Resumen
Hay una nueva función del mito y del sofista en la vida política. El escrito brota de dos tesis: El mito del Estado de Cassirer y El sofista de Platón. Se trata de argumentar que el poder del pensamiento mítico que ha resurgido en el siglo XX[1] se ha dado gracias a que el mito permite visualizar el arjé de la vida política, pero con el riesgo de caer en la dinámica de la contradicción del falso político.
Palabras clave: mito, sofista, arjé, persuasión, contradicción, política.
Abstract
There is a new function of myth and sophist in political life. The writing springs from two theses: The myth of the State of Cassirer and The Sophist of Plato. It is argued that the power of mythical thought that has resurged in the twentieth century has been thanks to the fact that myth allows to visualize the arche of political life, but with the risk of falling into the dynamics of the contradiction of the false politician.
Keywords: myth, sophist, arjé, persuasion, contradiction, politics.
La filosofía puede ser entendida desde la praxis y la theoria. Desde la theoria como el saber más alto y último del hombre. Y desde la praxis como el intento por responder a la pregunta: ¿qué puedo hacer con la sabiduría? En este sentido, la filosofía política es filosofía práctica, ya que en el análisis de la vida de la polis, el límite del conocimiento deviene en una necesidad de acción y es ahí donde el hombre parece obedecer a otras reglas distintas a todas las reconocidas en la actividad racional. Ejemplo de ello es el uso del mito dentro de la dinámica política.
Gracias al pensamiento griego sabemos que la política nace del hecho de querer utilizar el discurso como “arma” para resolver conflictos; sin embargo, el discurso puede ser pronunciado por un contradictor que, valiéndose de imágenes, nos lleven al falso arjé de la polis, a este discurso lo podemos llamar mito y al contradictor o falso político, sofista. Es por ello que en el presente trabajo pretendo esbozar cómo la vida política del siglo XX ha retomado el poder del pensamiento mítico con la finalidad de encontrar un principio universal que explique la vida de la polis. Por ello este trabajo está dividido en tres partes en las cuales se describe cómo debemos entender al mito; cómo debemos entender al sofista y finalmente, cuál es la función de ambos –el mito y el sofista– dentro de la vida política.
¿Cómo entender el mito dentro de la vida política?
La filosofía griega, que es el pensamiento del cual toda la historia de la filosofía ha bebido, nace dentro de un contexto histórico-cultural en el que los mitos, particularmente los provenientes de los relatos homéricos, tiene un gran peso. Estos tienen dos características que, considero, son la condición de posibilidad de la filosofía griega. Por una parte, buscan la causa y la razón de los hechos que narran –así sea a nivel fantástico de ahí que dentro de los mitos encontremos teogonías y cosmogonías– y, por otra parte, está la búsqueda por presentar la realidad en su totalidad.[2] Es decir, los mitos tienen connotaciones positivas, puesto que, en la vida y la cultura del pueblo griego, la mitología otorga una cierta concepción del universo y de la vida que no se queda en el ámbito de lo alegórico o anecdótico. Por tanto, y para efectos clarificadores del presente trabajo, quisiera que se mantuviera al margen las concepciones populares que han colocado al mito en la categoría de mentira. Puesto que, si bien el mito ya no tiene este aspecto fundamental en la racionalidad del hombre, sí guarda aún un carácter rector dentro de la praxis humana.
El mito se puede definir como una narración en la que se mezcla la realidad y la fantasía, situada fuera del tiempo y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Entre las intenciones que puede tener un mito señalaré dos. Una, explicar la realidad y dos, mostrar un modelo de actividad humana. Ambas intenciones apuntan a lo que fue la base del pensamiento antiguo que es la búsqueda del arjé.[3] Por tanto, un mito tiene la capacidad de “mostrar” el principio universal de la realidad o el principio universal del actuar humano –teniendo en cuenta que es una mera idealización–, como podría ser el modelo de la vida política o del político.
Ernst Cassirer en la primera parte de El mito del Estado, sostiene que gracias a los sismas de la primera y segunda guerra mundial, la humanidad no sólo se ha enfrentado problemas sociales, sino también teóricos. Cassirer se refiere, particularmente, al surgimiento del poder del pensamiento mítico en los sistemas políticos modernos,[4] ya que el hombre cuando se trata de la acción política: “[…] parece obedecer a unas reglas enteramente distintas de las reconocidas en todas sus actividades meramente teóricas”.[5] Ésta afirmación de Cassirer puede interpretarse como un retroceso en la racionalidad humana, puesto que el paso del mithos al logos ya estaba plenamente superado gracias a Platón.
