Resumen
Aunque el “ego cogito” de Descartes pertenece a los temas más conocidos y estudiados de la filosofía occidental, nunca está por demás repasar las premisas principales de dicha construcción; por lo tanto, la siguiente investigación pretende mostrar de forma breve y sencilla cómo es que en la famosa frase “Pienso, luego existo” es posible encontrar los elementos fundamentales de la concepción moderna de “individuo”, una idea que aún hoy continua definiendo el modo en el que pensamos; sin duda, entender qué quiere decir “Cogito, ergo sum” o, dicho de otro modo, comprender en qué consiste la idea de “sujeto moderno” sigue siendo una forma de descifrar gran parte de nuestra época.
Palabras clave: Descartes, individuo, identidad, representación, conocimiento, Modernidad.
Abstract
Although the “ego cogito” of Descartes belongs to the most well-known and studied themes of western philosophy, it is never too much to review the main premises of such construction; therefore, the following research aims to show briefly and simply how it is that in the famous phrase “I think, therefore I am” is possible to find the fundamental elements of the modern conception of “individual”, an idea that still today defines the way we think; Without a doubt, understanding what “cogito, ergo sum” means, or in other words, understanding what the idea of “modern subject” consists of is still a way of deciphering a large part of our time.
Keywords: Descartes, individual, identity, representation, knowledge, Modernity.
El conocimiento es la relación del hombre con el mundo, pero esta relación nunca ha sido pensada de la misma forma a través de la historia, de hecho, cada época puede ser reconocida a través de las concepciones gnoseológicas que en ella se gestaron. La Edad Media, por ejemplo, puede ser entendida desde la semejanza que existe entre el que conoce y lo conocido, es decir, el conocimiento en este periodo está determinado por el “desciframiento de las similitudes de las cosas”.[1]
De acuerdo con esto, cabe recordar la explicación de Isidoro de Sevilla sobre los sentidos: “Cada de uno de los sentidos tiene su propia naturaleza, pues lo que es visible se capta con los ojos; lo audible por los oídos; lo blando y lo duro se perciben por el tacto; el sabor, por el gusto, y el olor, por la nariz”.[2] Se puede ver que la naturaleza de los sentidos “[…] se corresponde con la naturaleza de las cosas que conocen:[3] Ojos = Cosas visibles; oídos = Cosas audibles; tacto = Lo blando y lo duro; gusto = Sabor; nariz = Olor”.[4] En cambio, en la Época Moderna, el conocimiento está determinado por la representación del mundo, depende, ya no de la semejanza,[5] sino del poder del sujeto que conoce de presentar en una idea o un concepto los objetos del mundo externo. Por eso es que Alain Touraine sostiene que: “La modernidad no es el pasaje de un mundo múltiple, de un pulular de divinidades, a la unidad del mundo revelado por la ciencia; por el contrario, la modernidad marca el momento en que de la correspondencia entre microcosmos y macrocosmos, entre el universo y el hombre, se pasa a la ruptura aportada por el cogito cartesiano […]”.[6] Pero, ¿en qué consiste esta ruptura?
La idea de cogito, a través de la concepción de sustancia e identidad, modificó la idea de conocimiento. Es decir, el sujeto fuerte que permeó la Modernidad aun hasta antes del siglo XX,[7] al menos en lo que refiere a la racionalidad científica, cambió toda una forma de comprender el mundo y el lugar del hombre en el mismo. Por eso, cuando se habla de cogito, se habla de una ruptura con el mundo medieval y no solo del paso de una época a otra. La forma en la que sucede este acontecimiento es lo que analizaré a continuación. Para ello, explicaré con mayor detenimiento la relación entre hombre y mundo que permeaba la Época Medieval. Después, me detendré en el contexto histórico que dio paso a la idea de identidad. De esta manera, podré pasar al “Yo pienso, luego existo”. Y, finalmente, hablaré de la concepción moderna sobre conocimiento y su relación con la idea cartesiana de cogito.
