FIGURA 1. HOMININOS, LATITUDES Y PRÁCTICA GNOMÓNICA
Resumen
En este trabajo intentaremos presentar la autoreproducción exterior, total y no biológica del cuerpo humano, como la anomalía evolutiva experimentada por el Homo sapiens y gnomónico, luego de la bifurcación de quienes emigraron hacia altas latitudes. Tal anomalía consistió en plantar un palo en reemplazo del cuerpo biológico, con el objeto de reproducir las sombras solares que se logran con el cuerpo. Esto significó el inicio de un nuevo curso evolutivo, a partir del cual, la vida inteligente, dejó de ser solo una suma de neuronas, para, además, hacerse social, protética y marcadamente técnica. De manera que, aquel palo gnomónico, irreversiblemente, se convirtió en el cuerpo protético, inorgánico y social con el que hoy nos identificamos e hibridamos, cual antes lo hacíamos con especies extintas.
Palabras claves: anomalía, gnomónica, auto-reproducción, evolución, protética, inteligencia.
Abstract
In this work, we will try to present the external, total and non-biological self-reproduction of the human body, such as the evolutionary anomaly experienced by Homo sapiens gnomonic, after the bifurcation of those who migrated to higher latitudes. Such an anomaly consisted in planting a stick to replace the biological body, in order to reproduce the solar shadows that are achieved with the body. This meant the beginning of a new evolutionary course, from which, intelligent life, ceased to be only a sum of neurons, to also become social, prosthetic and markedly technical. So, that gnomonic stick, irreversibly, became the prosthetic, inorganic and social body with which today we identify and hybridize, as before we did with extinct species.
Keywords: anomaly, gnomonic, self-reproduction, evolution, prosthetics, intelligence.
En general, por anomalía se entiende una desviación que produce efectos de consideración, respecto de aquello que, hasta un determinado momento, se estimaba como regular y previsible.
La naturaleza de la anomalía tiene que ver con la del proceso considerado como regular y, en tal sentido, entendemos que estamos frente a una anomalía biológica; por ejemplo, cuando nos referimos, entre otras posibilidades, a la aparición de los terápsidos cual reptiles tipo mamíferos, luego de los cuales, asoman los cynognathus en calidad de primeros mamíferos. Esta es una anomalía biológica, donde la lactancia, el amamantamiento de las crías y la aparición del neopalio son sus principales consecuencias. La evolución cobra un rumbo distinto valiéndose para ello de elementos propiamente biológicos.
La aparición de la mano de falanges rectas y prensiles en los habilinos también puede considerarse una anomalía en la evolución biológica; pero en tanto se valoren las consecuencias que el uso hábil de la mano prensil tuvo sobre la evolución de los humanos, en cuanto apéndice que posibilitó la fabricación de herramientas, la desviación anómala originada, más que solo biológica, es también potencialmente técnica.
La sociabilidad practicada por los llamados insectos sociales y muchos de los mamíferos no es un direccionamiento evolutivamente previsible, en razón de que, generalmente, los comportamientos sociales suelen ser estrategias de supervivencias en las que no participan elementos exógenos y son exclusivamente propios. La sociabilidad humana en cambio, que pudo ser inicialmente del mismo tipo, dejó de ser nada más que bilógica, cuando, por un lado, en su armado entraron en juego otras estructuras e instrumentos ajenos a la biología, y por otro, a partir de que, entre tales estructuras, aparece la historia.
RECREACIÓN DE HOMO HABILIS EN EL MUSEO DE LA EVOLUCIÓN HUMANA DE BURGOS, REALIZADA POR ELIZABETH DAYNES. FOTOGRAFÍA TOMADA DE: http://reflexiones-de-un-primate.blogs.quo.es/2014/01/09/como-se-desarrollo-nuestro-cerebro/
La sociabilidad humana y en particular la historia son dos aspectos que se encuentran totalmente atravesados por elementos ajenos a la biología. No hay historia ni sociedad sin industria, sin instrumentalidad. De manera que no podemos abordar la evolución humana, prescindiendo de la instrumentalidad que nos hizo una especia altamente protética. En este sentido, Pablo Navarro, de la Universidad de Oviedo,[1] habla de la sociabilidad como una anomalía evolutiva.