No obstante, el poder del pensamiento mítico del que habla Cassirer apunta, más bien, a explicar las posibilidades o capacidades que abre el mito en la vida política, puesto que en ella no se han consolidado aún saberes universales y necesarios como lo han hecho en la ampliación del conocimiento (saber teórico) o en el dominio de la naturaleza (saber científico). Ejemplo de ello lo podemos ver en todas las utopías que se han dado a lo largo de la historia política; estas, en muchas ocasiones, han sido trasformadas en mitos porque si bien una utopía es un proyecto optimista que no se puede realizar en el momento de su formulación tiene pretensiones de que así sea en el futuro; el mito en cambio, tiene la pretensión de ser un sostén, por lo que, podemos deducir que una utopía se puede trasformar en mito en la medida en que se aleja de ser realizable, pero muta en una especie de suelo que sostiene una creencia. Es evidente que muchas de las grandes utopías han sufrido este cambio, pero han otorgado a los sistemas políticos subsecuentes una explicación de la realidad y un modelo de actuación para la vida presente, haciendo las veces de mito.
Esta tendencia a transformar la utopía en mito sucede porque el mito funciona bajo un sistema de creencia implícita, puesto que el hombre va encontrando en ese modelo político perfecto motivos suficientes para creer que puede o debe ser realizado. Y es entonces cuando la utopía pasa a ser un mito. En la vida política que se termina entendiendo como una serie de imágenes que se van acumulando y que permiten que el hombre se vaya acoplando a la realidad. Sin embargo, no debemos olvidar que una característica propia del mito es que este es una narración, particularmente trasmitida de manera oral[6] y que, por lo tanto, se presta para transformarse, o bien, tergiversarse a través del tiempo. Esto es importante porque el discurso político es también una narración oral, que tiene pretensiones de universalidad, pero que de igual modo se va transformado, mas no por sí mismo sino por aquel que lo ha pronunciado.
¿Cómo entender al sofista?
Platón al inicio del diálogo El Sofista busca la diferencia especifica que hay entre el sofista, el político y el filósofo. A lo largo de este diálogo se pregunta por la definición concreta con respecto al sofista puesto que tanto él, como el político y el filósofo parecen tener las mismas características, y bien podrían encerrarse en un solo nombre, o bien como hay tres nombres podría haber tres especies. El personaje de Sócrates formula la pregunta acerca de cómo conciben los extranjeros al sofista, al político y al filosofo a raíz de que han presentado al personaje del Extranjero como a un filósofo:
[…] toda esta clase de hombres tiene el aspecto de «merodear por la ciudades» en medio de la ignorancia de la gente, aquellos que son realmente –y no aparentemente– filósofos observan desde lo alto la vida de acá abajo, y así, para unos, no valen nada, mientras que para otros son dignos de todo. Algunas veces tienen el aspecto de políticos, otras de sofistas, y otras veces parecen estar completamente locos. […].[7]
Lo que me parece interesante dentro de este planteamiento del diálogo es que se busca en ellos un rasgo distintivo para poder diferenciarlo, en este caso es la técnica que utiliza el sofista, que en el fondo sigue siendo una característica en común que comparte con el político y el filósofo, a saber la oratoria. Sin embargo, el sofista ve en ella una técnica de convencimiento tanto pública como privada,[8] por lo que a lo largo del diálogo nos encontramos que toda posible definición del sofista tiene connotaciones negativas, porque el sofista lejos de acercar a su interlocutor al Ser, lo envuelve en una retórica en la que la respuesta ya está dada y sólo se busca que caiga en lo que ya se ha dicho.
Ahora bien, la oratoria no es solamente una habilidad para estructurar argumentos, sino que tiene como finalidad separar,[9] es decir, purificar lo mejor de lo peor y lo semejante de lo desemejante con la intención de eliminar todo mal[10] sea en el cuerpo o en el alma, o bien, en la sociedad.
El método de separación para eliminar los males del alma, que en este caso es la ignorancia, es la refutación y esta, según Platón: “[…] es la más grande y más poderosa de las purificaciones”.[11] El sofista no se vale de esta técnica puesto que es un honor muy grande para alguien que comercia con el conocimiento,[12] sobre todo a partir de las primeras definiciones que se han dado de él. No obstante, antes de dar la última definición del sofista se señala un rasgo característico de este con respecto al político y al filósofo que es: la capacidad de contradecir. Esta capacidad otorga la impresión de que el sofista conoce aquello que contradicen, porque de no saberlo no podría hacerlo. El sofista: “[…] se nos revela como alguien que posee una ciencia aparente sobre las cosas, pero no la verdad”.[13]
Esto se da porque el sofista domina una técnica imitativa, que se escabulle en lo confuso del no–ser, de tal suerte que el sofista habla de lo aparente, o sea, de imágenes, que al tener una existencia lingüística se entrelazan con el ser, a través de los discursos y los juicios, y dan la apariencia de estar hablando de la verdad. La técnica imitativa que domina el sofista es una imitación conjetural porque está acompañada de una opinión y no conoce lo que imita, quedando finalmente como un orador popular como podría ser un falso político.