El conocimiento en la Edad Media
El mundo de la Edad Media era análogo. Lo de arriba tenía una correspondencia con lo de abajo.[8] Por eso, aun cuando todo estaba organizado en un orden jerárquico, los seres guardaban entre sí una mayor o menor reminiscencia de lo más divino y perfecto, es decir, de dios. Esto quiere decir que todas las cosas, en alguna medida, eran una evocación de esta suma perfección. De aquí que el conocimiento en la Época Medieval tuviera como fundamento a dios, ya que, por un lado, el acto de conocer tenía como condición de posibilidad la semejanza con la divinidad que existía tanto en el que conoce como en lo conocido. Y, en segundo lugar, todo lo que se conocía era capaz de conducir, finalmente, al conocimiento de dios. Él era el principio y el fin del conocimiento. Y no solo eso, también era el centro y el sentido de la vida; todo comenzaba desde él y todo terminaba en él. Por lo tanto, cada ser cumplía el papel que dios le había asignado.[9] De este modo, el lugar del hombre y su acción en el mundo se limitaban únicamente a la contemplación de la creación divina y a realizar todo lo posible por alcanzar el estado perfección que había perdido a causa de la expulsión del paraíso.
Entonces ¿cómo fue que pasamos de esta visión al sujeto fundante de conocimiento y sentido del mundo? ¿qué condiciones dieron paso a la ruptura de este mundo medieval?
El sujeto como libertad y creación
La consolidación de la burguesía jugó un papel muy importante en las sociedades occidentales del siglo XVII, ya que propició el surgimiento de un nuevo tipo de hombre cuyo poder no estaba sujeto a la regulaciones y rangos de la sociedad antigua, sino que “dependía de la función que, de hecho, cumplía en la sociedad”.[10] En este sentido, la movilidad social, producto del desarrollo del comercio y del nuevo sistema capitalista que se gestaba, permitió que los hombres pudieran demostrar de qué eran capaces a través su propia acción y libertad.[11] Con esto, comenzó a perderse la idea de un destino que Dios había asignado a cada hombre y del cual no se podía escapar. A cambio, surgió una concepción en la que el ser humano comenzaba a configurarse como un ser libre, capaz de determinarse a sí mismo. “El ideal del nuevo hombre es el individuo que, en vez de atenerse a moldes fijos, pretende elegir para sí una realidad propia; es el ideal que Goethe más tarde acuñaría con el lema ‘Llega a ser tú mismo’”.[12]
Por otra parte, la adopción de la teoría heliocéntrica también tuvo una influencia determinante. Que la tierra no fuera el centro del universo implicaba que, en realidad, no existiera ningún centro. El universo era infinito. Por lo tanto, la Tierra no era esa morada que dios había creado para que el hombre viviera feliz y completara su destino. El mundo no era más que otro de los muchos planetas que había en el universo; no existía un fin ulterior que justificara su razón de ser y, en consecuencia, no existía un dios que diera sentido cabal a la vida del hombre en la Tierra. Ahora era él, el ser humano, era quien debía crear el sentido del mundo, el sentido de su existencia en el universo. Es por eso que, aunado a la idea de libertad que surge con el desarrollo de los burgos, se encuentra la idea del hombre como creador: ahora es él quien configura el orden del mundo. Con esto, el ser humano ha ocupado el lugar y el papel de dios. Y, por consiguiente, se ha convertido en el fundamento del conocimiento. Su razón, su pensamiento y su acción ya no tienen como finalidad y principio la suma perfección. Ahora él es la finalidad y el principio de todas las cosas, porque el sentido y el orden de estas dependen del conocimiento que el hombre tiene de ellas. Él es el fundamento de todo; puede conocer lo que desee por medio de su propia acción.[13]
Si se puede afirmar que la Modernidad comienza con el cogito de Descartes es porque esta formulación es, justamente, la síntesis de las ideas que he descrito anteriormente. Por lo tanto, habría que analizar lo que se entiende por cogito para comprender los matices de esta idea y su influencia en la concepción moderna de conocimiento.
Ego cogito: sustancia, identidad, sujeto y conocimiento
En los Principios de la filosofía, Descartes menciona que observa una distinción principal entre todas las cosas creadas: “[…] unas son intelectuales, es decir, son substancias inteligentes […]; las otras son corporales, es decir, son cuerpos”.[14] Más adelante, aclara que “[…] el entendimiento, la voluntad, y todos los modos de conocer y de desear, pertenecen a la substancia que piensa; la magnitud, o la extensión en longitud, anchura y profundidad, la figura, el movimiento, la situación de las partes y las disposiciones para ser divididas que poseen, así como otras propiedades semejantes, se refieren al cuerpo”.[15] Esta es la famosa distinción cartesiana entre res cogitans y res extensa. Ambas, únicamente en cuanto substancias, es decir, tomadas de manera general, son eternas. Pero la res extensa, en cuanto cuerpo del hombre, es decir, tomada de manera particular, perece. La substancia pensante, en cambio, ni siquiera de manera particular puede morir, es eterna y permanente.[16] Por lo tanto, pareciera que, si realmente se quiere encontrar una verdad objetiva, universal e indubitable, que no perezca y sea eterna, no hay ningún otro punto de partida que la substancia pensante. Esta idea se puede apreciar mejor si analizamos con profundidad las implicaciones del cogito.