Cuando consideramos un canto monofacial o chopper, un bifáz, una lanza o incluso los propulsores, por ejemplo, vemos que han sido instrumentos con los que se prolongó parcial y asimétricamente la potencia de los miembros del cuerpo, pero no la totalidad de este, de modo que, si bien significaron cambios protéticos importantes, lo han sido solo de partes del cuerpo y no de su totalidad. Cualitativamente la evolución biológica no se vio afectada, sino que estos instrumentos, la complementaron. Pero cuando, en cambio, vemos que con las propias manos el humano moderno supo fabricar un objeto capaz de reemplazar física y funcionalmente la totalidad de su cuerpo biológico, para, de ese modo, verse a/sí mismo como en/otro cuerpo, y confiarle, a ese otro cuerpo, las funciones gnomónicas que hasta ese momento no se imaginaban más que en el cuerpo propio; cuando eso ocurrió, se desató una anomalía que dio lugar al comienzo de un nuevo tipo de evolución, esencialmente instrumental, gnomónica, social y protética. Esto es, la anomalía evolutiva.
Desde entonces, la esfera sensible cedió paso a la razón y el humano moderno que hasta entonces pintaba figurativamente imitando a la naturaleza percibida de su entorno, en ese palo plantado, comenzó a ver su cuerpo exteriorizado y de esa forma, conceptual y simbólicamente, se pintó a sí mismo como se veía, como un palo. Dese entonces, artísticamente, su cuerpo fue un trazo recto y abstracto y, la evolución, tomó ese camino exterior y dejó de requerir neuronas, para, en su lugar, ocupar memoria material e inorgánica.
Anomalía evolutiva
La anomalía evolutiva, se manifiesta como una irregularidad que aparece luego de que el humano moderno, haya jugado y experimentado largamente con las sombras propias y consiguientemente, tomara conciencia del carácter naturalmente gnomónico del cuerpo. Esta anomalía, cobra relieve, en virtud de la decisión humana de reproducirse a/sí, materialmente de cuerpo entero por medios no biológicos y fuera de/sí, con el inmediato propósito de verse exteriormente como otro (otredad), y apreciar en el objeto exterior y sustitutivo del cuerpo propio las mismas sombras logradas con el compromiso del cuerpo.
Posiblemente, y de la misma manera que lo han hecho y hacen aún otras especies, todas las variantes humanas jugaron con las sombras del cuerpo, pero solo algunos humanos hicieron del juego gnomónico una experimentación diaria hasta el punto de reconocerse corporalmente, como gnomon solar vertical y ambulante y consumarse de ese modo, en lo que, desde la mirada gnomónica, llamamos Homo sapiens y gnomónico.[2]
RELOJ SOLAR DISEÑADO POR RENÉ R. J. ROHR.
Estimamos que quienes habitaron las zonas intertropicales y sintieron la insoslayable presencia del Sol inevitablemente tuvieron que relacionarse con él y desde esa proximidad, debieron convivir, experimentar e interrogarse entre otras cuestiones, acerca de la ausencia de sombras en los días en que el Sol pasa por el cenit del lugar, como así también, sobre los fenómenos solsticiales y equinocciales que en estas regiones del planeta se manifiestan con mayor claridad e intensidad que en las altas latitudes. Ese despertar de la curiosidad e interés por los fenómenos solares en general fue tempranamente advertida por los pensadores clásicos, en tanto que, interpretando gnomónicamente algunos estudios recientes,[3] darían sustento a la sospecha de que la ausencia de sombra en los días cenitales, pudo haber contribuido de manera singular sobre la curiosidad y la reflexión. De manera que entre los primeros humanos hubo quienes jugaron con las sombras solares hasta saberse gnomon solar, vertical y ambulante, como así también, quienes decidieron alejarse de las zonas tropicales; pero tanto unos como otros, no obstante esta bifurcación lúdica-evolutiva, fueron variantes altamente encefalizadas, que en calidad de Homo sapiens, solo se diferenciaron por sus conductas relacionadas con los movimientos del Sol, adaptación a zonas próximas o alejadas del eje ecuatorial y fundamentalmente, por haber sido capaces, o no, de autorreproducirse a/sí, fuera de/sí, de cuerpo entero, sustitutivamente y por medios no biológicos.