Ahora bien, lo anterior es importante porque el político del siglo XX, según los que expone Cassirer en la tercera parte de El mito del estado, está en consonancia con la idea del sofista como contradictor que presenta Platón, en el sentido de que el político no necesariamente tiene que saber qué es el bien y la justicia, sino saber contradecir al otro con un buen discurso, de modo que ya no esté seguro de lo que sabe. En otras palabras, el mito de siglo XX va adquiriendo forma gracias al arte de contradecir y se va asentando porque “presenta” la finalidad de la vida política en una figura, que será un héroe.
Dentro del dialogo, vemos que Platón da un énfasis muy particular a la palabra, haciendo de esta lo que con-funde, en muchas de las ocasiones, al sofista, al filósofo y al político. Si tratamos de buscar una definición del político, la siguiente me parece pertinente: “[…] un hombre que sabe usar la palabra para dirimir conflictos, para solucionar pleitos. Es quien sabe hablar, decir, convencer, argumentar, ofrecer razones y dar razones”,[14] esta definición nos sirve para señalar cómo el político, a semejanza de lo que sucede con las utopías, pasa de ser un político a ser un sofista. El sofista al que ataca Platón es aquel que se limita al perfeccionar el arte de convencer a través de la ciencia de lo aparente, mas no ejercita la virtud. El mito del héroe, en gran medida, se sostiene gracias a que el héroe es un gran orador, mas no un hombre virtuoso o por lo menos muestra virtud aparente.
La función actual del mito y el sofista
Antes de comenzar este punto quisiera retomar dos ideas que se han presentado anteriormente y que es importante tener presente, para lo que se dirá más adelante. Una, que el sofista es un orador popular que posee una ciencia de lo aparente porque se mueve en el ámbito de la imágenes; y dos, que el mito, en la vida política, consiste en una serie de imágenes que se van acumulando y que permiten que el hombre se acople a la realidad.
Sin embargo, la pregunta que sigue latente es: ¿Cuál es la función del mito y el sofista en la vida política actual? El poder del pensamiento mítico resurgió en el siglo XX dentro de la vida política y evidentemente los mitos modernos y contemporáneos no son los mismos que en el surgimiento de la filosofía griega, de igual modo sus trasmisores. No obstante, los nuevos mitos y sus trasmisores siguen fomentando la necesidad de encontrar el principio o el arjé, en este caso, de la vida política.
La política como praxis nace del hecho de querer utilizar el discurso como “arma” para resolver conflictos. Según Hannah Arendt el discurso entendido como persuasión es el discurso específicamente político:
[…] «persuasión» es una traducción muy débil e inadecuada del antiguo peithein, cuya importancia política se convierte en el hecho de que Peitho, la diosa de la persuasión, tenía un templo en Atenas. Persuadir, peithein, constituía la forma del discurso específicamente política, y, puesto que los atenienses se enorgullecían de que ello, al contrario que los bárbaros, conducían sus asuntos políticos en la forma del discurso y sin la coacción, consideraban la retórica, el arte de la persuasión como el arte más elevado y verdaderamente político.[15]
Desde esta premisa, podemos deducir que el político, o sea, el que posee el arte de gobernar, será un hombre que sepa persuadir, es decir, usa la palabra para resolver conflictos y conducir a la polis al bien. No obstante, esta acción de resolver conflictos a través de la persuasión implica una técnica específica, a saber: separar o purificar, así como se había mencionado anteriormente, Platón retoma este término en el diálogo El Político para demostrar que este puede separar y disociar de modo que se vaya formando el tejido social.[16] Esto es importante porque la persuasión en la política ha llevado a una lucha por el poder, de modo que aquel que en su discurso persuade de manera correcta puede detentar el poder, por supuesto que Platón, en su ideal del gobernante filósofo, apunta a un poder bien entendido en el que las leyes se cristalizan,[17] pero más importante aún es que este es un hombre justo y prudente.
