Alejandro Massa Varela, El ser creado. Ejercicios sobre mística y hedonismo, Ed., Plaza Valdés, México, 2018
Podríamos suponer que la mística es algo que desapareció del planeta hace mucho tiempo. Y no obstante. Recuerdo aquí a Eduardo Nicol cuando intentaba explicar lo que es el hombre y admirarse de la imposibilidad de su definición y justo para podernos acercar a él, al tratar de acotar esa dimensión humana que es la relatividad, pues de los entes el hombre es el más relativo de todos, se preguntaba qué es el hombre, como sujeto activo del devenir histórico y acertaba a explicar que si bien no hay una definición posible del hombre porque todas las definiciones serían limitativas y, además, no admitía una definición formal, señalaba que lo que había que indagar cuáles eran los invariables términos de toda relación vital posible así como los factores de la acción que determinan sus cambios. Fue en La idea del hombre que escribió que esos términos de relación vital eran lo divino o Lo absolutamente otro, lo humano o el otro y la naturaleza o lo otro.
Lo divino es, entonces, un término de nuestra relación vital, sea positiva o negativa, de una forma u otra, mística o seglar, religiosa o atea, lo mismo que las otros. Y es aquí donde podemos constatar que esa relación vital está ahí, definiéndonos en todo caso, y el libro de Alejandro Massa Varela, El ser creado. Ejercicios sobre mística y hedonismo, muestra hasta que punto ese término de relación vital está ahí, funcionando, gestando nuestra propia subjetividad, positiva o negativamente, alcanzando cotas que autores cristianos de indudable ortodoxia han señalado como “ciertos aspectos del esoterismo cristiano”, hablando de “ciencias místicas”, de “ciencias tradicionales”, de “doctrinas y prácticas simbólicas”, y, finalmente, de “escuelas místicas”. No se trata de ningún esoterismo. Guénon en todo momento se opuso radicalmente a la asimilación entre esoterismo y misticismo, para él esta asociación no era más que mera “confusión”, o, como gustaba decir: “entre una vía iniciática y una vía mística”, y culpaba a una cierta ceguera o a algunos prejuicios interesados a aquellos en quienes pensaba descubrirla. En este texto tampoco hay esta división, se habla de mística.
Entonces, podemos decir que estamos de cara a un texto sobre la mística, sobre cómo se llega a Dios, a ese trascendens que a todos nos rebasa. De cómo estamos tocados por Dios. El texto es como un metrónomo, que marca el ritmo, y que indica el tiempo o pulso de las composiciones musicales. Leemos y puntuamos, leemos y marcamos el ritmo, porque pasamos de un lenguaje racional a indicaciones, de una lógica a un sentimiento, a una sensación y los términos se hacen difíciles, tensos, se habla de iluminación. Permítaseme una cita extensa: “Iluminarse es su propio sentido; sin embargo, los sentidos no son ellos mismos, y eso son por expresión; no tiene sentido evidenciarse pero, si no soy la luz, ¿cómo es que lo que entiendo por el mundo es que me soy claro? Si yo soy ¿cómo es que la evidencia puede ser visible? Digo como diría Dios: puede ser; pero por esa luz, Dios en el exterior es cómo soy, cómo es ser yo, que sea yo. Sin embargo, yo, serlo y que sea, en tanto el mundo, es que sí tiene sentido el exterior pero no existe; tiene sentido buscarlo pero no puedo dejar de tener sentido. Dios es poder expresarlo, ser sentido, y uso la palabra Dios porque me pregunto ¿soy yo sentido? o ¿qué es que alguien pueda sentir? Uso la palabra Dios por increado, porque la subjetividad es algo que cobra ser sentido”.[1]
Pienso que estamos ante la metafísica negativa, al más puro estilo de Dionisos Aeropagita que en sus mejores esfuerzos para describirla lo conducía indefectiblemente a la fuerza de la paradojas, o de enunciados de lo que no es. Al igual que Dionisos Aeropagita, Alejandro Massa habla de ello como de lo que eclipsa toda brillantez con la intensidad de su Obscuridad; o a la inversa, como lo que ciega con toda su fuerza por su brillante, por su iluminación o luminidad, como aquello que incluye todos los atributos del universo, pues es la Causa Universal de todo, mas no posee ninguno, ya que los trasciende a todos. El esfuerzo por expresar todo lo que el escritor experimenta es algo así como aquello que tiende a brotar de una experiencia directa que es, paradójicamente, la no experiencia, porque no hay un “sí mismo” separado que lo experimente. Dionisio dice en otra paradoja, expresándose igual que Plotino: “A través de la inactividad de todos sus poderes de razonamiento, el místico se une mediante su más alta facultad a Aquello que es totalmente incognoscible; así, conociendo nada, él conoce Aquello que está más allá de su conocimiento.” Y justo es lo que escribe Massa: “Lo divino pertenece a Dios, pero Dios no es divino. La actividad, lo intramundano es divino y la divinidad del mundo es ese yo iluminado por evidenciar; porque decir: por evidenciar, es evidenciarlo, la exposición del yo porque el mundo ha quedado expuesto.