La reproducción inorgánica y total del cuerpo por medios no-biológicos, es algo evolutivamente anómalo y absolutamente novedoso que lleva a cabo excluyentemente el humano moderno consumado como Homo sapiens y gnomónico, luego de saberse (sapiens) corporalmente un gnomón natural, vertical y ambulante (antropo gnomónico).
El comienzo sustitutivo del cuerpo para jugar con las sombras y orientarse, pudo ser la plantación de un palo, poste o lanza quizás. Ese simple hecho abrió el camino que significó un cambio cualitativo en la evolución de la vida y de nuestro linaje, a partir del cual, la evolución en general y la inteligencia en particular, además de tener un desenvolvimiento darwiniano basado en el aumento del número de neuronas y apoyado básicamente en la lactancia y la capacidad prensil, también se hizo intensamente sináptica, instrumental y materialmente inorgánica.
Hoy nuestro encéfalo pesa menos que el de los antepasados del paleolítico superior, y el actual cociente de encefalización es ligeramente menor,[4] no obstante y comparativamente con la evolución de los cetáceos, la familia Homo, en pocos millones de años de existencia, aumentó notoriamente el número de neuronas y desarrolló una inusitada inteligencia. Así llegamos a ser un habilino con un cociente de encefalización igual al delfín actual, mamífero que durante 30 millones de años vino liderando la carrera encefalizadora. Luego los habilinos incorporaron un elemento nuevo al proceso evolutivo, con el que no cuentan los cetáceos: la mano prensil y las falanges rectas.[5] Este aporte al proceso evolutivo, no solo permitió fabricar y manipular herramientas, sino que, además, se correlacionó con un nuevo incremento del encéfalo y del cociente de encefalización, lo que significó extender los límites naturalmente alcanzados por la lactancia y la carroña, y que el Humano moderno se reprodujera totalmente exteriorizado por medios no biológicos. Ese nuevo actor exterior e inorgánico, que se incorpora como nuevo tipo de cuerpo, incide fuertemente sobre la inteligencia y hace que esta, ya no pueda medirse en términos de los pesos relativos de determinadas partes anatómicas; hoy la inteligencia no pesa, ni el peso relativo del cerebro alcanza para ser su indicador. El cociente encefálico, luego de la “anomalía evolutiva”, solo es válido hasta fines del paleolítico superior.
Es posible que entre las variantes humanas más encefalizadas no gnomónicas y nosotros, no haya habido grandes diferencias en cuanto a la afectividad, sentimientos e inteligencias alcanzadas hasta el paleolítico superior. Pero sí, no caben dudas, de que fueron muy diferentes, las maneras en que unos y otros se relacionaron corporalmente con el Sol, y principalmente, el rango que cada cual alcanzó en lo referente a la reproducción material del cuerpo, que ha sido, en definitiva, lo que significó un golpe de timón sobre el curso evolutivo en favor del humano moderno y orientado hacia la gran anomalía.
La inteligencia humana, a partir de la entera reproducción inorgánica del cuerpo por medios no biológicos, ya no requiere de un crecimiento encefálico de/sí, sino de una sostenida ampliación e interacción del humano con la red comunicacional y la memoria material colectiva, alcanzada como consecuencia del acelerado crecimiento que tuvo el cuerpo inorgánico y social, resultante de la aventura de fabricar, no solo herramientas de mano, sino también, viviendas, máquinas y armas. En tal sentido y como hemos dicho, las herramientas de mano, fueron extensiones asimétricas de los miembros del cuerpo, pero debemos agregar que según Charles Édouard Jeanneret Gris, “Le Corbusier”, la casa es una máquina para habitar,[6] y siendo toda máquina una reproducción antropomórfica,[7] la totalidad del cuerpo inorgánico y social en el que hoy estamos inmersos, es una reproducción imitativa de todo lo humano, puesta a la altura de las posibilidades técnicas actuales, de la misma manera que, a la medida de las posibilidades de la prehistoria, fue puesto el palo, poste o menhir, con el que se reprodujo sustitutivamente la totalidad del cuerpo biológico.
Este reemplazo anatómico por un palo conceptualmente idéntico al cuerpo biológico, significó, por un lado, un salto de calidad hacia un nivel superior de abstracción y, por otro, una anomalía en la evolución biológica a partir de la cual, el humano moderno continúa evolucionando, con y dentro del cuerpo protético.