La utopía platónica se ha prestado a seguir buscando ese arjé de la política y su gobernante; y podemos intuir el resurgimiento de los mitos del siglo XX. En los que no se pierde el hecho de que la política se teje gracias al persuasión y que esta la debe poseer el auténtico político, no obstante se olvida de un elemento que tanto Platón como Aristóteles han señalado, a saber: que el político –sea el gobernante o soberano– es un hombre que ejercita la virtud.
Actualmente podemos señalar el mito del héroe, consolidado y expuesto de manera exhaustiva por Carlyle,[18] que de modo muy somero se puede definir como la búsqueda de un genio moral al cual rendir culto por su sinceridad y claridad en el pensamiento, y que por ende era el modelo de la vida política, se puede vislumbrar que el arjé de la vida moral está en un héroe o bien, en lo que el héroe sabe. Carlyle tenía claro que el héroe político debía ser alguien auténtico y, por tanto, no se movía en el ámbito de la mentira, es decir, no debía ser un sofista. El héroe no se mueve en el ámbito de la ciencia de lo aparente, ya que puede perder credibilidad. Dice Cassirer:
Según Carlyle hay dos criterios por lo cuales podemos distinguir fácilmente el héroe verdadero del falso: su penetración y su sinceridad. Carlyle no pudo decir nunca ni pensar que las mentiras fueran armas necesarias o legitimas en las grandes luchas políticas. Cuando un hombre empieza a mentir, como Napoleón en su ultimo periodo, deja inmediatamente de ser un héroe.[19]
La propuesta de Carlyle es tan ambiciosa como la del gobernante filosofo de Platón. Sin embargo, retomo este mito porque me parece interesante cómo a lo largo de la historia de la filosofía política, y sus utopías, ha existido un afán por describir al auténtico político; la exposición del Carlyle es precisamente un listado más de la idealización que debe tener el héroe –político– y la veneración que los no-héroes deben tener hacia él. Vemos pues, que este mito siempre ha estado en el horizonte, es decir, siempre hay una tendencia a idealizar un prototipo de gobernante, y atribuirle cualidades. El sofista también posee el arte de la oratoria incluso dentro del dialogo platónico El sofista se aproxima a dominar la técnica de la separación. Y es en este punto donde se encuentran la clave de la función del mito y el sofista en conjunto, porque la función del mito actual es crear un suelo ideal, un arjé que, por ejemplo, en el caso del mito del héroe, se trata de unir todas las cualidades dispersas del gobernante y ponerlas en una figura. Aquel que logre reunir las cualidades que propone Carlyle será el héroe, pero cabe mencionar que entre las cualidades que se mencionan está la claridad en el pensamiento y es en ella donde puede mezclarse la figura del sofista ya que su dominio de la ciencia de lo aparente crea un falso político al cual se le rinde culto.
Ha sido, precisamente, por lo mitos que en el análisis de la vida política se tenga en mente que el arjé de la polis es el bien, pero que este solo se ve realizado gracias al gobernante héroe. Por supuesto que existen algunas variantes, por ejemplo en La política de Aristóteles está la idea de que la polis se debe regir por un tipo de gobierno y no sólo por un gobernante que represente los ideales de pueblo;[20] sin embargo, este no es un héroe idealizado por y para el pueblo sino que se trata de aquel hombre que posee la virtud moral a la perfección, es decir, no se trata de que el gobernante sea ontológicamente superior al subordinado y que el gobernante, a su vez, exprese dicha superioridad a través de la palabra, como es la idea que permea en los mitos de los héroes, sino que este posee las mismas virtudes morales que el subordinado, porque ambos buscan la perfección moral.[21]
En La política, a diferencia del dialogo de El político y más aún en el mito del héroe, el soberano aristotélico es una excepción –e incluso otro gran tema en la filosofía política– dentro de la tendencia a buscar un gobernante ideal, puesto que ya se habla más de una dinámica del poder y no sólo de quién debe gobernar. No obstante, la política como dinámica del poder es algo que está implícito en el mito del héroe, mas no es lo esencial. Lo esencial del mito del héroe es encontrar una figura que de suelo a las esperanzas de un pueblo, es decir, que encarne el principio o arjé de la vida de la polis.
Si en la vida política del siglo XX ha resurgido el poder del pensamiento mítico es porque la praxis necesita un principio universal sobre el cual moverse sin errar. Las ciencia naturales y la razón teorética, se puede decir, han superado en este sentido a la filosofía práctica. Puesto que resulta casi imposible buscar un principio universal al actuar humano, ya que este tiene un supuesto importante que es la libertad. Sin embargo, se puede persuadir al otro haciendo que mueva su voluntad al bien común, lo cual no es tarea fácil, ni para el que busca persuadir como para el que es persuadido, porque el telos de la vida política siempre será el poder y este se puede buscar e incluso obtener a través de un relato bien argumentado que mezcle realidad y fantasía, pero si le sumamos el factor de ser pronunciado por aquel que parece conocer todo lo que dice y contra dice, el verdadero telos de la polis lejos de ser posibilidad se queda solo en ambición de uno o unos cuantos.
