un vasallo. Dicho contrato determinaba la situación económica tanto del vasallo, para poder explotar cierta parte de tierra, como del señor feudal, que le daba protección al vasallo y a la vez demandaba servicios del mismo como una porción de los productos de la tierra. La iglesia poseía la otra parte del capital que no tenía la nobleza, con la cual controlaba otros aspectos económicos, por ejemplo, indulgencias, la práctica de la simonía (cobraban para ver las cosas sagradas) y el control de las tierras y del comercio.

Cuando se pasó de la Edad Media a la Edad Moderna, el crecimiento de las ciudades y de la población, el descubrimiento de nuevas tierras y la posibilidad de explotarlas generaron más libertad en el manejo del capital. Ahora personas laicas, esto es, personas que no eran ni nobles ni religiosos, podían también medrar a través del comercio. De esta manera los mercados, entendidos como lugares físicos de intercambio libre y voluntario, se convirtieron en mercados de intercambio de comercio que cada vez eran más difíciles de controlar por el clero y la nobleza. Aunado a esto, la libertad de comercio propició un pensamiento más libre en el que se inserta el humanismo del que surgieron figuras como Martin Lutero y Erasmo de Rotterdam que comenzaron a criticar la ideología de la monarquía plenamente católica, suceso que conllevó a un cisma religioso que separó a católicos de protestantes.

La España de Lope de Vega optó por la religión católica a través de la contrarreforma y comenzó a alentar un pensamiento que defendiera las bases religiosas de la monarquía y que, a su vez, le ayudara a mantener su poderío económico y político. En este ambiente se inserta “Los acreedores del hombre”, que busca comprender el papel del mercado y el modo de producción capitalista que representa la ideología dominante de la monarquía española del siglo XVII. En este sentido, la figura del Demonio representa al capitalismo que ya comenzaba a posicionarse como fundamento de la civilización europea.[1]

 

La sociedad del hombre endeudado

La sociedad capitalista en la que vivimos se ha desbordado en toda forma de existencia posible. Con desbordar quiero decir que ha pasado a ser fundamento de todo lo que nos constituye o nos pueda constituir en un futuro como seres humanos. Esto ha sido posible porque la economía neoliberal que yace en el fondo de nuestra sociedad capitalista ha producido un fundamento que sobrepasa la forma simple del capitalismo: el intercambio entre el productor y el consumidor. Este “nuevo” fundamento es aún más complejo de lo que nos exponía Marx en El Capital y es complejo porque la forma fundamental de intercambio fue reemplazada por la relación entre un acreedor y un deudor, a partir de la que los sujetos que nacimos en este nuevo paradigma, nos constituimos a partir de este fundamento suprimiendo toda posibilidad de libertad.[2]

La relación acreedor-deudor es desarrollada por Maurizio Lazzarato en La fábrica del hombre endeudado, texto en el que realiza una genealogía de la deuda, sus orígenes y su repercusión en la economía neoliberal. El capitalismo actual parte de la figura subjetiva del “hombre endeudado”, es decir, todo ser humano habitante de este mundo —ya sea empresario, consumidor, usuario, trabajador, desempleado, etc.— tiene esta forma: la de ser un sujeto endeudado, esto es, seres humanos que han adquirido una deuda desde su forma más simple como pedir un crédito al banco hasta la forma más catastrófica e inexplicable como lo es la deuda pública.

Sin embargo, surge la pregunta, ¿cómo ha sido posible que todo ser humano nazca, de facto, bajo esta condición de endeudado? Lazzarato, explica que ya no es sólo la organización del trabajo, ni el trabajo como mercancía lo que determina a los sujetos sociales, sino que entra en juego el trabajo sobre sí mismo. En esta nueva determinación del trabajo, el ser humano ya no sólo entra al mercado como mercancía en donde venderá su fuerza de trabajo para adquirir lo necesario para vivir, sino que el capitalismo actual incluye un trabajo interno y subjetivo, como individuo que se “conforma a sí mismo” y que, con base en esto, repercutirá en la estructura global del capitalismo.