La anomalía evolutiva, debido a la exteriorización sustitutiva y total del cuerpo humano mediante la reproducción material puesta ahí…, en la materialidad de los entes, y exteriorizada fuera de/sí, significó el paso de lo biológico natural a lo gnomónico inorgánico, y, en tal sentido, es de carácter gnomónico, instrumental y necesariamente social.
Dialécticamente, la anomalía evolutiva se nos presenta básicamente como un proceso de desdoblamiento entre el instrumento gnomónico-biológico (cuerpo biológico) y el objeto gnomónico-inorgánico (gnomon solar plantado), producido y plantado ahí…. Desdoblamiento que da lugar a la separación y distanciamiento entre la experimentación gnomónica por un lado y el sujeto experimentador (ente humano) por otro. Frente a este desdoblamiento, el ente humano, que hasta ese momento era una unidad indiferenciada, simultáneamente experimentador, instrumento y parte de la propia experimentación, se convierte en sujeto que, mediante la incorporación de un nuevo objeto instrumental y exterior, experimenta objetivamente y se distancia de la propia experimentación para posicionarse definitivamente como ente que reflexiona y reproduce exteriormente los fenómenos observados.
El desdoblamiento instrumental y evolutivamente anómalo que hemos señalado, dio lugar a un nuevo proceso evolutivo en el que, a la vez que se verifica la continuidad y evolución del cuerpo biológico, simultáneamente también, aparece un novedoso tipo humano, el Homo Faber, de H. Bergson,[8] que se constituye como el sostenedor y “órgano reproductor” del desarrollo material e inorgánico de la vida.
La anomalía evolutiva que se inicia con el gnomon solar, material y exteriormente plantado en el suelo, al hacer de nosotros sujetos experimentadores distanciados de la experimentación, nos hizo el único ente capaz de verse a/sí mismo, diferente en su identidad reproducida fuera de/sí y, que a su vez, como ningún otro, frente a esa diferencia percibida dentro de la identidad, se interroga por el ser que es, su mismidad y sus diferencias.[9] Sin duda, ha sido el verse diferente en la identidad con su cuerpo, el puntapié que desencadenó el interrogarse por sí mismo (mismidad), por la identidad puesta en el otro y por la diferencia con ese otro.
Vale recordar que no hay ninguna otra especie ni linaje humano que se haya interrogado sobre sí mismo ni reproducido materialmente, y, en tal sentido, la práctica espaciotemporal que exige la experimentación gnomónica a partir del seguimiento del movimiento aparente del Sol y las sombras, ha sido una actividad excluyentemente de nuestro linaje, y pudo esta actividad, haber operado cual un gran catalizador de la inteligencia y reestructurador del encéfalo, dado que, nuestro encéfalo, se verifica estructuralmente diferente a otras variantes.
El desdoblamiento del instrumental gnomónico en formas de cuerpo biológico y objeto inorgánico, dio lugar a la bifurcación procesual básica en forma de evolución biológica y tecnológica, y dado que el objeto producido es una sustitución del propio cuerpo, el nuevo curso evolutivo es protético y también social, porque la tecnología necesaria para la reproducción inorgánica, convoca y requiere muchas manos e instrumentos.
Paradojalmente, el humano moderno del pleistoceno, que es quien alcanzó el mayor índice de encefalización, aventajando ligeramente al Homo neandertalensis, es de las variantes humanas, aquella que comienza a reproducirse inorgánicamente al mismo tiempo que da inicio a un período de estasis y reorganización estructural en la expansión cerebral.[10] Por tal motivo, pareciera que las funciones propias de la encefalización (básicamente la inteligencia) del humano moderno del Holoceno, como consecuencia de la anomalía evolutiva, en lugar de exigir un mayor número de neuronas, las redujo y se orientó hacia el interactuar con la complejización creciente del cuerpo material y la memoria inorgánica.
Aspectos como la agregación social, concomitantemente con el pastoreo, los inicios de la agricultura, el arte prehistórico y la gnomónica practicada con instrumentación material, se correlacionaron de tal manera, que para el humano moderno del Holoceno, significó una importante reducción de la encefalización hasta nuestros valores actuales, la reestructuración del cerebro, y una muy leve disminución del cociente de encefalización que nos pone debajo del cociente de encefalización del Homo neandertalensis.