Aunque no debemos olvidar que el mito también puede albergar una esperanza. En el mito del héroe de Carlyle, así como en el modelo platónico y aristotélico, se puede diferenciar al falso héroe a través del mismo discurso, es decir, cuando se descubre que en este está la mentira o bien, no ejercita la virtud –justicia y prudencia principalmente.
Un mito, con todas sus connotaciones positivas y pronunciado por un verdadero político puede llevar al buen ejercicio del poder, así como lo define Arendt en la Condición Humana:
El poder sólo es realidad donde la palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y lo hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades.[22]
Bibliografía
- Arendt, Hanna, Filosofía y Política, Revista Social Research, 1990.
- Aristóteles, La política, Ed. Gredos, Madrid, 1988. Libro IV.
- Carlyle, Thomas, On Heroes and Hero Worship and the Heroic in History. Ed. Yale University Press. London, 2013.
- Cassirer, Ernst, El mito del Estado. Ed. FCE. México, 1997.
- Platón, Diálogos. V. Ed. Gredos, 1988.
- Reale, Giovanni, Historia de la filosofía: 1. Filosofía pagana y antigua. Vol 1. Ed. San Pablo. Bogota, 2010.
Notas
[1] El presente trabajo queda acotado al siglo XX, ya que el siglo XXI está en desarrollo y hablar de manera categórica que lo expuesto en este trabajo corresponde de igual forma al siglo XX y a lo que va del XXI, considero, sería una exageración.
[2] Cfr. G., Reale, Historia de la filosofía: 1. Filosofía pagana y antigua, ed. cit., p. 20.
[3] El mito como una explicación de la realidad busca el principio o el origen de los dioses o del mundo en la realidad y para que mantenga este “toque” divino, inserta el factor fantástico. Sin embargo, no deja de llamar la atención el hecho de que busca el principio o el origen. Vemos que sucede algo semejante en el pensamiento antiguo, pues, como se sabe, el filósofo griego buscaba el principio del mundo en el mundo, o sea en la realidad. Pero, a diferencia del mito, el pensamiento griego no buscaba la superación de éste, es decir, ya no hay mezcla de algún factor fantástico, sino que los filósofos griegos buscaron la unidad, que si bien estaba separada del mundo, pero trababa del Ser del mundo.
[4] Cfr. Cassirer, El mito del Estado, ed. cit., p. 7.
[5] Ídem.
[6] Hago énfasis en la cuestión de la narración oral porque el hecho de que sigan permeando los mitos dentro de la vida política es porque precisamente, la política nace de capacidad de resolver problemas sin el uso de la violencia y valiéndose más de la palabra y la argumentación. Si bien la política bien entendida tiene como finalidad argumentar correctamente acerca del bien y la justicia en favor de resolver conflictos y solucionar pleitos, esto no quita que el discurso político, pronunciado por aquel que no es político sino sólo un imitador de él, pueda prestarse a mera retórica y arte de convencimiento.
[7] Cfr. Platón, Op. cit., §216d.
[8] Cfr. Ibidem, §223c.
[9] Cfr. Ibidem, §226c.
[10] Cfr. Ibidem, §227d.
[11] Ibidem, §229e.
[12] Cabe aclara que Platón ha dado ya seis definiciones de sofista, no únicamente la de comerciante del saber. Incluso el sofista parece figurar en la definición de purificador. Sin embargo, señalo únicamente ésta porque ha sido la más conocida, por el hecho de que el sofista cobraba por dar alguna enseñanza.
[13] Cfr. Platón, Op. cit., §223c.
[14] Cfr. Aguilar, Las virtudes del político en Atenas y Roma, ed. cit., passim.
[15] Cfr. Arendt, Filosofía y Política, ed. cit., p. 45.
[16] Cfr. Platón, Op. cit., §282b.
[17] Idem.
[18] Cfr. Cassirer, El mito del Estado, ed. cit., pp. 222-264 y T., Carlyle, On Heroes and Hero Worship and the Heroic in History, ed. cit., passim.
[19] Cfr. Cassirer, El mito del Estado, ed. cit., p. 256.
[20] Cfr. Aristóteles, La política, ed. cit., §1260a-b.
[21] Cfr. Ibidem, §1260a.
[22] Cfr. Arendt, La condición Humana, p. 223.
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