En las Meditaciones Metafísicas, Descartes presenta la duda metódica como una forma radical de escepticismo, pero, al mismo tiempo, como el único camino para poder encontrar un conocimiento verdadero, claro y distinto. Así que, una vez que ha perdido por completo el mundo exterior[17] debido al argumento del sueño y al del genio maligno, siendo con esto aún más escéptico que la postura pirronista, se propone encontrar una sola verdad a partir de la cual pueda fundar el conocimiento, es decir, una verdad que le permita recuperar el mundo exterior. Esa verdad que encuentra es la famosa formulación “pienso, luego existo” o “cogito, ergo sum”, la cual, según Descartes, es producto de una intuición y es un conocimiento claro, distinto y evidente. Tanto es así que incluso aunque el genio maligno siga tratando de engañarlo, eso no dejaría de probar que él existe. Al contrario, el hecho de que el genio maligno quiera engañarlo, prueba, de hecho, que él está pensando. Y, si él piensa, entonces existe, y si existe, entonces es:
Ya estoy persuadido de que nada hay en el mundo; ni cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos, ¿y no estoy asimismo persuadido de que yo tampoco existo? Pues no: si yo estoy persuadido de algo, o meramente si pienso algo, es porque yo soy. Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que yo soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrá́ hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: “yo soy”, “yo existo”, es necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu.[18]
No obstante, para que Descartes pueda probar por completo esta formulación, debe ampliar el concepto de pensamiento. Por ello, incluye a la imaginación, la voluntad y la percepción como parte del pensamiento, ya que, si el acto de pensar hiciera referencia únicamente a la capacidad racional, solo se podría existir cuando se está haciendo uso de la misma. De aquí que, si pensar implica existir, es porque pensar hace referencia a las diferentes actividades del pensamiento.
Por último, también soy yo el mismo que siente, es decir, que recibe y conoce las cosas como a través de los órganos de los sentidos, puesto que, en efecto, veo la luz, oigo el ruido, siento el calor. Se me dirá́, empero, que esas apariencias son falsas, y que estoy durmiendo. Concedo que así sea: de todas formas, es al menos muy cierto que me parece ver, oír, sentir calor, y eso es propiamente lo que en mí se llama sentir, y, así precisamente considerado, no es otra cosa que “pensar”.[19]
Gracias a esto, Descartes puede afirmar: “Yo soy, existo, esto es cierto; pero ¿cuánto tiempo? Todo el tiempo que dure mi pensar; pues acaso podría suceder que, si cesase por completo de pensar, cesara al mismo tiempo de existir”.[20]
Ahora bien, es importante tener en cuenta que cuando Descartes habla de su pensamiento, en realidad, está haciendo referencia a los contenidos conscientes del mismo. Por eso siempre acude a expresiones como: “soy yo el mismo que siente”,[21] “veo la luz, oigo el ruido, siento el calor”,[22] “Pues bien, ¿qué es esa cera, sólo concebible por medio del entendimiento? Sin duda, es la misma que veo, toco e imagino”,[23] etc. Pensar, para Descartes, significa pensar conscientemente. Por lo tanto, todos los contenidos de las diferentes actividades de mi pensamiento (la voluntad, el intelecto, la imaginación, la percepción) son contenidos de los que estoy consciente y, en consecuencia, a los que tengo acceso de manera inmediata. Luego:
[…] de que la mente o el alma siempre piensan, y de que el pensamiento siempre está acompañado de la conciencia, se sigue que el alma esta siempre consciente: debido a la duración de su existencia, el alma se encuentra continuamente arraigada a la actividad consciente. El entendimiento de nosotros mismos como cosas pensantes está basado es esta consciencia que siempre acompaña al pensamiento. Y esta comprensión de uno mismo es, de hecho, la base del conocimiento de nosotros mismos como seres individuales.[24]
De esta forma, se genera la idea de identidad en la fórmula “pienso, luego existo” que será el fundamento de todo conocimiento, pues, en la medida en que Descartes pone el conocimiento en el sujeto consciente de sus propios e individuales contenidos mentales, está poniendo el fundamento de la existencia del mundo externo en su identidad, la cual conformará la idea de sujeto cognoscente que define la racionalidad moderna.