Para explicar esto con mayor detalle partiré de un pasaje que se encuentra en el libro primero de El Capital en donde Marx explica cómo funciona la compra y venta de la fuerza de trabajo, pero, sobre todo, en este pasaje es evidente cómo el simple acto de vender-comprar de la fuerza de trabajo es una operación que se perpetúa infinitamente:

“El propietario de la fuerza de trabajo es mortal. Por tanto, debiendo ser continua su presencia en el mercado, el vendedor de la fuerza de trabajo habrá de perpetuarse, ‘del modo en que se perpetúa todo individuo vivo, por medio de la procreación’. Será necesario reponer constantemente con un número por lo menos igual de nuevas fuerzas de trabajo, las que se retiran del mercado por desgaste y muerte. La suma de los medios de subsistencia necesarios para la producción de la fuerza de trabajo, pues, incluye los medios de subsistencia de los sustitutos, esto es, de los hijos de los obreros, de tal modo que pueda perpetuarse en el mercado esa raza de peculiares poseedores de mercancías”.[3]

El pasaje anterior muestra lo que considero como una primera etapa de constitución del ser humano que, en un primer momento, se presenta como individuo que trabaja para satisfacer las necesidades más básicas, es decir, para sobrevivir. Aparentemente en este proceso, el sujeto se relaciona con el capitalismo sólo en la medida en que vende su fuerza de trabajo para cubrir sus necesidades, sin embargo, el pasaje continúa: “Para modificar la naturaleza humana general de manera que adquiera habilidad y destreza en un ramo laboral determinado, que se convierta en una fuerza de trabajo desarrollada y específica, se requiere de determinada formación o educación”,[4] estas últimas palabras ya atisban un capitalismo que comienza a inmiscuirse en la constitución subjetiva del hombre, aunque aparezca de manera muy burda y superficial.

Si bien el capitalista paga la fuerza de trabajo, lo hace con una cantidad necesaria a partir de la que aquél que vende su fuerza no sólo satisface sus necesidades básicas, sino que también solventa la de sus hijos y, sobre todo, puede pagar una educación que les permitirá a éstos vender su fuerza de trabajo a “mejor” precio. De este modo se perpetúa la existencia de los poseedores de fuerza de trabajo que se venderán al capitalista para (sobre)vivir.

Así como la educación o formación del obrero comenzó a influir en la subjetividad del ser humano para ser apto al campo laboral, otros factores comenzaron a inmiscuirse. Estos factores los encontramos en la segunda disertación de La genealogía de la moral de Nietzsche, escrito al que Lazzarato acude para desarrollar su propia genealogía de la deuda. Nietzsche comienza su disertación diciendo que la Naturaleza se ha encargado de criar a un animal al que le sea lícito hacer promesas, dicho animal es el hombre. Sin embargo, para que el hombre sea capaz de hacer promesas es necesario que su capacidad de olvido sea superada, creándose una memoria de la voluntad en la que quedará implícita la necesidad del futuro, esto es, la necesidad de pensarse no en el presente, sino en lo que podrá poseer en un tiempo próximo.

Retomando a Lazzarato, su propuesta radica en que el disciplinamiento del hombre y, por lo tanto, la constitución de la sociedad, no surgieron en el campo económico, sino a partir de la relación entre el acreedor y el deudor que fue evidenciada por Nietzsche. En donde el crédito se convierte en el fundamento de las relaciones sociales y no la relación de intercambio propuesta por Marx. No obstante, considero que la forma de intercambio entre el capitalista y el obrero, en su forma simple, sigue siendo importante debido a que ésa es la forma en la que el capitalismo fue constituyéndose y, poco a poco, posicionándose como fundamento de la mayoría de las sociedades, ayudándose, evidentemente, de otras formas de relación como lo será la del acreedor-deudor.

Así pues, la deuda o crédito surge como una promesa de pago, “la promesa de un valor futuro”, pero esto implica la certeza de que existe un hombre capaz de saldar su deuda con el acreedor. Para Nietzsche la relación acreedor-deudor y vendedor-comprador fue posible debido a que los seres humanos comenzaron a relacionarse entre sí a partir de su capacidad para establecer medidas “fijar precios, tasar valores, imaginar equivalentes”,[5] y en este relacionarse con el otro, entraron en el campo de la deuda.[6] La sociedad misma produce a un hombre acreedor que posee riquezas, y a un hombre capaz de endeudarse, prometer y de tener memoria sobre la adquisición de su deuda, “[…] un hombre capaz de mantener una promesa significa construirle una memoria, dotarlo de interioridad, de una conciencia que pueda oponerse al olvido”.[7]