Desde entonces, la práctica gnomónica primera llevada a cabo con el compromiso del propio cuerpo, ha quedado oculta tras la consagración del gnomon solar inorgánico, que hoy, eclipsado por las revoluciones en la industria y las comunicaciones, se nos aparece cual algo ingénito llegado a nuestras manos, generacionalmente superado y sin historia.
Sin embargo, la reproducción material inorgánica del cuerpo humano, no fue algo menor e intrascendente, ha sido el comienzo de nuestro desarrollo material y productivo que dio lugar al fenomenal “cuerpo inorgánico y social” que actualmente se comporta como prótesis y condicionador de la subjetividad, llegando incluso, a jugar el rol de “especie inorgánica” con la que, como antes lo hacíamos con variantes extintas, hoy nos hibridarnos.
El cuerpo inorgánico y social que comenzó a construirse como entrelazamiento entre el cielo observable, el gnomón inorgánico y la comunidad primitiva se transformó en relación de la naturaleza, los instrumentos y las instituciones sociales surgidas de las relaciones entre los individuos. Este cuerpo, es algo tan novedoso en la evolución, que en tanto se diferencia cualitativamente de todo lo anterior, aparece cual anomalía evolutiva que, al abrirle paso a la historia, cancela, conserva y supera (subsume) a la evolución biológica. En tanto el humano moderno se estructura como sujeto genérico (ser social) modelado en el proceso productivo, por la lucha entre las clases sociales por la apropiación de los bienes protéticos y la consiguiente organización social y política.[11]
El gnomón solar plantado en el suelo, fue el lápiz con el que el humano moderno del Holoceno, además de reproducir en su cabeza, “una especie de calendario”,[12] supo también dibujar y trazar en el suelo que pisaba, la memoria material del curso del Sol entre los solsticios extremos, e inventar el calendario solar. Esto no significa que antes no hubiera calendarios, por el contrario, en África existían hace unos 35.000 años aproximadamente, y estaban hechos sobre huesos de babuino. Pero no eran calendarios solares sino registros de los ciclos lunares que pudieron estar relacionados con el ciclo menstrual,[13] es decir, registros de los ciclos de la Luna, puestos en función de las necesidades individuales de la maternidad, en tanto que los calendarios solares y lunisolares, inventados como extensión del uso del gnomón solar inorgánico, eran puestos en función de la agricultura, la sociedad y la producción. En consecuencia, la reducción del volumen encefálico apuntado, aunque leve, pudo ser el resultado directo de marcar y memorizar en la exterioridad lo que antes se guardaba en la interioridad de la memoria biológica.
En definitiva, hoy, además de ser todo lo heredado biológicamente, también somos aquello que nuestros antepasados, a partir del gnomon solar plantado en el suelo, hicieron de nosotros y con lo que, nosotros a su vez, nos hacemos, y como ente nos interroguemos por el Ser; aunque paradojalmente, al gnomón solar que dio el puntapié inicial, lo hayamos dejado distante, como algo extraño e ingénito, en las sombras de nuestra subjetividad.
Encefalización y cociente de encefalización
El crecimiento alométrico del neopalio en términos relativos al peso del cuerpo portador, es lo que se utiliza como índice de la inteligencia natural para todas las especies de mamíferos inteligentes, incluyendo al humano moderno del pleistoceno. Luego del cual, este patrón de encefalización e inteligencia naturalmente alcanzado, cambia abruptamente y se observa que, tras un detenimiento, el peso del encéfalo disminuye cuando paradojalmente, la inteligencia humana, en lugar de decrecer, se incrementa y sienta las bases para, a partir de ese momento, iniciar un crecimiento exponencial, apoyado en las prótesis surgidas de la reproducción material sustitutiva y funcionalmente equivalente del cuerpo biológico. Fueron las manos humanas y la inteligencia resultante del mayor cociente de encefalización alcanzado en el pleistoceno quienes fabricaron el cuerpo material e inorgánico que, anómalamente en el Holoceno, se incorpora a la evolución de la vida como la memoria material o protética.