Dadas estas circunstancias, cada quien, entonces, debería realizar su propia meditación para comprobar su existencia, porque el cogito que demuestra que somos es, como el mismo sujeto de la acción lo indica, individual. YO pienso, YO existo, YO soy. Y la prueba de ello son mis propios contenidos mentales; mi relación con el mundo está basada en la representación que tengo del mismo a través de dichos contenidos; el mundo es lo que de él me represento.
Con esta formulación, Descartes inaugura tres cuestiones fundamentales en la filosofía moderna: la individuación o identidad (que ya venía formándose gracias a las circunstancias históricas que he mencionado anteriormente), el conocimiento de uno mismo a través del conocimiento consciente de los propios contenidos mentales (lo inconsciente no existe) y la separación entre sujeto y objeto, en tanto que el sujeto se considera separado del mundo externo y cree acceder a él a través de su propio principio de identidad.
Pero, ¿cómo es posible que, aun cuando cambiemos de forma de pensar, de parecer y sintamos cosas distintas, nuestro conocimiento del mundo siempre siga siendo el mismo? Es aquí cuando volvemos al principio, es decir, a la idea de substancia pensante. Es gracias a la concepción de res cogitans que Descartes puede mantener la objetividad y la universalidad de las verdades que se obtienen por medio del cogito, la mente, el pensamiento o el alma, porque aun cuando cambien todos sus accidentes, esta “sigue siendo, no obstante, la misma alma, mientras que el cuerpo humano ya no es el mismo, por el solo hecho de cambiar la figura de algunas de sus partes”.
Es decir, la substancia racional, pensante o res cogitans, debido a su incapacidad de cambiar y perecer, es la que conforma el sujeto cognoscente cartesiano, el cual es, por lo tanto, un sujeto fuerte cuyo conocimiento del mundo, gracias a su constitución de sustancia pensante, nunca cambia y es siempre universal y objetiva.
Esta idea de sujeto permeará la concepción de conocimiento en la Modernidad. Y en Kant, por ejemplo, podemos apreciar su culminación con la idea de subjetividad trascendental: ese yo que unifica todas mis representaciones, ese yo cuya subjetividad es ahistórica, ese yo que siempre es el mismo y que conoce el mundo objetivamente.
Modernidad y representación
Así es como el sujeto se convierte en el fundamento del conocimiento. Por eso es que el ego cogito es considerado como la ruptura con el pensamiento medieval, porque acaba con la idea de que el hombre es parte de un mundo que se le asemeja; acaba con la idea de que el hombre se parece a lo que conoce. En la Modernidad, el hombre está separado del mundo y, por lo tanto, este requiere de representarlo en sus propios contenidos mentales para conocerlo. No existe ninguna semejanza entre el mundo y el hombre, al contrario, mundo y hombre son opuestos, lo único que tienen en común es el símbolo que puede representar ese mundo externo, es decir, la cantidad de correspondencia que existe entre lo externo y lo interno. El hombre, en la Modernidad, es el fundamento del conocimiento, es el sujeto fuerte, de esencia fija, trascendente, ahistórico.
Y, aunque es verdad que en el Renacimiento ya se habían formado estas concepciones del sujeto como el espejo de la naturaleza, en el que se refleja a sí mismo y refleja el mundo que conoce,[25] es en la filosofía de Descartes donde estas ideas se sintetizan de manera inigualable.
El sujeto moderno es, entonces, aquel que conoce el mundo a partir del conocimiento de sí mismo, aquel que conoce el mundo a través de la representación.
El alma comienza a verse “desde ella misma”, por así decirlo. Entonces aparece como un punto vacío a partir del cual todos los entes pueden mostrarse como su correlato. Ya no se concibe el alma desde el todo del ente que la contiene, sino el todo del ente desde el alma que lo contempla. El alma es ahora un sujeto del cual todo puede ser correlato. El todo del ente puede concebirse entonces como objeto representable ante el sujeto de conciencia.[26]
Bibliografía
- Villoro, Luis, El pensamiento moderno. Filosofía del Renacimiento, FCE, México, 1992.