En esta cita se puede vislumbrar que el sujeto endeudado es un sujeto constituido a partir de lo que Lazzarato llama “obligaciones de la deuda”. Es decir, la subjetividad, la memoria, la conciencia, todo aquello que constituye al sujeto, se desarrollan, son fabricadas, como obligaciones de la deuda. Esta conciencia, esta memoria y esta subjetividad se han forjado con base en la promesa. Si bien la promesa surge como palabra y, aparentemente, se desvanece, ¿qué es aquello que hace al hombre pagar realmente su deuda?, pues no es sólo la enunciación de la promesa, sino que detrás existe todo un conjunto de mecanismos que han obligado al hombre a recordarla. Cuando Nietzsche habla de estos mecanismos, se refiere a todos los métodos (casi) impensables de violencia:

“Cuando el hombre consideró hacerse una memoria, tal cosa no se realizó jamás sin sangre, martirios, sacrificios; los sacrificios y empeños más espantosos […], las mutilaciones más repugnantes […], las más crueles formas rituales de todos los cultos religiosos […], todo esto tiene su origen en aquel instinto que supo adivinar en el dolor el más poderoso medio auxiliar de la mnemónica”.[8]

Pero no sólo se graba con violencia la promesa en el deudor, sino que, a partir de dicha violencia, el mismo deudor ofrece algo que es de su posesión al acreedor para que éste le tenga confianza. De esta manera, el deudor ofrece una garantía. En la forma arcaica de esta relación acreedor-deudor, la garantía sería al nivel del cuerpo, de la libertad y de la vida. En la actualidad estas tres formas son la misma garantía, pero de una manera menos burda o brutal y, por lo tanto, menos perceptible. Ahondaré en esto posteriormente.

Así pues, el deudor ofrece una garantía, la cual será la compensación del acreedor en caso de que el deudor no pague. Esta garantía dota al acreedor de un sentimiento de bienestar, pues sobre lo que se le ha ofrecido como garantía, él tiene derecho a descargar su enojo en caso de que la deuda no sea pagada, ya sea en el cuerpo, en la vida o en la libertad; para ejemplificar esto, parafrasearé uno de los pasajes de “Los acreedores del hombre”. El auto sacramental comienza cuando el Demonio captura al Hombre por no pagar sus deudas a Dios, se entiende que, cuando un ser terrenal no paga su deuda celestial, es el Demonio quien cobra la deuda, apoderándose de la persona. Se da por entendido un contrato entre Dios y el Demonio. De esta manera, cuando el Hombre, a punto de ser encarcelado por veredicto de la Justicia y la Misericordia, pide clemencia a Dios, al instante aparece el Príncipe,[9] quien intercede por el Hombre, ofreciendo un trato a éste. Un trato que durará treinta tres años, plazo suficiente para que el Hombre pague su deuda, en caso de no hacerlo, el Príncipe tomará el lugar de aquél en los castigos venideros en las cárceles del Infierno.

El Hombre al quedar “libre” comienza nuevamente su vida de Pecado, Vanidad y Locura,[10] dejando pasar el tiempo y olvidando nuevamente su deuda. Sin embargo, cuando el contrato está a punto de expirar, le llegan noticias de que el Príncipe tomará su lugar para saldar la deuda que tiene con Dios. La forma en la que le hacen pagar la deuda del Hombre al Príncipe es por medio de la crucifixión.

A partir de estos pasajes quiero enfatizar que la figura del Príncipe es importante, en primera instancia, aparece como fiador, cediéndole mayor tiempo al Hombre para que pague su deuda, sin embargo, éste no paga. Es, pues, el Príncipe la garantía que se la ha ofrecido a Dios mismo como acreedor, pero el Príncipe es Dios mismo sólo que en su forma mortal, es decir, Dios en su forma de Hombre. De esto Nietzsche hablará también: “Dios sacrificándose a sí mismo por la culpa del hombre, Dios mismo pagándose a sí mismo, Dios como el que puede redimir al hombre de aquello que para este mismo se ha vuelto irredimible, el acreedor sacrificándose por su deudor, por amor”.[11]

Con base en esto, es evidente la influencia del cristianismo sobre la relación acreedor-deudor, en donde, el sentimiento de culpa ya se había logrado generar a través del sufrimiento físico. Con la ideología cristiana, también fue posible el sentimiento de culpa, pero en el ámbito espiritual en donde la deuda es interiorizada, en palabras de Lazzarato.