Debido al papel decisivo de la encefalización en la evolución humana en general y muy particularmente al correlato que este proceso alométrico guarda con la inteligencia natural o biológica, es que desde las primeras décadas del siglo XX, al fenómeno del crecimiento diferenciado del cuerpo y sus partes, se lo presentó como “ley de la disarmonía” y en 1936 Julian Huxley y George Teissier acuñaron el término de alometría para referirse a los cambios propios de la disarmonía entre los diferentes crecimientos relativos de las distintas partes corporales. Luego, en la década del 70 y para referirse específicamente al número extra de neuronas que los mamíferos comenzaron a desarrollar en su cerebro, por sobre las estrictamente necesarias para coordinar los procesos vegetativos del cuerpo, Jerison acuñó el término de “encefalización” y relaciona el peso del cerebro real en gramos, con el esperado para el cuerpo que lo contiene, también en gramos. Su propuesta estima que la tasa exponencial de crecimiento alométrico del cerebro humano es de 0,66… y que la del cerebro elemental o reptil, es del 12% de ese valor, aspectos que Jerison reúne en su fórmula del Cociente de encefalización (EQ). El valor máximo es alrededor de 7 o poco más, para el humano moderno del paleolítico superior.
Si bien este cociente es uno de los más difundidos, debemos aclarar que no es el único y que, entre otros, existe el de Young, quien en 2006 propuso relacionar el peso del cerebro en gramos, con un valor cercano al peso estimado de la cabeza, basado en el peso corporal en Kg elevado a la potencia de 0,76 y multiplicado por la constante 11,22.
El valor máximo alcanzado por este cociente de encefalización, es el de un cuerpo con un peso aproximado a cinco veces el estimado para su cabeza, valor este que se corresponde con el del humano moderno del paleolítico superior.
Para el presente trabajo, este índice nos permite reunir la filogenia humana en cinco categorías de encefalización, comenzando con la categoría (1/5) para los Haplorhinos, (2/5) para los Parantropus, (3/5) para los Habilinos (variantes de Homo hábilis), (4/5) para los Erectinos (variantes de Homo erectus) y, finalmente, según la mirada gnomónica, (5/5) para los Homo sapiens, entre los que incluimos los Homo neandertalensis, o no gnomónicos, y los Homo sapiens naturalmente gnomónicos, es decir, aquellos Humanos que usaron el cuerpo propio como gnomon solar y, finalmente, los Homo sapiens artificialmente gnomónicos, que son quienes se reprodujeron inorgánicamente de cuerpo entero y se valieron de tal reproducción material como gnomon solar, para orientarse en el tiempo y el espacio.
Si volvemos nuevamente a la fórmula propuesta por Jerison, vemos que el cociente de encefalización del humano moderno es unas tres veces mayor que el esperado para un primate haplorhino que tuviera el peso del humano referido. (ver Tabla I). Un primate haplorhino de 45Kg, por ejemplo, tiene un cociente de encefalización de Jerison, de (2/3), y dado que, en esos mismos términos, el cociente humano es de 7,33, resulta que los sapiens poseen alrededor de tres veces el cociente del Haplorhino. Esta es otra de las formas en la que algunos autores suelen presentar el cociente de encefalización.
A los efectos de nuestro estudio de la anomalía evolutiva, en la Tabla I, hemos presentado de manera esquemática y jerarquizada en cinco categorías, los distintos cocientes de encefalización, partiendo del cerebro de un haplorhino como unidad (1/5), seguidos en la segunda categoría por los australopitècidos (2/5), los habilinos en (3/5), erectinos en (4/5) y, finalmente en la categoría más encefalizada, las tres variantes de Homo sapiens: los Homo neandertalensis (no gnomónicos), Homo sapiens moderno del pleistoceno (naturalmente gnomónico) y Homo sapiens moderno del holoceno (artificialmente gnomónico); todos ellos igualmente ubicados jerárquicamente en la categoría de inteligencia (5/5).
Es posible que algunos australopitècidos, alternaran la vida arborícola con la carroña y que, la ingesta de proteínas animales inicialmente realizada mediante el amamantamiento y luego con la carroña, debió ser un factor decisivo en el desarrollo del encéfalo primate.
TABLA I
Observación: los datos con los que se confeccionó la tabla fueron extraídos de trabajos citados, promediados y categorizarlos a los fines de este estudio.
Leslie C. Aiello y Peter Wheeler[14] asocian la encefalización con el consumo de carne y afirman que los individuos que fueron capaces de romper los huesos de animales para acceder al tuétano y lograr una alimentación rica en grasas y proteínas, pudieron favorecerse con el aumento del volumen cerebral. Entre ellos, los habilinos fueron los primeros en incorporar las mayores cantidades de carne relativamente grandes a la dieta homínida y luego siguieron los erectinos con nuevas técnicas de caza.