Dios diviniza todo. No tiene un ser, pero su ser es lo que diviniza, no a un ente, no un ente en particular, sino que lo que es ente lo sería como el mundo abierto: reyes en harapos, animales vestidos por las almas de la luz, las almas en la luz”.[2]
Pensemos sólo por un momento en que de mustikos proviene “mística”, y es el adjetivo de mustês, que significa “iniciado”. Entonces este libro pareciera sólo para iniciados. Recuerdo aquí a varios místicos, y el intento de Alejandro Massa se justifica no sólo porque se pregunta por Dios, por el lugar de Dios, sino que además, como buen estudioso de la mística lo que quiere es romper ese círculo hermenéutico del lenguaje, su imposibilidad, su límite, eso que queda ahí de indecible de una suerte de “entre” que no sabemos qué es pero que lo intuimos, lo sabemos, lo sentimos…
Habría que recordar también a aquellas obras que tocan a la llamada alta espiritualidad cristiana: por ejemplo, Jeanne Ancelet-Hustache tanto en Revue de l’histoire des religions, como en su libro sobre Eckhart: Maître Eckhart et la mystique rhénane, parece hablarnos de un misticismo renano que era una corriente espiritual católica de gran magnitud, que se extendió aproximadamente de Flandes a la Renania, entre el siglo XIII y el siglo XIV, pero igual J. B. Porion, en su introducción a Hadjewich d’Anvers, habla de una mística intelectual, de una mística nupcial, de una mística de la esencia, y no de misticismo. Es entonces a partir de “la mística” que todos hablan, y el caso de Alejandro Massa, agudamente ha escrito El ser creado. Ejercicios sobre mística y hedonismo.
Este libro no es un texto sobre mística negativa como lo podría ser desde la mirada de Eckhart. El objetivo principal de este místico era señalar cómo es que el hombre podía llegar a conocer, y de alguna manera ser Dios. Eckhart expresó que cuando un hombre permanece en Dios, “no hay diferencia entre él y Dios; son uno.” Nada nos sorprende más que esa afirmación en la que determina que: “Cuando Dios creó al hombre, lo guardó contra todo mal; la cadena dorada del destino, viniendo de la Trinidad hacia el poder más alto del alma y también continuando a través de sus poderes más bajos, los somete a los más altos para que ningún desorden pueda atacar ni el cuerpo ni el alma salvo que transgreda esta ley.”
Hay en el libro de Massa un aspecto que no podemos soslayar y es ese otro aspecto de Dios, el negativo o indescriptible, semejante al de Duns Scoto Erígena para quien Dios es también paradójicamente accesible, por el mero hecho de que todos somos divinos en nuestra íntima naturaleza. En su Homilía al prólogo del evangelio de San Juan, él dice: “Juan, por lo tanto, no era un ser humano sino más que un ser humano cuando voló por encima de sí mismo y de todas las cosas que son. Transportado por el poder inefable de la sabiduría y la más pura bondad, entró en aquello que está más allá de todas las cosas… Él no hubiera sido capaz de ascender a Dios si primero no se hubiera convertido en Dios.” Massa en su libro nos llama la atención cuando como Erígena escribe que “Dios da una prueba de su ser cuando permanece la sensación de vacío; una teofanía es una relación integrada para la nada, es decir, un salto fuera de nosotros; no la relación, sino su integridad; no su ser volitivo, sino el encuentro cómo y por voluntad. Esa es la dirección original del deseo, en sentido tanto de universal como de novedad. En el mundo donde inician las ilusiones pero también se absuelven, lo que se muestra ante el místico como el mundo del mundo, el sentido iluminado es que el mundo sea mundo; que vivir en búsqueda de la luz significa estar bajo la luz, como lucientes, creativos realistas.”
El texto es intrincado, duro, nos llama la atención y nos capta y nos roba, y nos seduce en su lectura. De alguna manera literalmente nos incauta la atención, y nos deja por demás con una serie de preguntas sobre Dios, sobre el alma, sobre el vacío, pero por encima de todo, de la paradoja que es el lenguaje y más el lenguaje con el que nos podemos acercar a Él. Sin duda, escribir una obra como esta en tiempos oscuros, en tiempos donde Heidegger se preguntaba “¿para qué poetas?” es un atrevimiento, una osadía, un don.
Notas
[1] P. 16.
[2] P. 28.
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