Para Lazzarato la deuda interiorizada en el capitalismo tiene una forma inmanente, y no trascendente como en el cristianismo, sin embargo, como mencioné al comienzo de este apartado, Lazzarato se enfoca más en el sentido de Deleuze, Foucault y Guattari en donde todo lo concerniente a la sociedad del hombre endeudado pertenece a la relación acreedor-deudor y no tiene su origen en la forma mercantil. Sin embargo, como mencioné en párrafos anteriores, considero que ambas formas de relación del ser humano se han establecido como fundamento constitutivo de la subjetividad humana. Para demostrar con mayor énfasis cómo se relacionan ambas formas (la mercantil y la de la deuda), expondré brevemente un texto de Bolívar Echeverría. En su Tesis 8 de “Modernidad y Capitalismo”, explica cómo de manera simultánea, el cristianismo y capitalismo lograron establecerse ideológicamente en la sociedad.

La ideología cristiana, partiendo de la separación entre lo corporal y lo celestial, servirá como un esquema mental para comprender la separación fundamental del capitalismo entre valor y valor de uso. Esto es, que lo celestial se equipara al valor abstracto mientras que lo corporal o terrenal se identifica con el valor de uso, de esta forma los seres humanos entran en el juego de despreciar lo corporal, lo material y el valor de uso por lo abstracto que es el fundamento fuera de lo asequible, el paraíso prometido que será conquistado después de la muerte; asimismo, importa más poseer este valor que deviene dinero: “Los seres humanos vivían ya su propia vida como un comportamiento conflictivo de estructura esquizoide. En tanto que era un alma celestial, su persona sólo se interesaba por el valor; en tanto que era un cuerpo terrenal, en cambio, sólo tenía ojos para el valor de uso.”[12]

De esta forma, el ser humano se ha constituido tanto del capitalismo como de la religión, es decir, a partir de la relación capitalista-obrero, como de la relación acreedor-deudor.

Es en este contexto en donde aparecen los tres acreedores enmascarados. Por un lado, el Demonio que se encargará de hacer pagar al Hombre su deuda e intentará arrebatarle la libertad, tal como el Capitalismo lo ha hecho desde hace siglos. Si bien, como seres humanos nacidos ya en una sociedad capitalista, inmediatamente tenemos que acoplarnos a la forma Capital, en donde nacemos para trabajar, trabajamos para subsistir y subsistimos para seguir reproduciéndonos con la idea de que podemos “vivir bien”. Todo lo anterior sin darnos cuenta de que el capitalismo es una forma de vida monstruosa y aniquiladora, tanto del mundo, de los seres humanos como de sí misma.

Por otro lado, aparece Dios como él mismo o en su forma Hijo, siendo el mayor acreedor del hombre pues, con base en su legado ideológico, ha formado a los seres humanos con sus preceptos morales, ha construido una subjetividad dotada de una memoria del dolor que apela al sufrimiento de Jesús que se sacrificó por todos los seres humanos en la Tierra y que, con base en ello, ha creado una subjetividad llena de culpa. Y partiendo de esta culpabilidad, ha logrado establecer en el hombre un sentimiento de responsabilidad, responsabilidad para adquirir y saldar una deuda.

Por último, el acreedor Hombre, que no es aquel ser humano que se siente culpable y responsable de la deuda o que siente la necesidad de sobrevivir y por ello tiene que vender su fuerza de trabajo, no es ninguno de estos dos, sino el conjunto de ambos. Un hombre concreto que tiene la necesidad de satisfacer sus necesidades más fundamentales como comer y vestir, así como también es un hombre dotado de una moral, una conciencia y una memoria basadas en la deuda, en ese sentimiento de culpa porque Jesucristo se sacrificó por los seres humanos, por sus pecados y por las deudas que no pudieron pagar.