- Touraine, Alain, Crítica de la Modernidad, FCE, Argentina, 1999.
- Soto Posada, Gonzalo., Filosofía Medieval, San Pablo, Colombia, 2007.
- Castro, Edgardo, El vocabulario de Michel Foucault. Un recorrido alfabético por sus temas conceptos y autores en: http://www.docfoc.com/castro-edgardo-el-vocabulario-de-michel-foucaultpdf
- Descartes, Meditaciones Metafísicas, en: http://www.mercaba.org/Filosofia/Descartes/med_met_alfaguara.PDF
- Descartes, Los principios de la filosofía, UNAM, México, 1987.
- Udo Thiel, The Early Modern Subject: Self-Consciousness and Personal Identity from Descartes to Hume, Oxford University, Reino Unido, 2011.
- Stroud, Barry, El escepticismo filosófico y su significación, FCE, México, 1991.
Notas
[1] v. Definición de “comentario” en Castro, Edgardo, El vocabulario de Michel Foucault. Un recorrido alfabético por sus temas conceptos y autores en: http://www.docfoc.com/castro-edgardo-el-vocabulario-de-michel-foucaultpdf
[2] v. Soto Posada, Gonzalo., Filosofía Medieval, San Pablo, Colombia, 2007, pp. 165-166.
[3] Estas afirmaciones podrían resultar obvias en un primer momento; sin embargo, lo importante es tener en cuenta que se ve lo que es semejante al ojo y se oye lo que es semejante al oído. De este modo, no todo en el mundo se ve o se oye, sino solo lo que es análogo a la vista o al oído, respectivamente.
[4] Idem.
[5] v. “semejanza” y “representación” en Castro, Edgardo, El vocabulario de Michel Foucault. Un recorrido alfabético por sus temas conceptos y autores en:
http://www.docfoc.com/castro-edgardo-el-vocabulario-de-michel-foucaultpdf
[6] Touraine, Alain, Crítica de la Modernidad, FCE, Argentina, 1999, p. 206.
[7] Afirmo que hasta antes del siglo XX porque estoy considerando el surgimiento del pensamiento posmoderno, el cual, como se sabe, critica la idea de este sujeto fuerte que nace con la Modernidad en el siglo XVII. No obstante, como bien dije en el resumen de esta investigación, la idea de “sujeto moderno” continúa vigente en la actualidad. Por eso es que nos resulta muy fácil identificarnos como individuos; creemos que somos únicos y especiales, y que nos encontramos separados de todo.
[8] Cfr. Soto Posada, Gonzalo., Filosofía Medieval, San Pablo, Colombia, 2007, pp. 100-101.
[9] Cfr. Villoro, Luis, El pensamiento moderno. Filosofía del Renacimiento, FCE, México, 1992, pp. 13-15.
[10] Idem.
[11] Cfr. Ibidem, p. 23.
[12] Ibidem, p.34.
[13] Idem.
[14] Descartes, Los principios de la filosofía, UNAM, México, 1987, p. 50.
[15] Idem.
[16] Cfr. Descartes, Meditaciones Metafísicas, p. 5, en: http://www.mercaba.org/Filosofia/Descartes/med_met_alfaguara.PDF
[17] Cfr. Stroud, Barry, El escepticismo filosófico y su significación, FCE, México, 1991, p. 23.
[18] Descartes, Meditaciones Metafísicas, p. 12, en: http://www.mercaba.org/Filosofia/Descartes/med_met_alfaguara.PDF
[19] Ibidem, p. 15.
[20] Ibidem, p. 14.
[21] Ibidem, p. 15.
[22] Idem.
[23] Descartes, Meditaciones Metafísicas, p. 16, en: http://www.mercaba.org/Filosofia/Descartes/med_met_alfaguara.PDF
[24] Udo Thiel, The Early Modern Subject: Self-Consciousness and Personal Identity from Descartes to Hume, Oxford University, Reino Unido, 2011, p. 38.
[25] Villoro, Luis, El pensamiento moderno. Filosofía del Renacimiento, FCE, México, 1992, p. 61.
[26] Idem.
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