Encefalización, mama y lactancia
La encefalización ha comenzado correlativamente con la aparición del neopalio en el cerebro, la sangre caliente y las glándulas secretoras de leche o proto-mamas en el cuerpo de los llamados reptiles tipo mamíferos, conocidos como terápsidos. Los primeros amamantamientos se habrían concretado de manera semejante a como hoy lo sigue haciendo el ornitorrinco, quien, pese a no contar con pezones, sus glándulas mamarias están repartidas en la parte ventral, como si se tratara de simples glándulas sudoríparas que secretan leche directamente por la piel cercana a la pelvis. Esta forma tan primaria de amamantar, expone a las crías a las inclemencias del medio, al momento de lamer la piel secretora para alimentarse. En consecuencia, la leche de aquellos remotos mamíferos, debieron ser como la del ornitorrinco: rica en grasas y proteínas y contener un péptido capaz de eliminar bacterias.
Los reptiles salen del huevo completamente diseñados para lanzarse a la vida, sin que se requieran adecuaciones posteriores a su nacimiento, el mamífero en cambio, nace vulnerable y su vulnerabilidad está directamente relacionada con el tamaño neuronal requerido para ser un ejemplar adulto y a los cuidados que puedan recibir de sus congéneres o del medio.
Dado el crecimiento del neopalio, los cerebros se agrandaron y a medida que el volumen se incrementó, la necesaria maduración en el interior del cuerpo materno, se fue haciendo cada vez más difícil, particularmente en las especies que comenzaron a caminar de pie, erguidos, ya que tal posición eréctil, contribuye en parte, al estrechamiento del canal de parto.
Para sortear esta dificultad, la evolución natural eligió el recurso de la expulsión prematura y hacia afuera (exteriorización) del neonato y, de esa manera la maduración del cerebro humano se completa exteriormente.
La crianza exterior del recién nacido planteó la necesidad de nuevos recursos orgánicos externalizados del cuerpo materno, que suplieran suficientemente a los internos. Ese recurso fue la lactancia seguida de la aparición de las mamas. La mama alimentó exteriormente el crecimiento de las crías en general, en tanto que aisló de posibles contaminaciones la leche materna que, por su contenido proteico, finalmente se convertirían en nuevas neuronas.
Entre los grandes primates, el orangután, quizás para suplir su baja sociabilidad, pues vive la mayor parte de sus años en soledad, es quien registra el mayor tiempo de amamantamiento de las crías, de modo que si bien, se correlacionan la encefalización con los cuidados de la crianza exteriorizada, ese correlato es afectado por cuestiones específicas como el limitado agregamiento social, los condicionamientos del medio, e incluso, por el escaso desarrollo de la técnica. No obstante, mano y encéfalo, aunque con ligeras diferencias, mutuamente se realimentaron en el curso evolutivo de todos los primates.
Bibliografía
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Notas
[1] Navarro Pablo, “La socialidad humana como anomalía evolutiva”, ed. cit.
[2] Calvino Rubén, “Homo sapiens y gnomónico”, ed. cit.
[3] González Román Jenni Viviana, “La curiosidad en el desarrollo cognitivo”, ed. cit., p. 10.
[4] Poza Rey Eva María, 6.5. “Encefalización” ed. cit., p. 305.
[5] Guerrero Teresa, “La mano moderna ya existía hace al menos 1.850.000 años”, ed cit.
[6] Huisman Denís y Patric George, “La estética industrial”, ed. cit., p. 29.
[7] Panikkar Raymond, “Técnica y tiempo”, ed. cit., p. 67.
[8] Bergson Henri, “La evolución creadora”, ed. cit., p. 131.
[9] Calvino Rubén, “De la gnomónica y el ser”, ed. cit.
[10] Poza Rey Eva María, 6.5. “Encefalización” ed. cit., p. 309.
[11] Samaja Juan, “Dialéctica de la investigación científica”, ed cit., p. 76.
[12] Sagán Carl, “El mundo y sus demonios”, ed. cit., p. 340.
[13] Sanchez David, “Las matemáticas en la prehistoria 5ª parte” ed. cit.
[14] Leslie C. Aiello y Peter Wheeler. “La costosa hipótesis del tejido:” Jstor1995, ed. cit.
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