Husmear en los archivos, en viejos periódicos, en raídos boletines de prensa; posponer conclusiones definitivas, empecinarse en la investigación de lo horroroso, comprometerse en búsquedas que, a lo sumo, conducen a pequeños logros, he ahí la propuesta de una genealogía del recuerdo.
La desaparición forzada de personas durante la última dictadura cívico-militar es el tema fundamental de Genealogía del Recuerdo, de Angelina Uzín Olleros. Esta obra fue dada a la consideración pública en el año 2015 por Arandú Ediciones, con el patrocinio y acompañamiento constante de su director, el Dr. Daniel Lesteime, quien en la presentación del libro afirma que este “cumple fielmente con el diktum adorniano que, traducido a nuestra historia reciente, se expresa como ‘Nunca más’”.
La desaparición: esa estrategia del terror para disciplinar los cuerpos presentes con la perspectiva de la ausencia.
La ausencia señala un límite del hacer y del decir. Allí donde algún discurso irrumpe y algún hacer rompe la quietud de lo dado, la violencia del Estado se despliega, restaura los privilegios y actualiza el mecanismo de la legitimidad. En ese proceso, los medios suelen superar a los fines: torturas, humillaciones, fusilamientos sumarios y desaparición.
El orden exige los sacrificios más grandes en pos de mantener nuestra forma de vida, nuestras rutinas, nuestra idiosincrasia occidental, los negocios de los grandes corporativos.
Con cada acto de violencia estatal se instituye, paralelamente, un programa de olvido y de silencio que opera, a nivel social, como el trauma. El trauma como realidad demasiado difícil de asimilar, difícil de definir, difícil de reducir y que, sin embargo, determina nuestras conductas, nuestras rupturas cuando lo descarnado (por ejemplo, la desaparición de alguien en democracia) nos renueva el miedo y nos señala, una vez más, calladamente, el limite.
Estas páginas suponen la ampliación del horizonte en que se piensa el terrorismo de Estado y la centralidad otorgada a quienes representan el enclave para comprender el ejercicio de la violencia estatal en el periodo de la última dictadura. ¿Qué es una víctima? ¿Es posible hablar de no-victimas? ¿Habrá otros modos de situarse en relación a la violencia ejercida desde el Estado?
Las entrevistas que Angelina Uzín Olleros consigna en este libro de 115 páginas (y cuyo abordaje se fundamentan en los aportes teóricos de Pierre Bourdieu y Rosana Guber) fueron realizadas en el año 2010, al cumplirse 34 años del comienzo de la dictadura cívico-militar. En ellas, ex-presos políticos, profesionales, intelectuales, definen en sus propias palabras lo que significa ser víctima del terrorismo de estado, las manifestaciones y alcances de la condición de víctima de este tipo de violencia política en lo individual y social, la percepción de la justicia en relación a los juicios por crímenes de Lesa Humanidad y a las leyes de Obediencia debida y Punto Final.
En los datos más crudos de la violencia, en la singularidad de las experiencias relatadas por los protagonistas, se disimula una racionalidad(o un cruce de racionalidades) que es posible desenmascarar y que no deja a nadie exento:los mismos criminales juraban no perdonar ni a los indiferentes. Un estadio de violencia total en que no es posible distinguir un adentro y un afuera.
No obstante, la gran historia es un embeleco de otros siglos. La narración de lo vivido se gesta en el orden de lo no registrable: las miradas últimas, aquello que finalmente no fue posible, aquello omitido o postergado, aquello perdido. Una historia no de los hechos, sino de lo vivido, sentido, padecido. Una narrativa del espanto que resulta aleccionadora, una narrativa abierta que es posible seguir escribiendo colectivamente.
Angelina Uzín Olleros es Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Entre Ríos. Autora de obras de alto contenido humanista, en esta ocasión penetra en lo más funesto de nuestro reciente pasado, no para buscar la verdad en tonos mayores, o una finalidad oculta que dé por cerrada una cuestión siempre viva en las tensiones del presente, sino para (como señala Foucault) percibir la singularidad de los sucesos. Tarea indispensable de nuestro tiempo, quizás la más urgente si es que queremos darle nuevas fuerzas al NUNCA MÁS, como diría Eduardo Jozami en el prólogo de esta Genealogía del Recuerdo.
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