Es este hombre constituido tanto subjetiva como físicamente, que ha devenido en una sociedad monstruosa, porque el capitalismo ya no es sólo valor valorizándose sino valor valorizándose de una manera aterradora, que ha mutado de esa forma simple y ha devenido monstruosidad desbordante. En donde él mismo tiende a su propia destrucción, pero no termina por destruirse, a su vez, aniquila vidas humanas, agota el planeta, agota toda forma de vida. Este acreedor enmascarado lo es porque enmascara la forma simple del ser humano, pero su verdadero rostro son todas las subjetividades formadas en el capitalismo y en la religión (que ya no es sólo cristiana), como un Leviatán. Es el hombre capitalista, el hombre cristiano, el hombre consumista, el hombre productor, todas las formas del hombre que son acreedores de otros hombres y que reproducen las otras dos formas enmascaradas de acreedor suprimiendo la mítica libertad del ser humano. Es la vida como estructura esquizoide.

De forma análoga, en el texto de Lope de Vega, ¿quién es el verdadero acreedor del Hombre? ¿El Demonio o Dios? ¿O es quizá el Hombre mismo con sus pecados quien intenta saldar sus deudas despedazándose y entregándose un poco al capitalismo, un poco a la religión y un poco a la vanidad?

Podemos nuevamente apelar a la pregunta inicial: ¿quién es el verdadero acreedor del hombre?, y la respuesta será que es el hombre mismo, pero de una forma desbordada, degenerada. El Hombre Leviatán, sin alma y, por ello, sin capacidad para oponerse o destruirse a sí mismo y a todo lo que hasta ahora ha sido su infierno disfrazado de paraíso. Una forma monstruosa del ser del Hombre en donde la máscara de Dios se cae para descubrir la del Demonio de la que no podemos huir o quebrantar por la deuda infinita en la que vivimos, en este universo de la deuda que el mismo ser humano ha creado.

 

Justicia, aquí está el deudor,
yo soy el Hombre, no quieras
cobrar de quien no te debe.

Lope de Vega

Bibliografía

  1. Echeverría, Bolívar, “Modernidad y Capitalismo (15 tesis)” en Las ilusiones de la modernidad, UNAM/El Equilibrista, México, 1995.
  2. Lazzarato, Mauricio, “La genealogía de la deuda y el deudor” en La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal, Amorrortu editores, Buenos Aires/Madrid, 2013.
  3. López Rodríguez, Carolina, “Introducción” en Un empresario en escena: el capital y los factores de producción en el Arte Nuevo de hacer comedias de Lope de Vega, UNAM, México, 2017.
  4. Marx, Karl. El Capital, Libro 1, Vol. 1, Siglo XXI, México, 2011.
  5. Nietzsche, Friedrich. “Tratado segundo” en La genealogía de la moral, Alianza Editorial, Madrid, 2011.
  6. Vega, Lope de, “Los acreedores del hombre” en Colección de las obras sueltas, assi en prosa, como en verso de D. Frey Lope Félix de Vega Carpio, del habito de San Juan. Tomo XVIII, Madrid, 1788.

 

Notas

[1] Bolívar Echeverría explica en “Modernidad y Capitalismo (15 tesis)” cómo fue posible que la forma simple del mercado, en lo que llama la Europa protomoderna, superara el mero intercambio entre productores y consumidores, deviniendo en una forma mucho más compleja. A partir de la cual, el sector de la producción y del consumo eran mediados por la mercantilización y, por ende, propició el dominio del capitalismo sobre la forma feudal, es decir: el posicionamiento de la modernidad capitalista.
[2] Uso la palabra “libertad” en su sentido más simple, y con simple no quiero decir menos importante, sino como el simple acto de independencia, autonomía, voluntad, o como “libre albedrío”. Esa capacidad de tomar nuestras propias decisiones, aunque sean ilusorias.
[3] Marx, El Capital, ed.cit.
[4] Ibidem.
[5] Nietzsche, La genealogía de la moral, ed.cit., p. 102.
[6] De esta manera, el acreedor sería el amo y el deudor el esclavo, por ello pueden relacionarse en el campo de la deuda.
[7] Lazzarato, La fábrica del hombre endeudado, ed.cit., p. 46.
[8] Nietzsche, La genealogía de la moral, ed.cit., p. 89.
[9] Este personaje es Jesucristo, que en un primer momento aparece como intermediario entre Dios mismo y el hombre.
[10] Son personificaciones de las formas de actuar del Hombre que, en el auto sacramental, son personajes.
[11] Nietzsche, op. cit., p. 133.
[12] Echeverría, op. cit., p. 170.

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